En 2001, Julio Scherer García, director fundador de Proceso, entrevistó en el penal de Puente Grande a Zulema Hernández, amante de Joaquín El Chapo Guzmán. Ella le contó de su vida en esa prisión de máxima seguridad donde, con la complicidad de custodios y directivos, el capo tenía fuero. Le entregó además cartas que El Chapo le hizo llegar en las que se atisban los planes de su fuga. Scherer plasmó sus encuentros con Zulema en el libro Máxima Seguridad. Almoloya y Puente Grande (Editorial Nuevo Siglo Aguilar), del cual se reproducen algunos fragmentos.
Conducido por el comandante Zamudio, veo a Zulema en el fondo de su celda, con los brazos alrededor de sus piernas y la barbilla reclinada en las rodillas. Acude a la reja. Su cabello rizado le llega a la cintura; parece muy joven para su historia desgarrada.
Veintitrés años, cuatro en prisión. Sonríe, curiosa. Recita un verso largo y entona El Jibarito con buena voz.
–La quiero entrevistar –le digo.
Sin despegar los labios dice que sí.
–Grabaríamos la entrevista.
–De acuerdo.
La conversación nos fue aproximando. Hablamos horas, varios días. Zulema fue policía, fue asaltante, fue asaltante-policía, fue cocainómana, conoció el apando, tiene un hijo, Brandon, de seis años.
Del Chapo resistió hasta que pudo un embarazo de seis meses, anhelosa de una segunda criatura. Me pide libros, poemas. Le llevo a Neruda, tres tomos grandes. Los festeja como a un juguete amado. Sabría que puede ser obscena, pero no vulgar.
Al paso rítmico de un oficial de seguridad, Zulema llega a uno de nuestros encuentros con cartas firmadas con las iniciales de su amante. “No las vayas a perder, cuídalas”.
Nos reunimos en un cuarto pequeño que ha servido para todo. Ahí tuvieron lugar los exámenes psicométricos a los recién llegados al penal y ahí desayunan, comen y cenan cinco de las mujeres de Puente Grande (Zulema vive aparte, segregada). A través de ventanillas opacas, entreabiertas a un aire mezquino, hay manera de atisbar a un patio exterior.
–Cuéntame del “Chapo”.
–Acabábamos de hacer el amor, me abrazó y me dijo: “cuando yo me vaya vas a estar mejor; te voy a apoyar en todo. Ya le di instrucciones al abogado”. Inclusive tienes una carta en que así me lo dice. Me dijo también que, si él necesitaba un abogado, en cualquier lado donde estuviera, lo iba a tener. Yo le dije que siempre se habían arreglado los problemas en los juzgados. Él me dijo que no, que no era esa exactamente la forma en que se iba a ir. No pregunté más.
–Después nos volvimos a ver y me dijo que ya se iba a hacer. Él me decía: “tranquila, no va a pasar nada, todo está bien.”
“Me hizo muchas confidencias. Tú sabes que Ofelia lo conoce –Ofelia Fonseca, la hija de Don Neto– y nosotras hemos platicado. Ella me dice que yo tuve acceso a él. Yo creo que sí, que entre Joaquín y yo había mucha identificación porque yo estaba en el mismo lugar que él estaba. O sea, aparte de ser mujer, yo estaba viviendo la misma pena que él. Yo sé de este caminar de lado a lado en una celda. Yo sé de este esperar despierta, yo sé de este insomnio, yo sé de este fumarte, querer quemarte el sexo, quererte quemar las manos, la boca, fumarte el alma, fumarte el tiempo.
“Yo sé lo que estos rincones hablan, lo sé. Y él sabía que yo lo sabía. Muchas ocasiones llegaba de malas, muchas ocasiones no tuvimos ni relaciones, pero él quería sentirme cerca. Él me quería desnuda, sentirme con su cuerpo. No teníamos sexo, pero estábamos juntos. Y yo le entendía y sabía que tenía ganas de llorar. Sabía que estaba hasta la madre de esta cárcel, a pesar de que tuviera lo que tuviera.
“Sabía que si escapaba estaba expuesto a que lo mataran. Él sabe que en este negocio se está expuesto a perder a toda la familia. Y sabe a lo que se iba a enfrentar. No es tan fácil decir yo me voy a fregar y ya. Porque es toda la vida huyendo, es toda la vida escondiéndote, es toda la vida despierto. Yo sé que había muchas voces en su silencio.
“Me platicaba de su infancia, me decía que había sido muy pobre. Yo supe que las cartas que él me mandaba no las escribía, pero sí sabía que las autorizaba, que decía lo que quería decir con esas palabras. Él ordenaba a su amanuense: ‘dile que la extraño mucho’ y ya el otro aventaba de su inspiración. Cuando me platicaba de su infancia, él quedaba como suspendido en la pared, como si fuera algo que quisiera olvidar y a la vez lo tuviera preso en cada momento de su vida.
“Es un pavor regresar a la pobreza. El mismo pavor que él sintió lo siento yo. Ese era un hilo de comprensión entre nosotros. Yo también fui pobre, padecí mucho y padezco hasta la fecha una madre insoportable. Él padeció el yugo de un padre, el abandono del padre, el que lo corriera de su casa y lo mandara a trabajar con el abuelo, a las tierras, de día y de noche.
“Él lo vivió y cómo lo superó, cómo tuvo que superarse, cómo tuvo que llegar a ser un hombre como el que es y todo el imperio que hizo.”
Zulema me entrega 10 escritos del narcotraficante. Las letras de molde tienen su propio espacio, respiran. Leo sin dificultad: “1 de septiembre del 2000: Corazón tengo muy buenas noticias respecto de mi salida”.
La carta la pensó “El Chapo”, la redactó Jaime Valencia Fontes y un correo la llevó a manos de Zulema. Cuatro en el secreto, por lo menos. Secreto a voces.
De esas diez cartas, dos fueron acompañadas con dibujos de rosas encendidas, el implícito lenguaje de la pasión. Otras de otros enamorados, que también me confió Zulema, mostraban adornos idénticos. El 14 de febrero, “Día del Amor”, recibió una realzada con una flor en rojo y verde, de fino trazo. Firmaba “Fory”.
–¿Quién es Fory?
–Fory es Andrés. Está aquí por homicidio.
La correspondencia del “Chapo” sugiere los planes de fuga que iban cobrando cuerpo. Confirma también que en Puente Grande el capo tenía fuero. Con la complicidad de guardias y directivos del penal, accedía a las áreas de visita íntima para amar a la muchacha.
Otra idea dominaba al narco: el traslado de Zulema a un reclusorio menos cruel.
La misiva del 5 de agosto de 2000: “¡Hola, cariño mío! Te hago llegar esta carta con mucho ánimo y bastante gusto, quizás no con las mejores noticias que yo te quisiera dar, respecto de poder vernos en estos días o referente a tu traslado, pero sí lo hago, mi amor, para decirte todo lo que te amo y lo mucho que te extraño y cuánto desearía poder hablar y estar contigo para ser tan feliz como lo he sido esos cortos ratitos que he podido gozar y hacerte completamente mía.
“Corazón, por más que he buscado la forma de poder verte y que ya me habían prometido que sí se podría, resultó que siempre no, tú sabes pues, que desde lo del comentario aquél y luego por detalles insignificantes de locutorios, los del Centro de Control han andado con la duda y te traen vigilancia especial, aunque aparentemente en ocasiones no se nota.
“A mí me han traído con que ya mero y ahora sí para la próxima guardia podrás verla, y ya ves seguimos esperando. Pero mi amor espero y tengo fé que la semana entrante sí ya pueda ser de verdad. Pasando a otro tema, cariño, sé que el abogado te tiene informada de que ha obstaculizado por el momento el traslado pero que sólo es cosa de un tiempecito, así que por favor sigue confiando y teniendo esperanzas. Aunque tarde unos días más el traslado, lo que a mí realmente me importa más y muy a fondo es resolverte el asunto de la libertad y estoy seguro que será para fin de año.
“Preciosa, este gobierno ya se va y se van a poder arreglar muchas cosas en asuntos no tan sencillos como el tuyo, pero que tampoco no es de lo más complicado. Todo es cosa de $ y como quiera en tratándose de eso yo por tu salida no voy a escatimar ni esfuerzos ni gastos.
“Oye amor el favor que me pidieron para lo del arresto de Lulú yo lo hice porque tu me lo pediste, así que ella te lo debe a ti mi amor.
“Cariño, en estos días mi único consuelo es pensar y pensar mucho en ti y en lo que un día espero sea mi vida a tu lado. JGL.”
Este texto forma parte del número 2292 de la edición impresa de Proceso, publicado el 4 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí