Como lo relata ella misma, María Scherer Ibarra heredó de su padre una parte de su biblioteca. Muchos de los libros que la componen están dedicados por sus autores, con frases que evocan los sentimientos y emociones que despertaba la personalidad de Julio Scherer García. Su hija menor decidió entresacar algunas de estas dedicatorias escritas por la mano de amigos, admiradores y lectores del fundador de Proceso.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un par de años antes de morir, mi padre modificó –por enésima vez– su testamento. Cada vez que volvía de la notaría de Jorge Sánchez Cordero quería platicar con alguno de sus hijos sobre la más reciente enmienda hecha al documento. Todos hacíamos oídos sordos. No queríamos hablar de su muerte; sólo deseábamos que fuera clemente y muy, muy remota.
El 7 de enero de 2015 llegó el momento al que tanto temíamos. Ni los dos interminables años que vimos cómo mi padre resistía toda clase de sufrimientos nos habilitaron para tolerar su ausencia. Pasó mucho tiempo para que nos animáramos a saber qué había dispuesto. Quien lo conoció, sabe que fue un hombre desprendido y espléndido, ajeno, incluso, a la mayoría de sus pertenencias. Lo que disfrutaba de poseer era la oportunidad de regalar.
Confieso que su voluntad me desconcertó al principio. No es que esperara tal o cual cosa, pero tomó algunas decisiones extrañas. A una de mis hermanas le dejó todo lo que contenía su recámara; a otra, lo de la sala; a otra, los muebles, los cuadros, el tapete del comedor, y así.
A Julio y a mí nos heredó los libros que quedaban de su biblioteca. Con los años había donado la mayoría. Las máquinas, dos Olivetti idénticas, fueron para Regina y para Vicente (Leñero). Las fotos, su escritorio, su silla y la escalerita para alcanzar los estantes más altos de sus libreros están hoy en casa de Gabriela, en un despacho tan parecido al que fue de mi papá que conmueve. Cuesta irse de ahí.
Conocida la sucesión, transcurrieron las semanas y los meses. Pablo, mi hermano mayor y albacea, nos recordaba, con mucho tacto y más amor, que recogiéramos lo nuestro. Poco a poco se fue vaciando el departamento, pero los libros seguían ahí, como si se negaran a dejar su espacio.
Creo que ni Julio ni yo nos atrevíamos a desmantelar el refugio de mi papá. Al final, Pablo guardó los libros en cajas y mandó la mitad a su casa y la otra a la mía. De una de ésas salió la más querida de mis posesiones, que ocupa el corazón del librero central de mi casa.
La letra parece de estudiante, redonda, rotunda. En tinta negra, escribió Leñero en un ejemplar de la primera edición de Los periodistas:
“Con anticipadas disculpas y timideces por todo lo que pueda tener este libro que malentienda o malinterprete involuntariamente la historia de esta lucha que es la gran lucha tuya y contigo la nuestra.
“Con mi agradecimiento por lo que tu ejemplo ha significado en mi vida, con mi admiración a ti, el mejor periodista que ha dado México y el más alto varón que he conocido.
“Con cariño al gran amigo y con cariño también para ti y todos los tuyos.
“Sin palabras, pues. Vicente, Mayo/1978.”
Ninguna como ésa, pero así fueron apareciendo, una tras otra, las simpatías, las camaraderías, las amistades, los cariños, los amores y las pasiones que mi padre provocaba, todas expresadas en dedicatorias, ese género que dice Hugo Hiriart es uno “muy pobremente cultivado entre nosotros”.
Comparto algunas, en premeditado desorden.
De Enrique Krauze, en Caras de la historia (1983): “Para Don Julio Scherer, la cara de la dignidad en nuestra historia”. Y en Textos heréticos (1992): “Para Julio Scherer, hereje mayor. Con inmenso afecto”.
Jorge G. Castañeda, en La utopía desarmada: “Para Julio, mi director, mi amigo, y el único que sabe hablarme con cariño y sensatez de mi padre”.
Carlos Fuentes, en La nueva novela hispanoamericana: “A Julio Scherer, que le ha devuelto el honor al periodismo mexicano”.
Enrique Florescano, en Historia de las historias de la nación mexicana (2002): “Para el querido Julio Scherer, este sumario de muchos años de pensar en la misma obsesión, con abrazo afectuoso”.
Carlos Montemayor, en El cuento indígena de tradición oral (1998): “A Julio Scherer García, a su generosidad, a su inmensa amistad”.
Bernardo Bátiz, en Cronicuentos (1994): “A Don Julio Scherer G., como un reconocimiento a su inteligencia y a su valor civil”.
Carlos Monsiváis, en Los mil y un velorios: “A Julio, el omnisciente, de Carlos, con el afecto y la admiración + IVA”.
Ariel Dorfman, en Entre sueños y traidores, un striptease del exilio: “Para Julio Scherer: ángel guardián”.
Hortensia Bussi de Allende, en Chile: una democracia tutelada (2000), de Felipe Portales: “Para mi queridísimo amigo Julio Scherer con mi admiración por su lealtad y su inteligencia”.
Eliseo Alberto, en La fábula de José (2001): “Para Don Julio, esta fábula sin moraleja. Su amigo”.
En La mirada en el centro (1977), José Agustín le escribió: “Para Julio Scherer García, lleno de admiración y de gratitud”.
Y en Seguridad social (1999), Néstor De Buen hizo lo propio: “Para Julio Scherer, mi hombre que escribe libros que sí se leen. Con un afecto tan grande, acompañado de una admiración sin igual”.
Los hombres que dispersó la danza, de Andrés Henestrosa: “A Julio Scherer García, de su constante amigo”.
El progreso improductivo (1979), de Gabriel Zaid: “A Julio Scherer, que lucha contra el progreso improductivo. Un abrazo”. También de Zaid, La nueva economía presidencial (1994): “Para Julio Scherer, ariete contra el absolutismo, con amistad y admiración”.
En Génesis y teoría general del Estado moderno (1971), José López Portillo anotó: “Para Julio Scherer García, el primo más importante del horizonte familiar en tu evidente exceso de sabiduría política, con afecto”.
Tiempo nublado (1983), Octavio Paz: “A Julio Scherer, cerca, cerca, su amigo Octavio”.
Las siguientes son de José Emilio Pacheco:
Irás y no volverás (1973): “A Julio Scherer hoy como siempre”.
Tarde o temprano: “Para Julio, siempre generoso. Treinta años después, mi amistad”.
Ciudad de la memoria (1989): “A Julio, que durante veinte años (1969-1989) ha sido de una impagable generosidad”.
Las dedicatorias en Sálvese quien pueda: “Para Julio Scherer con el afecto de Jorge Ibargüengoitia”, y en Viajes en la América ignota (1972): “Para mi patrón Julio Scherer, con el afecto de Jorge”.
En 1995 Adolfo Aguilar Zinser firmó ¡Vamos a ganar! La pugna de Cuauhtémoc Cárdenas por el poder: “Para Julio Scherer, maestro de las palabras mexicanas, de un amigo que le viene desde otros tiempos”.
En El futbol mexicano: ¿un juego sucio? (1994), de José Ramón Fernández: “Para mi querido Julio, maestro del periodismo, ejemplo para muchas generaciones”.
Jorge Edwards, en Los convidados de piedra: “Para Julio Scherer García, con un saludo cordial”.
Daniel Cosío Villegas, en La sucesión presidencial: “Para Julio Scherer, este déja vu”.
Vestigios (2013), de Javier Sicilia: “Para Don Julio, una inmensa ley en mi vida. Con todo mi agradecimiento y mi amor”.
Héctor Aguilar Camín, en La frontera nómada: Sonora y la Revolución Mexicana (1997): “Para Julio, otra vez, con vieja y nueva admiración, esta historia que fue y sigue siendo, como el afecto fraterno”, y en El error de la luna (1991): “Para Julio, el sombrero quitado, la admiración abierta, el cariño intacto, esta historia de amores perdidos bajo la luna”.
Con Leñero empiezo, con Leñero cierro. De su puño, en Jesucristo Gómez (1986): “Para Julius, colega ejemplar, escritor sin límite, amigo entrañable, hermano de amistades, con siempre afecto”.
“Nos queremos tanto que nos vamos a morir juntos”, le dijo mi padre a Leñero, lúcidos ambos: el fin estaba a la vuelta.
Este texto se publicó el 5 de enero de 2020 en la edición 2253 de la revista Proceso