Tendrá 120 millones de habitantes Jingjinji, la tercera "supermegalópolis" china
Con el objetivo de generar un polo de desarrollo tecnológico global que rivalice con el californiano Silicon Valley, China se aboca a crear una nueva “supermegalópolis” (ya tiene las de Shanghái y Hong Kong) cuyo eje será Beijing. Jingjinji, como se llamará este complejo donde vivirán 120 millones de personas, será una unidad que conserve los beneficios de la cercanía de servicios pero sin los perjuicios de la congestión y la polución.
BEIJING (Proceso).- China consolidará una conurbación que englobará su capital, la ciudad portuaria de Tianjín y la provincia de Hebei.
Se conoce como Jingjinji (Jing por Beijing, Jin por Tianjín y Ji, el ideograma por el cual se conoce Hebei), medirá 215 mil kilómetros cuadrados y tendrá 120 millones de habitantes. Es casi la población de México en la novena parte de su territorio.
Jingjinji era un viejo anhelo chino que el presidente Xi Jinping aceleró en 2015. Nace de una certeza: una ciudad de 22 millones de habitantes es una tortura de tráfico, contaminación y burbujas inmobiliarias que debe ser adelgazada. Beijing conservará los ministerios nacionales y las industrias esenciales y estratégicas, y el resto del parque industrial y oficinas de gobierno será repartido.
Tongzhou, un distrito del sur del extrarradio beijinés, recibirá al grueso de funcionarios. Una decena de pueblos fueron derribados para hacer sitio a la armoniosa sucesión de parques de pasto reluciente, arrogantes complejos residenciales, colegios de aroma británico y pistas de deporte. Nada remite a esa reputación campesina y ruinosa que le atribuyen los capitalinos. En las vastas avenidas se encaran hileras de solemnes edificios grises que acogerán al inminente aluvión de funcionarios. Todo está por estrenarse aquí.
El éxodo hacia Tongzhou rompe la tradición imperial que circunscribía el poder a la Ciudad Prohibida. Mao Zedong la conservó para subrayar su conquista y Beijing hubo de derribar en las siguientes décadas buena parte de su patrimonio arquitectónico para acomodar al mastodóntico cuerpo burocrático.
Será el tercer conglomerado tras los de Shanghái, en el delta del río Yangtsé (16 ciudades y 80 millones de habitantes), y Hong Kong, en el del Río de las Perlas (11 ciudades y otros 80 millones de habitantes), todos en la costa oriental.
Jingjinji no surge de la inercia sino del impulso político y el anhelo de que rivalice con Silicon Valley como motor tecnológico global. Las megarregiones o “clusters” buscan la unión económica y política de ciudades cercanas para fomentar las sinergias, eliminar la competitividad y latir como una unidad. Son una solución al desarrollismo desbocado porque conservan los beneficios de la cercanía de servicios pero mitigan los perjuicios de la congestión. China no es la primera en hacerlas, pero sí la que las ha llevado más lejos en dimensiones e inversión.
“Los estudios demuestran que los mercados laborales más grandes son más eficientes”, señala Alain Bertaud, experto en urbanismo chino.
“El sistema monocéntrico de ciudades como Beijing, Shanghái o Cantón ya alcanzó sus límites de tamaño y densidad. Las líneas del metro, modernas y extensas, están tan congestionadas como las carreteras de circunvalación y las radiales. El modelo “cluster” ampliará el mercado laboral y de la vivienda a una zona mucho mayor, que significará trayectos más largos pero también más rápidos y desplazamientos menos congestionados”, añade.
Beijing no ha inventado nada, agrega, sino que simplemente se ha adaptado a una realidad económica surgida espontáneamente.
La modernidad
La iniciativa lleva el ímpetu gubernamental. Jingjinji es estratégico en el plan “Made in China 2025” que busca para ese año la autosuficiencia y el liderazgo global en una decena de industrias de alto valor añadido, como las de la robótica, los vehículos eléctricos o la biomedicina.
La iniciativa ha sido publicitada sin pausa por el mandatario Xi como la clave económica de las próximas décadas y el relevo del modelo basado en las manufacturas baratas. La guerra comercial declarada por Estados Unidos busca, entre objetivos, arruinar el plan chino.
Los bancos estatales tienen órdenes de priorizar cualquier iniciativa relacionada con Jingjinji y se han construido carreteras e infraestructura sin freno. El año pasado Beijing destinó 36 mil millones de dólares adicionales para estirar la red de alta velocidad. A las cinco líneas ferroviarias actuales se sumarán 12 en 2020 y otras nueve en 2030. Todo el territorio estará entonces en el presupuesto clásico para la viabilidad del flujo de trabajadores: las más de dos horas en carretera que separaban antes Beijing de Tianjín se han reducido a 29 minutos en tren bala.
Cuando Li Dian, publicista de 26 años, llegó a Beijing en 2011 desde la norteña y gélida provincia de Heilongjiang, se asustó por el precio de los alquileres. Y se fue a Tongzhou, entonces una anodina y destartalada ciudad rodeada de pastos. Hoy paga 3 mil yuanes (8 mil 800 pesos) por su casa, el doble que entonces, pero un tercio de lo que piden por un estudio de 50 metros cuadrados en el céntrico barrio capitalino de Chaoyang, donde trabaja. Hasta ahí va cada día en metro junto a su novia.
Emplean hora y media, porque al barrio viejo de Tongzhou aún no llegan las nuevas líneas de metro. “Pero nos compensa. En Beijing es imposible ahorrar, todo es carísimo: la vivienda, los restaurantes… La vida aquí es mas fácil y tranquila. Queremos comprarnos una casa. La ciudad cada día está más cuidada y limpia, hay muchas zonas verdes”, relata. Aquel estigma oprobioso sobre esta ciudad ha desaparecido y cada día más jóvenes profesionales dan el salto.
El frenesí constructor remite sin remedio al Beijing de 10 años atrás. Algunas paradas de metro se inauguraron a tiro de piedra de las cosechas, las grúas pespuntean el cielo y la piqueta acecha a las últimas fábricas ya abandonadas. El plan prevé hospitales, escuelas internacionales y un campus de la prestigiosa Renmin University.
Los lugareños reciben con sensaciones opuestas el proyecto: puestos de trabajo y desarrollo por un lado, el frenesí urbano y la escalada de precios inmobiliarios por otro. Una vecina lamenta que ya no podrá comprarle la soñada casa a su hijo y detalla la progresión: el equivalente de 4 mil 400 pesos por metro cuadrado en 2003, 46 mil pesos en 2012 y 145 mil hoy. Cheng, agente inmobiliario, indica en un mapa la expansión urbana en la orilla derecha del río. Sus trazos rectilíneos y cartesianos contrastan con el caos de la orilla opuesta.
El gobierno ha intentado contener la burbuja inflacionaria en los últimos meses, aumentando los intereses hipotecarios. “Pero el año próximo, cuando lleguen los 400 mil funcionarios, se dispararán porque no hay casas para todos”, pronostica.
Los contrastes
Que Jingjinji repartirá el talento que hasta ahora monopolizaba la capital y mitigará las desigualdades sociales, es un mantra del discurso oficial.
Tianjín es una moderna ciudad de 15 millones de habitantes irremediablemente eclipsada por Beijing. Cuenta con barrios de aroma colonial europeo, la gigantesca y eficiente Área de Desarrollo Económico y Tecnológico y uno de los puertos con más actividad del mundo. De ahí parten muchas de las manufacturas del norte de China. El plan prevé incrementar sus rutas internacionales, aumentar la presencia de industrias tecnológicas y reducir la sensación de olvido de sus habitantes.
Hebei epitomiza la ruina ambiental que combate el gobierno. La provincia, que cuenta aún con siete de las 10 ciudades más contaminantes del país, cerró buena parte de las fábricas de acero y carbón que empujaban su economía. Afronta una delicada reconversión con millones de parados y las empresas llegadas desde Beijing aceitarán el proceso, traerán nuevas industrias y elevarán las condiciones de vida. Los ingresos medios en Hebei son ahora 40% de los beijineses.
El sur ha ejercido tradicionalmente de motor nacional. Shanghái es la capital económica y no hay negociadores más duros que los de la provincia de Zhejiang, impulsores con sus triquiñuelas protocapitalistas del proceso de reformas, ni más audaces que los de Cantón. Su tradición emigrante por su acceso al mar explica que su cocina sea la más conocida en el mundo. En las últimas décadas acogieron las fábricas de las compañías de la vecina Hong Kong en las que se forjó el milagro económico chino. Jingjinji moverá el eje hacia el norte o, al menos, reducirá la brecha.
El epicentro del proceso es Xiongan, una zona agrícola que será convertida en capital tecnológica. Su flamante centro de exhibiciones adelanta una ciudad futurista y ecológica.
“Los he traído aquí para que conozcan hacia dónde va China”, dice con orgullo Zhang Zhan Hui, vecino de Xiongan y profesor de la academia de los cuadros del Partido Comunista. Señala al grupo de jóvenes de cantoneses que lidera: “Ahora vienen a aprender qué hacemos aquí. ¿Sabes por qué los cantoneses han sido siempre los más fuertes? Porque copian a los mejores”, revela.
China enfrenta problemas sociales urgentes. Ha regulado la mudanza a las ciudades con el hukou, el registro administrativo que ata a la población a su lugar de origen, de forma que sólo ahí disfrutan de derechos como la educación o la sanidad.
El hukou ha impedido el trasvase incontrolado, pero también ha creado una segunda clase de ciudadanos que sólo disfrutan de las migajas del milagro económico.
Un incendio con 18 muertos en el arrabal beijinés de Xinjian acabó en noviembre pasado con la expulsión de más de 20 mil migrantes. Las autoridades alegaron la peligrosidad de las infraviviendas, dieron un día a sus moradores para largarse durante el crudo invierno y enviaron las excavadoras. Fue una crueldad excesiva incluso para gente acostumbrada a la vida áspera y sacudió la conciencia de la mimada clase media. La injusticia era flagrante: Beijing se desembarazaba de los que habían contribuido a levantarla. La mayoría eran “inmigrantes de baja calidad” e ilegales, según la versión oficial.
“Me enorgullece trabajar aquí, esto simboliza el auge de China”, explica Zhang Xinghe mientras finiquita unos fideos instantáneos frente a los edificios oficiales de Tongzhou.
Tiene la piel quemada por el sol, los dedos deformados y las botas agujereadas. Sólo algunas excavadoras, hormigoneras y cuadrillas en camionetas mitigan el vacío de sus avenidas. Es una mañana dominical despejada que rompe su sosiego al mediodía. Cientos de trabajadores de la construcción se juntan en una confluencia cualquiera y se arremolinan frente a los carros de comida, chucherías, cigarros o bebidas. Comen sobre el asfalto y ríen en un caótico y sano atentado contra la inane solemnidad del lugar.
Con su cerrado acento de la provincia de Henan, Zhang explica que descansa dos días al mes y gana 5 mil 600 yuanes (unos 16 mil 600 pesos), el triple de lo que conseguía sembrando cacahuates en su pueblo. Tan pronto termine la obra se mudará a otra construcción donde requieran sus baratos servicios.
Ningún país ha experimentado un proceso de urbanización tan veloz como China. Su milenaria fisonomía rural fue dinamitada en cuatro décadas. El tránsito de los arrozales al cemento plantea retos superlativos en materia medioambiental o de materias primas. Y el mundo se juega mucho en él: Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, señaló la urbanización china y los avances tecnológicos de Estados Unidos como los vectores clave del siglo XXI.
Jingjinji, por su volumen, podría alcanzar niveles de productividad nunca vistos en el mundo y marcar diferencias similares a las que disfrutó Inglaterra con la Revolución Industrial, opina Bertaud. Eso exige que funcione.
Austin Williams, director del Proyecto Ciudades del Futuro y autor del libro La revolución urbana de China, señala que el proyecto “cuenta con algo que todas las ciudades ansían: el completo e inequívoco apoyo del presidente Xi. En ese sentido, ‘no puede’ fallar”.
Williams añade que Jingjinji aprovecha las enseñanzas de otros proyectos que incumplieron las expectativas. “El cluster está demostrando que algunas áreas de este vasto territorio quedarán retrasadas, pero dado que ya produce 10% del PIB chino, se puede considerar magnífico comparado con las enfermas economías occidentales”.
Este reportaje se publicó el 30 de diciembre de 2018 en la edición 2200 de la revista Proceso.