La abogada mexicana que defiende palestinos
Es mexicana e israelí y se llama Gaby Lasky. Es concejal, aspira a ser diputada y es la abogada que defiende a la adolescente Ahed Tamimi, quien se ha convertido en el más reciente símbolo de la resistencia palestina. De figura menuda y carácter decidido, la litigante provoca en Israel sentimientos encontrados por defender a pacifistas, militantes antiocupación y menores palestinos. Su lucha por los derechos humanos es más importante que las amenazas que recibe. A 35 años de su llegada a Israel mantiene un sueño: contribuir a la construcción de un país más democrático y justo, dice en entrevista con Proceso.
TEL AVIV (Proceso).- Una mujer menuda, con la toga negra de abogada, gesto sonriente y paso decidido, se abre paso entre periodistas, diplomáticos y guardias de seguridad hasta llegar a la minúscula sala de audiencias del tribunal militar israelí de Ofer. Es una mañana lluviosa y ventosa de febrero y esta corte –varios cubículos prefabricados, rodeados de impresionantes medidas de seguridad, alambradas y cámaras de vigilancia– aparece ante los ojos de todos como un lugar siniestro y hostil.
Muy a su pesar, la abogada Gaby Lasky conoce de memoria este tribunal, el rostro de sus guardias y el nombre de los jueces. Las cámaras y la presencia internacional que se han dado cita ese día no parecen intimidarla ni forzar su determinación, bien conocida por sus clientes y sus adversarios.
Sin esa determinación, sin su optimismo desbordante y su amor por Israel, Lasky asegura que no podría estar esa mañana defendiendo con aplomo a Ahed Tamimi, una menor palestina detenida en diciembre por abofetear a un soldado israelí. La joven fue acusada de 12 supuestos delitos. Ello podría derivar en que un magistrado de Ofer –donde sólo se juzga a palestinos y cuyo índice de condenas roza el 100%– decida recluir a la joven varios años en una prisión israelí.
“No hay que olvidar dónde estamos: Ofer se sitúa en Cisjordania, en tierra palestina; es una corte de la ocupación israelí y su misión no es impartir justicia sino perpetuar la ocupación. Sé cuáles son mis límites y mi prioridad es sacar de la cárcel cuando antes a menores como Ahed Tamimi, hacer que su voz se escuche y denunciar ante los jueces los estragos que provocan cuando condenan a un niño”, sentencia Lasky con tono firme.
“Porque alguien se los tiene que decir”, agrega, tras quedar pensativa un momento.
El mundo se ha interesado por el caso de Ahed Tamimi, convertida para los palestinos en un símbolo de la resistencia no violenta a la ocupación y para parte de la sociedad israelí en una criminal que humilló al ejército de Israel y debe recibir una condena ejemplar.
Para Lasky el caso de esta joven de 17 años no es tan diferente al de otros niños palestinos encarcelados en prisiones israelíes, a quienes defiende desde hace años. Concretamente 350 menores palestinos están detenidos en cárceles israelíes, según datos publicados en marzo por la ONG israelí B‘Tselem.
Esta mañana Lasky defenderá a su cliente, pero sobre todo denunciará, sin que le tiemble la voz, una ocupación israelí que se normaliza y se perpetúa y que por tanto es totalmente ilegal, según las leyes internacionales. Eso implica que el tribunal que está frente a ella también lo es y no tiene capacidad de juzgar a nadie.
Es un argumento osado, una lucha de un Quijote contra enormes molinos en la que Lasky transmite un convencimiento y una ilusión desconcertantes.
“Yo estaba predestinada. Nací en 1967, año en que empezó la ocupación israelí”, bromea, refiriéndose a la victoria de Israel tras la Guerra de los Seis Días que dio inicio a la toma de control de Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza.
Sin horarios ni tarifas
Lasky se autodefine como “abogada de derechos humanos”. Gran parte de su trabajo consiste en defender a palestinos, israelíes y extranjeros que resisten de manera no violenta la ocupación; a acusados de delitos incompatibles, según esta letrada, con la libertad de expresión y el derecho a manifestarse libremente; a jóvenes que se niegan a hacer el servicio militar obligatorio o a intelectuales detenidos por lo que escriben.
Los casos se apilan en su oficina de Tel Aviv, en “un despacho de abogadas”, recalca, haciendo hincapié al pronunciar la palabra “abogadas”.
“Aquí también trabajan hombres, pero es una firma dirigida por mujeres”, precisa.
Su teléfono está siempre conectado y no tiene horarios. Se sonroja y evita el tema, pero admite que en algunos casos tampoco puede cobrar, y mucho menos por adelantado, como harían otros colegas. “Cuando te llaman en mitad de la noche porque acaban de detener a un menor en Cisjordania no puedes decir: mi tarifa son 200 dólares la hora”, comenta.
Y conseguir espacio para una entrevista en su repleta agenda es complicado. Una audiencia retrasada o una cita ante el tribunal para intentar liberar a un activista detenido hace que sus citas se suspendan o se pospongan.
A su tarea de abogada se suma su trabajo como concejal de Tel Aviv por la formación de izquierda Meretz, cargo para el que fue elegida en 2013. Su frenesí diario hace que la abogada mexicana no recuerde cuándo fue la última vez que vio una película completa, tenga que pensar para responder cuál es su pasatiempo favorito y haga malabarismos para disfrutar momentos con su pareja y sus dos hijos, aún pequeños.
“Realmente yo estudié historia del arte, sociología y antropología. Me imaginaba en México trabajando como antropóloga cultural o algo así, pero me metí en política en la universidad y ahí empezó todo. Después vi que si quería trabajar en derechos humanos tenía que estudiar leyes y cambié de rumbo”, explica.
Lasky llegó a Israel a los 15 años. Había nacido y crecido en la Ciudad de México, donde sus abuelos llegaron tras huir de Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial. Creció en una familia sionista, decidió quedarse en Israel con la ilusión de ayudar a construir un país “justo, igualitario, democrático” y encarna un “judaísmo humanista”, donde la tradición se respeta pero se adapta a los nuevos tiempos para construir una sociedad más moderna y participativa.
“Pero vivimos tiempos negros. La democracia israelí se viene abajo. Este no es el país que queríamos construir tras el Holocausto y acuso directamente a este gobierno, que está haciendo cambios en el Tribunal Supremo e impulsando leyes anticonstitucionales y contrarias al derecho internacional para anexar a Israel territorios palestinos. Es un gobierno que no pelea por la gente sino por su propio beneficio”, asegura.
Objetivo: ser diputada
Una frase se repite a menudo durante la entrevista. “No puedo quedarme sentada, queda mucho por hacer”. Lasky lamenta que en Israel la mujer no esté conquistando más espacios, que los índices de contaminación ambiental sean altísimos, que la brecha entre ricos y pobres se haga cada día mayor, que el espacio para los laicos se reduzca peligrosamente en la sociedad israelí y que la actitud de buena parte de los ciudadanos ante lo que ocurre en los territorios palestinos sea cerrar los ojos.
“La ocupación está haciendo que la sociedad israelí se vuelva mucho más violenta. Provoca una especie de esquizofrenia entre nosotros, que es tan dañina como la ocupación misma, y la violencia que estamos provocando en los territorios palestinos. Nos va a destruir como sociedad democrática”, afirma.
Los ojos de Lasky trasmiten un convencimiento y una fuerza que no pueden ponerse en duda. Su activismo y su perseverancia en defender los derechos de los palestinos y de quienes apoyan su anhelo de tener un Estado independiente le han granjeado críticas implacables, amenazas y un calificativo que le duele especialmente: “Traidora”, dice, moviendo la cabeza con gesto triste.
“Y yo siento que soy todo lo contrario. No me gusta la palabra patriota, pero yo hago lo que hago porque amo a Israel y a la gente de mi país. Creo que quien lucha por un país justo, bueno y libre es quien realmente quiere a su país. Sin embargo, recibo críticas durísimas, cartas y llamadas telefónicas horribles y hay personas que me amenazan de muerte a mí y a mis hijos”, agrega.
Issa Amro, una de las caras más visibles de la resistencia pacífica palestina contra la ocupación, sólo tiene palabras de agradecimiento para la que es su abogada desde hace cinco años.
“Gaby no es sólo una abogada, es una persona que apoya la resistencia pacífica. Yo la veo como alguien que siempre está disponible, que es muy leal y cuya prioridad no es el dinero. Cree de verdad en nuestra lucha y trabaja muy duro para defender a gente como yo”, afirma.
Amro, palestino de Hebrón que desde hace más de una década intenta poner freno al avance de las colonias israelíes en la ciudad, está acusado de varios delitos de incitación a la violencia y también es actualmente juzgado en Ofer.
“Ha conseguido sacarme de la cárcel varias veces y dentro de este sistema judicial perverso, ella lucha sin descanso, con una energía increíble. Se sabe los casos de memoria y sabe encontrar los fallos para poner a quienes nos acusan frente a sus mentiras”, asegura.
Pero Lasky no oculta su frustración ante la dificultad de luchar caso por caso para “enderezar las injusticias” o sentar jurisprudencia. Su objetivo ahora es entrar al Parlamento israelí, la Knéset, y está a las puertas de lograrlo. Es la siguiente en la lista nacional de Meretz, su partido, que cuenta actualmente con cinco diputados.
“Creo que sería muy buena diputada y sobre todo veo la Knéset como un lugar donde sí podría cambiar realmente las cosas, modificar leyes, introducir normas…”, afirma, segura de sí misma.
Un sistema de apartheid
Su lucha por los derechos de los palestinos la resume en un ejemplo sencillo y revelador: un niño palestino y un niño colono israelí se tiran piedras.
El colono irá tal vez ante un tribunal israelí que se rige por una ley moderna y humanizada que no lo obligará a estar detenido hasta ver a un juez. La justicia le dará oportunidades, velará por él y por su futuro y lo ayudará, llegado el caso, a una reinserción social.
En tanto, hasta el inicio de su juicio el palestino será detenido en una cárcel israelí, será catalogado como preso de seguridad, no podrá hablar con sus padres, se verá confrontado a interrogatorios y documentos escritos en hebreo. Según Lasky, no habrá sistema que lo cuide.
“No puede ser que un país aplique dos justicias tan diferentes a dos niños por un mismo presunto delito, dependiendo de su etnia. Eso sólo tiene una palabra y se llama apartheid”, denuncia.
Lasky se acaricia nerviosamente la melena rubia durante la entrevista. Es tremendamente expresiva, apasionada en su discurso y claramente perfeccionista.
“Mi español ya no es tan bueno. Me da rabia que me falten las palabras por momentos”, se disculpa en varias ocasiones, con inconfundible acento mexicano.
A México lo siente como su país también, una tierra a la que vuelve a menudo para visitar a su padre y a otros miembros de la familia que viven allá, a hacer turismo, a respirar y a mostrar a sus hijos sus orígenes.
“Mis dos identidades, mexicana e israelí, conviven de forma armoniosa. Me he reencontrado con México tras haber salido de allá hace años. Siento un gran amor por mi país, por su arte, su comida, sus colores, su cultura…”, dice.
“Y también me quito el sombrero ante todos los activistas y los abogados de derechos humanos mexicanos, porque allá también la corrupción, la violencia y la impunidad son realidades terribles y no todo el mundo tiene la valentía para denunciarlas. Yo no sé a dónde me habría llevado la vida si me hubiera quedado allá. En Israel, está claro que mi vida no podría ser otra”, asegura.
Tras ella, en su despacho, una gran fotografía pareciera ilustrar perfectamente sus palabras. En la imagen se ve una parte del muro de separación que Israel ha construido en torno a Cisjordania y sobre él, un grafiti del famoso artista urbano Banksy, que ha pintado varias obras en este muro, siempre del lado palestino, para denunciar su existencia.
El grafiti muestra a una niña que, sujeta a varios globos, comienza a elevarse y a ascender, pequeña y ligera, la enorme pared de hormigón.
“Me quedaré en Israel mientras pueda seguir luchando y crea que puedo mejorar las cosas. Por ahora creo que lo que hago vale la pena”, piensa en voz alta.
Días después de esta entrevista, Lasky logró un acuerdo para que se redujera la lista de cargos que pesaban sobre Ahed Tamimi a cambio de que la joven se declarara culpable de agresión a un soldado israelí. La menor palestina fue condenada a ocho meses de cárcel. El escenario menos malo dentro de un sistema perverso, según la abogada.
Este reportaje se publicó el 8 de abril de 2018 en la edición 2162 de la revista Proceso.