Futbol argentino: Narcomenudeo y violencia, el obsceno vínculo entre las porras y la política
“Si la barra no quiere, el partido no se juega” es una máxima del futbol argentino que refleja la amarga situación de violencia que llevó a suspender la final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors el 24 de noviembre último en Buenos Aires. Se trata de grupos de animación que bajo el amparo de la corrupción de las autoridades políticas y judiciales mutaron en organizaciones delictivas que controlan la venta de droga y de piratería, revenden boletos, extorsionan a comerciantes y participan en actos de campaña y sindicales.
BUENOS AIRES (Proceso).- Caverna es su apodo. Su nombre es Héctor Godoy. Caverna Godoy es el líder de los aficionados violentos de River Plate. River Plate y Boca Juniors conforman desde hace más de un siglo la rivalidad más emblemática del futbol argentino.
A diferencia de Rafael Di Zeo, jefe de La 12, la porra brava de Boca, quien hasta hace algunos años daba entrevistas a los medios, Caverna, cabeza de Los Borrachos del Tablón, era un personaje ignoto hace unos días. Se trata de un aficionado anónimo del que circulan sólo tres o cuatro fotos en internet en las que se le ve enfundado en un gorro hasta los ojos, en el epicentro de la tribuna del Estadio Monumental.
También hay otras dos imágenes de Caverna en sus credenciales de socio y de empleado de mantenimiento en River, incautadas por la policía que allanó su domicilio un día antes de la frustrada final de la Copa Libertadores.
El apodo adosado a Héctor Godoy se debe, según ha recabado la prensa local, a “su manera de pensar y resolver los conflictos por métodos que escapan a la palabra”. Su habilidad para permanecer en lo más alto de la barra brava de River expresa, al mismo tiempo, otro tipo de capacidades.
Caverna Godoy ingresó a la porra hace 20 años. Varios de quienes la lideraron desde entonces están presos, y también alguno, muerto. Todo como resultado de enfrentamientos internos por el control del negocio.
Lo anterior explica por qué en los torneos argentinos, en los que desde 2013 se prohíbe el público visitante en los estadios, el nivel de violencia no cede.
Como jefe de Los Borrachos del Tablón, Godoy gestiona desde 2009 los negocios asociados con la porra: salvo algunas diferencias, estas agrupaciones de “animación” controlan la reventa de boletos y de boletos falsos, el comercio de artículos pirata, el cobro de piso a quienes venden comida y bebida en el estadio, la recaudación por el estacionamiento y la venta de droga. También tienen intereses en la negociación con dirigentes y jugadores, y participan en actos políticos y sindicales.
El 23 de noviembre último, durante el citado allanamiento judicial en su domicilio, a Godoy se le incautaron 10 millones de pesos (285 mil dólares), 15 mil dólares, 300 entradas para el decisivo superclásico que estaban destinadas a la reventa o a los integrantes de la barra brava.
Godoy, quien no estaba en su domicilio durante el operativo, no tiene un trabajo fijo. De todos modos el juez del caso desoyó la solicitud del fiscal para detenerlo. A nadie se le escapa que el allanamiento –un día antes de una final a la que los simpatizantes de ambos equipos asignan una importancia única– representaba una amenaza de primer orden para la seguridad del encuentro. Si la barra no quiere, el partido no se juega, dice una antigua máxima en el futbol argentino.
Unas 65 mil personas asistieron al Estadio Monumental el 24 de noviembre. Durante el ingreso transcurrieron largas horas bajo el sol en las que la multitud apenas avanzaba debido al cotejo de las entradas con los documentos de identidad correspondientes.
También hubo avalanchas colectivas que causaron grupos organizados. El barrio era tierra de nadie, con violentos robos a los aficionados y destrozos de autos estacionados. El operativo de seguridad alternó momentos de represión indiscriminada –con bastones y gases– con lapsos en los que no hubo presencia disuasiva.
El último tramo para el acceso del equipo visitante al estadio se dejó increíblemente sin vallado. El autobús de Boca Juniors llegaba desde el centro de la ciudad después de ser despedido a su paso por miles de seguidores. Pero se vio forzado a disminuir la marcha y a transitar sin protección junto a los aficionados de River, quienes le arrojaron una buena cantidad de piedras y botellas, tal como se ve en las imágenes que recorrieron el mundo.
Connivencia
“Aunque se enojen los intelectuales, todo lo que sé de política lo aprendí del futbol”, dijo alguna vez Mauricio Macri. El presidente argentino dirigió a Boca Juniors entre 1995 y 2007, año en que asumió el cargo de alcalde de la ciudad de Buenos Aires. Su afirmación no ofende a ninguna persona informada. La Asociación del Futbol Argentino (AFA) es para cualquier gobierno un ministerio de facto.
El componente político del balompié crece en detrimento de la calidad del espectáculo deportivo. Cuando Macri se fue de Boca dejó a cargo del club a su amigo, el empresario de juegos de azar Daniel Angelici, quien hoy es el hombre fuerte dentro de la AFA y el principal operador del gobierno en la Justicia.
“Esta final, que nunca va a repetirse, es una oportunidad histórica que tenemos que inmortalizar con un espectáculo completo, y eso incluye a la afición visitante”, sorprendió a todos Mauricio Macri el 2 de noviembre. Su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, señaló que si Argentina podía garantizar la seguridad en una cumbre del G 20, bien podría hacerlo en dos finales de la Copa Libertadores con público visitante.
Sin embargo, Macri se encontró con la oposición de su alfil en la ciudad de Buenos Aires, el alcalde Horacio Rodríguez Larreta; la de su alfil en Boca, Daniel Angelici, y también la del presidente de River, Rodolfo D’Onofrio. A todos les parecía que era demasiado alto el riesgo de incidentes graves.
Macri tiene con Rodríguez Larreta, por otra parte, diferencias sobre la gestión de la seguridad urbana. El alcalde no contradice a Macri, pero tampoco quiere pagar el costo político de endurecer la represión social en su distrito.
El operativo de seguridad durante la final fallida estuvo a cargo de 2 mil efectivos de la policía local y de las fuerzas federales. La zona donde se produjo el ataque al autobús de Boca era responsabilidad de la Prefectura Naval Argentina.
La falta de vallado a 50 metros del lugar de tránsito, según indica el protocolo, es una negligencia inconcebible, producto de la mala relación entre las fuerzas de seguridad locales y federales.
Para completar el cuadro, cuando el daño ya estaba hecho se arrojaron gases lacrimógenos que afectaron a los jugadores y al conductor del autobús. Presionado por el propio Macri, quien teme a un mayor desplome de su imagen, el alcalde de Buenos Aires expuso a su secretario de Seguridad, Martín Ocampo, asumiendo el costo político por lo sucedido. Debajo de la mesa, sin embargo, sigue responsabilizando a las fuerzas federales.
Los grandes medios hablan de las fallas a la hora de garantizar un espectáculo deportivo de orden internacional. Pero obvian una realidad inocultable: la conexión entre la política y el futbol atraviesa las entrañas de los gobiernos porteño y nacional en sus máximos niveles.
Daniel Angelici y el vicepresidente de Boca, Darío Richarte, tienen fuertes lazos con la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). El director de la AFI, Gustavo Arribas, es representante de futbolistas y creció a la sombra de Macri en Boca. Diego Santilli, vicejefe de Gobierno y secretario de Seguridad de Buenos Aires, es hijo de un expresidente de River.
Es estrecha la relación entre la dirigencia de los clubes, funcionarios de gobierno, fuerzas de seguridad y porras bravas. Son los propios dirigentes los que ponen abogados de confianza para defender a los violentos y realizan los trámites necesarios para que los jueces modifiquen las carátulas de sus causas.
Inadaptados
Para la fiscalía “no hay ninguna duda de que alguien de la Comisión Directiva de River le dio las entradas a Caverna Godoy”, dijo el 25 de noviembre Norberto Brotto, a cargo del allanamiento en la casa del líder de Los Borrachos del Tablón.
Rodolfo D‘Onofrio, presidente de River Plate, dijo que no sabía cómo llegaron las entradas a manos del sospechoso. Tiene “derecho de admisión” en el Estadio Monumental. Los violentos suelen burlar esta prohibición con credenciales de aficionados fallecidos. Godoy estuvo al frente de la porra en todos los países sudamericanos en los que River disputó la Copa Libertadores.
River Plate es uno de los clubes más tradicionales de Buenos Aires. Caverna lo ha frecuentado durante años. Ahí protagonizó peleas sangrientas. El 25 de noviembre de 2014, en medio de un enfrentamiento en la confitería y en el estacionamiento del club, que involucró a 150 personas, fue apuñalado, pero salvó la vida y el mando.
“Cada vez que pasa algo con la barra brava, D’Onofrio dice que no los conoce, criticó el periodista Pablo Carrozza, autor de Yo no soy como esos (editorial Planeta, 2015), que cuenta la historia de Los Borrachos del Tablón. A partir de su libro se inició una causa penal contra la agrupación violenta, pero finalmente terminó en nada porque River Plate decidió no actuar como damnificado. Por el contrario, estos hooligans sudamericanos le iniciaron una causa al periodista.
El presidente de River suponía que una coronación en la Libertadores sería un trampolín para su salto a la política, desde un espacio opositor a Macri. Ahora recalcula su estrategia. También genera suspicacias que se persiga a la barra de River a horas de un partido decisivo, con la AFA y parte de la justicia controlados por hombres cercanos a Mauricio Macri.
Cada vez que un hecho de violencia en el futbol es noticia se habla de los aficionados violentos como “inadaptados”. No parecen serlo. “Son sujetos adaptados a lo que espera de ellos una cultura futbolística organizada en torno de la violencia como ética”, escribió el sociólogo Pablo Alabarces en la Revista Anfibia. “Les llaman inadaptados, pero es un eufemismo muy inadecuado. Se trata de gente muy bien adaptada a una realidad desagradable”, dijo a El País el 26 de noviembre.
El propio Rafael Di Zeo, jefe de la porra de Boca, lo ha dicho claro: “El futbol es un negocio del que viven jugadores, dirigentes, representantes, los periodistas, todos. Y a nosotros, que aportamos al espectáculo, también nos corresponde una parte”.
Ninguno de los últimos gobiernos ha asumido la decisión política de terminar con este problema. El vínculo entre el poder político y las barras bravas es obsceno. Macri anunció que impulsaría una ley para endurecer las penas para “todos los violentos”. No obstante, su presidencia en Boca fue una época de oro para los negocios de La 12 y con disputas a los tiros entre sus jefes.
El gobierno de Mauricio Macri no pudo garantizar la seguridad del autobús que conducía a los jugadores visitantes hacia el estadio de River. La candidatura de Argentina como sede del Mundial 2030, en conjunto con Uruguay y Paraguay, no cuenta hoy con buenas credenciales.
La Confederación Sudamericana de Futbol ha dicho que no están dadas las condiciones para que la final de la Copa Libertadores se juegue en Argentina. Ahora el partido y buena parte del negocio se trasladarán a la ciudad de Madrid para el domingo 9.
Este reportaje se publicó el 2 de diciembre de 2018 en la edición 2196 de la revista Proceso.