El romance secreto de Frida Kahlo en París
Aparecida en los ochenta, la “Fridomanía” ha alcanzado tales despliegues que pareciera ya saberse todo sobre la obra y la vida de la entrañable pintora mexicana. Pero hoy tenemos a la vista un cuadro desconocido, El Corazón, y un libro recién aparecido en Francia en el que se reproducen las grabaciones de Michel Petitjean acerca de su relación íntima con Frida, en 1939, durante el viaje que hizo a París para exponer la muestra Mexique, coordinada por él. Marc, su hijo, cuenta esta historia por primera vez.
PARÍS (Proceso).- Es una grabación de 1979. Se oye el ligero ronroneo del motor de la grabadora. Muy amable, algo divertido, Michel Petitjean contesta las preguntas de Ruth Thorne Thomsen sobre la exposición de Frida Kahlo en París y su estadía a principios de 1939.
Petitjean, quien coordinó la muestra Mexique, concebida por André Breton –en la que el “Papa del surrealismo” presentó, ademas de 18 cuadros de Frida, fotos de Manuel Álvarez Bravo, piezas prehispánicas y artesanía popular–, da detalles sobre su apertura el 8 de marzo en la Galerie Renou et Colle.
“La galería era un lugar íntimo de cuatro habitaciones pequeñas. Por lo general las inauguraciones se llevaban a cabo entre las seis de la tarde y las 10 de la noche. La gente pasaba y se iba, la concurrencia cambiaba constantemente. No era algo prestigioso. No era un evento mundano. Lo esencial no era juntar a 300 personas, sino tener a las 30 que contaban. Y estas personas Frida sí las tuvo. Eran amigos de la galería, amigos de los surrealistas, amigos de Charles Ratton y amigos míos. No fue un gran acontecimiento pero se vio y se valoró su obra.”
Petitjean describe a Frida un tanto “desprendida” durante la inauguración. Dice:
“No era el tipo de artista que ansiaba mostrar su obra ni hablar de ella. Se veia relamente muy despegada de su obra…”
A pedido de Ruth Thorne Thomsen, habla de los artistas que frecuenta Frida en París. Alude a sus relaciones difíciles con Breton. Recuerda su complicidad amorosa con la pintora Jacqueline Lamba, pareja de Breton, y su amistad con la fotógrafa Dora Maar, pareja de Picasso.
Y poco a poco, como si nada, Michel Petitjean va soltando una que otra confidencia sobre su relación con Frida. Lo hace con suma discreción e infinito placer.
Primero dice:
“Muy pronto eso se convirtió en un pequeño romance…”
Cambia de tema y precisa:
“Fue un episodio muy bello… por su intensidad e inclusive por sus límites…”
En otro momento, sin que Ruth le pregunte nada, revela:
“Fue una gran pasión, una pasión que nació el día en que cayó Barcelona (El 26 de enero de 1939, 90 mil soldados franquistas ocupan la capital catalana)… Estábamos cenando en casa de Marie Laure y al final de la velada me enteré por radio de la caída de Barcelona… Lloramos tanto… (La voz de Petitjean se torna ligeramente nostálgica)… Lloramos tanto… que finalmente pasamos la noche juntos… llorando… (Petitjean arriesga una risa tímida)… Así fue… En el Hotel Regina… Fue bello… Muy bello… Algo muy en la línea de Breton… en la línea de L’Amour Fou de Breton…”
Cada vez más feliz, recuerda:
“Nuestra amiga Mary Reynolds (Pareja de Marcel Duchamp) me prestó su casa. Me dijo: ‘Ya no los quiero ver así… Vete a vivir a mi casa con Frida… Yo me voy a donde sea. Al hotel… No importa’. ¡Existían tan bellos sentimientos en esa época!”
Es obvio que Michel Petitjean se muere de ganas de seguir hablando de su relación con Frida, pero Ruth no le da cuerda. Esa renombrada fotógrafa estadunidense se nota algo tensa, y no es para menos. En realidad hace esa entrevista con Petitjean a solicitud de su amiga Nancy Deffebach, historiadora de arte norteamericana imposibilitada de viajar a París.
Deffebach es una de las primeras académicas en interesarse en la pintora mexicana, a la que dedica dos libros: Precolombinan symbolism in the art of Frida Kahlo (1991) y Maria Izquierdo and Frida Kahlo, challenging visions of modern mexican art (2015), publicados por la Universidad de Texas.
Ruth tiene una lista de preguntas que le entregó Nancy y se apega escrupulosamente a ella durante las dos entrevistas que sostiene con Michel Petitjean, a mediados y a finales de 1979. En ambas oportunidades éste evoca su intimidad con Frida, pero la fotógrafa no percibe la importancia de sus confidencias o no se atreve a apartarse de su cuestionario.
* * *
Marc Petitjean, reconocido documentalista, hijo se Maichel Petitjean, confía a la corresponsal:
“Descubrí estas grabaciones hace dos años. Oír la voz de mi padre hablando así de Frida Kahlo me conmovió al tiempo que me dejó totalmente atónito. Mi padre nunca hizo la mínima alusión a su romance con Frida. Evocó una que otra vez su larga relación con Anne Laure de Noailles, pero nunca habló de Frida. Mis hermanos y yo sabíamos que se habían conocido porque uno de sus autorretratos –El Corazón–, que lleva también el título de Recuerdo, adornaba el salón de nuestra casa.”
Acaba de publicar Le Cœur, Frida Khalo en París, un libro singular que rompe con lo que hasta la fecha se ha escrito sobre la estadía de dos meses –del 21 de enero al 23 de marzo de 1939– de la pintora en la Ciudad Luz.
–Su padre ni siquiera insinuó…
–Nada. No insinuó nada. En mi familia pensábamos que Frida Kahlo le había obsequiado El Corazón en agradecimiento por su labor en la organización de la muestra.
–¿Hablaba de ella como de una buena amiga?
–No hablaba de ella, no respondía a nuestras preguntas. A lo largo de toda su vida guardó silencio sobre esa relación. Hace 10 años realicé Zonas grises, un documental sobre las actividades de mi padre durante la Segunda Guerra Mundial antes de que cayera preso por los nazis. En esa oportunidad entrevisté a amigos suyos, y uno de ellos mencionó un flirteo con Frida Kahlo al cual no presté mayor atención. Me sonó demasiado anecdótico.
En 2015, una llamada telefónica dio otra dimension a ese supuesto “flirteo anecdótico”.
“Me contactó un periodista mexicano que había consultado los archivos de Frida Kahlo descubiertos en 2004 en las habitaciones selladas de la Casa Azul y ahora disponibles para los investigadores. Entre los documentos que le habían llamado la atención destacaban cartas y postales firmadas por mi padre y dirigidas a Frida que evidenciaban su relación amorosa”, cuenta.
El interlocutor de Marc Petitjean quería saber si su padre había conservado cartas de Frida.
“Revisé todos sus archivos y no encontré nada. En cambio hallé la correspondencia de mi padre con historiadoras de arte, como Nancy Deffebah y Hayden Herrera, entre otras. Todas querían ver El Corazón y conocer la historia de ese cuadro. Nancy Deffebach tuvo la elegancia de mandarme la copia digitalizada de la grabación de las pláticas que mi padre sostuvo con su amiga Ruth en 1979”, explica.
Paralelalamente, el periodista mexicano, cuya identidad Marc Petitjean prefiere guardar, le hizo llegar copias de las cartas y postales escritas por su padre y conservadas en los archivos de Frida Kahlo y Diego Rivera.
“No di crédito. Otra vez me sorprendía mi padre. Investigar su vida entre 1940 y1945 para realizar Zonas grises me llevó años y fue un proceso doloroso a nivel personal porque intenté esclarecer su relación con el gobierno de Vichy (Que colaboró con la ocupación nazi). Pensaba haber cerrado el ‘capítulo paternal’. Pero estaba equivocado. Surgía otro Michel desconocido y supe que de nuevo debía seguir sus huellas”, comenta.
* * *
Marc Petitjean dedicó dos años completos a su investigación, leyó todas las biografías de Frida Kahlo, memorias y diarios de los artistas e intelectuales que la pintora frecuentó en París, revisó los periódicos de la época, contactó a los hitoriadores de arte que habían entrevistado a su padre, consultó archivos y llegó a la conclusión de que Frida Kahlo había pasado momentos muy felíces en París, a diferencia de lo que la artista contaba en sus cartas a Diego y a sus grandes confidentes, la pareja formada por Ella Goldberg y Bertram Wolfe.
“Este pinchísimo París me cae como patada en el ombligo”, expresó una vez enojada a los Wolfe…
Escrito en primera persona, Le Cœur describe las distintas etapas de esa investigación. Lleva al lector al París helado del invierno de 1939, a la vez efervescente y angustiado en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. De repente aparece Frida Kahlo, luego Michel Petitjean.
Frida tiene 32 años; Michel, 29. Ella llega de Nueva York después del éxito de su exposición personal en la Julien Levy Gallery.
Michel se desborda en actividades. Etnólogo –trabajó durante cuatro años en el Museo de Etnografia–, amante del séptimo arte –participó en la creación de la Cinemathèque Française en 1936–, ingeniero agrónmo y periodista, Petitjean se desempeña en 1939 como colaborador de Charles Ratton, afamado galerista, coleccionista de arte prehispánico y africano, y comerciante de arte. Es a pedido de Ratton que asesora a Pierre Colle para organizar, bajo supervisión de Breton, la muestra Mexique en la Galerie Colle y Renou. Al igual que Ratton y Colle, Petitjean es íntimo de los surrealistas.
Por si eso fuera poco, ese joven –que se ve bien plantado y elegante en las fotos que su hijo enseña a Proceso y en las que obsequió a Frida– se dice trotskista y es el amante oficial de la vizcondesa Anne Laure de Noailles. De hecho está domiciliado en su lujosa mansión, ubicada en la muy selecta Place des Etats Unis, y se lleva muy bien con Charles de Noailles, su esposo.
Esa riquísima pareja anticonformista juega un papel capital en la vida artística parisina. Grandes coleccionistas –en su palacete se codean obras de Goya, Van Dick, Delacroix y Watteau con cuadros de Max Ernst, Paul Klee, Juan Gris, Salvador Dalí y Giorgio de Chirico–, los De Noailles son también generosos mecenas que financian, entre otras películas, La Edad de Oro, de Luis Buñuel.
Ya están en los anales de la historia del arte moderno las cenas y las fiestas suntuosas de Anne Laure y Charles de Noailles a las que acuden artistas e intelectuales de todos los horizontes: franceses, españoles, rusos, latinos, norteamericanos... Frida Kahlo los frecuenta y en dos oportunidades es su huésped de honor.
Marc Petitjean no logró descubrir dónde y cuándo se encuentran Frida y Michel.
“Lo más probable es que se conocen en la Galerie Colle et Renou. En Le Cœur me doy el gusto de imaginar su primer diálogo. A lo largo de mi investigación logré juntar muchas piezas del ‘rompecabezas’ de su romance, mas no todas. Cada vez que me falta un elemento, recreo lo que considero pudo haber pasado. No tengo pretensiones académicas y reivindico la libertad de insertar algunos elementos de ficción entre numerosos acontecimientos reales”, precisa.
En la entrevista con Marc Petitjean, la corresponsal se apega a los “acontecimientos reales”.
* * *
A su llegada a París, Frida se hospeda con André Breton y Jacqueline Lamba. La pareja está en plena crisis y el departamento de la rue Fontaine es demasiado exiguo. La pintora se harta y se muda a principios de febrero al hotel Regina, frente al Museo del Louvre.
Según confia Michel Petitjean a Ruth Thorne Thomsen, Frida no aguanta caminar mucho y no se aventura sola por la ciudad. Siempre sale acompañada. Se pasea con Jacqueline Lamba, Dora Maar, a veces con Breton o Duchamp, y muy a menudo con el mismo Petitjean, quien cuenta:
“Visitamos Le Louvre, pero se cansaba muy pronto.”
“¿Caminaba con un bastón?”, pregunta Ruth.
“Por supuesto que no –exclama Petitjean–, hubiera preferido tirarse al Sena. Sólo aceptaba darme el brazo.”
De vez en cuando, Michel y Frida se dan el lujo de una escapada en coche por las afueras.
“Un par de veces la llevé a conocer la campiña francesa. Quedó a la vez seducida y muy asombrada. Lo veía todo como un mundo muy ajeno al suyo. La sorprendía ese campo tan alegre. La primera vez dimos un paseo hasta la ciudad de Vernon, a lo largo de la ribera del Sena, y la segunda fuimos al valle del Loira. Todo le parecía muy extraño.”
También se desvelan en cabaretes que frecuenta el Tout París vanguardista. El preferido de la pintora es Le Bœuf sur le Toit, ubicado a dos pasos de los Campos Elíseos, que cuenta con una inmensa pista de baile –que ella rehúye– y con un bar mucho más íntimo –que le encanta–. Cuenta Michel Petitjean:
“Íbamos a menudo a Le Bœuf sur le Toit. La atmósfera del bar era muy tranquila, suave y sensual. Frida se sentaba al lado de Garland Wilson, un maravilloso pianista negro. Platicábamos y él tocaba lo que le pedíamos. Ella siempre se vestía de manera maravillosa para estas noches. Llevaba aretes de jade en forma de jarritas, muy pesadas, en las que colocábamos orquídeas. Eran unas joyas extraordinarias. En Le Bœuf sur le Toit la gente se arrodillaba ante Frida.”
Según afirma Marc Petitjean, la complicidad entre Frida y su padre es tal que logran comunicar muy bien sin tener realmente un idioma en común. Y aunque ambos dominan el alemán, Frida se niega a recurrir a la lengua de los nazis. Michel no habla español y “chapoteaba” el inglés; Frida habla muy bien el inglés y nada de francés.
Confía Michel Petitjean a Ruth Thorne Thomsen:
“Con Frida lo del idioma no tenía mayor importancia. ¡Teníamos tantas maneras de comprendernos sin hacernos bolas con las palabras! Llegamos a tener una gran intimidad y jamás nos limitó el problema de idioma alguno. Antes de que uno formulara un pensamiento con palabras, Frida ya sabía lo que se iba a decir.”
Sin embargo, mucho más que las noches bohemias parisinas, lo que une a Frida y a Michel es su compromiso con los republicanos españoles, asegura Marc Petitjean. Los dos llevan años apoyándolos desde México y Francia, respectivamente. Y en París, después de la caída de Barcelona, mueven juntos cielo y tierra para ayudar a los refugiados que llegan por decenas de miles a Francia y acaban detenidos en campos de concentración sórdidos en el sur. Al lado de Breton, Benjamin Péret, Remedios Varo, entre muchos otros artistas e intelectuales, participan activamente en las reuniones de la Commission Internationale d’Aide aux Réfugiés Espagnols en la sede parisina del Partido Obrerero de Unificacion Marxista (POUM).
“Frida logra convencer a Diego Rivera de que busque apoyo para acoger a 400 refugiados republicanos españoles en México. Diego debe aprovechar sus contactos con el presidente Lázaro Cárdenas para arreglar la cuestión de sus pasaportes, y Frida se compromete a juntar fondos para pagar su viaje en barco a México. En seguida pide ayuda a mi padre, que contacta a su mentor político, el diputado Gaston Bergery”, explica Marc Petitjean al entregar una copia de un telegrama enviado por Frida a Diego el 23 de marzo, pocas horas antes de embarcarse para Estados Unidos.
Escribe ahí:
“Hiceme amiga diputado Bergery ofreceme hacer necesario Francia pague transporte espanoles caso gral admita cantidad grande gente dime maxime admitiriase creo proposicion importantisima caso imposible respondas manana antes embarqueme contesta directamente Gaston Bergery camara diputados o Michel Petitjean 14 rue Marignan dejaré Leduc encargado … besos tu Frida.” (Sic.)
Constata Marc:
“Es la única vez que el nombre de mi padre aparece ‘oficialmente’ asociado al de Frida.”
(Nunca se emitieron los 400 pasaportes y fracasó el proyecto.)
Según se desprende de las pláticas de Michel Petitjean con Ruth Thorne Thomsen, el periodo más intenso de su romance con Frida se da a finales de febrero, cuando los dos se mudan a casa de Mary Reynolds, justo después de que la pintora saliera del Hospital Americano, en el que pasó casi tres semanas. Por las cartas y las postales que envía a Frida, se deduce, sin embargo, que no viven las 24 horas del día juntos. Petitjean sale a veces de París por razones profesionales o para acompañar a Marie Laure de Noailles, con la que sigue estrechamente ligado.
No se sabe lo que piensa Frida de Michel, puesto que nunca menciona esa relación a nadie, ni siquiera a Ella y Bertram Wolfe, a quien escribe en el momento más álgido de su romance parisino:
“Me he portado bien. No he tenido aventuras ni vacilaciones ni amantes ni nada por el estilo.”
En cambio, Petitjean la retrata casi con veneración en las charlas que sostiene con Ruth Thorne Thomsen.
Tiembla un poco su voz en el registro de la grabadora:
“Frida era toda una Dama con una dimensión extraordinaria a nivel de dignidad y de rigor… En mi vida nunca volví a encontrar una persona tan... con tanta dignidad… y no se trataba solamente de dignidad, sino de una manera de mantenerse en sus trece.”
* * *
No omite señalar las pesadumbres de la mexicana en la Ciudad Luz. Su soledad en su cuarto del hotel Regina cuando no la visitan sus amigos, sus dolores fisicos.
“Estaba muy marcada por su desgracia”, subraya.
“Todo no fue color de rosa en París –insiste–, pero estoy convencido de que esa relación tan efímera como fulgurante, que ambos siempre mantuvieron secreta, iluminó brevemente su existencia que muy pronto se tornó algo tenebrosa. De regreso a México, Frida se enteró del matrimonio de Nicholas Murray, su amante neoyorquino, y se divorció de Diego, mientras que mi padre se hundió en el caos de la Segunda Guerra Mundial.”
En la víspera de la partida de la pintora, los amantes intercambian regalos. Michel ofrece a Frida una maletita muy fina de pergamino que mandó hacer a la medida para que guardara las joyas extravagantes que tanto lo deslumbran. Frida le obsequia El Corazón, el cuadro enigmático en el que se retrata sin manos, a la orilla del mar, con un enorme corazón que yace a sus pies en la arena. Del cielo cuelgan, a la derecha, su uniforme del colegio, y a la izquierda una falda larga y un huipil de Tehuantepec.
Y termina el romance.
“No tenía futuro… La acompañé con cartas y telegramas a lo largo de su viaje de regreso (De Francia a Mexico vía Estados Unidos). Y después todo se acabó… Nunca tuve noticias de ella… Fue como una novela hermosa… ¿Acaso podíamos seguir escribiéndola con mensajitos? Eso no tenía sentido.”
Michel Petitjean pasó 53 años en compañía de El Corazón, que siempre adornó el salón de las distintas casas en las que vivió, y cuya foto a color luce en uno de los estantes de la biblioteca de su hijo.
“De niño, ese pequeño cuadro enmarcado con terciepelo rojo me mareaba –confía Marc–. Temía perderme en él si lo miraba muy detenidamente. Más tarde, en los atormentados años de la adolescencia, medí su fuerza. Hoy estoy convencido de que El Corazón me ayudó a encontrar mi propio camino.”
En 1992, al sentir su muerte próxima, Michel Petitjean confió el regalo de Frida Kahlo a la casa de subastas Christie’s de Nueva York, que lo vendió por 935 mil dólares.
“Me imagino que esa decisión le rompió el alma, pero la tomó para agilizar la cuestión de su herencia”, comenta escuetamente Marc.
Michel Petitjean falleció un año más tarde. No se conoce la identidad del comprador de El Corazón. Hasta donde sabe Marc, el cuadro no ha sido expuesto desde su venta.
Este reportaje se publicó el 25 de noviembre de 2018 en la edición 2195 de la revista Proceso.