Los seis días que conmovieron la Casa Barragán

domingo, 19 de noviembre de 2017 · 08:48
La revista londinense The White Review dio a conocer una crónica de Jill Magid, quien se volvió famosa en México por haber engarzado en un diamante parte de las cenizas del arquitecto Luis Barragán –extraídas de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres–, y que montó el Museo Universitario de Artes y Ciencias de la UNAM en medio de una discusión acérrima. La crónica revela los pormenores de lo que Magid hizo en sus seis días de estancia en la Casa Estudio Luis Barragán, con la anuencia de la Fundación de Arquitectura Tapatía. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Justo por la época conmemorativa del Día de Muertos hace dos años, Catalina Corcuera, en nombre de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, firmó un acuerdo para que la artista y escritora Jill Magid (Connecticut, 1981) habitara a sus anchas los dos pisos de la Casa Estudio Luis Barragán de Tacubaya. Propiedad de la nación mexicana por decreto del Diario Oficial de la Federación de 1988, e inscrita en la lista de Patrimonio de la Humanidad UNESCO 2004, la casa de quien obtuvo el Premio Pritzker 1980, dirigida hoy por Corcuera como museo, fue afectada durante la residencia de seis días por Magid. Es decir, del 28 de octubre al 3 de noviembre 2015, apenas un mes después de que extrajo parte de las cenizas de Barragán de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres para fabricar un anillo de brillantes con anuencia de autoridades tapatías (Proceso, 2076), mismo que formaría parte de la polémica exposición Jill Magid: Una carta siempre llega a su destino. Los Archivos Barragán, que del 27 de abril al 8 de octubre pasado presentó el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM. Durante el quinto día de su estancia, lunes 2 de noviembre, al filo del mediodía, Magid cuenta en su minuciosa crónica “A Guide to Casa Barragán” (Una guía a la Casa Barragán) que ella subió por las escaleras de la Casa Estudio y entró a la oficina de Catalina Corcuera “para buscar unas tijeras”. Describe a continuación en esa revista londinense de artes y literatura, The White Review (número 19), sus acciones para supuestamente armar un altar a Luis (como llama familiarmente al arquitecto), con orgullo (“soy su primera invitada a la residencia en casi 30 años”) e impasible: “Corto una hebra del hilado amarillo de la alfombra de la Sala […] Arranco un pedazo más grande de la alfombra del Comedor. No necesito las tijeras, el tejido se quiebra cuando lo jalo […] En el Vestidor [Cuarto de Cristo], corto una muestra del mantel rosado que cubre el mueble del altar, debajo del frutero con manzanas […] “Arriba, en el cuarto de Luis [sic], tijereteo una esquina del fieltro amarillo brillante que cubre la mesa baja sosteniendo la colección de discos grabados, debajo de la mampara doblada con imágenes […] En el Mezanine [Cuarto de Música] yo tijereteo una pieza suave de hilos enrollados de la anaranjada textura esponjosa sobre la mesa debajo de la ventana, y un trozo mucho más grueso del paño morado a los pies del [crucifijo con un] Jesucristo brutal. Doy una tajada a un pedazo largo y delgado de la textura rojo naranja que corre a lo largo del mueble frente a la pared norte del cuarto. “Bajo a la librería y desgajo tres muestras más: una del lienzo detrás del [cuadro de Joseph] Albers azulado, una del mantel rosa camello bajo la fachada de la ventana, y una del textil morado sobre la mesa baja de las escaleras […]. Arriba, en el Cuarto de Huéspedes, meto las coloridas muestras dentro de la cobertura de plástico claro con las postales que compré en el amado convento de Barragán, Las Capuchinas [Sacramentarias, en Tlalpan]. Adoro la forma como se ven las muestras juntas, flotando desparramadas hasta arriba de una imagen del altar dorado del convento.” Así como la exhumación de la tumba de Barragán se supo un año después de consumada por un artículo de The New Yorker (Proceso, 2076), el contenido de los permisos para pernoctar en la Casa Estudio Barragán y la experiencia de Jill Magid allí se conocieron por el número 19 de la revista londinense The White Review, el pasado mes de febrero. Sin embargo, hasta donde se sabe, en México no habían sido detallados. Tratado fatal El documento redactado en inglés y con fecha del miércoles 28 de octubre de 2015, denominado “Acuerdo entre la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán y Jill Magid”, comienza así: EL LEGADO.- Este acuerdo está hecho por convenio mutuo entre Catalina Corcuera, a nombre de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán (en adelante, la “Fundación”), y Jill Magid (en adelante, la “Artista”). La Fundación, junto con el Gobierno del Estado de Jalisco, es la propietaria de Casa Estudio Luis Barragán (en adelante, el “Museo”). Este acuerdo es consecuencia de una serie de series de cartas entre la Artista; Arabella González, Presidenta de la Fundación; Pamela Echeverría, LABOR, Ciudad de México; Patrick Charpenel, eventual Coordinador del Programa de Exhibiciones en el Museo, y Catalina Corcuera, Directora del Museo. La Fundación ha acordado ajustar las políticas generales y reglamento del Museo, como se enlistan en El Acuerdo, para apoyar el deseo de la Artista por habitarlo. En el acuerdo consta que Magid reconoce que la Casa Estudio Barragán ha sido declarada Patrimonio Nacional en el Diario Oficial de la Federación como un monumento artístico en 1988, y que la residencia fue inscrita en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO hacia 2004. Su estancia es un intento por restablecer el Museo en casa, restituyéndosele con una persona. LA ESTADÍA.- La Artista residirá en el Museo de las 6 P.M. del 29 de octubre de 2015 a las 8 a.m. del 3 de noviembre del 2015, durante el cual se cerrará al público por Día de Muertos. En dicho periodo, ella habitará el Museo, moviéndose en sus espacios y ocupando sus cuartos, sin restricción. Durante su estancia, la Artista escribirá acerca de su experiencia dentro del Museo. El acto de escritura podrá suceder en cualquier parte del Museo y a la hora que sea. Enfatizando que se trata de un acuerdo entre la “Fundación” y la “Artista”, el contrato enumera los privilegios de que gozaría Jill Magid dentro. También justifica que “la versión oficial del acuerdo” fuese redactada en lengua inglesa (“así prevalecerá por acuerdo de las partes”), signando únicamente “Catalina Corcuera, La Fundación” y “Jill Magid, La Artista”, a 35 días de haberse retirado los restos de Barragán de su nicho en Jalisco. Hasta la fecha, y a pesar de que la exhumación ha sido impugnada, no ha habido una acción legal. A la Artista se le permitirá entrar a todas las áreas del Museo incluidas, aunque no limitadas, a la cochera, el baño del corredor principal, la bañera del área de visitas, el baño de la habitación blanca, la cocina, el patio de servicio frente a la oficina de servicio social, la oficina de servicio social, y el área directiva y administrativa. Será bienvenida en sus paseos dentro del jardín. A la Artista se le dejará sentarse o reclinarse en poltronas, sillas, y otros muebles, y abrir puertas y armarios. Se le permitirá tocar las paredes y las vajillas. Podrá conectar sus instrumentos digitales en los enchufes de la pared. La Artista puede utilizar el Museo por las noches, así como los servicios de la cocina y los baños de los cuartos, para su uso personal. A la Artista se le permitirá encender y apagar las luces de los cuartos. La Artista puede firmar el libro de invitados y expresar sus comentarios sobre el Museo. Se deberán hacer imágenes fijas y en movimiento de la estadía de la Artista. La Artista regalará una obra de arte original que desarrolle directamente de su estancia para la colección permanente del Museo. Bitácora fetichista Al día siguiente de firmado el acuerdo, Catalina Corcuera recibe a la visitadora con su maleta, hacia las seis de la tarde, en la calle General Francisco Ramírez número 12, junto al estudio de Barragán en el 14. Detrás de la directora del museo, dos mujeres la observan “bañadas en luz rosada”: Ana María e Irma (sobrina de Corcuera), “quienes desde hace 50 años cocinaban para Barragán” y fungirán como sirvientas los seis días (cuando Magid recorrerá además algunos sitios de la Ciudad de México relacionados con el arquitecto y la muerte). Mientras, se entera de que en la “Habitación para huéspedes” dormían “todas las novias” de Barragán, “incluida Adriana Williams, el supuesto amor de su vida”. Los letreros de “No tocar” y la advertencia de Corcuera de alejarse de los libros, no le impiden calzarse unas botas del Vestidor. Fantasea en sentarse como si fuera Barragán (captado por el fotógrafo Armando Salas Portugal) en la silla de la librería. Lleva una revista de modas, donde con marcador ha plasmado en su imagen: Querido Luis [sic], soy incondicionalmente tuya, Jill. El viernes 30 de octubre enciende la cafetera que le preparó en la cocina Ana María y el café le sabe “terrible”. Conforme se acerca el Día de Muertos piensa en invocar al fantasma de Barragán (“No estoy segura de querer verlo, pero me gustaría sentir que él está aquí”). Pasadas las nueve de la noche, se acomoda en el mismo sillón donde Salas Portugal fotografió al arquitecto y se excita (“quizá sea ansiedad, pero yo lo siento sexualmente como deseo”). Se estira para apagar la lámpara y ve aquel retrato. Entonces, apunta que percibe a Barragán (“esta noche, no su fantasma sino su presencia, puedo sentir en este sofá su cuerpo como el mío propio. Pesaba más que yo y se hundiría con mayor profundidad en el cojín”). Cuestiona si le movería el piso (“Las sirvientas dijeron que a él le gustaban mujeres negras. Me pregunto si siendo él un católico devoto, le gustarían también las judías”). Del “Cuarto del Atardecer”, cerca de la “Habitación Principal” (la que menos le agrada en la residencia), dice que era el cuarto para el sexo (“si es que Luis lo tenía”). Acostada en el sofá cama, cierra sus ojos e imagina que ocurrió. Fuma y se acaba una botella de tequila. Es domingo 1 de noviembre. Temprano y sin cruda, un “Jesucristo brutal con manto morado” la sorprende pendiendo en la pared; confiesa no comprender tal iconografía católica (“El rostro demacrado no checa con el cuerpo musculoso. La sangre gotea por doquier, aun si no hay heridas visibles […] pero sus pies colocados uno sobre el otro son impresionantes, inclusive eróticos”). Decide poner uno de los discos Larga Duración (LP) de la colección allí de Luis Barragán, con música clásica que Magid desconoce; sin embargo, el viejo tocadiscos no cuenta con aguja. Luego de comer, torna al escritorio con el “Jesucristo brutal” y se sabe fuera de lugar (“Entre más me paseo por esta casa, más me convenzo de que lo que soy, una extraña aquí”). Llega el mero Día de Muertos. Casi a las 2 y media de la madrugada un ruido la despierta. Magid está caliente. Y sudorosa. Irma la llama más tarde de lo acostumbrado para desayunar (a señas, pues la visitante nunca aprendió a hablar español). Será una jornada intensa, la quinta de su estancia, cuando cortará alfombras y tijereteará objetos que nombra en su bitácora. Catalina Corcuera le ha avisado telefónicamente que no irá por haberse enfermado. Mientras traza sus dibujos, confiesa que “la casa ha cambiado, se ha escapado de mi alcance. Ya no es mi casa, sino un museo”. Las sirvientas se retiran a dormir y prepara “la ofrenda para Luis”. A las 3:23 de la madrugada del día sexto y final, escucha el álbum 69 Love Songs del conjunto The Magnetic Fields. Horas más tarde, despierta reflexionando en que no apagó la luz de la lámpara, encima de la figura de un arcángel “a punto de emprender el vuelo”. Aguza la mirada (“Veo en lo alto a María y Jesús, quienes me observan desde arriba… es la primera vez que me doy cuenta de ellos”). Se despide de los aposentos de Luis Barragán. “Hay simplemente demasiada iconografía religiosa. Desde la cama hasta la colección de discos está una gran imagen de la Virgen de la Anunciación. Está constituida por dos partes iguales, enlazadas por la mitad de igual manera que el morado del Jesucristo brutal del Mezanine. Hay algo extraordinariamente violento en las costuras [que] se parte precisamente en las manos juntas de la mujer rezando. “Quiero que sea este el último cuarto de la casa para estar, en caso de que Luis [sic] se halle aquí.” Con motivo de la exposición Jill Magid: Una carta siempre llega a su destino. Los Archivos Barragán, del 27 de abril al 8 de octubre pasado en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, Editorial RM y la UNAM publicaron un cuaderno que contenía el artículo del antropólogo Christopher Fraga, “En las moradas de Barragán”, donde revela: “El diario de Magid [Una guía a la casa Barragán] registra que tuvo que desechar por lo menos un tampón [para menstruar] en un basurero debajo del escritorio […] Antes de sentarse en donde se sentaba Barragán, y de comer en donde comía Barragán, y de dormir en donde Barragán dormía, la artista ya se había sumergido en el archivo personal del arquitecto, administrado por la misma Fundación [de Arquitectura Tapatía] con la cual, más adelante, iba a negociar su estancia en Casa Barragán. Aquí encontró una serie de cartas que el arquitecto recibió de algunas de las mujeres con las que trató en vida.” Explica cómo una de esas cartas la alteró Magid (Querida Federica…) en sus exposiciones sobre Barragán desde 2013, para convencer a la arquitecta veneciana Federica Zanco que estudia el archivo de la Fundación Barragán en Suiza (Proceso, 2139), en el pensamiento de que esta experta y catalogadora, quien compiló Luis Barragán. La revolución silenciosa en varios idiomas hacia 2001 le prestara sillas, planos y bienes custodiados e investigados por la Fundación Barragán de Suiza, para explotarlos y sin pagar derechos de autor (http://www.barragan-foundation.org/Barragan_Foundation_guidelines.pdf). Al convertir las cenizas del arquitecto en un anillo de diamante y decidir que las suyas propias se vuelvan una sortija afín cuando muera, sería la forma en que Jill Magid ha buscado eternizar su nombre al lado de un artista tan prestigioso, de acuerdo con Fraga: “Convertidos en diamantes, Barragán y Magid durarán más que toda construcción hecha por Barragán.” Frase célebre de Ian Fleming es aquella de “los diamantes son eternos”, pero a Luis Barragán no le gustaban, según confirmó a este semanario Adriana Williams, una de las herederas del arquitecto, quien se opuso a la extracción de sus cenizas (Proceso 2112). Este reportaje se publicó el 12 de noviembre de 2017 en la edición 2141 de la revista Proceso.

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