MÉXICO, D.F., (proceso.com.mx).- Conquistador, Neil Diamond sacudió a más de 16 mil personas –según fuentes no oficiales-- del Palacio de los Deportes en su primera visita “sobre territorios del Rancho Grande”…
Sin el pecho descubierto, vestido de negro y con cabello cano, el diamante forjador de la “Sweet Caroline” (“Dulce Carolina”) resplandeció como experimentado performer para sus fans capitalinos que con él alargaron filosos alaridos de aquella rolota pop eternizada por el sabio rockin’ Elvis hacia 1970…
Cantautor neoyorkino de 74 años de edad, nacido en Brooklin el 24 de enero de 1941 y uno de los artistas más opulentos y exaltados del mundo a partir de los sesentas, Neil Diamond --quien registrara ganancias de 82 millones de dólares el año pasado--, satisfizo en su primera visita –tardía-- a la Ciudad de México, y alborotó, pero… ¿acaso no quedó a deber algo a sus añejos seguidores de este lado del Río Bravo?
Antes del encuentro con el rey del mítico círculo de compositores Tin Pan Alley --que diera vida a luceros como la amigable Carole King--, caos vial: una multitud apresurada queriendo entrar al concierto, revendedores, puestos de souvenirs más ráfagas de tumultos por doquier, fueron la antesala. Un vasto público de todas las edades, algo molesto por la dificultad del arribo al viejo domo olímpico, por fin tomó sus asientos; se respiraba expectación, sudor y humedad (¿Cantaría “Candida”?, preguntaban algunas parejas veteranas entre dientes).
Se encendieron las luces del Palacio y Diamond --quien hizo esperar a sus fans mexicanos más de 40 años--, por fin saludaba en español, siendo recibido con una intensa ovación. La escenografía detenida en el tiempo, parecía sacada de las bodegas olvidadas del desaparecido programa “Siempre en Domingo”; sí, esas utilerías hechas con desniveles y formas geométricas, con tiras de luces LED bordeando cada borde; un añadido toque contemporáneo con resplandores que teñía a veces al respetable de azul eléctrico y otras tantas iridiscencias cual énfasis y atmósfera para cada canción.
En esta era, pensar en el poder de creer imposibles suena difícil, pero con un tipo como Niel Diamond enfrente cualquiera sería capaz de saber que la suerte, el talento, la perseverancia y el trabajo, logran la fe tras cincuenta años de trayectoria. Así y ante miradas inquietas, con paso firme, se abrió cancha con “I’m a Believer” (“Soy un creyente”), canción que se hiciera famosa en boca de The Monkees en 1967, seguida de “Hello Again (“Hola otra vez”), “Love On The Rocks” (“Amor en las rocas”) y “Play me” (“Juega conmigo”).
Dueño de la escena, interpretó sus éxitos de cajón acompañado por una banda de 12 músicos que llevan algunos lustros acompañándolo, dotación consistente en percusión, batería, teclados, dos guitarristas, bajo, set de metales y un par de coristas --por cierto con voces que exaltaban un vibrato mal encausado, totalmente fuera de control, con poco trabajo de ensamble vocal y cuadratura-- que cumplía, sí, pero con reservas. En verdad, fue un gran concierto: los presentes convivieron, cantaron y gritaron en un entorno muy controlado; al artista no se le mueve un pelo sin planearlo…
En la canción “Brooklin Roads” (“Camionos de Brooklin”), la pantalla central comenzó a pasar fotos y vídeos emotivos de Niel Diamond cuando era niño y jugaba con su hermano menor Harvey, seguida por “Done Too Soon” (“Demasiado pronto”), “The Art of Love” (“El arte de amar”), y “Cherry Cherry”.
Después, preguntó en el proscenio si querían escucharlo cantar en español; acto seguido, al son de una mezcla entre mariachi y rumba flamenca, pero muy al estilo que distingue a este cantautor, interpretó “Allá en el Rancho Grande”, canción popular mexicana (cuyos autores Juan Díaz del Moral y Emilio Uranga D. hubieran querido escuchar).
Estremeció a los conocedores y confundió a los escuchas más jóvenes, cantando uno de sus grandes éxitos, “Red Red Wine” (“Vino tinto”), canción que volvió a ponerse de moda en los años 90 interpretada por UB40. Cualquier movimiento suyo era motivo de festejo por tratarse de un hombre con carisma, un hombre espectáculo. Llegó la recta final en la que Neil Diamond salió del escenario y con palmas, se le pidió otra más.
De nuevo en escena, prendió fuego de acetileno a la pista con la memorable “Cracklin Rosie” (“Rosita quebranto”) y --claro--, su jitazo “Sweet Caroline”, cerrando con broche de oro. La bandera de México proyectada en la pantalla lateral y en la central, la de barras y estrellas estadunidense abrieron los primeros acordes de una tonada conocida que enardeció a la concurrencia en coro pionero:
Ellos vienen a América
cada vez que las banderas son desplegadas
Ellos vienen a América…
Hoy, hoy, hoy...
Mi país es tuyo, hoy,
Dulce tierra de libertad, hoy,
A ti te canto, hoy...
Neil Diamond se inició en el largo camino de la música haciendo arreglos para canciones de empresas editoras de Manhattan, las cuales colectivamente se conocieron como el callejón de Tin Pan Alley. Hoy en día, prevalece cual efigie de uno de los artistas más cotizados en el mundo; exitoso empresario, productor, actor, compositor e intérprete que conoce perfectamente su oficio y lo ejerce con impecable respeto y cariño al público que suspiró y lanzó uno que otro gallito feliz.
No obstante, la pregunta quedó en el aire: ¿Por qué se olvidó de “Cándida?” Algo, pues, nos queda a deber Niel Diamond.