¡Wynton Marsalis se presenta en México! ¿Cómo? ¿No se había usted enterado antes?
¡Lástima! ¿Y es cierto que los boletos ya se han agotado? Todo parece indicar que sí. Pero le apuesto que mañana sábado por la noche, y el domingo por la tarde, habrá más de 10 o 20 o 30 o 40 amantes del jazz que estarán en la puerta del Palacio de Bellas Artes a la caza de un boleto, así sea en la maldita reventa (Who's prepared to pay the price / For a ticket to paradise?) Porque, ¿quién que se precie de ser amante del jazz no quiere escuchar a Wynton Marsalis en vivo? Para los que no tuvieron la oportunidad de escuchar y ver en un escenario a trompetistas de excelencia como Louis Armstrong, a Dizzy Gillespie, a “Fats” Navarro, Miles Davis, Chet Baker, Clifford Brown (todos enlistados en riguroso orden de aparición en este planeta), o al recientemente desaparecido Clark Terry, que parece haber tocado con todos los monstruos, e influyó en un sinnúmero de músicos, incluido el protagonista de esta nota, asistir a uno de los dos conciertos de Marsalis (habrá felices mortales que acudan a los dos) es la oportunidad de escuchar y ver a un músico tan grande como ellos, su heredero y continuador, su estudioso, su divulgador. Porque Marsalis se preocupa por divulgar la maravilla del jazz, por difundirlo y educar a los escuchas. Es un maestro por partida doble: tanto por el dominio de su instrumento, como por su deseo de enseñar, de formar nuevos músicos. Es un artista de una generosidad extraordinaria.
Nacido el 18 de octubre de 1961 en Nueva Orleáns, la cuna misma del jazz (por algo es la cuna del inmenso Satchmo), Wynton es hijo del pianista Ellis Louis Marsalis quien, al igual que Johann Sebastian Bach, procreó cuatro notables músicos, Wynton el segundo de ellos —todos, padre e hijos, vivos en la actualidad. Un trompetista amigo de su padre, Al Hirt (más o menos popular en el México de los años 60 y 70), le regaló su primera trompeta cuando Wynton tenía seis años. Empezó a tocar en público a los doce, como parte de un grupo que interpretaba música religiosa en la iglesia. Hoy su carrera rebasa ya los cuarenta años de actividad y a los 54 de edad se encuentra en plena forma. Ha grabado más de ochenta álbumes, algunos de ellos de música culta, y con una trayectoria llena de premios y reconocimientos es dueño de un enorme prestigio internacional.
En 1962, cuando Dizzy Gillespie vino por primera vez a México para presentarse en la sala principal del Palacio de Bellas Artes, hubo críticas en los periódicos porque se decía que el jazz era un género musical inferior a la música clásica. Pero las cosas han cambiado: ahora es más bien extraño que un gran melómano confiese no gustar del jazz, y la actuación de Wynton Marsalis en ese mismo foro es vista, cual debe ser, como un gran acontecimiento.
Wynton Marsalis se presenta en México gracias a los empeños de una pequeña empresa dedicada a la producción de grandes conciertos musicales: De Quinta, que desde el 2013 realiza ciclos de conciertos de jazz de altísima calidad, en asociación, precisamente con una institución encabezada por Wynton Marsalis: Jazz at Lincoln Center. El propósito de esos ciclos es, como lo señalan los directivos de De Quinta Producciones, “fortalecer la escena del jazz en México y crear una oferta educativa extra curricular que contribuya a la formación de público joven y la promoción de la música creativa.” Para lograrlo, los ciclos no se reducen a la celebración de los conciertos. Todos los músicos que participan en los ciclos realizan actividades académicas que les permiten encontrarse con sus colegas mexicanos y compartir sus conocimientos con ellos. El ciclo para este 2015 ya ha sido anunciado y en los próximos días daremos a conocer por este mismo medio el programa que se ha estructurado, y que arranca el sábado 14 de marzo con un estupendo grupo, The Rodríguez Brothers, comandado por los hermanos Robert y Michael Rodríguez —pianista y trompetista, respectivamente— nacidos en Nueva York de padre cubano y madre ecuatoriana.
Por lo pronto, hay que saludar y festejar la presencia de Wynton Marsalis en México. Y aplaudirlo, así se quede uno fuera de la sala.