Corrupción
¿De qué ha servido tanta cosa anticorrupción?
CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Cada 9 de diciembre conmemoramos el día internacional del combate a la corrupción porque ese día —en 2003— los países de la ONU firmamos en Mérida el tratado global sobre anticorrupción. Y cada 9 de diciembre pasan dos cosas: (1) los que nos dedicamos de tiempo completo a la anticorrupción tenemos mucha chamba; y (2) la ciudadana promedio se pregunta si realmente tenemos algo que celebrar. Vamos a partirlo en pedacitos para ver si realmente debemos conmemorar algo.
Primero lo primero; definirla. Mi definición favorita (hay cientos) es «La corrupción es el abuso de una posición de privilegio para producir un beneficio indebido»[1]. Es mi favorita porque, de forma fácil, permite identificar si algo es corrupción o no. ¿Tiene (A) posición de privilegio; tiene (B) abuso; y tiene (C) beneficio indebido? Entonces es corrupción. ¿Le falta alguna? Entonces es otra cosa. Fácil, ¿no?
Ahora le entramos a lo enredado; ¿Por qué hay corrupción? Esta pregunta se ha intentando contestar en todos los niveles de la vida y en todos los países del mundo y —aunque las académicas de alto octanaje se empiezan a acercar a una respuesta— parece ser que la corrupción es una de esas cosas que van de la mano de la sociedad. La corrupción es a la humanidad lo que «en la otra caja le cobran» es a los Oxxo; tristemente tenemos muy aceptado que ahí está y que parece que siempre va a estar.
Yo —en lo personal— creo que hay corrupción porque factores externos y factores internos se combinan en la receta perfecta y ¡pum!; soborno, extorsión, colusión y saqueo. La plática sobre cuáles son esos factores es larga y —para mí— superinteresante, pero mejor les dejo la versión de 280 caracteres: Tendemos a ser corruptas cuando —afuera de nosotras— hay cosas como la oportunidad, la necesidad, la probabilidad baja de ser descubierta o castigada y —adentro de nosotras— hay cosas como la justificación, el anhelo de estatus, deseos e intereses muy potentes y valores frágiles. Y, quien no esté de acuerdo, el día que quieran nos vemos afuera del metro Chabacano para debatir esta teoría.
Vamos ahora a cosas todavía más pegajosas: ¿La corrupción es cultural? Aquí también hay muchas opiniones válidas. La mía es que, si «cultural» significa «nuestra y, por ello, aceptable», entonces la corrupción no es cultural; y si, por otro lado, «cultural» significa «no es parte de la naturaleza humana», entonces la corrupción no es cultural (y, por lo tanto, se puede erradicar) y la razón es muy sencilla: si la corrupción fuera cultural, significaría que ningún grupo social (chico o grande) podría subsistir sin ella. Aquí ya no me pongo tan bélico como arriba porque esta idea es mucho más debatible. Pero lo interesante es que, si alguien les dice que la corrupción es cultural, entonces ya están teniendo las conversaciones adecuadas, independientemente de a qué conclusión lleguen.
Después vienen las cuestiones de medirla. Desde ya les adelanto que ninguna medición de corrupción es exacta porque —entre otras cosas— todos los corruptos intentan esconder su corrupción. Pero sí que se han hecho intentos; el más famoso es el Índice de Percepciones de la Corrupción de Transparency International. Aquí quiero atacar un mito que considero mugroso y peligroso: subir o bajar de calificación en el IPC no es una medición fidedigna de cómo vamos porque —además de que no son medidas exactas— cada año se ajustan las reglas y métodos para medir[2]. ¿Te imaginas que te pesaras todos los días con una báscula diferente? Pues algo así.
Ojo, no quiero decir que los índices no sirvan de nada. Al contrario; nos están acercando a verdades muy importantes y duras que nos van a ayudar a resolver este problema. Lo que quiero decir es que los índices de corrupción se parecen más a las calificaciones que nos daban cada mes en la escuela, pero eso es un poco injusto porque —en temas de evaluar la corrupción de nuestro país— no importa tanto saber «cuánto sacaste ayer», quiero saber «qué tipo de estudiante eres». Entonces cuando quieran usar índices de corrupción, les recomiendo que comparen un año junto con otros años y un país junto con otros.
¿Cómo va México? Pues la respuesta corta es «mal»; la larga es «avanzando muy lentamente». «Mal» porque tenemos compromisos internacionales —como el TMEC y las convenciones anticorrupción de la ONU, de la OCDE y de la OEA— que nos obligan a que nuestras leyes, los planes y proyectos de las autoridades y nuestras empresas prevengan, detecten, investiguen y sancionen la corrupción. Y sí lo estamos haciendo, pero no al ritmo que deberíamos (y esto es así desde sexenios de todos los colores). Si miramos dos indicadores —el ya consolidado IPC[3] y el novísimo Índice Antilavado de Basilea («BAI»)[4]— vemos que desde hace 13 años nos hemos mantenido debajo de una calificación de 35/100 mientras 70% de los países han estado por encima y, al mismo tiempo, tenemos más riesgo de corrupción que el resto de Latinoamérica y del mundo.
Por último, la que, para mí, es la nota más escandalosa y escandalizante: el propio gobierno de México (ya con los dos pies bien plantados en la 4T) ha admitido que el país nunca había tenido tantos problemas de corrupción, que la corrupción está aumentando y que no «tiene pa’cuando» disminuir[5].
¿Y el Sistema Nacional Anticorrupción («SNA»)? Imagínate una mesa redonda en la que están sentadas todas las autoridades que tienen que ver con transparencia, prevención de corrupción y sanción de delitos. Eso es el SNA; muchas personas piensan que es una autoridad o una dependencia nueva, pero en realidad se parece más a esa mesa redonda en la que estas autoridades se encargan de contarse el chismecito y compartir información y recursos para que la corrupción no suceda, pero si sí sucede, para detectarla, investigarla y sancionarla. Por esta razón —por la estructura del SNA— todavía es muy pronto para decir cómo va.
Sí que tengo que señalar con el dedo los que considero los dos errores más feos del expresidente López Obrador: (1) meterle mano al Comité de Participación Ciudadana («CPC»), que es algo así como la «mesa directiva» del SNA; y (2) amarrarle las manos a la fiscalía anticorrupción. Ya, de por sí, era muy pronto para diagnosticar al SNA y al atacar la autonomía del CPC a través del presupuesto y al —básicamente— meter a la congeladora a la Dra. Mijangos Borja, el gobierno de AMLO no hizo más que retrasar cualquier evaluación bien hecha del SNA.
Y así regresamos al principio; si ya sabemos que es difícil definir la corrupción, que es más difícil medirla, que en las mediciones que sí hay México tiene años saliendo mal y que su propio gobierno admite que hay mucha y pa’ largo, entonces ¿de qué ha servido tener día, tratados, sistema nacional, fiscal y tanta cosa anticorrupción? Llámame iluso, pero creo que para mucho. Visibilizar la corrupción ayuda a disminuirla en cantidad y en gravedad porque lo corrupto prospera en la oscuridad.
Además, cada vez hay más profesionistas dedicadas exclusivamente a este campo y a materias afines como la ética organizacional, el cumplimiento regulatorio, la prevención del lavado de dinero, etc. Finalmente, hoy tal vez no lo parece, pero estos tratados, estructuras, leyes y autoridades están creando un andamiaje que antes sencillamente no existía. Ayer leía que las células humanas pueden reconstruir tejido más fácilmente si tienen un «andamio» sobre el cual montarse; bueno, pues tanta cosa anticorrupción es ese andamio. Ahora toca hacer tejido.
*Michel Levien es experto en anticorrupción, antilavado y cumplimiento normativo con experiencia en diversos sectores, es especialista en investigaciones corporativas. Artículo invitado.
[1] Se basa en la definición de Transparency International.
[2] https://www.transparency.org/en/news/how-cpi-scores-are-calculated
[3] https://www.transparency.org/en/cpi/2024
[4] https://index.baselgovernance.org/
[5] Evaluación Nacional de Riesgos, UIF, México 2023, p. 48-50