Elisur Arteaga Nava

Arturo Zaldívar: un sacrificio absurdo e innecesario

Con qué cara puede alguien, entre ellos el presidente de la República, exigir a los habitantes del país que cumplan la ley, si él dice estar sobre ella.
sábado, 6 de abril de 2024 · 07:00

El presidente de la República, cuando menos, no las tiene todas consigo. Ante las crisis que se han presentado, que no han sido pocas, ha actuado de manera errática o desquiciada.

Se nota que algo le preocupa; y no es la delincuencia organizada, el mal estado de la Nación, la inmigración masiva de gente que intenta ingresar a los Estados Unidos de América y que utiliza a México como puente, ni la economía nacional. Es algo menos importante para todos, pero no para él y su camarilla: Claudia Sheinbaum; su candidata, al parecer, se ha estancado a pesar del dineral que le están invirtiendo y de los recursos humanos que están poniendo a disposición de su campaña.

En las circunstancias actuales es factible que los obradoristas voten por ella y que lo hagan por el apoyo evidente que le da AMLO; también por repetir lo que les gusta oír una y otra vez: las propuestas de siempre: primero los pobres, un servicio sanitario mejor que el de Dinamarca, una pensión universal, acabar con los conservadores y otras. No lo van a hacer aquellos que están hartos de tanta demagogia, despilfarro y locuras. Esos votos van a contar, y en contra.

AMLO, como presidente, tiene dos obsesiones: una, los periodistas independientes; la otra, la ley y la exigencia, fundada, por cierto, de que, tanto él como todos los mexicanos en general, atengamos nuestra actuación a lo que ella dispone. En un Estado de derecho no veo como fuera de lugar que se le exija que respete la ley y que haga que todos la respetemos. No encuentro explicación posible a que haya declarado públicamente: “La autoridad presidencial está por encima de la ley”. Anteriormente, hace mucho tiempo, dijo: “A mí no me vengan con que la ley es la ley”.

El respeto a la ley es lo mínimo que puede esperarse de alguien que, al tomar posesión de su cargo como presidente de la República, protestó guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan.

Con qué cara puede alguien, entre ellos el presidente de la República, exigir a los habitantes del país que cumplan la ley, si él dice estar sobre ella. Todos podríamos decir: por mi edad, por mi sexo, por mi posición social, mis grados académicos, mi dinero, mi autoridad social, intelectual o moral estoy por encima de la ley o a mí no me vengan con que la ley es la ley. Decirlo y pasar por alto la ley sería retroceder a una etapa ya superada en la que prevalecía la ley del más fuerte o la del más astuto.

Respecto de la crisis que enfrenta con el Poder Judicial de la Federación él es el responsable, en gran medida, de haber perdido el “control” que tenía sobre los jueces a través de su presidente Arturo Zaldívar. También tiene parte de la culpa su Consejería Jurídica, que no lo asesoró debida y oportunamente.

Con anticipación se hizo notar a la opinión pública que doña Yasmín Esquivel Mossa, la candidata presidencial a ocupar el sitio que iba a dejar vacante Arturo Zaldívar, había plagiado su trabajo de tesis de licenciatura y que, por lo mismo, era impolítico e ilegal su presencia como ministra, como su eventual llegada a la presidencia de Corte. A pesar de ello, insistió en sostener su candidatura; en su soberbia, no contó con un plan B.

Su otro gran error fue haber sacrificado inútilmente a Arturo Zaldívar. Todos coincidimos en que no urgía que AMLO lo encuerara en público y, mucho menos, lo hiciera sin ningún provecho. Vistos los buenos servicios que de él había recibido, no tenía razón para echarlo de cabeza al abismo y ponerlo en una situación indefendible ante su nueva jefa: Claudia Sheinbaum y la opinión pública.

Lo sacrificó innecesariamente: primero, por haber dado curso a su renuncia sin existir causa grave; segundo, por no haber impedido que el Senado aceptara la renuncia y, finalmente, por haber propuesto en sustitución a alguien que no tenía más mérito que ser fiel a su persona. En esta designación no se equivocó políticamente, pero sí humilló al Alto Tribunal y perjudicó a los demandantes de justicia. La sucesora, aunque formalmente es abogada y por ello reúne uno de los requisitos exigidos por el artículo 95 constitucional, no cumple con lo dispuesto en el último párrafo de ese precepto.

Arturo Zaldívar en el pecado llevó la penitencia: nadie quiere tenerlo cerca. Por más méritos que tenga como jurista y académico está difícil que encuentre un lugar en el equipo de Claudia Sheinbaum. Va a tener que volver a su despacho una vez que pase el tiempo de la veda que pesa sobre los ministros en retiro. Conociendo a los universitarios, dudo que lo acepten como académico.

Aunque ya falta poco para que AMLO concluya su mandato como presidente de la República, apenas seis meses, es evidente que no había razón para que exhibiera públicamente a Arturo Zaldívar como un empleado fiel y eficiente. Éste, como presidente de la Suprema Corte de Justicia cometió algunos errores graves: uno, no darse a respetar; dos, no haber sabido hacer respetar la independencia del Poder judicial que presidía; tres, haber ignorado el principio de división de poderes que deriva de la Constitución; el último y más grave: no haber guardado una sana distancia de alguien que por naturaleza es boquiflojo.

Por más aclaraciones que Arturo Zaldívar ha hecho para justificarse ante la opinión pública, su figura ha quedado maltrecha. En este momento, más que sumar, resta en el equipo de Claudia Sheinbaum. Las declaraciones presidenciales pusieron fuera del equipo de la candidata del partido oficial a alguien que pudo haber sumado sus conocimientos jurídicos ahí donde se nota carencia y necesidad de ellos.

Comentarios