Opinión

Al filo de la traición

Lo que está haciendo el presidente es, disfrácese como se disfrace, pregonar que Xóchitl es un peligro para México. Así de ominoso, así de contradictorio, así de triste. ¿No somos iguales? ¿De veras? Podrá decir misa en las mañaneras, pero ya es igualito a sus predecesores.
viernes, 28 de julio de 2023 · 19:00

Cuando Vicente Fox la emprendió contra Andrés Manuel López Obrador en 2005, muchos analistas nos inconformamos. Yo lo hice en mis artículos periodísticos y en mis participaciones en el programa “Primer Plano”, de Canal 11, primero criticando la recurrente injerencia del entonces presidente en el proceso electoral y luego rechazando el intento de desaforar al entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal. 

Poco después se convocó a marchar contra el desafuero y el día señalado me presenté tan temprano en Paseo de la Reforma que tuve que hacer tiempo en un café para que llegara la gente y se iniciara la manifestación. Marché, como cientos de miles de ciudadanos, convencido de que se estaba cometiendo una arbitrariedad. 

“Esta chicana equivale”, solía decir a quien me quería escuchar, “a que a un automovilista le dieran cadena perpetua por pasarse un alto”. No sabía si AMLO había incurrido o no en desacato; argumentaba que la pena que de facto se le impondría –sacarlo a la mala de la carrera presidencial– era injusta por absolutamente desproporcionada. “Déjenlo competir”, repetía a diestra y siniestra; “no es un criminal, que la sociedad elija libremente”.

Las cosas han cambiado, y AMLO con ellas. Quien ahora es considerada por la mismísima 4T “un peligro para México” es Xóchitl Gálvez. El presidente de la República arremete contra ella tal como lo hicieron contra él hace 18 años: le lanza desde el pináculo del poder ataques cotidianos para desacreditarla y promueve acciones penales en su contra. 

En efecto, AMLO se parece cada día más a Fox, su pluma de vomitar. Se le asemeja en el abuso del megáfono de la Presidencia y de lo que él llamaba artimañas legaloides. También se iguala en su justificación, por cierto: esgrime el triunfo del contrario como el hundimiento del país. No cabe duda, AMLO ha cambiado mucho.

Quienes no hemos cambiado somos los que entonces lo defendimos y hoy, por las mismas razones, defendemos a Xóchitl: porque sostenemos que es inaceptable cometer un ilícito real –la difusión de información reservada, en este caso– para perseguir un presunto ilícito, y que la ley debe aplicarse para hacer justicia, no para zancadillear al enemigo. 

Gálvez. Blanco del poder presidencial. Foto: Octavio Gómez

El pueblo no es tonto, dice AMLO, pero omite agregar que no hay que dejarlo que se equivoque: hay que explicarle cuál debe ser su voluntad, y él es el único que puede guiarlo en esa búsqueda porque es el único intérprete de la voluntad popular.

Las restricciones al proselitismo contempladas en las leyes electorales mexicanas no me parecen realistas. Esas normas, sin embargo, están vigentes y fueron impulsadas precisamente por AMLO con el propósito de impedir que lo ocurrido en 2006 se repitiera en su contra, aunque por lo visto no le molesta que se repita en su favor. Aquí entra la argucia populista: quienes no están con el caudillo son corruptos, y no se puede permitir que un corrupto gobierne la patria. 

Si AMLO asume que a él lo trataron de detener por su ideología y que él no está haciendo lo mismo, si insiste en identificar “conservadurismo” –léase oposición– con deshonestidad, adiós democracia. Bajo ese criterio nadie más que un obradorista que jure lealtad a la 4T podrá gobernar a México per saecula saeculorum. Porque el populismo ata el juicio ético a la postura ideológica –que para efectos prácticos es pensamiento único– y todo aquel que se aparte de esa verdad revelada representa intrínsecamente la deshonra.

Las piruetas para distinguir la guerra sucia de Vicente Fox contra AMLO de la de AMLO contra Xóchitl Gálvez serían risibles si no fueran trágicas. Todas se sustentan en una supuesta superioridad moral, a falta de diferencias prácticas.

El “no hay que cambiar caballo a la mitad del río” ha trocado en “el regreso de los conservadores sería el regreso de la corrupción”. En términos de conductas antidemocráticas es exactamente lo mismo: lanzar todo el peso del poderoso sobre su contrincante para lisiarlo, para que no pueda llegar a la meta. 

Lo que está haciendo el presidente es, disfrácese como se disfrace, pregonar que Xóchitl es un peligro para México. Así de ominoso, así de contradictorio, así de triste. ¿No somos iguales? ¿De veras? Podrá decir misa en las mañaneras, pero ya es igualito a sus predecesores.

Del AMLO que conocí en 2005 no queda ni el recuerdo. Ha perdido, en su vergonzosa embestida contra Xóchitl Gálvez, la última brizna de pudor que le quedaba. La obsesión por conservar el poder lo ha llevado a la ignominia. 

Teme tanto que ella crezca al grado de derrotarlo en 2024 que está dispuesto a hacerle las mismas suciedades que le hicieron a él. Está demostrando que quiere ser recordado como liberal o nacionalista o justiciero, lo que sea menos demócrata. 

El eco del “cállate Chachalaca” resuena lastimosamente en las paredes de Palacio Nacional. “No lo digo yo”, se llama la nueva sección de las mañaneras, prístino ejemplo de la hipocresía y las triquiñuelas de leguleyos que ya no puede reprobar sin morderse la lengua. 

La marcha contra el desafuero de AMLO. Foto: Francisco Daniel

Cada vez deja más claro que dirigirá una elección de Estado para asegurar la victoria de su heredera. ¡Cosas veredes, Sancho! Todas las trapacerías que padeció las está recreando. 

No sé cómo se las ingenia para imaginar que el juicio de la historia, ese que tanto le preocupa, le será favorable. Atención: si no frena a sus personeros, los que lo complacen presentando denuncias para inhabilitar a la principal contendiente opositora y reeditar el infame desafuero, AMLO se habrá ganado a pulso la sentencia que le dictó a Fox: se convertirá en traidor a la democracia.

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