Argentina

Argentina en disputa

Aunque el repudio al ataque contra Cristina Fernández ha sido amplio, el descontento de gran parte de la sociedad seguirá estando en disputa por grupos que ya no tienen pudor en esconder el odio que los mueve.
sábado, 3 de septiembre de 2022 · 15:09

BUENOS AIRES (proceso.com.mx).- La noche del jueves 1 de septiembre, buena parte de la sociedad argentina se conmocionó con las imágenes que mostraban cómo un sujeto intentó dispararle a la vicepresidenta Cristina Fernández, quien estaba llegando a su casa. Entre las multitudes de seguidores que aguardaban a Cristina para apoyarla, se coló un tipo que en las imágenes se aprecia cómo le apunta con una pistola a la líder argentina. El milagro de que una de las cinco balas del cargador no haya salido en las dos veces que el tipo jala el gatillo ya es motivo de debates y teorías; lo cierto es que el viernes la gente salió a las calles para repudiar el hecho y exigir una investigación.

Antes del atentado el clima político era bastante tenso. En América Latina, por fortuna, los golpes de Estado militares ya no son una amenaza constante, pero los países con gobiernos progresistas ahora se enfrentan a lo que los expertos han llamado el lawfare: el uso de instrumentos jurídicos para la persecución política, como cuando en Brasil a Lula lo metieron a la cárcel (aunque nunca se haya demostrado su culpabilidad). Con este mecanismo, ciertos medios de comunicación y aparatos jurídicos construyen narrativas que atentan contra las carreras políticas de los líderes políticos. En las últimas semanas, las acusaciones judiciales por corrupción contra Cristina han provocado que sus simpatizantes se manifiesten afuera de la casa de la mandataria para demostrarle que no está sola; suelen cantar “si la tocan a Cristina, que quilombo se va a armar”.  

El barrio de Recoleta, donde vive Cristina, digamos que es un equivalente a Polanco en la Ciudad de México, un lugar de residentes acaudalados. El hecho de que una líder populista viva en esa zona, mucha gente lo ve como una provocación. Las movilizaciones en apoyo a Cristina conllevan que muchos militantes lleguen a ese lujoso sitio para cantarle su respaldo a la vicepresidenta. El ruido que provocan los seguidores de Cristina, provocó que los vecinos se quejaran de que no podían dormir. La respuesta del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que está en permanente disputa con el gobierno Federal y con Cristina, puso una cerca metálica alrededor de la casa para que sus seguidores no pudieran acercarse. Un gesto que en un clima complicado ha sido leído por diversos sectores progresistas como una vulgar provocación.  

Cristina Fernández es una de las personas más queridas de Argentina, en las movilizaciones de este viernes, un militante peronista me confiesa con una ligera sonrisa: tenemos un vínculo edípico Cristina; no exagero si la mirada se les ilumina a varios jóvenes del movimiento estudiantil cuando me hablan de ella, de la que no dudan de responder que les gustaría que el próximo año volviera a ser su presidenta. Cristina hoy no es la presidenta, pero su palabra pesa más que la de cualquier otra persona en este país. Sus declaraciones hacen eco y sus silencios anuncian señales. La oposición no existe sin Cristina: su manera de vivir es atacarla, refutarla; casi cualquier discusión política pasa por ella. 

No son pocos los argentinos que dicen que este hecho lamentable no es algo aislado, que el atentado es resultado de lo que han cultivado por años medios de comunicación. Hace un par de días, en el canal de televisión A24 un presentador de noticias elaboró un monólogo en el que llamaba retrasada mental Cristina; misoginia y varias expresiones de odio son parte del discurso habitual de algunos sectores que no soportan a la líder populista. La líder de la oposición, Patricia Bullrich, en vez de condenar el atentado, acusó al presidente Alberto Fernández, por declarar feriado al día después del ataque, de utilizar la “violencia aislada” para hacer un acto político.   

Argentina vive una situación económica complicadísima. Cercada por el FMI y por políticas que se han ajustado a sus mandatos, la inflación se acelera como ningún otro país en América Latina. La presencia de la crisis es algo habitual en las conversaciones. Es difícil dimensionar todo lo que significa el espiral inflacionario, pero no es raro escuchar el hartazgo de un taxista o de un trabajador: “estamos peor que Venezuela” o alguna otra queja. La inconformidad con el gobierno del presidente Alberto Fernández es una voz que crece. La gente -incluso sectores críticos- suele reconocer los logros alcanzados por los gobiernos kishneristas, pero en el caso del reciente gobierno no me ha tocado escuchar comentarios entusiastas. La crisis y el poco liderazgo de Alberto Fernández para muchos son unas de las razones para que le líder ultraderechista Javier Milei sigue creciendo en popularidad.

El escritor trinitario V.S Naipaul, Premio Nobel de Literatura, escribió hace algunas décadas, una larga crónica sobre Argentina. En ella dice: “Ahora, tras ocho presidentes, seis de ellos militares, Argentina se encuentra sumida en una crisis que ningún argentino es capaz de explicar del todo”. La crisis es algo que se asocia al imaginario argentino, pero el país es muchas cosas más, por ejemplo, es una sociedad con una gran capacidad de movilización para defensa de derechos.

Como malacostumbrado mexicano, una de las cosas que más me sorprende de la sociedad argentina es su rechazo frontal a la violencia. Argentina es un país que conoce el valor que la memoria tiene presente el valor de la democracia; la mayor parte de la gente con la que conversé, me dicen que vinieron a la marcha del viernes por Cristina, pero también la democracia se les escapa constantemente por la boca.

Este viernes llegaron a la Plaza de Mayo diversos colectivos, sindicatos, peronistas (lo que quiera que signifique), comunistas, agrupaciones de hijos de desaparecidos durante la dictadura. Estuvieron presentes muchas familias y grupos de amigos que compartían un mate o se formaban para comprar un choripán; muchos adultos mayores y gente que venía de pueblos lejanos a la capital. Nadie tan histriónico como los argentinos cuando se trata de alentar: tambores, cánticos y banderas; alientan con una teatralidad comprometida.   

Nadie sabe lo que va pasar en los próximos días. Los más entusiastas hablan de una probabilidad de que esta situación provoque que sectores que se habían distanciado por diferencias (como el caso del presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández) se vuelvan a unir. Y aunque el repudio al ataque ha sido amplio, el descontento de gran parte de la sociedad seguirá estando en disputa por grupos que ya no tienen pudor en esconder el odio que los mueve.

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