AMLO
El señor de los valores entendidos
Vayamos al más delicado de los entendimientos en la 4T. Yo tengo para mí que AMLO no acuerda con el crimen organizado, por sí o por interpósita persona, protección gubernamental a cambio de dinero para él, ni siquiera para sus campañas.CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–El presidente López Obrador tiene un subterfugio para hacer las cosas malas que no quiere que se sepa que hace. Como buen mánager de beisbol, envía señales cifradas a sus jugadores, movimientos de las manos que al lego le parecen tics pero al integrante de su equipo le dan instrucciones precisas de la jugada que debe realizar. Tocarse la oreja o mesarse el pelo equivale, en su Presidencia, a disimular crípticamente órdenes inconfesables. Recurre al viejo truco de las “verdades técnicas”. No miente literalmente sino entre líneas; no viola la letra de la verdad sino su espíritu. Dice que no usa palomas mensajeras para presionar actores políticos o manipular a sus legisladores o jueces mientras tira línea desde las mañaneras. Dice que no da chayote y su jefe de piso remunera vítores con gestorías. Dice que no financia campañas con dinero público mientras sus cercanísimos lo reciben. Dice que no acordó la impunidad de Peña Nieto pese a que se hizo en su beneficio. Dice que quiere una revocación en tanto que sus operadores promueven la ratificación. Dice que no compra votos y con sus padrones se acarrean beneficiarios a las urnas. Dice que no lincha en redes sociales y sus troles viven atentos a su pulgar. Dice que no decide en Morena y observa a su polichinela hablar como el muñeco Andresito. Dice que no elige candidatos y esconde su dedo encuestador. Dice que no espía ni denuncia ni persigue porque no falta el vivo que cumpla sus deseos. Y lo más grave: dice que no pacta con los narcos e invoca aquello de que amor con amor se paga.
En política se habla de “valores entendidos”. Son las cosas que no hace falta decir en voz alta, que el interlocutor entiende bien, las que el líder quiere que sucedan pero de las cuales no se le ha de responsabilizar. Ora son simples guiños, ora gestos de iniciados. Con el puntilloso el asunto se torna esotérico: cuando un subordinado habla del “cochinito” y el jefe se sale de la junta, por ejemplo, dejando tras de sí un ectoplasma anuente a que se roben la vaca, todos saben que lo hace porque no quiere pecar ni agarrándole la pata. Faltaba más, él se tiene que cuidar y a nadie conviene involucrarlo. Por eso, porque no lo pide personalmente, no se va a encontrar un video o un audio en el que se le vea o escuche gestionar algo indebido. Quienes lo hacen por teléfono “en clave” y se exponen a la traducción de sus grabaciones son amateurs. AMLO, por cierto, es profesional. Si bien suele ser políticamente incorrecto, jamás aceptará públicamente haber delegado sibilinamente un trabajo sucio, pues sus simpatizantes se darían cuenta de que el hecho de profesar una vertiente de la honestidad, la de no usar el poder para su enriquecimiento personal, no inmuniza frente a otras tentaciones de la corrupción.
Vayamos al más delicado de los entendimientos en la 4T. Yo tengo para mí que AMLO no acuerda con el crimen organizado, por sí o por interpósita persona, protección gubernamental a cambio de dinero para él, ni siquiera para sus campañas. Pero también creo que su decisión de no confrontar a los cárteles, especialmente a uno de ellos, tiene un mensaje intrínseco. Sería algo como “yo no los ataco y ustedes reducen la violencia y, de paso, me echan la mano en cuestiones electorales e incluso de gobernabilidad”. En lo primero le han quedado a deber; en lo segundo, según muchos indicios, le han cumplido con creces. Los narcos también saben leer recados simbólicos: si quieren abrazos y no balazos no es necesario decirles quién debe ganar los comicios. Supongo que en el futuro sabremos que en este gobierno hubo civiles o militares que se vendieron, pero supongo que serán los que se fueron por la libre. La prioridad de quienes acatan la voluntad de AMLO sería asegurar tácitamente el apoyo de los criminales para la continuidad de “el movimiento” sin comprometerse a nada que no esté ya comprometido. ¿Para qué negociar si ya se decidió no atacarlos? ¿Quién necesita hablar con ellos si ya se liberó al hijo del capo, se saludó a su mamá y se le ofrecieron los buenos oficios gubernamentales a favor del sentenciado ante las autoridades de Estados Unidos? No es fortuito que AMLO se esmere en ser magnánimo con ellos y diga que los cuida, que son seres humanos. Todas esas declaraciones conformarían una mensajería que obvia el diálogo directo. Se dejan las fichas sobre la mesa para que el otro las recoja y deje las suyas, sin que los jugadores se reúnan.
¿Es ilegal establecer una política de seguridad que intenta disminuir la violencia –y por ello elude los choques violentos con la gran delincuencia– y recibir el fruto electoral del agradecimiento de los delincuentes? Lo es en la medida en que quedan impunes delitos electorales, amenazas y secuestros de candidatos. ¿Es inmoral? Por supuesto que sí, profundamente inmoral, porque el quid pro quo apunta a una cohabitación. Todo parece indicar, en efecto, que se camina hacia un cogobierno voluntario con el crimen organizado. Ojo: con un gobernante autoritario como AMLO, soslayar es avalar. ¿No se le permite controlar regiones enteras del país, acaso logrando ciertos ahorros presupuestales, a cambio de apuntalar a la 4T y debilitar a la oposición? ¿No se trata en los hechos de la creación de un nuevo nivel u orden de gobierno, una suerte de “narcocondados” que se subordinan sólo al vértice del poder formal y operan con su aval y en la lógica territorial? Son preguntas. No pasa nada, se responderá desde el dugout; no se pierde autoridad. A fin de cuentas todos, malosos incluidos, rendirán pleitesía al señor de los valores entendidos.