Análisis

Las desigualdades laborales

Se acerca el Día del Trabajo y con ello las reflexiones sobre los déficit, problemas y oportunidades que tenemos respecto a las condiciones de empleo en general y condiciones laborales en particular.
viernes, 29 de abril de 2022 · 13:04

A Rosario Ibarra, ¡por su amor por la vida digna!

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- México es más que una sociedad desigual: es un país de desigualdades varias, diversas e interconectadas.

Se acerca el Día del Trabajo y con ello las reflexiones sobre los déficit, problemas y oportunidades que tenemos respecto a las condiciones de empleo en general y condiciones laborales en particular. Sin duda somos un país dispar en diferentes frentes y por ello la desigualdad no debe pensarse como un hecho unidimensional, y el tema del trabajo no es la excepción. Hay varias capas de desigualdad en este rubro que conviene visibilizar.

Con frecuencia se afirma que vivimos en una sociedad desigual. Y quizá la imagen que nos viene a la mente es la de la enorme diferencia entre los contados ultrarricos del país –con amplio poder económico y político– y las amplias capas empobrecidas y excluidas de las decisiones públicas.

Esta imagen en países como el nuestro es cotidiana y por ello normalizada. Conviven colonias aburguesadas con barrios marginados, sólo mediados por altas bardas de concreto. Y aunque los sectores más privilegiados tienden a encerrarse en enclaves urbanos, la distancia que buscan no omite la ofensiva disparidad de recursos.

Esa realidad extrema está ligada a otras desigualdades, principalmente las laborales, que conviven entre nosotras y que limitan el acceso a una calidad de vida digna para las mujeres. Las diferencias de ingresos entre actividades económicas, por ejemplo, es más sutil pero igual de fuerte. Si nos atenemos a los datos que ofrece la más reciente Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Inegi, destacan varios elementos, aunque me detendré sólo en un par.

Primero: el trabajo agropecuario es la actividad peor pagada, siendo apenas una cuarta parte, en promedio nacional, de lo que gana un funcionario o un directivo. Este dato habla ya del poco valor económico que le damos como sociedad al campo y al trabajo de las campesinas, a pesar de ser una actividad clave de nuestra economía y el origen de los alimentos básicos que llegan a los hogares del país.

Segundo: el trabajo industrial y artesanal se paga a la mitad (de nuevo, en promedio nacional) respecto al trabajo de profesionistas, técnicos y artistas. Mientras que el primer grupo recibe un pago promedio por hora de 39 pesos, el segundo grupo recibe uno de 80 pesos. Trabajos todos que implican dedicación e importantes esfuerzos físicos, pero diferenciados fuertemente desde el ingreso que perciben.

La diferencia de ingresos por género es otra realidad injusta que, por fortuna, los diversos movimientos feministas han venido visualizando en los últimos tiempos, aunque aún queda mucho por avanzar, pues mientras siete de cada 10 hombres participan en la economía, solo cuatro de cada 10 mujeres lo hacen.

Salvo en los trabajos agropecuario y de ayuda en general, donde las mujeres ganan un poco más, todo el resto de las actividades económicas y profesionales es liderada por los hombres en cuanto a mayor ingreso. Y no sólo ganan más, sino que, de acuerdo con el IMCO, 55% de las mujeres ocupadas trabajan en la informalidad y en condiciones precarias.

La lista de diferencias podría seguir, pero ya se observa el punto central de la idea: hemos normalizado vivir en sociedades donde no hay una desigualdad general, sino varias e interconectadas desigualdades (laborales, sociales, económicas, raciales, de género, por mencionar algunas).

Parte de la respuesta a esta situación está construida desde los colectivos de mujeres organizadas políticamente, que visibilizan las problemáticas e injusticias –como los grupos feministas lo han logrado– y que inciden en las relaciones de poder que mantienen normalizada la precariedad en la vida y el trabajo.

Ejemplo de ese tipo de organización es la Coordinadora Nacional de Defensoras de Derechos Humanos Laborales (CNDDHL), un “colectivo de colectivos” de mujeres trabajadoras de diversos sectores (trabajadoras del hogar, trabajadoras de la maquila, jornaleras agrícolas y trabajadoras migrantes temporales, principalmente), que se agrupa en torno a la defensa de los derechos humanos laborales, con una perspectiva integral de sus diferentes derechos y desde una perspectiva de género.

Grupos como la CNDDHL son los que, desde las realidades locales, impulsan los cambios estructurales requeridos para que las diferencias que tenemos no se conviertan en desigualdades injustas que dividen y separan el tejido social y colectivo.

Las políticas de empleo y económicas de los gobiernos suelen quedarse cortas en sus alcances respecto a estas desigualdades existentes en nuestro país. Programas como Jóvenes Construyendo el Futuro, si bien diseñados con buenas intenciones, están muy lejos de incidir en las diferentes dimensiones de la desigualdad y mucho menos de entender cómo lograr una igualdad sustantiva para las jóvenes trabajadoras.

¿Cómo se debe encarar este tema desde las políticas públicas? Es urgente que las autoridades identifiquen, primero, que más que una sociedad desigual, somos un país de desigualdades. También es necesario que las acciones que realizan sean coherentes con las causas que generan esas diversas desigualdades. Lo que hoy vemos son esfuerzos insuficientes y, sobre todo, muy fragmentados.

Pero no sólo es el gobierno el responsable de que esto cambie. Los poderes económicos deben estar sujetos a procesos de rendición de cuentas empresariales con el propósito de que sus desempeños se ajusten a los marcos nacionales e internacionales de protección y defensa de los derechos humanos.

Como bien ha documentado el reporte de Oxfam Internacional, titulado Las desigualdades matan, las corporaciones de capital privado en lugar de trabajar para abonar a sociedades menos desiguales, profundizan la segmentación social y exacerban la violencia desde el modelo económico que fomentan y ahondan.

Si, como decíamos al inicio, más que una sociedad desigual somos un país de desigualdades, no es esperable que exista una forma o receta para darle vuelta al fenómeno.

Lo que sí queda claro es que todo lo que se ponga en marcha debe estar orientado a reducir las muchas y diferentes brechas que nos están separando y que si no hacemos algo urgente, nos estaremos rompiendo del todo como comunidad. 

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