AMLO

Testamento político: ¿Claudia J. Múgica?

Pero entonces digámoslo sin ambages: nadie más que él decidirá quién será la (el) candidata(o) presidencial morenista. Los sondeos podrán ayudarle a tomar la decisión, pero no será ninguna encuesta sino su dedo encuestador el que tendrá la última palabra.
domingo, 6 de febrero de 2022 · 13:02

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Tengo claro que la sana distancia que el presidente López Obrador dice guardar frente a Morena es elástica. Si bien en los asuntos rutinarios le gana su maderismo y su laissez faire, en circunstancias extraordinarias no duda en intervenir decisivamente y refrendar su papel de factótum. Nada de malo tiene que lo haga, pues es natural que un jefe de gobierno sea líder de su partido; al contrario, si algo podría reclamársele a AMLO es que no ejerza con mayor frecuencia su liderazgo para arbitrar en las brutales reyertas que se dan al interior de una organización que dista mucho de institucionalizarse. Pero entonces digámoslo sin ambages: nadie más que él decidirá quién será la (el) candidata(o) presidencial morenista. Los sondeos podrán ayudarle a tomar la decisión, pero no será ninguna encuesta sino su dedo encuestador el que tendrá la última palabra.

En ese orden de ideas, reitero lo que vengo diciendo desde hace un par de años. AMLO tendrá una disyuntiva similar a la que enfrentó Lázaro Cárdenas en 1939-40: seguir en la ruta radical o correrse al centro. Y de cara a 2024 los punteros en esas dos vertientes son, si se me permite el juego de nombres, Claudia J. Múgica y Marcelo Ávila Camacho. La primera encarnaría la continuidad de “la cuarta transformación”, la coincidencia en el proyecto sin enmiendas y la lealtad absoluta, mientras que el segundo representaría la moderación, la combinación de ciertos puntos clave de la 4T con una agenda propia que presupondría reducir la polarización. Ya sabemos que Cárdenas optó por no estirar más la cuerda a la izquierda; la oposición de empresarios nacionales y extranjeros a sus políticas socioeconómica y educativa, la Guerra Mundial y la crispación del país, la candidatura de Almazán, el surgimiento del PAN, todo apuntaba al riesgo de ruptura del régimen posrevolucionario. La decisión priorizó el proyecto político sobre el proyecto social.

¿Qué opción preferirá AMLO cuando llegue el momento? Van tres pistas a partir de sus propias palabras: 1) “Siempre quedará en duda si no habría sido mejor que el General Cárdenas se inclinara por Múgica”, escribió hace siete años en El poder en el trópico, “porque él sí garantizaba el cumplimiento cabal de las demandas del pueblo”. 2) “Los moderados no son más que conservadores más despiertos, más hipócritas”, repitió por enésima ocasión el 7 de septiembre de 2021 en paráfrasis a Melchor Ocampo. 3) “No pierdan su autenticidad, ánclense en la izquierda”, aconsejó a los jóvenes en su discurso del pasado primero de diciembre, sugiriendo que es un error zigzaguear en aras de quedar bien con todos. Yo reitero lo que expresé en este espacio hace ocho meses (“Claudia o Marcelo”, 16/05/21): no descarto que la historia de la sucesión cardenista se repita “si una crisis económica debilita a AMLO y lo obliga a hacer concesiones al empresariado”, pero tengo para mí que en cualquier otro escenario le enmendará la plana al General. Ignoro si dentro de dos años esto seguirá significando el ungimiento de Sheinbaum –dependerá de varios factores, entre ellos su competitividad electoral– pero no me cabe duda de que si no hay una circunstancia catastrófica la candidata morenista será ella o alguien con un perfil muy parecido al suyo.

No se requiere más que un conocimiento elemental de la personalidad de AMLO para llegar a esa conclusión. De hecho, tengo la impresión de que el propio Ebrard se ha convencido de que la estrategia de entreverar signos de lealtad obradorista y puentes con el empresariado y medios críticos de la 4T es contraproducente y se esfuerza por mostrarse afín al radicalismo. Sus acciones desde la Cancillería a favor de gobiernos izquierdistas, la designación de algunos embajadores –que no parecen ser imposiciones sino, al menos en ciertos casos, guiños a quien más influye en AMLO en temas de relaciones exteriores y cultura–, los tuits en los que proclamó que el patrimonio cultural de Banamex “debería pasar a propiedad nacional” como “una retribución al enorme e injusto apoyo que hemos dado los contribuyentes con los cuantiosos pagos anuales para cubrir los pagarés IPAB, mejor conocidos por Fobaproa” son indicios de un ajuste estratégico. El corrimiento al centro no es buen negocio cuando el gran elector es un radical de corazón y hueso colorado.

Tras de su segundo contagio de covid AMLO advirtió en un video que tiene un testamento político por si llegara a morir antes de que concluya su Presidencia. Dos cosas resultan imposibles: saber qué contiene y resistir la tentación de hacer conjeturas. Sabedor de que sin su presencia Morena, que tiene mayoría en el Congreso y estaría en posición de elegir al presidente sustituto, perdería su precaria cohesión, AMLO quiere evitar que el país caiga en la ingobernabilidad, como afirmó, pero seguramente también quiere minimizar la probabilidad de que la 4T se descarrile. ¿Quién podría descarrilarla? ¿Alguien puede concebir que le preocupe que Claudia Sheinbaum tome su lugar? Si su pesadilla, según se colige de sus repetitivas declaraciones mañaneras, sería que la 4T se desvíe o se desdibuje, ¿es ilógico pensar que su albacea sea una representante del radicalismo que no ha tenido ningún otro jefe y cuya trayectoria no se explica sin él? Y algo quizá más importante: ¿un líder que aprecia los equilibrios, capaz de aceptar de buena gana la alternancia que representaría la mesura, se preocuparía por dejar constancia de su última voluntad de poder? Yo creo que no.

Este análisis forma parte del número 2361 de la edición impresa de Proceso, publicado el 30 de enero de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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