Rusia

Ternura internacional

Mientras la invasión rusa a Ucrania incrementa el riesgo de una catástrofe nuclear, la 4T se enreda con el invasor. El acuerdo con Rusia para la exploración espacial firmado hace un año y filtrado hace unos días, que podría involucrar actividades de espionaje, ha provocado un lío.
miércoles, 19 de octubre de 2022 · 08:33

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Mientras la invasión rusa a Ucrania incrementa el riesgo de una catástrofe nuclear, la 4T se enreda con el invasor. El acuerdo con Rusia para la exploración espacial firmado hace un año y filtrado hace unos días, que podría involucrar actividades de espionaje, ha provocado un lío de pronósticos reservados. Es lo que sucede cuando la política exterior se maneja con la ligereza del neófito: el presidente López Obrador, en efecto, reaccionó al tema en la mañanera del lunes pasado con insólito nerviosismo, como el niño que se da cuenta de que la granada con la que está jugando a las canicas le puede estallar en la mano. Sin cálculo estratégico, el gobierno mexicano coqueteó con Putin para picarle la cresta a Estados Unidos.

Pero el alarde de improvisación internacional más conspicuo ha sido el “plan” de paz. AMLO es un político ensimismado en México, quien toda su vida desdeñó el entorno global y apenas hace unos meses, ya en la Presidencia de la República, entendió que las relaciones exteriores son importantes. Sobrado, dio entonces un salto mortal pacifista –valga la paradoja– con una propuesta que ni siquiera pasó el tamiz de los especialistas de la Cancillería. Su preocupación por las graves repercusiones económicas de la agresión militar rusa, tan válida como simplista, parió su sugerencia: un comité que instaure una tregua de cinco años formado por el primer ministro de la India, el Papa y el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas. ¿Por qué cinco años y no tres o siete, y qué se haría en ese tiempo para desactivar el conflicto? ¿Por qué Narendra Modi, porque es un gobernante muy popular que le cae bien? ¿Por qué Francisco, si las poblaciones de Rusia y Ucrania son mayoritariamente ortodoxas?

AMLO anunció su ocurrencia sin antes desplegar una estrategia diplomática para sustentarla. Ni siquiera se habló con los mediadores sugeridos para procesar su anuencia; tampoco se hizo la tarea con las dos partes involucradas, y menos con otros países que podrían apuntalar la formación del comité. El “plan” fue desechado por Ucrania por la vía de una suerte de oficialía de partes tuitera. Y tras de la descalificación ucraniana el canciller estadunidense, Blinken, dijo algo que, probablemente sin proponérselo, sepultaba la iniciativa mexicana: “Si Rusia deja de pelear, se acaba la guerra; si Ucrania deja de pelear, se acaba Ucrania”. Y digo que no creo que se lo haya propuesto, porque seguramente no la tomó en serio, pese a que Marcelo Ebrard la depuró un poco y la matizó bastante al presentarla en la Asamblea General de la ONU. El propio AMLO se quejó de que nadie la apoyó. Sigue sin comprender que la globalidad es una urdimbre compleja y que para abordarla se requieren destrezas y saberes de los que él carece.

Es difícil, por lo demás, procurar una intermediación desde la parcialidad. Sí, la postura de México en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea ha sido crítica de las acciones más agresivas de la Federación Rusa, pero el observador menos perspicaz infiere de sus dichos mañaneros que el corazón de AMLO está con Putin y no con Zelenski, cuya nominación al Nobel de la Paz recibió una condena más categórica que la que nuestro país anunció respecto de la anexión de varios territorios ucranianos por parte de Rusia. Se trata, dicho sea de paso, de una mal disimulada rusofilia que resulta difícil de asimilar: que algunos regímenes latinoamericanos que han recibido de Moscú ayuda económica y de otras índoles defiendan a su presidente es comprensible, pero que lo haga AMLO, quien al parecer no tiene ese tipo de nexos, sólo se puede explicar por una solidaridad extralógica.

Con todo, el sesgo putinesco no es el problema de fondo. Lo es, como señalé antes, el desconocimiento del contexto mundial y de los instrumentos de la diplomacia y, peor aún, la soberbia de no pedir asesoría a los expertos. Varias veces ha dicho AMLO que lo peor que puede pasar en política es hacer el ridículo; pues bien, eso se aplica también a la política exterior, y ya le tocó a él. Un estadista debe tener al menos un entendimiento básico del (des)orden internacional y del funcionamiento de las relaciones entre los Estados que lo forman. Y si no lo tiene debe poseer la humildad de escuchar a los que sí saben, o de plano de abstenerse de buscar protagonismo global. AMLO podría verse en el espejo de Echeverría, quien al menos viajaba al extranjero.

Se vale criticar a la ONU, que sin duda tiene deficiencias y vicios que erradicar. Se vale cuestionar, en corto y con respeto, a los gobernantes de otros países que no pudieron evitar la guerra. Lo que no se vale es pontificar desde la arrogancia pública y con una ignorancia flagrante de los mecanismos y los antecedentes más elementales. AMLO decidió ignorar al resto del mundo y debe reconocer sus limitaciones. Si suele regodearse aleccionando burlonamente a sus opositores cuando cometen errores, y ha llegado a llamarlos “ternuritas” por actuar sin oficio o astucia, bien podría recibir el mismo epíteto de ellos en este caso y por las mismas razones. Así como él les aconsejó actuar con sagacidad, ellos pueden darle el consejo de quedarse en los asuntos domésticos que sí domina. O ya de perdido resignarse a no ser el factótum de la paz en un planeta del que sólo entiende una pequeña parte, al que acecha una hecatombe que él no podría atender porque en ese terreno le gana –dicho sea con todo respeto, como él dice– su incompetencia. 

Análisis publicado el 16 de octubre en la edición 2398 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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