Afganistán

Afganistán y el fin de la ocupación

Los afganos que no han salido están identificados con alguna de las 14 etnias que se agrupan en el país; predominan la de los pastunes, tayikas, hazara, uzbecos, aimak, turcomanos, baluchi, nuristanis, guijar, árabes, brahui, pamiri, kirguís y urguis.
martes, 7 de septiembre de 2021 · 11:24

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Nadie parece convencido de que fuera el mejor momento para que Estados Unidos abandonara Afganistán o que se retirara de la forma en que lo hizo. Al igual que el presidente George W. Bush que desde 2003 expresó haber cumplido su misión en Irak, cuando la drástica guerra apenas comenzaba, Joe Biden va más allá y considera un “extraordinario éxito” la retirada. En aquel año se abrieron las puertas al terrorismo de Daesh, que por su acrónimo en árabe se traduce como el califato de Siria e Irak, también conocido como ISIS o el temible Estado Islámico.

El riesgo de que algo semejante sucediera aconteció en el transcurso de la evacuación en el aeropuerto de Kabul con el atentado que causó un centenar de víctimas, la mayoría afganos, reivindicado por el llamado ISIS-K o Estado Islámico del Gran Jorasán, región designada así desde el Medioevo y que abarca la mayor parte del Levante, incluyendo Afganistán, Pakistán y fragmentos de India. Esta filial surgió hace seis años, después de que en 2014 la ofensiva en Siria rebasaba los límites impensables de la violencia y la intolerancia. Sus primeros integrantes fueron pakistanos que, apoyados por los talibanes de Afganistán, expresaban su desacuerdo con las posiciones moderadas. También se dice que se encuentra ligado al Movimiento Islámico de Uzbekistán y algunos miembros de la única provincia sunita de Irán, así como al Partido Islámico de Turkestán en el que participan los uigures del noreste de China.

En ese riesgo contribuye igualmente la presencia de Red Haqqani, una franquicia de Al-Qaeda con cierta autonomía entre los islamistas radicales, por cuyo dirigente Estados Unidos llegó a ofrecer 5 millones de dólares en 2008, y de quien se dice es responsable de la seguridad en Kabul; por lo que vendría bien el dicho aquel de poner la Iglesia en manos de Lutero.

El cuadro completo expresa la composición heterogénea que ha dificultado tanto los arreglos y acuerdos posibles con los occidentales ligados a la idea de lo homogéneo y con enormes dificultades para entender lo disperso. Allí donde se carece de la idea del Estado Nación, que ha conformado a los países modelo y que ha podido aglutinar a sus habitantes en torno a una identidad común, mientras las sociedades donde la organización tribal prevalece las identidades se multiplican y permiten formas de asociación diferenciada. Algunos con simplismo lo reducen a la democracia como salvadora de todos los atavismos. Para aproximar esas posiciones se contó con la mediación de Motlaq Bin Majid al Qahtani, el hombre de Catar para mediar con el nuevo gobierno desde que inició sus contactos con el expresidente Hamid Karzai, con la pretensión de alcanzar un gobierno reconocido internacionalmente.

Pero 20 años de ocupación era demasiado tiempo, por lo que Estados Unidos y los países de la coalición estaban presionados para poner fin a algo que expresaba muchas cosas excepto el éxito del que habla el presidente Biden. Cualquier acción estaba destinada a repercutir entre los afganos, cuya percepción de los hechos es casi imposible de conocer porque lo único que trascendió fue la aglomeración en el aeropuerto de quienes buscaban salir; se decía que tal aglomeración se debía al pánico provocado por la llegada del nuevo gobierno talibán, pero la explicación resulta insuficiente. Tampoco se sabe de quienes celebraron la salida de las fuerzas de ocupación, ni quiénes son los que apoyaron al talibán para resistir durante 20 años y en unos cuantos días lograron la retirada del ejército más poderoso del mundo. Algo que inevitablemente recuerda la salida de Vietnam hace más de 40 años.

El gobierno apoyado por Estados Unidos tampoco logró consolidarse en Afganistán, si es que hubo algún diseño organizativo que consideró las condiciones culturales de ese país, y cabe la hipótesis de que su armamento y hasta sus hombres entrenados habrían terminado en el ejército de los rebeldes. Está el ejemplo contundente de 5 mil soldados que en julio defeccionaron y se refugiaron en Tayikistán.

Estados Unidos organizó una de las salidas más numerosas de la época contemporánea al lograr el traslado al exterior de 120 mil personas que previsiblemente colabo­raron con Estados Unidos y otros países de la coalición durante la ocupación, seguramente la mayoría extranjeros y muchos afganos. Pero éstos siempre han salido si se ven las cifras de llegada desde hace años principalmente a Irán, Pakistán y Turquía. El primero ha debido regresar recientemente a 700 mil de esos migrantes y el último no puede con la presión de los más de 3 millones de refugiados sirios en su territorio. Además se calcula que hay 4 millones de afganos desplazados, cifra que supera 10% de su población total, de 38 millones. Rusia, como otros países cercanos, se prepara para hacer frente a la avalancha de personas que puede producir la llegada del talibán al poder, como lo han demostrado los contingentes que ya se aglomeran en las fronteras.

Sin embargo, es muy probable que las salidas de los afganos en estos años y aun hoy estén vinculadas no sólo al temor que inspiran los talibanes, sino a la pobreza extrema en que viven. La economía de esta nación se encuentra en el sitio 115 de 196 países que registra la ONU, aunque proveen 80% de la cocaína y heroína que se produce en el mundo y que por ser ilegal no entra en las estadísticas formales. Pese a todo, son supervivientes de la ayuda externa, la espada de Damocles que se alza amenazante para que los talibanes se porten bien.

Pero ¿quiénes son entonces esos 120 mil que lograron beneficiarse con la extensa red de aviones de los aliados liderados por Catar que salieron del país en tan escasos días? No se conocen todavía las estadísticas de los que salieron, aunque un indicador es el de quienes llegaron a México. Es previsible que los filtros establecidos permitieron salir al personal calificado, como las jovencitas que participan en los equipos de robótica, las primeras en llegar. Después, el contingente ya más grande de trabajadores de algunos medios estadunidenses, como The New York Times o The Washington Post. Del tercero es del que menos información se ha dado.

Qué bueno que México haga lo que humanitariamente corresponde y además salga a relucir la tradición de asilo que tanto se invoca y tan escasamente se aplica. Pero ¿se trata realmente de refugio o de la participación en un operativo planeado por Estados Unidos con el objetivo de distribuir fundamentalmente a personal calificado en ciertos países? En ese sentido, México estaría ejerciendo el papel que ya se le ha conferido de “tercer país seguro” para retener a quienes desean ingresar en aquel territorio y sólo lo logran luego de pasar los filtros establecidos, que pueden darse por la calidad profesional.

Con un trato diferenciado se encuentran en México los haitianos, cubanos, hondureños que no llegan en los aviones de Catar, pero también son solicitantes de asilo e incluso han hecho parte de su trayecto a pie y esperan hacinados en los puestos fronterizos del norte y del sur del país.

Los afganos que no han salido están identificados con alguna de las 14 etnias que se agrupan en el país; predominan la de los pastunes, tayikas, hazara, uzbecos, aimak, turcomanos, baluchi, nuristanis, guijar, árabes, brahui, pamiri, kirguís y urguis. Y no resulta fácil de entender que con esa fragmentación en una encuesta de 2009, 72% de los entrevistados calificó su identidad como afgana primero, antes que la de su etnia. Los une que la mayoría se encuentra afiliada a la rama sunita del Islam y son los primeros quienes nutren al talibán. Ejercen su religión en forma peculiar, siguiendo al pie de la letra la Sharia, algo primitivo porque en general en los países de la región con visos de modernidad, la secularización es practicada por el impulso de las mujeres. La etnia hazara –entre las más numerosas– ha sido perseguida por su filiación chiita, pero cuenta con el apoyo de Irán.

En un número anterior de Proceso (2338) se indica una pista que puede seguirse para explicar el triunfo del talibán, como se desprende de la opinión de Carlos Navarro, director de Estudios y Proyectos Internacionales del INE, quien formó parte de una misión internacional de observación electoral en los comicios legislativos del 18 de septiembre de 2010 en aquel país, y para quien “no se puede entender el fenómeno de los talibanes sin arraigo social (…), como un puñado de hombres con armas e ideas extrañas; son mucho más que eso: representan el sentir de amplios segmentos de la sociedad”. Y entender esas bases sociales es lo que muchas veces se escapa. 

Este análisis forma parte del número 2340 de la edición impresa de Proceso, publicado el 5 de septiembre de 2021, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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