AMLO

El personalismo y la (maleable) ética

La estrategia anticorrupción del presidente López Obrador está viciada de origen porque parte de la premisa de que el fin depurador justifica los medios autocráticos.
viernes, 7 de mayo de 2021 · 19:55

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El presidente López Obrador asume sus manotazos autoritarios como golpes a la corrupción. Explica su respaldo autoral a la inconstitucional prolongación de la presidencia de Arturo Zaldívar en la Suprema Corte como el necesario empoderamiento de un hombre honrado que acabará con las corruptelas de los jueces. El hecho de que fortalezca a un titular del Poder Judicial presto a complacer al titular del Poder Ejecutivo es lo de menos; lo importante es desechar amparos que sólo pueden provenir de “intereses corruptos”. El imperativo ético de ministros comprometidos con “el pueblo” es frenar los recursos legales contra la 4T, y por eso hay que entregarle la Judicatura a alguien que está entregado a AMLO. Sí: personalismo puro.

Su estrategia anticorrupción está viciada de origen porque parte de la premisa de que el fin depurador justifica los medios autocráticos. Y es que, de entrada, es un error sustentarla en personas y no en instituciones. La voluntad política es necesaria mas no suficiente. AMLO se dice decidido a barrer las escaleras por las que deambula mucha gente sin hábitos de limpieza que sigue arrojando basura a su paso; no se da cuenta de que si no hay sanciones a quien lo haga –e incentivos para limpiar– todo seguirá igual. Incluso si el virtuoso de la escoba porfía puntillosamente en su tarea el lugar permanecerá sucio, y más lo estará cuando le llegue el momento de irse. ¿Educación? Sí, pero con premios y castigos. Confiar en barrenderos providenciales es ignorar la condición humana. AMLO pone, una vez más, al gran hombre sobre el sistema. Insólito: el defensor del pueblo suscribe el heroísmo a la Carlyle.

El voluntarismo ha llevado a AMLO a relegar la ruptura del pacto de impunidad en México. Como si no fuera evidente que la plaga de saqueadores no desaparecerá mientras el presidente que entra continúe cuidando las espaldas del que sale, le ha otorgado el perdón a Peña Nieto. Y no sólo a él. Escoja usted al corrupto al que más detesta: ¿está hoy en la cárcel o zanganea por la vida gozando su fortuna? Peor aún, varios personajes impresentables, señores de “arca” y cuchillo que se enriquecieron y sembraron el terror en sus dominios bajo el manto protector del PRI o del Verde, se han convertido en aliados directos o indirectos de AMLO. ¿Para qué enjuiciarlos si con ojos cerrados se aplacan y con cargos abiertos se aplican? No es la trayectoria sino la subordinación lo que cuenta. Van tres ejemplos contrarios: por insumiso, uno de los poquísimos políticos mexicanos honestos, Javier Corral, está recibiendo en su estado el mismo maltrato que en su momento le dio Peña; un activista social que milita en nuestra escuálida reserva moral, Javier Sicilia, es descalificado y desairado por su crítica; un intelectual íntegro y congruente, Gabriel Zaid, no es catalogado como “consecuente” porque no apoya a la 4T.

Todo esto tiene el mismo origen: la personificación de la causa. Los principios dejan de redimir por sí mismos porque encarnan en el redentor. La rectitud cede su lugar a la obediencia, la congruencia da paso a la disciplina. No se confía sólo en la incorruptibilidad sino también, y primordialmente, en la infalibilidad. Es una paráfrasis del dictum del marqués de Croix: a callar y obedecer, pues la ética es maleable y varía en función de la interpretación que haga el Supremo. No está en ningún texto, está en su conciencia, que la moldea según la coyuntura. Antes lo correcto era perseguir a los cleptócratas, ahora lo es indultarlos; ayer se llamaba a mantener al Ejército en los cuarteles y a abrir las puertas a los migrantes, hoy se abren las puertas al Ejército y se mantiene a los migrantes en los cuarteles. Cuando desde la cúspide se da la orden, el pragmatismo y hasta la ocurrencia redefinen la moralidad.

Las leyes y las instituciones –construidas por muchos seres humanos falibles que se corrigen unos a otros– se inventaron para evitar que los yerros del poderoso arrastren a la sociedad. A ellas, no a él, debemos atenernos.

PD: En la lucha contra la injusticia hay sucesos que devienen en puntos de inflexión. Se trata de violaciones flagrantes de derechos de personas de grupos vulnerables que, por su crueldad y por su viralización en redes sociales, sacuden a la sociedad y detonan un proceso de cambio de percepciones y conductas inerciales. Pues bien, la semana pasada miles de mexicanos escuchamos un audio en que una maestra de inglés de la Universidad Autónoma del Estado de México fue violentada mientras daba su clase en línea. Su esposo la agredió por usar su computadora mientras ella gritaba en un llanto desgarrador: “¡Espérame, déjame cortar la clase, ya escucharon!”. Los oyentes imaginamos la dolorosa e indignante escena y pasamos del nudo en la garganta a las ganas de darle un puñetazo al energúmeno. Cierto, sabemos que es algo vergonzosamente común en nuestro país, donde a menudo vemos escandalosas cifras de violencia contra las mujeres, pero oír la voz y sentir la impotencia y el dolor de una víctima de abuso nos hace comprender mejor la gravedad de las estadísticas. ¿Y si tomamos el grito de Jaqueline, junto con los feminicidios de Fátima y Lesvy y Abril y tantas más, para presionar unánimemente a las autoridades para que actúen con contundencia y eficacia contra esta lacra? ¿Y si nos ponemos de acuerdo para impedir que el presidente siga hablando de combatir la violencia en general, como si esta violencia particular no fuera distinta y ameritara un tratamiento especial? Aquí no caben diferencias ideológicas.  

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