Feminismo
Rosario Castellanos: contra la abnegación
Cincuenta años después, el legado crítico de Rosario Castellanos se perfila como un elemento necesario a incorporar en la agenda ético-política del feminismo mexicano.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En mi colaboración pasada recordé ese primer mitin de la segunda ola feminista en México que se realizó hace 50 años, el 9 de mayo de 1971. Tres meses antes, Rosario Castellanos dio un discurso que es una referencia fundamental del pensamiento feminista mexicano. Titulado “La abnegación: una virtud loca”, Castellanos lo pronuncia el 15 de febrero, Día Nacional de la Mujer (para el PRI), en el Museo Nacional de Antropología, junto al presidente Luis Echeverría y su esposa, María Esther Zuno, frente a un numeroso grupo de mujeres destacadas y funcionarios de gobierno.
A sus 46 años Castellanos es una feminista que ha madurado y pulido ideas que viene germinando desde hace tiempo, con una aguda observación de su entorno y su conocida lucidez. Todo ello cuaja en unas palabras que conmueven a muchas de las personas presentes e irritan profundamente a otras. La estrategia discursiva que nuestra escritora desarrolla establece una relación entre la situación de las mujeres, el mandato cultural de la feminidad y los problemas nacionales. Lo primero que hace es desmontar el consabido recurso de hablar de “La Mujer” y, en vez, distingue entre las diversas situaciones que viven las mujeres, con cuestiones centrales que siguen presentes hoy en día. Pero, sobre todo, suelta una gran provocación al decir:
“La abnegación es la más celebrada de las virtudes de la mujer mexicana. Pero yo voy a cometer la impertinencia de expresar algo peor que una pregunta, una duda: la abnegación ¿es verdaderamente una virtud?”
A lo largo de su intervención dará respuesta a esa inquietante pregunta y pondrá en evidencia, con ironía, que:
“(…) Para la abnegación de la mujer mexicana no bastan los hijos. Se propina también a los demás miembros de la familia: al marido al que se convierte en un tirano doméstico quien, si no acierta a defenderse, se encuentra de pronto despojado hasta de la más mínima responsabilidad.”
Al calificar de “loca” esa supuesta virtud, Castellanos reflexiona sobre cómo enfrentarla e introduce el concepto de “equidad” y, con un uso totalmente innovador en esa época, vincula el término “equitativo” con lo que es legítimo. Ella sostiene que ante la locura que implica la abnegación hay que recurrir a la ley:
“Todas las disposiciones legales que hemos ido elaborando a lo largo de nuestra historia tienden a establecer la equidad –política, económica, educativa, social– entre el hombre y la mujer. Y no es equitativo –y por lo tanto tampoco es legítimo– que uno de los dos que forman la pareja dé todo y no aspire a recibir nada a cambio. No es equitativo –así que no es legítimo– que uno tenga la oportunidad de formarse intelectualmente y al otro no le quede más alternativa que la de permanecer sumido en la ignorancia. No es equitativo –y por lo mismo no es legítimo– que uno encuentre en el trabajo no sólo una fuente de riqueza, sino también la alegría de sentirse útil, partícipe de la vida comunitaria, realizado a través de una obra, mientras que el otro cumple con una labor que no amerita remuneración y que apenas atenúa la vivencia de superfluidad y de aislamiento que se sufre; una labor que, por su misma índole perecedera, no se puede dar nunca por hecha. No es equitativo –y contraría el espíritu de la ley– que uno tenga toda la libertad de movimientos mientras el otro está reducido a la parálisis. No es equitativo –luego no es legal– que uno sea dueño de su cuerpo y disponga de él como se le dé la gana mientras el otro reserva ese cuerpo, no para sus propios fines, sino para que en él se cumplan procesos ajenos a su voluntad. No es equitativo el trato entre hombre y mujer en México.”
En “La abnegación, una virtud loca”, Rosario Castellanos reivindica la necesidad de terminar con la autocomplacencia femenina, y propone que las mujeres se responsabilicen de sus vidas. Hoy en día sorprende la vigencia radical de su discurso, pero también abruma pensar que mucho de lo que ella analizó y denunció hace ya medio siglo, persista todavía en las formas de actuar y de pensar de millones de personas.
Cincuenta años después, el legado crítico de Rosario Castellanos se perfila como un elemento necesario a incorporar en la agenda ético-política del feminismo mexicano. Entre las varias tareas que ella esboza yo recupero especialmente dos: la de la autocrítica implacable para evitar la abnegación, el mujerismo y el victimismo, y la de la asunción de un feminismo lúcido y radical (que va a la raíz) que, al visualizar los costos que tiene la masculinidad, es capaz también de incluir a los varones.
Rosario Castellanos termina su discurso dando un giro al ofrecer una conclusión esperanzadora que recuerda que todos los días las mujeres ganan una batalla, y que esta batalla tiene un profundo sentido colectivo:
“Una batalla que al ganarse está gestando seres humanos más completos, uniones más felices, familias más armoniosas y una patria integrada por ciudadanos conscientes para quienes la libertad es la única atmósfera respirable, y la justicia, el suelo en el que arraigan y prosperan, y el amor, el vínculo indestructible que los une”.
Así, su discurso crítico sobre las abnegadas mujercitas mexicanas, una joya que perdura en el tiempo, transmite un horizonte promisorio, en el cual el feminismo se perfila como una palanca indispensable para la libertad y la justicia.