Trabajo sexual y covid-19

miércoles, 1 de abril de 2020 · 20:38
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La emergencia sanitaria provocada por el covid-19 está afectando a las personas que trabajan de manera informal y muy pronto lo hará de manera inclemente. Entre estos trabajadores “no asalariados”, que venden sus servicios en la calle, destaca la grave situación en que se encuentran quienes se dedican al trabajo sexual callejero: mujeres cis y trans y varones. En los últimos días la demanda de los clientes ha caído brutalmente, al grado de que ciertos hoteles de paso están pensando cerrar. El trabajo sexual callejero se caracteriza por una gran inmediatez: quienes se dedican a él viven al día. Y para la gran mayoría, no tener clientes significa, literalmente, no tener con qué comer. La organización Brigada Callejera, que lleva más de 27 años de trabajo solidario con las personas que ofrecen sus servicios en la calle, ha hecho estimaciones (con el apoyo del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH e ITS, Censida) respecto al número de trabajadoras sexuales que laboran en las calles de la Ciudad de México. Así han calculado un número aproximado de 7 mil 500 personas en la calle, de las cuales cerca de 60% son mujeres cis, 35% son mujeres trans y 5% son hombres que atienden a otros hombres y, en muy escasas ocasiones, a mujeres. Muchas de estas mujeres cis, las mujeres trans y la mayoría de los hombres se mueven en varios puntos de encuentro de la vía pública de la ciudad, lo que puede inflar el registro de quienes se dedican al trabajo sexual. El prefijo cis quiere decir “de este lado”, y se usa para nombrar a personas cuya determinación biológica (producida por sus cromosomas) corresponde con su identidad social de género; así se califica a las hembras humanas que se asumen como mujeres. El prefijo trans, que quiere decir “del otro lado”, suele nombrar a personas cuya biología no corresponde a su identidad de género; tal es el caso de machos biológicos que se asumen con identidad social de mujeres y que adquieren el aspecto de mujeres. Quienes ofrecen sus servicios sexuales en la calle son personas con un nivel socioeconómico muy bajo (D y E) y una gran mayoría de ellas vive en extrema pobreza. Pese a sus bajos ingresos, más de 90% tiene dependientes económicos, y cerca de 80% son cabeza de familia, pese a ser solteras, viudas, divorciadas o separadas. Casi todas tienen un escaso nivel educativo, con una primaria incompleta e incluso hay muchas analfabetas. Hay mujeres de otras entidades federativas que ni siquiera cuentan con acta de nacimiento. La precariedad de todo tipo es su rasgo más común. Muchísimas han tenido empleos eventuales como obreras, jornaleras agrícolas, afanadoras, empleadas de limpieza o de mostrador, han lavado ropa ajena o vendido comida en la calle. Tres cuartas partes empezaron a trabajar en el comercio sexual entre los 15 y los 19 años, y un número muy alto fue enganchada por un padrote o ha sido víctima de trata de personas. Lo llamativo es que muchas de ellas, luego de liberarse de sus padrotes o de ser rescatadas del tratante, regresan de manera autónoma a continuar ganándose la vida en el comercio sexual, pues es la ocupación mejor pagada que logran conseguir. Un problema mayúsculo es que en este trabajo la edad resulta contraproducente: a más años, menos clientes. De cara al covid-19, esta circunstancia se suma al riesgo mayor a que están más expuestas las personas de la tercera edad. Precisamente las trabajadoras sexuales más viejas, en especial las que viven en la calle y sobreviven casi de milagro, son las que hoy están en mayor vulnerabilidad por el covid-19. Algunas de las mujeres ancianas combinan esporádicamente el trabajo sexual que logran concretar con la venta callejera, con labores de limpieza o como empacadoras en los supermercados. A su condición etaria se suma su deteriorada salud, ya que es alto el número de quienes tienen diabetes o insuficiencia renal, luego de años de alcoholismo. Aunque un gran número tiene antecedentes de infecciones de transmisión sexual (ITS), el porcentaje de quienes viven con VIH o sida es muy bajo. Pero además, en este sector laboral hay trabajadoras que no son de la tercera edad, pero que viven situaciones de gran presión económica, pues tienen a su cargo padres, hijos o nietos que dependen económicamente de ellas, algunos con problemas médicos o de discapacidad. Además, con el cierre de las escuelas, a muchas criaturas les faltará el desayuno que consumían en el aula, y que resultaba ser un muy buen apoyo. En estos días se pondrá a prueba la disciplina ciudadana para mantener una sana distancia que ayude a mitigar los efectos del covid-19. Pero, ¿qué pasará con las trabajadoras sexuales cis y trans que viven en la calle, y también con los trabajadores gays que no tienen dónde ir para mantenerse en cuarentena? Obvio que requieren, además de espacios para guardarse, alimentos y medicinas. En días pasados la secretaria de Gobierno de la CDMX, Rosa Icela Rodríguez, echó a andar un plan de atención para este sector que está especialmente desprotegido. Ojalá que en otras entidades federativas también se piense en intervenciones dirigidas a atender y proteger a este grupo, tan estigmatizado y vulnerable.
Texto publicado el 29 de marzo en la edición 2265 de la revista Proceso.

Comentarios