“Nos tratan como mentirosos, pero yo sé qué le pasó a mi hijo: sufrió quemaduras porque le suministraron un medicamento sustituto, ya que el indicado por el médico se había agotado. Todo lo que pasa es tan horrible. Hemos visto morir a varios de sus compañeritos en el hospital.”
Yadira Alegría Ovilla es madre de Gilberto Ortiz, un niño de cinco años cuya vida depende de la puntualidad y precisión con que se le aplique tratamiento de quimioterapia.
“Yo sé que el señor presidente está tratando de acabar con la corrupción. Sería maravilloso vivir en un país sin corrupción, pero creo que
el presidente no pensó adecuadamente las decisiones que está tomando. Él no es médico, pero sí es padre. Tiene un hijo que todavía es niño. Me gustaría que el señor intentara ponerse un minuto en nuestro lugar. Que
intentara comprender nuestra angustia: el miedo que significa que nuestros hijos no reciban a tiempo el tratamiento.”
Rita Rosalía Luz Magaña Arellano es madre de Harold Bernardo Celis, un menor, también de cinco años, que desde finales del año pasado vive angustiada por la escasez de los fármacos.
“Las casas de la mayoría de los niños con cáncer son de paja. Sus familias no tienen ni para comer, ¿cómo le van a hacer para comprar medicamentos que ahora valen 5 mil y 6 mil pesos? Son la inmensa mayoría de mamás que he conocido en el hospital.”
María Worbis Rosado es mamá de Carlos Enrique Uribe Worbis, un menor de 13 años que gracias a los tratamientos de quimioterapia logró dejar atrás el cáncer, pero aún depende del medicamento para que no regrese.
Los testimonios de madres, padres y niños enfermos de cáncer, que han sido revictimizados por la escasez de medicamentos, no dejan lugar para la duda:
a partir del último trimestre de 2019 el país entero se introdujo en una crisis de grandes proporciones por la falta de los fármacos indispensables para atender a los menores con quimioterapia.
Negar esta realidad es inmoral. Las farmacias de los hospitales públicos no cuentan con más de 25% de los fármacos que serían necesarios para tratar a sus pacientes. Los médicos oncólogos pediatras están desesperados y, sin embargo, prácticamente
ninguno se atreve a hablar en voz alta porque las instituciones para las que trabajan les exigen mantener el perfil bajo.
Una excepción reciente fue el doctor veracruzano
Sergio Miguel Gómez Dorantes, quien publicó con valentía un video en las redes narrando la penosa circunstancia. Además de entrevistar a Gómez Dorantes, para la elaboración de este texto se conversó con otros seis oncólogos pediatras de distintas entidades del país.
Todos confirman la gravedad del problema y coinciden con los mismos argumentos. Prefieren, sin embargo, mantenerse en el anonimato por temor a las represalias.
Coinciden en que siempre hubo problema para conseguir los fármacos, pero desde finales de septiembre del año pasado
el asunto alcanzó niveles nunca vistos. Afirman que la escasez hizo que el precio de los medicamentos se multiplicara de manera exponencial. “Una dosis de Vincristina, que podía valer 70 o 100 pesos en el mercado, cuesta ahora tres o cuatro veces más”, informa uno de los médicos consultados.
Además, la venta de medicamentos provenientes del extranjero está restringida porque los fabricantes tienen vendida su producción por adelantado. No es cierto que pueda hacerse un pedido hoy y lo surtan mañana.
Finalmente,
es falso que exista una solución pronta para la crisis. Cabe temer que los menores en tratamiento, durante lo que resta de este año y parte del que viene, continuarán siendo víctimas de la situación.
¿Qué mal detrás del mal está cobrando tantas vidas? El presidente
Andrés Manuel López Obrador se defendió el pasado miércoles 14 de octubre afirmando que en su gobierno “no son inhumanos, tienen sentimientos y saben lo que sufren los niños y cualquier persona si no cuenta con medicamentos”.
Sin embargo, el mandatario volvió a señalar a
las empresas mexicanas que, en el pasado, fabricaban y surtían los medicamentos como las responsables de la crisis: “se robaban el dinero asignado y no cumplían con las entregas … No había abasto y en algunos casos hasta adulteraban. Todo era negocio, corrupción.”
Las explicaciones del presidente son inexactas. Si bien antes había desabasto, nunca se llegó al extremo actual. Hoy
el verdadero robo es tener que comprar los medicamentos a precios exorbitantes. Y nadie ha puesto una sola denuncia ante la Fiscalía General de la República o ante las fiscalías locales por el supuesto robo, la presunta adulteración o los actos de corrupción de las principales empresas fabricantes o distribuidoras.
Esta precisa crisis de los medicamentos para atender el cáncer infantil no puede adjudicarse a la deshonestidad o los errores de ayer, sino a la
ineptitud con la que se tomaron las decisiones en esta administración.
Con el objeto de combatir procesos de presunta corrupción desautorizaron a las empresas distribuidoras, se clausuraron las principales fabricas mexicanas dedicadas a la producción del medicamento, se combatió a las fundaciones privadas que coadyuvaban en la provisión de los fármacos, se menospreció el reclamo de los padres de familia y se extorsionó a los médicos que han querido hablar y proponer soluciones para el problema.
Se trata de un
coctel explosivo que exhibe –en contraste con la idea que tiene de sí mismo– a
un presidente incapaz de ponerse en los zapatos de quién está sufriendo, particularmente de las niñas y los niños más pobres, que son la mayoría, cuya salud y vida depende por entero del correcto funcionamiento de las instituciones públicas.
En vez de revisar los errores y regresar sobre los pasos mal dados, respecto a esta crisis la autoridad sanitaria se ha fugado hacia delante.
Para surtir de nuevo medicamentos, el gobierno optó por pedirle a la ONU que intervenga en la compra fuera de México, de tal manera que pueda abaratarse el costo y asegurar los suministros. Sin embargo, además de
excesivamente costoso, este mecanismo internacional tardará por lo menos otros cuatro o cinco meses en funcionar. Los niños con cáncer no pueden esperar tanto.
El país entero se halla frente a una
historia de horror, producto de un nuevo fenómeno en la narrativa de la corrupción mexicana: negar un bien público a cambio de recibir aplausos por combatir la corrupción.
Este análisis forma parte del número 2294 de la edición impresa de Proceso, publicado el 18 de octubre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí