El gobierno federal debe pedir perdón

miércoles, 14 de octubre de 2020 · 09:06
CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- En México hay esclavos. Aunque se abolió la esclavitud en México hace mucho, y la Constitución -letra muerta, por cierto- la prohíbe, ella existe en pleno siglo XXI. La viven, entre otros, los jornaleros y jornaleras agrícolas de nuestro atribulado país. Son campesinos, millones, en pobreza extrema la mayoría, muchos de ellos sin parcela de subsistencia que cultivar para mal comer. Son indígenas y mestizos, hombres, mujeres, embarazadas, niños, niñas. Una ominosa trata de personas esa, la sufrida por ellos. Sus derechos y dignidad, como hojas secas y caídas de otoño, son pisoteados a taconazos por explotadores. Se les estigmatiza y condena como si fuera ese su destino natural, fatal. Y no lo es, nunca lo es. Motivaron este artículo: un oportuno y serio reportaje de Gloria Leticia Díaz, en Proceso, sobre la invisibilidad de los jornaleros para el gobierno, y otros textos desgarradores sobre el tema, a raíz de la pandemia y del olvido. Migran de los Estados pobres del sur de la República al centro y norte del país, o al extranjero. Chiapas, Oaxaca, Guerrero…, exportadores netos de esclavos, parias, seres humanos desechables, sombras que viajan en camiones de segunda durante días para llegar, extenuados, a los campos de agricultura intensiva de inhumanos, crueles patrones y capataces. Huyen desesperados de la miseria, el hambre, la falta de oportunidades, de apoyos reales. Su lema: migrar o morir. Migrar o morir, lema trágico. inconcebible en tiempos supuestamente civilizados.
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Muchos emigran acompañados de su familia; muchas mujeres son madres solteras que trabajan, dejando a su bebé de meses en los surcos, bajo el sol candente, expuesto el inocente a innumerables riesgos para su salud e integridad. Pero no hay de otra ni para él ni para la joven madre, encorvada en la pizca de jitomate. Son millones los jornaleros agrícolas mexicanos. Se habla de 8 o 9 millones, incluyendo sus familias. Con frecuencia trabajan también los menores; éstos, si no trabajan, se quedan en sus pocilgas para cuidar a los más pequeños, sin escuela, sin porvenir, con un poco de frijoles en su vientre si acaso. De ellos y ellas depende la exportación masiva de frutas y verduras para goce de extranjeros. Los que se alimentan de tales productos de la tierra, deberían saber que ello es gracias al trabajo forzado de esclavos mexicanos, muchos de ellos niños y niñas. Una infamia, de la cual son responsables las empresas explotadoras y sus enganchadores y capataces, el gobierno y la sociedad, indiferentes a dicha tragedia. Una irresponsabilidad, una inconsciencia de dimensiones dantescas. Una afrenta a la civilización y al decoro nacional. Racismo puro contra indígenas y mestizos, hermanos nuestros. Carecen de derechos pues se les dice cínicamente que no son sujetos de los mismos, según declaraciones de una jornalera, madre soltera entrevistada recientemente; en su inmensa mayoría no tienen acceso a seguridad social. Carecen de contratos escritos, salarios decorosos, condiciones saludables en los cuartos donde vegetan por desgracia, de agua suficiente para beber y asearse, de servicios mínimos de salud.
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Viven hacinadas hasta 4 personas en cuartuchos de 15 metros cuadrados, algunos con techumbres de plástico, sin puertas, cuya renta tienen que pagar; o en galerones insalubres con un baño en precarias condiciones para un sinnúmero de jornaleros y familias. Galerones, especie neoliberal impune de campos de concentración -tolerados por las autoridades municipales, estatales y federales. El régimen federal morenista canceló de tajo el Programa de Atención a Jornaleros Agrícolas (PAJA), alegando malos manejos. Esa eliminación significó una burda vulneración de derechos humanos de millones de personas en desgracia, según señalamiento de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas, el año pasado. En lugar de corregir sus graves fallas y luego fortalecerlo, lo borró del mapa insensiblemente, para desconsuelo de los jornaleros, y sin sustituirlo con apoyos reales, suficientes, institucionales, para estos millones de seres humanos en extrema vulnerabilidad. Las becas no son suficientes, las promesas y verborrea cotidianas, tampoco; Sembrando Vida se queda cortísimo, pues muchos de ellos no tienen tierras. Están abandonados a su propia suerte, son parias, extranjeros humillados en su patria misma, explotados, invisibilizados. Y con la pandemia mortífera, todo se agravó para los jornaleros. Obligados a dejar sus pueblos, tienen que trabajar en lugares lejanos, sin poder cumplir con las recomendaciones sanitarias más básicas, sin acceso a la salud pública, sin apoyo de sus patrones e intermediarios, explotadores profesionales.
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Ante este panorama desolador, el gobierno federal -tan afecto a exigir perdones, para distraer, de terceros por hechos sucedidos hace siglos- y la sociedad misma, debieran para empezar, pedir hoy perdón de rodillas a los jornaleros y a sus familias; y después apoyarlos, ampararlos de verdad con protección legal idónea y real, con un programa específico y suficiente para ellos y ellas, con un presupuesto de cientos de millones de pesos para elevarlos del polvo. Y simultáneamente, recordar agradecidos, la labor insigne de los misioneros católicos del Siglo XVI que vinieron de España, de Gante, para amparar a los indígenas: Motolinía, Tata Vasco, Pedro de Gante y tantos otros varones justos y sabios que sirvieron generosamente al indígena. Recordar las venerables y protectoras Leyes de Indias que otorgaron en teoría y práctica, privilegios y derechos a los diferentes pueblos originarios, muchos de ellos sometidos en su momento, a la esclavitud y sangrientas, bárbaras Guerras Floridas por parte del imperio azteca. Por ello, es necesario, inteligente, ético, meditar muy bien a quién exigir perdones. Somos como nación, fruto del encuentro entre indígenas y españoles; desconocerlo ha sido y es suicida porque nos debilita y sujeta al verdadero adversario, el anglo sajón, feliz con la falta de conciencia cultural e histórica de tantos mexicanos; aceptarlo como hecho incontrovertible, con sus luces y sombras, es lo sensato, lo leal a lo que somos, lo que asegura nuestra identidad, recobra nuestra propia personalidad, hecha de dos estirpes altivas donde nunca medraron los bueyes como decía un poeta, y garantiza un porvenir venturoso para el pueblo. Habrá que exigirlos -los perdones- al gobierno de Estados Unidos por enjaular niños migrantes pobres en el Siglo XXI; por el muro ignominioso e insultos a los mexicanos de parte del siniestro, vulgar e ignorante trumpismo; por habernos arrebatado medio territorio, la mitad del inmenso y rico que nos dejó España al independizarnos, con sus ciudades fundadas por misioneros católicos como Junípero Serra, español, en la Alta California.
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Pero, al contrario, el régimen actual como los anteriores en mayoría, como el juarista del XIX con su oprobioso Tratado McLane-Ocampo y antidemocrática larga estancia en el poder, está ligado por interés faccioso al linaje yanki, protestantoide, de fuerte tufo masónico desde la Independencia, depredador, racista, hoy ultra neoliberal, ajeno a las profundas tradiciones del México mestizo y Guadalupano. Una cosa es la buena, respetuosa vecindad y otra, la sumisión. En suma, la situación amarga, trágica de los millones de jornaleros, exige una solución inmediata, de fondo, por parte del régimen, y una toma de conciencia de parte de la ciudadanía toda. La hora que vive el país, es apremiante, no para frivolidades, ocurrencias, divisiones, enconos, cuando niños y niñas con cáncer carecen de medicamentos en hospitales públicos, cuando millones de mexicanos y mexicanas sufren de esclavitud, de la trata de trabajadores agrícolas, de otras tratas abominables, y de miserias de más de la mitad de la población. Y México hablando de rifas, penachos, encuestas, consultas, estatuas retiradas, pleitos de vecindad en Morena, liberales y conservadores. Es tiempo de que todos asuman sus responsabilidades frente a la historia, sobre todo el gobierno federal y sus afines élites económicas neoliberales, una de las cuales, por cierto, mezquina y esclavista, propuso que el ahorro para las pensiones debería recaer exclusivamente en ¡los trabajadores!, según información de Proceso del día 13 de octubre. De no asumirlas, su alegada transformación es solamente una burda caricatura que, en su momento, borrará el viento sin piedad. Dedico este texto con admiración inmensa a la memoria de los misioneros que envió España en el Siglo XVI para proteger a los indígenas, y de las Leyes de Indias. Y con respeto y afecto a los jornaleros y jornaleras agrícolas de temple heroico, deseando de corazón que pronto sus derechos humanos sean respetados por todos.

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