Indonesia al filo de la islamización política
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El pasado 21 de mayo la Comisión Electoral de Indonesia confirmó la reelección por diez puntos porcentuales (55.5%) del presidente Joko Widodo y su Partido Democrático Indonesio-Lucha (PDI-Perjuadan), secular y considerado en el espectro político como de centro-izquierda.
El resultado de estos comicios que se celebraron a mediados de abril y combinaron elecciones presidenciales y legislativas tiene una importancia significativa al tratarse del país con el mayor número de musulmanes en el mundo (233.2 millones, el 88% de su población) y ubicarse en una región, el sudeste asiático, donde el Islam político avanza a pasos agigantados.
La otra opción era el general retirado Prabowo Subianto, yerno del exdictador Mohammad Suharto (1967-1998) y acusado internacionalmente de graves violaciones a los derechos humanos, a la cabeza del Partido Movimiento Gran Indonesia (Gerindra), una alianza de sectores nacionalistas de derecha y facciones islamistas.
Subianto, quien ya contendió con Widodo en 2014, retrocedió 4% en la preferencia de los votantes (44.5%), pese a lo cual se declaró ganador, denunció un fraude electoral y convocó a protestas de sus seguidores en las calles, que se saldaron con seis muertos y al menos dos centenas de heridos. No obtuvo más respaldo.
Pero este triunfo electoral en apariencia cómodo para los sectores seculares y progresistas no refleja necesariamente las crecientes presiones que las fuerzas nacionalistas y religiosas están ejerciendo sobre la sociedad y la política en Indonesia.
Para empezar, Widodo y el PDI-P eligieron esta vez como compañero de fórmula para la vicepresidencia al clérigo Maruf Amin, presidente del Consejo de Ulemas de Indonesia (MUI), la mayor organización islámica del país. Y Amin se ha caracterizado desde hace años por apoyar una serie de edictos religiosos contra los derechos de las mujeres, los homosexuales y las minorías religiosas. Además no se puede pasar por alto que en la cámara baja el islamista Partido de la Justicia Próspera (PKS) obtuvo un 8.4% de apoyo, su mejor resultado y más del doble del 4% requerido para tener representación.
El propio Widodo, popularmente conocido como Jokowi y a quien se ha comparado con el expresidente estadunidense Barack Obama por su juventud y un cierto parecido físico, pero sobre todo por su carisma y moderación, se esforzó en estas elecciones por mostrar la imagen de un buen musulmán para atraer a los sectores más conservadores. Su partido insistió durante la campaña en que estudió en una escuela musulmana, y el presidente hasta se dio tiempo de acudir a la meca en vísperas de los comicios.
Jokowi inclusive tomó distancia de quien fuera su segundo y luego lo sucediera en la gubernatura de Yakarta, el cristiano de origen chino Basuki Tjahaja Purnama, llamado Ahok, primer político no musulmán y de diferente etnia en gobernar la capital indonesia desde la independencia del país.
Miembro también del PDI-P, Ahok fue acusado por organizaciones radicales como Hizbut Tahrir y el Frente de Defensores del Islam (FPI) de hacer referencias despectivas al Corán durante su compaña de reelección en 2016. Luego de protestas iracundas que sacaron a cientos de miles a las calles, en 2017 Ahok fue destituido y condenado a 21 meses de cárcel por “blasfemia”. El derrotado Prawobo se alió con estos grupos para intentar llegar a la presidencia.
El antiguo general y miembro de la élite política del país también sacó sus mejores resultados en la provincia de Aceh, cuyos cinco millones de habitantes casi todos practican el Islam y es la única del archipiélago en donde rige la sharia. Cuna de una insurgencia de larga data, esta región del noroeste goza de un particular grado de autonomía desde 2001, cuando el gobierno central firmó un acuerdo con los rebeldes.
Conocida mundialmente por ser el epicentro del terremoto y maremoto que en 2004 devastaron amplias zonas del Océano Índico, Aceh sanciona como delitos la apariencia o conducta “indecente” de las mujeres, cualquier gesto afectivo entre parejas no casadas, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, el adulterio, la homosexualidad, el consumo de alcohol o el juego.
El castigo más frecuente para estas infracciones son los azotes con una caña de ratán; pero lo peor es que casi siempre se aplican enfrente de las mezquitas, de forma pública y con la asistencia de grandes multitudes que vociferan, toman fotos y luego las suben a las redes sociales, lo que implica una vergüenza social adicional.
Organizaciones de derechos humanos locales e internacionales se han pronunciado al respecto, e inclusive el presidente Widodo ha tratado de intervenir para acabar con semejantes sanciones. Pero todo ha sido en vano, ya que los grupos islámicos más recalcitrantes consideran que estas flagelaciones públicas tienen “efectos disuasorios”, y han realizado violentas protestas para impedir su eliminación.
Hasta ahora las prácticas de Aceh no han cundido a otras provincias. Y por eso también era muy importante medir en las recientes elecciones qué tanto habían avanzado en Indonesia las expresiones más fundamentalistas del Islam.
La islamización del archipiélago es antigua, ya que se remonta al siglo XIII. Sin embargo su práctica se vio constreñida desde el siglo XVI hasta mediados del XX, debido a las sucesivas colonizaciones de portugueses, españoles y holandeses. Y a partir de su independencia en 1945, la vertiente política del Islam indonesio quedó relegada a un segundo plano, primero por el secularismo progresista de Ahmed Sukarno y luego por la mano dura de Suharto.
Ello no quiere decir que los musulmanes no estuvieran organizados durante ese periodo. De hecho dos grandes movimientos religiosos, Nahdlatul Ulama y Muhammadiyah, que juntos agrupan a unos 70 millones de adeptos, jugaron un papel muy importante en el proceso de independencia; pero después, ante las condiciones políticas prevalecientes, optaron por concentrarse en tareas sociales.
A la caída de Suharto en 1998 y con la llegada del periodo democrático, empezaron no obstante a manifestarse algunas expresiones políticas del Islam. En las elecciones legislativas de 1999, por ejemplo, ganó el PDI-P, fundado y presidido por Megawati Sukarnoputri, hija de Sukarno. Sin embargo el Congreso decidió ungir como presidente a Abdurrahman Wahid, del islamista Partido Despertar Nacional (PKB). Empero, dos años después, Wahid tuvo que renunciar por un escándalo de corrupción y Megawati, al ser la vicepresidente, lo sustituyó.
A partir de 2004, cuando los presidentes ya son elegidos de forma directa, todos los gobiernos han sido seculares y se han diferenciado más bien por su programa económico. Ello no significa que sus partidos no hayan hecho alianzas con grupos de orientación islamista, pero hasta ahora la mayoría de ellos ha sido de un perfil más bien moderado.
Esta moderación, sin embargo, ha empezado a evidenciar algunas fisuras. Más allá del fundamentalismo de Aceh, grupos como los que expulsaron al alcalde Ahok de Yakarta muestran una postura claramente intolerante. Y el afán del propio Jokowi de distanciarse de él y mostrarse como un musulmán devoto indica que cada vez más votantes aprecian esta faceta.
Quienes estudian la creciente islamización de la política en el sudeste asiático atribuyen el fenómeno a nivel nacional a una decepción de los valores occidentales, y el deseo de amplios sectores de volver a sus propias tradiciones. En el regional, al igual que en las vecinas Malasia, Brunei, Filipinas y Tailandia, ven una ascendente influencia del wahabismo procedente del Golfo, particularmente Arabia Saudita. Muchos estudiantes reciben becas para estudiar allá y luego regresan con ideas ultraconservadoras que difunden en sus comunidades.
Hasta ahora, Indonesia es la nación musulmana que más se ha resistido a esta tendencia. Y a la luz de los resultados electorales recientes, los partidos islamistas más radicales están todavía muy lejos de constituir una opción real de poder. Pero…