Las buenas intenciones de Álvarez Icaza
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- De inicio, una confesión. Admiro a Emilio Álvarez Icaza de tiempo atrás, y por más de una razón.
Álvarez Icaza ha llegado a ser una figura que significa la lucha por el respeto a los derechos humanos. Además, su honestidad es indiscutible. Una proeza en el ambiente de corrupción de nuestros tiempos.
Asimismo, habla muy bien. Articula sus frases con maestría, las concatena con emoción. Lo que es garantía de que piensa igualmente bien y con el corazón encendido. Algo inusual entre los que arman nuestro discurso público, dados a la retórica hecha o a la ironía –esa caída de la certeza.
Otros dos datos. Álvarez Icaza tiene un vigor que no le cabe en el cuerpo. Es un toro. Y se parece a Francisco I. Madero. La calva, el bigote y la barba oscuros. La prestancia al hablar. La bonhomía.
Por eso esperé con atención el lanzamiento de su candidatura a la Presidencia, aun antes de que él lo hiciera oficialmente el pasado domingo 26 de febrero, en la Plaza de las Tres Culturas.
Hace un mes lo entrevisté sobre otro tema, las deportaciones de nuestros paisanos en los EUA, y durante el encuentro, mientras lo escuchaba y apreciaba sus virtudes, lo pensé: no sería raro que a este tipo lo veamos en las boletas del 2018. Haría un candidato independiente formidable.
Pues bien, luego de los discursos de sus allegados y de él mismo en el templete de la Plaza de las Tres Culturas, ya no estoy segura de ello.
Lo que escuché fue mucho enojo.
Un enojo comprensible y compartido: ¿quién en México no está furioso por nuestras circunstancias?
Y luego, lo que escuché fue una sola idea martillada una y otra vez por cada orador.
A decir, nuestra desgracia son los políticos profesionales, que han secuestrado la vida democrática de México, para extorsionarla: para sacarle todo el dinero posible y llevárselo a sus cuentas de banco.
Una idea de nuevo compartida. ¿Hay alguien que en México tenga hoy otro diagnóstico de nuestra política? Hasta los culpables reconocen, luego de dos tequilas, que la corrupción ha envenenado moralmente al país.
Lo malo es esto. Luego, desde ese templete, no se escuchó nada. Sólo metáforas del enojo y de la única idea.
Que el enojo y la idea sean el punto de partida de una candidatura independiente a la Presidencia, es natural. Posiblemente sólo por fuera de los partidos establecidos puede surgir la candidatura de un político honesto. Pero el enojo y esa idea única no pueden ser el contenido de la agenda de un candidato a la Presidencia.
Hace falta el futuro en la narrativa de la nueva plataforma que presentó Álvarez Icaza. Hace falta que nos cuente, en su idioma recio y nítido, qué México ve para dentro de dos años. Y dentro de tres años. Y de seis.
No basta llamar a nuestro país el Infierno, necesitamos la visión de aquello en que ese Infierno se puede convertir, y la narrativa del camino para llegar a ese nuevo territorio. Un camino posible.
No que Álvarez Icaza esté solo en el club de candidatos sin narrativa de futuro. Prácticamente todos los precandidatos a la Presidencia carecen al día de hoy del relato de un mejor país. Al tocar el mañana, el lenguaje se les desbarata en vaguedades, o peor, en frases hechas que el pasado ha vaciado de significado, o peor: en buenas intenciones contrarias a sus trayectorias personales.
¿Quién ha descrito el método para volver a México un país con Justicia? ¿O el método práctico para acabar con la corrupción? (La idea de que “las escaleras se barren de arriba abajo”, de AMLO, no cuenta como idea: es una simpleza que sirve para las escaleras, no para la estructura de un Estado.) ¿O el método para una mejor distribución de la riqueza o para el retorno de la seguridad?
El grupo de amigos de Álvarez Icaza insinuó acá y allá en la Plaza de las Tres Culturas que esa agenda programática será decidida por grupos de simpatizantes. Irán reuniéndose en pequeños grupos y reuniendo ideas y lenguaje. Puedo equivocarme, me gustaría equivocarme, pero experiencias semejantes han mostrado que la lluvia de ideas no hace un camino hacia adelante, hace una inundación caótica de ideas.
Porque en general merecemos que los candidatos se comporten al nivel de una ciudadanía pensante, y porque sé que Álvarez Icaza sí es capaz de emerger del pantano de la furia y contarnos un mejor país, escribo sobre mi desilusión al escucharlo así, estruendoso, no premeditado, apocalíptico, todavía no sabio.
Este análisis se publicó en la edición 2105 de la revista Proceso del 5 de marzo de 2017.