Un espejo de la sociedad
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La violencia que se está extendiendo en el país ocurre en la escuela, en la calle, en la familia, en los lugares de trabajo y en los de convivencia social, aunque tendenciosamente ahora se ha pretendido concentrarla, como si fuera algo aislado, en las escuelas públicas de educación básica. Para variar, algunos senadores y diputados han reaccionado, por una serie gravísima de hechos, sin el debido análisis, y están de nuevo falseando la realidad con pretendidas salidas de “tolerancia cero”, punitivas y normativas, que no atacarán de frente el problema general.
La escuela es parte y reflejo de la sociedad. El acoso escolar que ha cobrado cientos de víctimas inocentes (habría que sumarlos a las estadísticas de la guerra no reconocida que se ha profundizado en gran parte del territorio nacional) es la expresión de la incapacidad gubernamental para regular y hacer frente a la violencia cotidiana. De acuerdo con los estudios realizados, alrededor del 70% de los estudiantes en educación básica han participado en acciones de acoso y violencia, ya sea como agresores, como observadores pasivos, como observadores activos (quienes graban los hechos en sus celulares y los comparten en las redes sociales) o como víctimas. Esto es más frecuente en los planteles públicos que en los privados; tiene como líderes a alumnos con extra-edad escolar (mayores que los de su clase), con bajas calificaciones o que presentan esta condición como pretexto para agredir; pertenecen a sectores de clase media baja y media en crisis económica recurrente, y carecen de alternativas en sus tiempos libres.
La extensión del fenómeno en México está asociado también a la violencia que se presenta en la mayoría de los programas de televisión que ven los niños y jóvenes, y a la imagen de éxito (efímero) pero muy ostentoso de los delincuentes, narcotraficantes y políticos corruptos, porque para la población en general no hay entre ellos ninguna diferencia.
El desempleo laboral de los jóvenes y de sus familias es otro de los factores que influyen en la reproducción de la violencia dentro y fuera de los espacios escolares, sobre todo con el crecimiento de la subcontratación y el desmantelamiento de las conquistas históricas de estabilidad laboral y del empleo fijo. Los hijos de estos trabajadores resienten de manera dramática dichas condiciones y la escuela se vuelve un entorno favorable, pero también agresivo, en donde expresan sus insatisfacciones contra el otro. Además, son alumnos que tienen acceso a un aparato celular o presumen de su capacidad para enviar mensajes ofensivos, y gozan con ello, porque la agresión y la humillación se magnifican con la exhibición de los acontecimientos en las redes sociales, con lo que la víctima se ve sometida a un escarnio generalizado, aun ante desconocidos.
Asimismo, esa violencia ocurre porque la SEP, las autoridades escolares y los maestros no promueven elementos educativos de prevención para afrontarla, porque no existen ni se organizan cursos transversales de proyectos de vida, de sexualidad y de conciencia ciudadana que ataquen frontalmente el acoso escolar, la tragedia que se vive con la humillación o los golpes que pueden llevar a la muerte de estudiantes, como ya está ocurriendo, desde la perspectiva de la defensa y conciencia de los derechos humanos.
Por ello, el factor directo de la expansión del acoso escolar es la crisis de la escuela, la baja autoridad que tienen los directivos y educadores, que se ven asociados a la corrupción y control que han mantenido el SNTE y los gobiernos en turno durante décadas. Esta situación ha provocado que el maestro y la autoridad sean considerados, todos, sujetos corruptibles; que la escuela haya perdido su legitimidad social, y que más bien se haya vuelto parte del paisaje de la violencia y la corrupción, del desenfado y de la inmoralidad que reproducen los líderes sindicales y los políticos.
Para evitar el acoso escolar se requiere transformar la escuela y la sociedad. Así como están, y cuando se pretende sólo reproducir los métodos y formas de control sobre los maestros y directivos, no podrá hacerse gran cosa para erradicarlo. La SEP debe estar consciente de que está impulsando una política que fomenta la desigualdad, la inequidad, y que eso siembra la violencia y la diferenciación del uno frente al otro. Desde hace un año, ha provocado un conflicto magisterial sin resolverse, y ha agudizado las condiciones de atraso en el sistema, sobre todo en algunos estados del país, y esto ha fertilizado la descomposición de la escuela y de su autonomía pedagógica y educativa; ha puesto a los maestros en contra de los padres y a los padres en contra de los maestros; criminaliza a los jóvenes y reprime a los mentores que no tienen capacidad para enfrentar la aguda problemática infantil y juvenil y aun se ven rebasados en el ritmo al que deben adecuar sus conocimientos en estos tiempos. No es la SEP la que mejor está representando la idea de una escuela armónica, solidaria y equitativa, sino todo lo contrario, porque es parte activa de la descomposición política, económica y social que se vive.