Carta abierta a Marcelo Ebrard
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Estimado Marcelo: Como recordarás, durante una comida en la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) a la que nos convocó nuestro querido amigo, ya fallecido, Víctor Hugo Rascón Banda, hablamos largamente sobre la ciudad y sus graves problemas con otros compañeros –todavía estaban entre nosotros Carlos Montemayor y Rafael Hernández Heredia, qué fugaz es la vida– porque tú eras candidato al Gobierno del Distrito Federal. Nos sorprendieron tu sensibilidad y tu cultura literaria (especialmente en el tema de la novela histórica). En algún momento –estaba sentado junto a ti– me preguntaste dónde vivía y te contesté que en Chimalistac –zona dizque protegida por el INBA y el INAH, hoy habría que ponerlo en duda. Enarcaste las cejas y dijiste que era una de las zonas más bellas de la ciudad que “había que cuidar como oro molido”. Nunca se me olvidarán tus palabras, porque todavía hiciste una referencia a la iglesia de Chimalistac y a la placita que lleva el nombre de Federico Gamboa. “¡Qué zona excepcional de la ciudad!”, fue más o menos el remate de tu comentario. “Quizás, una de las colonias más bellas del mundo”, agregué, y no me canso de repetirlo. ¿Estás de acuerdo conmigo?
Hoy dudo de la autenticidad de tus palabras. Porque construir en Chimalistac, de manera inconsulta, una planta de tratamiento de aguas residuales, es decir, una inmensa cloaca, es una estupidez y una locura. El doctor Ignacio Chávez, quien sabe del tema, me envió una carta en que me cuenta: “El primero de septiembre de 2007, en Palacio Nacional, hubo una reunión a la que asistí, y en la que el presidente anunció el programa para tratar aguas residuales del Valle de México. La pieza mayor de ese plan sería una planta enorme en Atotonilco de 800 millones de dólares. Hace unos meses, el encargarlo de desarrollarla me dijo, textualmente, que construir una planta de tratamiento de aguas residuales en Chimalistac sería una estupidez y una locura”. Como verás, Marcelo, los calificativos están corriendo como pólvora no sólo entre escritores y periodistas de la talla de Elena Poniatowska y Juan Villoro, sino aun entre quienes están al frente del insólito proyecto. Quizás habría que agregarle otro calificativo más: suicidio. Suicidio tanto político para ti y tus colaboradores, como para quienes habitamos la zona. ¿Por qué entonces insistir en él?
Tú sabes, porque tienes que saberlo, que desde hace cerca de medio siglo no se construye una planta de tratamiento de aguas negras en el Distrito Federal. Esto significa que no tienen ustedes experiencia ni hay antecedentes que garanticen que el experimento (no es otra cosa) no se les revertirá. La construcción y el posible mal mantenimiento de ese tipo de plantas pueden traer como consecuencia muertes por exposición al cloruro o gas de sulfuro de hidrógeno, además de los insoportables olores y lodos residuales. Cuidado, Marcelo. No te confíes en quienes te aseguran que no hay problema porque todo está “fríamente calculado” y el mantenimiento será “óptimo”. ¿Será? A ti que te gusta tanto la Historia, revisa cuántos proyectos de este tipo en nuestra ciudad han terminado en el desastre, arrastrando el prestigio de quienes los iniciaron.
Por qué no platicarlo –algo que no se ha hecho– tanto con expertos que conocen del tema, como el doctor Ignacio Chávez, como con los vecinos de Chimalistac, que están mucho más enterados al respecto de lo que imaginas–, sí tú, personalmente; por favor, no nos mandes a Martha Delgado, tu secretaria de Medio Ambiente, ni a Humberto Parra, encargado de la recuperación de río Magdalena.
Una última preocupación, quizá la mayor. Un colaborador tuyo –el nombre es lo de menos– me comentaba que el verdadero problema es que ya tienen etiquetado el dinero para el proyecto y no pueden dejar de ejercerlo. ¡Dios Santo! Si tuvieras etiquetado un dinero para lanzar una bomba atómica sobre la ciudad –la metáfora no es descabellada–, ¿la lanzarías porque tu gobierno ya tenía “etiquetado el dinero”? Aguas con las aguas negras, mi estimado Marcelo.