Entre "cinturón de paz" y anarquistas, renuevan exigencia de justicia a 51 años de la masacre de Tlatelolco
Pese al cinturón de paz, los anarquistas realizaron distintas pintas. Foto: Miguel Dimayuga[/caption] Con camisetas blancas, la leyenda “2 de octubre no se olvida” en el pecho, los voluntarios -que no lo eran del todo- cubrieron la ruta de Tlatelolco hasta el Zócalo a lo largo del Eje Central Lázaro Cárdenas. Larguísimas vallas humanas de ambos lados de la acera fueron el marco de los indignados. “Nosotros no reprimimos, pero tampoco podemos ser permisivos en muchos de estos actos que se han desarrollado, de grupos conservadores a los que no les interesa la democracia”, fue la indefinición de la morenista que dispuso comandos policiales a distancia y en las boca calles del Centro Histórico. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, había marcado su línea: “Nosotros, que venimos de oposición, sabemos cómo evitar que actúen provocadores. Si queremos protestar contra actos autoritarios, como los que propiciaron la represión del 2 de octubre del 68, tenemos que actuar por la vía pacífica. No a la violencia”. El presidente también habló de Gandhis, de Mandelas y de acusar con sus madres y abuelos a cualquier “conservador” que rompiera el orden. La advertencia fue contra los “encapuchados”. Porque en estas manifestaciones siempre falta uno, en ellos se fijó al adversario. En redes sociales, el gobierno federal posicionó la campaña #2DeOctubreSinViolencia y llamó a que nadie marchara con el rostro cubierto. Pero los únicos que no estaban confundidos eran precisamente los llamados grupos anarquistas: decenas de jóvenes que entienden al Estado y sus leyes como enemigo lo ignoraron y lo dejaron marcado en cada espacio que pudieron romper y pintar: “AMLO facho”, fue la frase más recurrente. [caption id="attachment_601822" align="alignnone" width="1280"] Los encapuchados realizaron distintas pintas y también utlizaron material flamable. Foto: Benjamín Flores[/caption] “¿Para qué la Guardia Nacional, si tenemos cinturón de paz?”, se leía otra burla mientras llamaban “acarreados” a los integrantes de ese cordón de seguridad. “Ni perdón ni olvido. Nos hace falta odio”, grafitearon. Entre vidrios rotos y petardos, apagados entre una mayoría dispuesta a recordar, sumidos en el pasado que no quieren volver a pasar, los anarquistas terminaron dispersados. Esta vez no hubo ataques contra el Palacio Nacional. Esta vez, algo era distinto.