Alejandro Gertz Manero

Se acaba la era de la justicia como venganza: Julio Scherer Ibarra y Julio Scherer Pareyón

La salida de Alejandro Gertz Manero pone fin a uno de los capítulos más oscuros de la Fiscalía General de la República. Ningún fiscal en la historia reciente había acumulado tanto descrédito, tantos agravios ni tal distancia moral respecto al encargo que recibió.
jueves, 27 de noviembre de 2025 · 17:37

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Hoy México respira, no es una metáfora, es un respiro hondo, largo, el que sigue a una opresión sostenida.

La salida de Alejandro Gertz Manero pone fin a uno de los capítulos más oscuros de la Fiscalía General de la República. Ningún fiscal en la historia reciente había acumulado tanto descrédito, tantos agravios ni tal distancia moral respecto al encargo que recibió. La institución, que nació para ser contrapeso y garantía, quedó sometida al vaivén de un hombre dominado por rencores antiguos.

El país fue testigo. Vio cómo la Fiscalía se torcía en manos de quien confundió lo público con lo personal; cómo la justicia se volvió herramienta de intimidación, de miedo, de castigo a conveniencia. Observó el uso del Estado como un arma personal para perseguir obsesiones privadas, como si la ley fuera una propiedad y no un deber. Se va Gertz Manero, el fiscal que convirtió motivos personales en asuntos de la Nación.

Para quienes fuimos blanco de su perversidad, este día no llega sin costo. Durante años cargamos el peso de acusaciones sin sustento, sostenidas a golpes de arbitrariedad, filtraciones y abuso de poder. Vivimos bajo un hostigamiento que se ocultaba bajo el abrigo de una ley a su medida, con forma de venganza. Esa herida existe, no se borra. Pero su renuncia cierra, por fin, un ciclo de injusticia. Terminó la era en que la justicia perseguía los rencores de un solo hombre.

Gertz Manero se marcha como llegó a la conciencia pública: señalado, cuestionado y repudiado. Un fiscal que nunca entendió la dimensión ética del cargo. Un símbolo de lo que no debe repetirse: la justicia al servicio de un ego, las instituciones a merced de un carácter.

Su partida es más que la caída de un funcionario. Es la oportunidad de que la justicia mexicana salga del secuestro que la mantuvo cautiva. Es la posibilidad —por primera vez en estos años— de que la Fiscalía emprenda un proceso de reconstrucción, de limpieza, de restitución de su propósito elemental: servir a la nación, proteger a las víctimas, ejercer la ley sin favoritismos ni amenazas.

Hoy, México pasa la página. Los perseguidos por su capricho pueden mirar hacia adelante sin la sombra que utilizó la ley como arma. El país se libra de un fiscal que confundió autonomía con arbitrariedad y poder con dominio.

Es un día importante.

Es un día justo.

Es un día necesario.

Que este final sea también un inicio que marque la ruta de una Fiscalía que se conduzca con decoro, que recupere la confianza perdida y que jamás vuelva a ser instrumento de persecución.

México merecía este momento.

Y llegó.

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