Gustavo Díaz Ordaz

El intento fallido para asesinar a Gustavo Díaz Ordaz

En la obra, a través de informes de la extinta Dirección Federal de Seguridad, entrevistas y reportes firmados por personal médico, Cossío, reconstruye un delito que fue castigado con un aluvión de crímenes, crueldades y barbarie.
jueves, 31 de agosto de 2023 · 09:57

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Que nunca se sepa, es el título del libro de la autoría de José Ramón Cossío, Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en el cual, narra el intento fallido de Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, de asesinar a Gustavo Díaz Ordaz y la respuesta brutal del Estado mexicano. La obra, también es el discurso de ingreso del jurista, a la Academia Mexicana de la Historia.

Ramón Cossío presentó su libro en la sede de El Colegio Nacional, del cual es miembro desde el año 2014.

Narra:

“El 5 de febrero de 1970, un hombre de 28 años intentó matar a Gustavo Díaz Ordaz. Falló. Pero el Estado reaccionó con saña maquiavélica y no falló en su intento de matarlo en vida. Después del atentado, Carlos Castañeda fue detenido y torturado. Sin embargo, eso no fue lo peor: una jueza lo declaró «jurídicamente incapaz» y ordenó refundirlo en el manicomio. Lo dejaron ahí 23 años, desecho, ignorado, enloquecido. Cuando al fin fue liberado, en 1993, ya era un hombre sin nombre, sin identidad ni historia. Vagó por las calles hasta su muerte”.

En la obra, a través de informes de la extinta Dirección Federal de Seguridad, entrevistas y reportes firmados por personal médico, Cossío, reconstruye un delito que fue castigado con un aluvión de crímenes, crueldades y barbarie.

“El 5 de febrero de 1970, Carlos Francisco Castañeda de la Fuente se despierta, lee los periódicos. A veces dice él que es la prensa, con el Universal o con el Excélsior. Y leyendo el periódico se da cuenta que el presidente Díaz Ordaz va a celebrar varios actos del 5 de febrero, -día del aniversario de la Constitución de 1917-. Sale de Los Pinos, se dirige al Hemiciclo a los Niños Héroes, después va a ir al hemiciclo a Juárez, después al Monumento a la Revolución y finalmente al Colegio Militar, que entonces estaba en Popotla”.

Carlos Castañeda lee el periódico. En ese momento toma su pistola Luger, la mete en un maletín. Él había comprado unos meses antes esa pistola Luger. Se va corriendo al hemiciclo a Juárez. Llega, ahí se da cuenta que no va a poder disparar contra el presidente Díaz Ordaz porque hay una guardia muy grande. Regresa al monumento a la Revolución. Se para en la esquina que hace en la Avenida Valentín Gómez Farías e Insurgentes Norte. Está con su pistola dentro de un maletín. Cuando ve pasar un automóvil grande, supone, por los gritos que escucha, que es el automóvil del presidente Díaz Ordaz.

Dispara la pistola, se encasilla la bala, perfora la portezuela trasera izquierda del automóvil del Presidente, donde va el General García Barragán, Secretario de la Defensa, con el cual lo confunde. Ahí hay distintas versiones de quién lo detiene: Un agente de tránsito, un chofer de un funcionario que estaba en ese momento en la ceremonia de la celebración de la Constitución, toman al señor Castañeda y lo llevan a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), cuyas oficinas estaban a escasas tres cuadras de ese lugar.

Ahí lo torturan durante unos diez días. Le practican unas pruebas criminológicas para ver cuál era su estado de salud, para ver si estaba inmiscuido con algunas otras personas en ese atentado. Finalmente lo trasladan al Campo Militar Número Uno. Ahí está cuatro meses.

José Ramón Cossío, intenta infructuosamente detener la narración:

“Esta es una parte de la historia, aquí me detengo”, dice sin éxito mientras reanuda el relato.

 “Mientras tanto, van a suponen las autoridades que lo que se ha cometido es un atentado, desde luego, con la intención de matar al Presidente de la República, pero que en esto hay una conspiración y dadas las declaraciones que hace el señor Castañeda, -las autoridades- van al departamento de sus hermanos en la colonia San Rafael y los detienen. Los llevan también varios días a la Dirección Federal de Seguridad. Al parecer no sufren los mismos golpes, las mismas torturas que su hermano, pero si son maltratados”.

“Irrumpen en el departamento para ver si hay armas, para ver si hay documentos, para ver qué pasó. Y se va convenciendo la autoridad -por las declaraciones y las reiteraciones del señor Castañeda, a pesar de las torturas-, de que es una persona que atentó, que planeó, que decidió actuar en solitario, se van convenciendo que no hay una conspiración católica para matar al presidente, sino que, él solo lleva a cabo estos actos.

Para el Jurista Cossío, aquí se presenta uno de los momentos más interesantes, complicados y trágicos del asunto:

“En ese momento el Estado mexicano ya había desaparecido personas.  Le pregunté a varios amigos historiadores si sabían el hecho y no lo sabían. Nadie sabía. Tuve la oportunidad de ir a las colecciones gráficas del Excélsior, del Universal y de la Prensa, a verlas completas durante varias semanas, antes del día del atentado y varios, muchos meses después. Era la época de la pandemia, así es que tenía toda la hemeroteca para mí solo y la persona que me atendió”.  

“No había nada, absolutamente nada de lo que les estoy contando. Nunca se registró (el hecho periodísticamente)”.

Narra que entonces viene un segundo problema: Nadie se dio cuenta del hecho o el hecho se ocultó:

“Imagínense ustedes, un cinco de febrero y el presidente Díaz Ordaz iba en un coche descapotable. A toda la burocracia la llevaban a participar, echaban papelitos, las niñas corrían emocionadísima a saludar al señor presidente. En fin, cosas muy, muy emotivas todas ellas -dice mientras su público ríe-. Había vendedores ambulantes pues aquello era una fiesta. Un señor saca una pistola, dispara, agujerea una puerta, se baja el peneral, se bajan las personas, lo detienen y como dicen esa expresión, así muy de los periódicos, con lujo de violencia, lo llevan a la dirección de Seguridad y nadie se da cuenta”.

“Es poco creíble que nadie se diera cuenta. Había vendedores, todo lo que ustedes saben que se daba en esas celebraciones presidenciales. Segundo, creo que, si se dieron cuenta, no llegó eso a los medios. Ahí, a tres cuadras estaban todos los periódicos, La Prensa, El Universal, el Excélsior, el Novedades, todos, El Heraldo, todos estaban en esa zona. La siguiente cuestión es: ¿Hubo una operación de Estado definida para que esto no se comunicara? ¿Los propios medios se auto censuraron para no informar de una cosa que a lo mejor los metía en un problema?”.

En un informe firmado por el entonces capitán Gutiérrez Barrios, como director de la Dirección de Seguridad. Él -Castañeda-, dice: Yo lo quise matar y lo quise matar solo. No culpen a nadie. Fue un acto personal…”.

Este, es apenas una pequeña pate de la historia narrada por el Ministro Cossío en Que nunca se sepa, sobre el intento fallido de Carlos Castañeda de la Fuente para matar a Díaz Ordaz, y cómo el Estado, acabo con su vida.

Plantea además, las diferentes hipótesis que pudieron llevarlo a realizar el atentado.

Comentarios