Migración
Migrantes atrapados en la frontera sobreviven con donaciones y pedidos con aplicaciones
Mientras esperan a ser procesados por autoridades de Estados Unidos, migrantes sobreviven en un improvisado campamento entre Tijuana y San Ysidro con alimentos donados o adquiridos mediante aplicaciones médicos.TIJUANA, BC (proceso.com.mx).- Mientras esperan la oportunidad de obtener asilo en Estados Unidos, tras la vuelta de la normativa Título 8, cientos de migrantes aprovechan las aplicaciones móviles para obtener alimentos y bebidas en el campamento ubicado en una parte del muro entre Tijuana y San Ysidro, California.
El ambiente es dinámico durante al mediodía del viernes, luego de que hace apenas 12 horas expirara el Título 42, regla sanitaria implementada con motivo de la pandemia por el covid-19 que permitía expulsar de forma inmediata a quienes intentaran cruzar en forma ilegal hacia Estados Unidos.
A un costado, en la vía rápida en la que hay un reducido acotamiento, lucen estacionadas motocicletas de repartidores con las coloridas mochilas de Uber o Didi, además de otros vehículos de la prensa u organizaciones civiles que llevan pañales, juguetes y mantas a este grupo de viajeros que, de momento, está atrapada entre ambas naciones.
Del lado mexicano, los soldados se mantienen alertas, distantes, mientras las transacciones de comida, bebida, pilas y cables cargadores para celulares o cajas de pizza, ocurren entre los oxidados barrotes del muro.
A detalle, se habla que una orden de pollo fue vendida hasta en 100 dólares, o cigarros a 10 pesos por unidad.
“A mí no sé de qué lado fue la persona que lo pidió. Solamente en la ubicación de entrega puso ‘muro fronterizo’. Nada más. No sé si es de allá o de Tijuana”, comparte un repartidor identificado como Daniel.
“Piden pollo, comida china, Teriyaki, porque es más barato, dos por uno. Kentucky y pizza”, agrega su compañero Alejandro, quien menciona que desde hace unos tres días comenzaron a notar que las entregas eran dirigidas a este lugar.
El campamento está en una planicie, sin árboles, ni siquiera arbustos, para refugiarse en la sombra.
Según comparten algunos viajeros, personal de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) ordenó dividir al campamento en familias y mujeres que viajen con niños, mientras que a los hombres solitarios los alejaron a kilómetros de distancia, sin brindar la ubicación precisa.
También les han pedido que porten brazaletes de colores para ser atendidos en un orden dictado por las autoridades migratorias. Hoy tocó azul y verde, mientras que ayer fue rojo y amarillo.
“Es ilegal que el gobierno americano tenga a esta gente entre los muros, en lugar de procesarlos porque tienen derecho a pedir el asilo y que los procesen”, afirma Diego Javier Aranda, del grupo Al Otro Lado.
El activista pertenece a una organización binacional con sedes en Tijuana, San Diego y Los Ángeles, con presencia virtual en otras partes de la frontera, quienes trabajan en materia de derechos humanos, derechos de los migrantes y derechos de asilo, así como recursos humanitarios.
Durante esta jornada, integrantes del organismo altruista repartieron pan, carne, queso, agua, cobijas y ropa, pues saben que los migrantes no pueden lavar y hace frío por las noches.
“Tienen esperando días, semanas, para cruzar y esto es fatal: la gente puede morir así. Es una cosa muy inhumana y es ilegal bajo derecho internacional y derecho de los EU, porque allá es territorio americano. Deberían procesarlos y no lo están haciendo”, remarca Diego Javier Aranda.
Carga con sus recuerdos valiosos
Durante su travesía hacia Estados Unidos en busca de asilo al terminarse la regla sanitaria Título 42, migrantes de diferentes nacionalidades llevan en su cartera y celulares lo que consideran más valioso del viaje: fotografías de sus seres queridos.
Víctor Hernández, de 33 años y originario de Medellín, Colombia, se animó a cruzar la frontera por la falta de oportunidades. Lo acompaña su familia, que incluye una bebé de 11 meses y un niño de 2 años. Tienen dos días en el campamento de Tijuana, frente a la frontera con San Ysidro, California.
“Nuestro país está muy bravo: poco trabajo, (el presidente Gustavo) Petro subiendo impuestos. El sueldo no sube, pero igual no alcanza para nada porque todo se incrementó al triple”, comparte, además de reconocer que del lado mexicano los tratan mejor, pues les donan cobijas, yogures, leche, pan, café y medicamentos.
Para él, lo más valioso que trae consigo está en su cartera: “Una foto de mi esposa”, expresa al momento de mostrar la imagen entre los barrotes que separan al suelo tijuanense del norteamericano.
Luis Manuel, de Morelia, Michoacán, lleva tres meses en Tijuana y apenas un par de días en el campamento. Lo acompaña su esposa y sus tres hijos de 15, 12 y 2 años. Abandonó su estado porque lo asaltaron e incluso lo amenazaron de muerte.
Como le robaron el celular, posteriormente su hijo comenzó a recibir mensajes de extorsión: le pedían 100 mil pesos. Incluso buscaron al joven en su preparatoria, lo que motivó a pedir ayuda a familiares en Estados Unidos, quienes además pagaron los boletos para el viaje.
La esposa de Luis, quien se reserva su identidad, comparte entre lágrimas que las imágenes más valiosas en su celular son las de su mamá, quien por desgracia se quedó en Michoacán. Desean mantenerse en el anonimato, aunque acceden a que se les tome fotografía a los brazaletes que les han dado las autoridades migratorias.
Para Mayra, de 45 años, lo más valioso es una credencial que lleva en su cartera, donde aparece su hija: “Es un seguro social. La verdad, es lo único que pudimos sacar”.
La mujer proviene de Guatemala. Salió del país para preservar su vida, debido a cuestiones de pandillas. Luego de refrescarse el rostro con una botella de agua, comparte cómo ha sido el trayecto, además de los últimos años de su vida.
“Es un camino muy largo. Lamentablemente, mi marido murió hace un año y seis meses, el huracán que pasó hace poco me botó mi casa y tengo un hijo que es un gang member. Por causa de él es que tenemos que huir: lo buscan para matarlo y nos van a matar a nosotros igual”, explica la migrante.
El contraste de estas historias lo brinda “Carlos”, como pide que le llamen. De 29 años y nativo de Colombia. Es la primera vez que intenta cruzar la frontera. Apenas llegó el miércoles con su hija y esposa. En su caso, fue la inseguridad la motivación que lo llevó a salir de su país, donde era empresario.
-¿Cargas algo de importancia en tu cartera?
-Dinero, dinero, dinero. Aquí lo que necesitas es dinero, todo es dinero: para pasar fue dinero, para comer es dinero, para tratar de estar bien acá es dinero. Y si pasamos allá, necesitamos más dinero para poder tomar vuelos -concluye, al tiempo que sostiene con firmeza, entre los barrotes, un billete de 20 dólares.