Lucio Cabañas
Cuando Isabel, última pareja de Lucio Cabañas, relató su tortura en el Campo Militar Número Uno
En 2003 Isabel Ayala Nava, la última pareja de Lucio Cabañas concedió a Proceso la única entrevista sobre su vida al lado del famoso guerrillero, su incursión a la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, su detención y encarcelamiento, la tortura que sufrió...Sólo tenía 13 años de edad, pero se enamoró del guerrillero Lucio Cabañas, 20 años mayor que ella. Se integró a la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, en la que nada más permaneció unos cinco meses, pues tuvo problemas con su embarazo. En septiembre de 1974 nació su hija Micaela. Dos meses después, ella y la familia de Lucio fueron detenidos y encarcelados en el Campo Militar Número Uno, donde fue torturada por Mario Arturo Acosta Chaparro. A mediados de 1976, la dejaron libre gracias a la intervención del entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, quien después la violó y la abandonó. Es la historia, que se conoce por primera vez, de Isabel Ayala Nava, la última pareja del famoso guerrillero.
XALTIANGUIS, Gro. (proceso).- En el diario de Lucio Cabañas, que fue decomisado por el Ejército durante el rescate de Rubén Figueroa Figueroa, sólo aparece con sus iniciales: I.A.N. Dentro del grupo guerrillero, era Carmelita. Pero en realidad se trataba de Isabel Ayala Nava.
El diario, así como las cartas de amor que Isabel escribió al jefe guerrillero fueron reproducidas por el periodista Luis Suárez en 1976 en su libro “Lucio Cabañas, el guerrillero sin esperanza”, pero sin revelar la identidad de la última mujer del fundador del Partido de los Pobres, con quien procreó a su única hija.
A pesar de su breve relación con Lucio, Isabel fue detenida, encarcelada en el Campo Militar Número Uno y brutalmente torturada.
Su juventud y belleza, que deslumbraron al comandante guerrillero, también llamaron la atención de Rubén Figueroa Figueroa, quien la violó después de sacarla de la cárcel militar. Isabel, así, tuvo otro hijo.
Ahora, 30 años después de su primer encuentro con Lucio Cabañas, Isabel decidió contar a Proceso su historia, que mantuvo en secreto por temor a las represalias de la poderosa familia Figueroa.
En su casa de Xaltianguis, habla por primera vez, incluso ante su hija Micaela Cabañas, de su experiencia como miembro de la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, como presa política y como víctima de la venganza de Rubén Figueroa.
Cuenta:
"Fue una aventura inesperada. Entré a la guerrilla a los 13 años de edad, en noviembre de 1973, y salí el 16 de marzo de 1974. Fue una estancia fugaz, pero al menos en mis recuerdos fue bonita, porque hice lo que querían mi mente y mi corazón".
A sus 43 años, de carácter recio y madre de cinco hijos, Isabel recuerda que fue después de la emboscada que el grupo guerrillero tendió a tropas del Ejército Mexicano en Las Compuertas, en la sierra de Coyuca de Benítez, en octubre de 1973, cuando conoció a Cabañas.
La noticia sobre la emboscada llamó la atención de Isabel, y en los primeros días de noviembre la columna de Lucio llegó a Santa Rosa, en la sierra de Chilpancingo, donde descansó tres días.
Y ahí vivía Isabel. Alta, de tez blanca, ojos verdes y finas facciones, inmediatamente llamó la atención del jefe guerrillero. La adolescente también se prendó de Cabañas, 20 años mayor que ella. No dudó en sumarse al grupo.
Lucio sometió a la aprobación de la asamblea de la brigada la integración de Isabel de tal forma que cuando llegó "el resto de sus compañeros que esperaban en el campamento se levantaron a darnos la bienvenida, nos hicieron un chivito en caldo para celebrar y todo mundo lo felicitó". Su nombre de guerra fue Carmelita.
Lucio Cabañas le entregó una pistola 38 para su protección, la cual portó hasta el día en que salió de la sierra.
Pocos días después, el 18 de noviembre, Isabel estuvo con Lucio en la emboscada contra varios soldados en Yerbasanta, Coyuca de Benítez:
"Nos acomodamos en el camino y de repente aparecieron los soldados. Lucio dio la orden de disparar, entonces me tiré a sus pies. Él me decía 'dispara', pero yo estaba espantadísima. Era la primera vez que me ocurría algo así; ráfagas de M-1, M-2, de FAL, pistolas, de los compañeros y los soldados, ráfagas por donde quiera. Miré que hubo bajas del Ejército, a la fecha no sé cuántas.
"Yo estaba tirada, paralizada. Lucio creyó que me habían herido y anunció la retirada... Esperamos a los compañeros y de repente oímos ráfagas lejanas, eran los soldados, y luego llegó un helicóptero que bajó y nos descubrió, pero no nos tiraron. Nos retiramos y más adelante nos alcanzaron los compañeros que habían tenido otro enfrentamiento."
La huida por el monte, en momentos a rastras para no dejar huellas, fue para ella desesperante, porque la columna guerrillera, de unos 50 hombres y mujeres, no paró hasta llegar a la sierra de Atoyac.
"No parábamos ni para comer, y tenía mucha hambre. Lucio me tranquilizaba y me daba dulces Tommy, que siempre llevaba consigo, y me decía: 'cómete este dulcito y toma agua'. Cuando por fin pudimos comer, fueron unos frijoles duros y arroz quemado."
Isabel también presenció la ejecución por parte de los guerrilleros de Enrique Juárez, cacique de Mexcaltepec, acusado por los campesinos de colaborar con el Ejército.
Mientras tanto, la familia de Isabel tuvo que salir de la sierra y abandonar sus tierras, pues los militares convirtieron su casa en Santa Rosa en cuartel, y a su madre, doña Catalina, la obligaron a cocinar para los soldados.
Como era la mujer de Lucio Cabañas, Isabel tenía ventajas que ocasionaron el disgusto de las demás guerrilleras: "Mis compañeras me traían una tirria tremenda porque yo no hacía nada, tenía que hacer guardia, cocinar e ir a la leña, pero él me consentía, porque no quería que hiciera las cosas pesadas del grupo".
La "boda" y la salida
A pesar del acoso militar, Lucio se dio tiempo para el romance, recuerda con cariño, Isabel:
"Una cosa muy bonita fue el casamiento simbólico. Me dijo: 'Ya no nos dieron tiempo de casarnos', porque la mesa directiva decía que no podíamos casarnos en la sierra, que no podían llevar a un juez, porque no querían que se supiera dónde estaba el grupo. Me dijo: 'Te propongo hacer un matrimonio, pero sólo entre tú y yo'. Agarró su mochilita y nos fuimos a un río. En la playita había una enredadera silvestre con flores blancas; cortó unas ramitas, las enredó y me las puso en la cabeza. Nos paramos frente a frente, y Lucio me dijo: 'Prometo amarte y respetarte, todos los días de mi vida'. Y me puso un anillito que hizo de bejucos. Ese día lo sentí más unido a mí."
Pero pronto comenzaron los problemas. El más fuerte, cuando Lucio anunció en una asamblea que Carmelita estaba embarazada. No se permitía que las guerrilleras se embarazaran. Todas, sin excepción, tomaban anticonceptivos; Isabel lo hizo un tiempo, pero cuando se le terminó su primer tratamiento, no pidió más píldoras.
En la asamblea, los guerrilleros recomendaron que Isabel abortara o que abandonara el grupo, lo que fue rechazado tajantemente por Lucio.
"Él se molestó mucho, nunca lo había visto así, y finalmente dijo: 'Lo vamos a tener aunque se opongan; ella ya está embarazada y no nos vamos a deshacer del bebé'."
Durante los dos primeros meses de embarazo, Isabel tuvo complicaciones que retrasaron el avance de la columna guerrillera, por lo que en una asamblea la mesa directiva decidió sacar a la joven de la sierra y enviarla con la familia de Lucio.
"Dejé la sierra el 16 de marzo de 1974. Lucio estaba muy triste, casi llorando. Estaba sentado en una piedra, con su sombrerito y su arma sobre las piernas. Me dijo: 'No te preocupes, después te voy a mandar traer'. Antes de irme, le dije estas palabras que no se me van a olvidar: 'Presiento que nunca jamás en la vida nos vamos a ver', y así fue."
Isabel fue enviada a Acapulco, a la casa donde se refugiaba la madre de Lucio, Rafaela Gervasio Barrientos, y los medios hermanos menores de Lucio: Bartola, Juana y Conrado, en una colonia suburbana.
Cuando la persecución militar se intensificó por el secuestro del entonces senador Rubén Figueroa Figueroa, en mayo de 1974, la familia y la mujer de Lucio se trasladaron a Tixtla, muy cerca de Chilpancingo.
"Yo no sabía que ese señor estaba secuestrado. Su familia no me informaba nada, me trataban como una escuincla, como un cero a la izquierda. Únicamente me consolaban las cartas que Lucio me mandaba, y platicaba con mi cuñado el más chico, Conrado, que tenía mi edad."
Se enteró del secuestro cuando llegó David, hermano de Lucio, con los primeros 25 millones de pesos del rescate: "Lucio mandó decir que de ese dinero me compraran ropa y un reloj, y que cuidara mucho a nuestro bebé".
El 29 de septiembre de 1974 nació la hija de Lucio, Micaela, en el centro de salud de Tixtla, de lo que fue informado el jefe guerrillero.
Cárcel, torturas y violación
Dos meses después, los militares, encabezados por Mario Arturo Acosta Chaparro, detuvieron a la familia.
Isabel revela que fue otro medio hermano de Lucio, Manuel Serafín Gervasio, quien, frente a los militares, identificó a su madre la mañana del 24 de noviembre, cuando salía del mercado del pueblo.
Todos fueron trasladados al sótano del palacio de gobierno en Chilpancingo. Ahí, Isabel habló con su cuñado, quien le contó que las torturas lo habían obligado a identificar a su mamá. Manuel se encuentra en la lista de cientos de desaparecidos de la guerra sucia.
Después de rendir su declaración ministerial, Isabel y la familia de Lucio fueron trasladados a la 27 Zona Militar de Acapulco, entonces comandada por Eliseo Jiménez Ruiz. Al día siguiente, volaron a la Ciudad de México y llegaron al Campo Militar Número Uno.
En las instalaciones militares, volvió a ver a Acosta Chaparro, en una de las tres sesiones de torturas que sufrieron Isabel y su pequeña hija.
"Él (Acosta) estuvo en la segunda sesión, la más violenta. Le agarró los piecitos a mi niña y le puso la pistola en la cabeza; puedo asegurar que es él por las fotografías. En esa ocasión, me jalaron de pies y manos y me violaron. Me zamparon a un tambo de agua fría y me amenazaban con matar a mi hija si no decía dónde estaba Lucio."
Durante su encarcelamiento, Isabel vio a muchas personas en el Campo Militar, entre ellas a una maestra que fue novia de Lucio; llevaba tres años en ese lugar cuando ella llegó y seguía ahí cuando salió.
Isabel se enteró de la muerte de Lucio un año y ocho meses después de ocurrida, cuando Rubén Figueroa Figueroa visitó a la familia en el Campo Militar, ya como gobernador de Guerrero.
Después del primer encuentro con Figueroa, Isabel fue liberada y presentada ante el gobernador en sus oficinas de Transportes Figueroa, en Avenida del Taller y Francisco Morazán, en la Ciudad de México.
"Le pregunté por la demás familia y me dijo que se iban a podrir en la cárcel, que no me preocupara, que yo estaba libre. Le respondí que eso no podía ser, porque entre los encarcelados había niños. Le insistí en que debía sacarlos y entonces me preguntó si yo respondía o iba a pagar por ellos. En mi desesperación le dije que sí. Días después fuimos por ellos al Campo Militar Número Uno, los sacaron en un camión de pasajeros y nos llevaron al hotel Metropol, donde estuvimos por lo menos dos meses. Ahí estuvieron Juana, Bartola con sus tres niños y su esposo, doña Rafaela y mi cuñado Conrado."
Ubicado en la calle de Luis Moya, cerca del barrio chino en el centro de la ciudad, el Metropol es un hotel de cuatro estrellas, cinco pisos y 157 habitaciones. En el verano de 1976, varias habitaciones y el servicio de restaurante estuvieron al servicio de la familia de Lucio Cabañas. Los gastos los pagó Figueroa.
El gobernador se ganó la confianza de Isabel, entonces de 16 años. Enviaba un chofer al hotel para llevar a la muchacha y a su niña a comer o a cenar con él. En esos encuentros, le expresaba su respeto por Lucio, le daba dinero y le facilitaba trámites, como el acta de nacimiento de su hija.
"Un día me mandó traer con uno de sus guardaespaldas. Le avisé a mi cuñada (Bartola), para que me acompañara, pero el tipo ese dijo que tenía que ir sola. En cuanto llegué a sus oficinas, todo mundo se desapareció y él me encerró con llave. Me decía que no iba a salir hasta que ocurriera 'eso'. Yo le decía que no quería y él insistía, y ahí estuvimos hasta las 12 de la noche entre sí y que no. Me ofrecía una casa donde yo quisiera con tal que viviera con él. Me ofrecía dinero, una buena posición. Pero yo traía todavía las ideas de Lucio y no podía aceptar, y entonces sucedió la agresión."
Isabel considera que su violación fue una venganza contra Lucio, a pesar de que ya estaba muerto.
"Para Figueroa fue un desquite, porque me imagino que pensó: 'Le chingué la vieja a Lucio', porque de esa manera actuó, de una manera muy baja. Fue como una venganza."
El abandono
Después de lo sucedido, Isabel regresó a la casa de sus padres en Xaltianguis, en tanto la familia de Lucio Cabañas fue mudada a un departamento cerca de La Ciudadela, frente a la Vocacional 5, entre las calles de Enrico Martínez y Ayuntamiento, pagado por Figueroa.
Cuando Isabel advirtió que Figueroa la había embarazado, se presentó en la Casa de Gobierno, en Chilpancingo. Fue recibida por el gobernador.
"Con palabrotas, me dijo que le valía mi embarazo, que le hiciera como quisiera. Me sentí desprotegida, porque una persona como él me manda desaparecer. Decidí callarme la boca y desaparecer de su vida. Pero como sabía dónde vivía, mandaba a unas personas a ver si necesitaba algo."
El bebé nació en mayo de 1977; padecía insuficiencia cardiaca y tenía labio leporino y paladar hendido. El estado del pequeño la obligó a acudir nuevamente con Figueroa, quien comisionó a su secretaria, Gloria Brito, la misma que lo acompañó a la sierra en mayo de 1974 cuando fueron secuestrados por Lucio Cabañas, para que atendiera a Isabel.
Esposa de un coronel del Ejército, Brito arregló el ingreso del hijo de Isabel al hospital militar de Chilpancingo; más tarde fue enviado a la Ciudad de México, al hospital del IMAN (Instituto Mexicano de Atención a la Infancia), hoy Instituto Nacional de Pediatría.
"En el hospital, estuve más de un mes. Dormía en las bancas con la ropa que llevaba; en ese mes, sobreviví con un café al día, a veces los médicos se apiadaban de mí y me regalaban una torta o el dinero para el café."
Figueroa se hizo cargo de los trámites legales del menor y sólo le preguntaron a la madre qué nombre quería para él, pero ella le dejó la decisión al gobernador
"Le pusieron Rubén Figueroa Ayala. Pero murió a los cuatro meses de nacido."
Isabel se comunicó con Gloria Brito, quien le pidió que la viera en el palacio de gobierno.
"Ella era la que me mandaba dinero. A Figueroa nunca quise acosarlo ni sacar nada en público, porque tenía miedo de las represalias. Cuando murió el bebé, me mandó con su secretaria la mísera cantidad de 10 mil pesos para los gastos del sepelio."
El bebé fue enterrado en un terreno familiar, en el panteón de Xaltianguis, y sólo tiene como identificación una cruz. Isabel no guardó documentos ni le fue extendida acta de defunción.
Un año después, el 20 de noviembre de 1978, Isabel se topó con Figueroa en Chilpancingo.
"Pasaba yo por detrás del palacio de gobierno, y de repente sentí un jalón en el brazo. Era él. Me subió a un camión, en el que estaban sus guaruras, y nuevamente me pidió que viviera con él. Le reclamé el abandono y le dije que no volvería a verlo. Me amenazó y me dijo que podía mandarme a matar."
-¿La familia de Lucio se enteró de lo ocurrido?
-No, pero con el paso del tiempo se enteraron de que yo tenía una relación con un militar, y fue cuando me acusaron de traición. Fueron injustos, porque ellos nunca se preocuparon por Micaela, por saber si tenía dinero para darle de comer.
Que se haga justicia
La segunda pareja de Isabel, un teniente coronel del que prefiere no dar su nombre, le ayudó a salir adelante durante los seis años que duró su relación, de la que nació una niña.
Con preparación de quinto de primaria y una carrera corta de taquimecanografía, Isabel sobrevivió con sus hijas como comerciante, fotógrafa y agricultora.
Hace 16 años, se casó, procreó a tres hijos más y se estableció en la sierra de Chilpancingo.
Ahora, Isabel Ayala Nava se considera como víctima del PRI -"fue el gobierno que más me dañó, fue más opresor que Porfirio Díaz"-, de un sistema que en los años setenta reprimió y violó los derechos de miles de mexicanos, de ahí que ahora exija una reparación por el daño que le causaron a ella y a su hija, Micaela Cabañas Ayala.
"Si no habíamos salido a dar la cara, había sido por temor, porque el gobierno nos ha abatido, nos había lastimado; si realmente hay un cambio, que lo haya para las personas cuyos derechos fueron violados."
La animan las promesas del gobierno de Vicente Fox con la creación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado de hacer justicia, buscar la verdad y resarcir, en lo que se pueda, el sufrimiento de los familiares de las víctimas de la guerra sucia.
"Quiero pedirle al gobierno del estado y al de la República que nos indemnicen por todo el tiempo que fuimos secuestradas, humilladas; yo fui violada, golpeada e incomunicada. Ciertamente estuve en las filas (de la Brigada de Ajusticiamiento), pero no como guerrillera, sino como mujer, mujer que amaba a un hombre, no porté armas para lastimar a ninguna persona, sino porque las tenía que llevar, pero ni mi mano ni mi alma lastimaron a ninguna persona."