Michoacán
Viacrucis Migrante: el martirio de familias michoacanas desplazadas
El Viacrucis Migrante fue representado este Viernes Santo en el paso fronterizo Mesa de Otay, en Tijuana, por familias michoacanas desplazadas a causa de la violencia.MORELIA, Mich. (apro).- En la tenencia de El Aguaje, municipio de Aguililla, Michoacán, había prosperidad agrícola y ganadera, hasta el día 19 de diciembre del 2019, cuando aquel pueblo se convirtió en un infierno por la disputa territorial de dos cárteles antagónicos de la droga.
Ante las ráfagas de fuego y drones explosivos, todos los habitantes salieron huyendo, como la familia A. V., de la que levantaron a tres de los hijos mayores, sacándolos a la fuerza de sus propios hogares para ser reclutados como sicarios.
Con el corazón partido, la mamá tuvo que salir huyendo con los hijos más pequeños, amenazada de muerte si denunciaba. Por fortuna, dos de los hijos pudieron escapar de los delincuentes, pero no así Andrés Manuel, a quien le arrebataron la vida.
Sólo con la ropa que traían puesta, pasando hambre y frío, pudieron llegar a la frontera norte, para pedir asilo político, por el desplazamiento forzoso interno que impera en Michoacán.
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Esta historia forma parte del Viacrucis Migrante representado este Viernes Santo en el paso fronterizo Mesa de Otay, en Tijuana, por familias michoacanas desplazadas a causa de la violencia, bajo la autoría y conducción del sacerdote Gregorio López Gerónimo, conocido como el Padre Goyo.
Este viacrucis, en el que se compilaron los testimonios de quince “martirios vivientes padecidos entre los migrantes, bajo amenaza de muerte y desplazados de manera forzosa en el estado de Michoacán”, tiene como objetivo “orar junto con las víctimas, pero también despertar en los fieles una mística horizontal, con los ojos abiertos, para poder contemplar la pasión de Cristo, hasta llegar a poseer la misma mirada del Resucitado”, explica el religioso.
Lo que se busca, añade el Padre Goyo, es “una mirada comprometida, que descubra a los miles de prójimos desplazados y abandonados hoy al borde del camino, y que de esta contemplación surja la compasión por los nuevos rostros de Dios: hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos o encarcelados”.
A continuación, se presenta una selección de otras historias incluidas por el sacerdote en el Viacrucis Migrante:
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—Agustín, te manda decir el jefe que le gusta tu huerta de aguacate, que quiere que se la vendas.
—Pues dígale a ese señor que no está en venta mi propiedad.
—Mira, viejo, te ofrece cien mil pesos por las diez hectáreas y si no recibes el dinero, lo va a cobrar tu viuda.
Crudo y directo fue el mensaje de aquel criminal, que comanda en San Juan Nuevo Parangaricutiro. Y cumplió esa amenaza, pues a media noche llegó un grupo armado y a quemarropa asesinó a Agustín y a su hijo, de apenas doce años, así como a su cuñado Pedro. Tres víctimas que jamás saldrán en los diarios, porque la autoridad está corrompida con la delincuencia organizada.
La viuda ha cumplido con todos los protocolos que marca la ley, para denunciar con nombre y apellido al criminal (…) y aún así, la fiscalía no ha movido ni un dedo, no obstante que los asesinos viven en la misma finca que robaron, parece que allí nada ha pasado, pues la ley protege al que paga mejor.
Hoy madre e hija, con mochila a la espalda andan errantes como criminales y todavía acosadas por la misma autoridad para que entreguen los títulos originales de la propiedad.
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La zona limítrofe entre Michoacán y Jalisco es territorio de nadie, por estar en permanente disputa por cárteles antagónicos. En la rivera del rio Tepalcatepec, la mañana del 9 de noviembre, llegó un comando al corral de la familia T. Q., buscando a Juan, el jefe de familia, porque tenía una supuesta deuda con el jefe de plaza.
Pero al no encontrar en casa al dueño, sometieron a sus hijos y esposa, durante varios días, sin comer, atados de pies y manos, estuvieron amedrentados por los criminales, esperando a que regresara a quien buscaban.
Al tercer día de cautiverio, con el pretexto de ir al baño, la mamá pudo mandar un mensaje de texto a su hermana pidiendo auxilio y ella, a su vez, contactó a un sacerdote (…), quien fue de visita y poder evidenciar a los criminales.
Este es el modo como operan los grupos delincuenciales y así han ido despojando del patrimonio a miles de familias que, en un solo día, aparecen como nuevos dueños en el Registro Público de la Propiedad y los terratenientes pasan a ser indigentes. Hoy la familia T. Q. anda huyendo por lo que no debe y sin que una autoridad les haga justicia.
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En el pueblo indígena de San Lorenzo, la señora Eugenia J. tiene que salir huyendo de su propio marido, con quien tiene los dos hijos menores, pero las cinco mujercitas, ya adolescentes, han sido violadas por el padrastro y ahora deben huir de él.
La mamá, que sólo habla Purépecha, padece artritis, con las secuelas de los golpes y el maltrato. Augusta, la hija mayor de quince años, es la única que habla un poco español y es la traductora.
Hoy las ocho víctimas están hacinadas en una casa de campaña en un albergue, en espera de que migración emita el título 42 y les puedan otorgar una visa U, por hablar un dialecto genuino de los pueblos originarios de América.
El problema es todavía más grave, pues doña Eugenia, sin hablar el idioma de los jueces, no se puede defender y ahora está siendo perseguida ya no sólo por el propio cónyuge, sino también por la autoridad, por el supuesto delito de rapto y secuestro de sus propios hijos y aunque el victimario se ha presentado ante la fiscalía, es presentado por la ley como una víctima inocente.
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La familia A. Z., de Parácuaro, con los doce miembros que la componen, emigraron todos a la Unión Guerrero, con el fin de trabajar en ese municipio en su aserradero familiar, donde comenzaron a trabajar la madera aserrada, pero muy pronto los miembros de un cártel comenzaron a pedirles cuota, que no pudieron pagar.
Una noche llegaron cinco camionetas con hombres armados, buscando al dueño del aserradero y a los cuatro hombres de la casa, los apartaron hacia un lugar obscuro y sólo se escucharon los balazos con los que eran acribillados. Luego regresaron a la casa y les dijeron a las mujeres que juntaran sus cosas y amaneciendo se fueran del rancho.
Cuando los criminales se retiraron, buscaron a los señores y no encontraron más que sangre por todos lados. Fue hasta el amanecer cuando doña Mary, junto con sus tres nueras, salieron al camino y rumbo al pueblo encontraron a los cuatro hombres muertos en forma de círculo, donde lloraron por veinte horas hasta que llegó la policía municipal, amedrentando.
Hoy las denuncias están en una carpeta y toda la familia es migrante en tierra ajena.
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El arma predilecta y más letal de la delincuencia es sembrar el terror en las comunidades y lo peor que le puede suceder a los ciudadanos es el “acostumbramiento” al miedo. Los delincuentes han trozado la carretera rumbo a Aguililla, pero los más pobres deben salir a trabajar, aunque tengan que arriesgar la vida, pues los insumos de la canasta básica se han encarecido.
Muchos tienen que rifarse el pellejo a diario, contra el peor virus nunca visto, que es el cáncer de la delincuencia organizada, como le sucedió a Pedro R., quien salió de la colonia Bachilleres, en Apatzingán, con su red al hombro, al corte de limón la madrugada del 21 de marzo del 2021, en la troca blanca doble rodado de don Refugio P., rumbo a División del Norte, pero ya no regresaron a sus hogares con el sustento para su familia.
En Tierra Caliente el valor de la vida se acabó y el respeto a los derechos humanos no existe. Aunque se puso la denuncia y se mostró el último mensaje del celular donde dice que los detuvo un grupo criminal en Catalinas, sólo por reclamar sus deudos hoy la familia tiene que andar huyendo, a salto de mata, pues si la ley no encuentra el cuerpo del delito no existen los delincuentes.
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La familia G. M., originaria del Naranjo de Tzirizicuaro, municipio de La Huacana, se dedicaba a la crianza de ganado vacuno y al cultivo de sus tierras agrícolas, hasta aquel día a mediados de mayo, en que llegó hasta su rancho una troca con gente a exigir una cuota de cinco mil pesos por semana.
Ese pago se pudo realizar durante un mes, pero en el momento que no hubo dinero, se llevaron a don Juan, el abuelo y persona mayor de aquella familia y esa misma tarde llamaron para pedir un millón de pesos por su rescate. Un día después apenas habían conseguido cien mil, pero ya habían matado a su víctima, aunque seguían insistiendo en el rescate.
Se dio parte a la autoridad, que unos vecinos vieron en la brecha del Veladero, una persona semienterrada y efectivamente era don Juan, que el único delito que cometió es trabajar honradamente y tener bienes es algo grave en tierra donde gobiernan los delincuentes.
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Entre la sierra y la costa, entre una floresta tropical selvática, se esconde la comunidad náhuatl de Huizontla. Allí Julián y Raquel tenían una granjita de gallinas y de cerdos para vender en el pueblo cada domingo, así como el queso y los “blanquillos” de rancho.
Hasta ese pedacito de cielo llegó el virus del narcotráfico y las secuelas de la delincuencia, con careta de “autodefensas”, con extorsiones y decomisando cuanto rancho les gusta. Sabiendo que la autoridad está coludida con la delincuencia, no queda más que dejar para siempre lo que hicieron con tanto sudor y cansancio.
Mientras que Julián fue llevado a la fuerza por los criminales, Raquel con sus dos niños, bajo un embarazo de alto riesgo, fue obligada a salir al camino. En la frontera, aguantando hambre y frío, sufrió la consecuente pérdida de su bebé. En este calvario ha experimentado el abandono de todos los niveles de gobierno, sólo Dios nunca les ha abandonado.
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Coalcomán, un pueblito mágico enclavado en la sierra madre del sur michoacano, de costumbres cristianas y tradiciones bien cimentadas, permitió que en sus calles ingresara el cáncer de la delincuencia organizada y el diablo destruyó la paz y la concordia entre sus habitantes.
En pleno día, al domicilio de la familia R. V., llegaron unos fulanos armados y levantaron a Juanito, de apenas trece años de edad, para que les ayudara como halcón, pero su familia nunca supo nada de aquel adolescente, aunque preguntó por todos lados, hasta que un día les advirtieron que si lo seguían buscando tenían más hijos y que allí le pararan.
Como la familia no desistió una noche pasaron de nuevo y se llevaron Roberto, tío de Juan y al amanecer lo encontraron mutilado en la brecha de Ixtala. Esa noticia impactó tanto a doña Matilde, madre y abuela, que se infartó y murió en la clínica.
Ante estas pérdidas humanas, la familia emigró a California, donde no acaban de aceptar ese infierno e impunidad de los gobiernos.
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Arcelia V. y su esposo Felipe L. llevaban una vida hermosa hasta el 18 de enero de 2022, día en que llegó un grupo de criminales buscando a don Alfredo L. papá de Felipe L. y al no encontrarlo levantaron al hijo.
Los delincuentes pidieron una fuerte suma como rescate y no obstante que se pagó la cantidad exigida, dos días después les avisaron que fueran a recoger el cuerpo en una barranca, donde lo encontraron mutilado, con evidentes signos de tortura y con el rostro desfigurado. Esos días de angustiosa espera han marcado la vida los tres hijos pequeños, pero todavía más, la imagen de aquel buen padre, ya sin rostro humano.
Por haber denunciado ese crimen, los familiares son perseguidos como si fueran ellos los criminales, en cambio los asesinos, están gozando de los bienes que les corresponden a estos huérfanos fugitivos, aun cuando existe la denuncia en la fiscalía, con nombre y apellidos de los malhechores.
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De acuerdo con el Padre Goyo, este Viacrucis Migrante reclama “una iglesia samaritana, más creíble que creyente, más humana que religiosa y más misericordiosa que rezandera, que tenga la fuerza y el coraje para detenerse y contemplar al herido en las cunetas del camino y como el nuevo Cireneo, ayude a los cristos de carne y hueso y no a los cristos de yeso”.
En esta misma mística, señala, el Papa Francisco “nos invita a la búsqueda de los descartados y sobrantes sociales, con los ojos abiertos en permanente salida hacia las periferias, para poder estar muy cerca de los pobres y poder hacer las denuncias proféticas de las injusticias, pues hoy en día, en los mismos atrios de los templos hay una multitud que está muriendo de hambre”.
El sacerdote Gregorio López Gerónimo refiere que se pretende suscitar una Iglesia “con mirada de ojos bien abiertos y oídos atentos, con una espiritualidad dinámica más horizontal que vertical y más misionera que institucional; menos preocupada por protocolos y rituales, pero más ocupada de la misericordia, la justicia y la paz, quizá más humana que divina, más herida que sana, más fatigada que cómoda y más madre que madrastra”.