Israel, bloqueo político y manipulación sanitaria
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Aunque existen protocolos internacionales a seguir, la pandemia del coronavirus ha evidenciado que la mayoría de los gobiernos ha buscado aplicarlos en tiempo y forma según su propia conveniencia. Ejemplos sobran. Pero en Israel el patógeno llegó cuando el país ya arrastraba una parálisis política de casi un año, y su manejo acabó por incidir de manera definitoria en un desempate que tres procesos electorales no habían podido lograr.
“Estamos en una situación absurda, con un gobierno transitorio que ha servido durante un año, sin un gabinete de seguridad funcional, con una Knesset (Parlamento) paralizada e incapaz de supervisar el trabajo gubernamental”, criticó el martes 24 el líder de Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar), Avigdor Liberman, excanciller y político radical derechista, pero laico, en cuyas manos estuvo en buena parte la formación de un nuevo gobierno.
Y es que el pasado 2 de marzo se llevaron a cabo los terceros comicios legislativos desde abril de 2019, tratando de obtener números más claros en el fragmentado espectro partidario israelí, que permitieran forjar alianzas viables. Pero otra vez las cifras apenas se movieron unos cuantos escaños, dejando básicamente la misma correlación de fuerzas que había impedido conformar un nuevo ejecutivo.
La batalla electoral en realidad se centró en torno de la salida o permanencia del ahora primer ministro en funciones, Benjamín Netanyahu, quien lleva 18 años en el poder, divididos en dos periodos. Líder del conservador partido Likud y apoyado por las formaciones religiosas y nacionalistas, casi todas ultras, el premier se ha derechizado cada vez más, tanto por compromiso con sus aliados como por convicción propia; muestra una actitud crecientemente desafiante y autoritaria, y además está encausado por cargos de corrupción y abuso de poder.
Carismático y astuto, Bibi, como se le conoce coloquialmente, ha polarizado a la sociedad israelí, que lo ama y detesta a partes iguales. Y más o menos lo mismo ocurre en la comunidad internacional, debido a su agresividad verbal, su perenne beligerancia y su constante bloqueo a soluciones paritarias en el Medio Oriente, que ahora de la mano de Donald Trump lo han llevado prácticamente a romper con los palestinos y chocar con vecinos como Irán, Turquía o Siria.
Casi diluido el laborismo, la otrora gran fuerza liberal de Israel, para desafiar a esta aplanadora de derecha se lanzó a la palestra otro Benjamín. Exgeneral del poderosísimo ejército israelí y comandante de la operación militar sobre Gaza en 2014, Benny Ganz creó la formación Kajol Lavan (Azul y Blanco, los colores de la bandera) y en los tres ejercicios electorales de los últimos 11 meses logró porcentajes similares, e incluso superiores, al Likud; pero en ninguno suficientes para formar gobierno por sí mismo.
Según la normativa israelí, los dirigentes de las fuerzas más votadas son llamados por el presidente en turno para que forjen alianzas e intenten constituir un gobierno. Bibi y Benny lo han intentado alternamente y no lo han logrado. Sobra decir que los mismos partidos de derecha que han apoyado a Netanyahu siguen inamovibles; pero sus votos han bajado y la suma ya no da. En cuanto a Gantz, su dilema ha sido forjar un gobierno de minoría, con fuerzas inclusive enfrentadas entre sí; o armar una coalición de unidad con el Likud, en la que él y su rival se turnen la primera magistratura.
En estas semanas postelectorales ha sido básicamente igual. Contrario a lo ocurrido en los comicios de septiembre, esta vez Kajol Lavan obtuvo tres escaños menos que el Likud, pero Gantz recibió el apoyo de 61 de 120 parlamentarios para intentar formar gobierno. El problema reside en que para ello requiere de los 15 diputados de la Lista Árabe (un quinto de la población israelí está integrado por esta minoría) y los siete de Israel Beitenu. Pero Liberman no quiere ni oir hablar de una alianza con los árabes, e inclusive algunos correligionarios del exgeneral se oponen a ello.
En esas estaban cuando irrumpió el coronavirus. Bisagra entre el Medio Oriente y Europa, y con escasos 9 millones de habitantes, al escribir esta columna Israel se acercaba a los 3 mil contagiados con al menos media docena de decesos, pese a que desde el 17 de marzo empezó a aplicar medidas de contención como el aislamiento social, la restricción de los desplazamientos no necesarios, la reducción del transporte público, el cierre de oficinas gubernamentales y negocios no prioritarios, la cancelación de espectáculos y la prohibición de reuniones de más de diez personas. La policía quedó autorizada a detener a quienes infringieran estas disposiciones y aplicar multas de hasta 5 mil shequels (mil 500 dólares).
En un país con acendradas costumbres religiosas, también se tuvo que apelar a las autoridades eclesiásticas para que llamaran a la población a cumplir con las disposiciones, sobre todo tomando en cuenta que 24% de los contagios había ocurrido en sinagogas y otro 5% en yeshivas (escuelas donde se estudia la Torah). Los principales rabinos salieron a decir que las medidas sanitarias no contravenían los mandamientos de Dios, y que los rezos en los templos debían limitarse a diez personas o cancelarse de plano. Incluso hubo llamados para que los fieles se abstuvieran de besar el Muro de los Lamentos.
Como primer ministro en funciones, Netanyahu rápidamente se hizo del mando y también del micrófono. Casi cada noche ha aparecido en vivo en la televisión pública enviando mensajes a la población, que van de lo tranquilizador a lo apocalíptico. Pero en cualquier caso, él se ha presentado como el único dirigente político capaz de sortear una contingencia como la que se vive actualmente.
Pronto también tomó medidas polémicas. Junto con las de aplicación común, aprobó un decreto “urgente” que autorizó al Shin Bet, la agencia de espionaje interior, a usar su tecnología de punta para dar seguimiento sin autorización judicial a los contagiados por el Covid-19, presuntamente para alertar a todos los que hubieran podido tener contacto con ellos. La aprobación se dio de madrugada, vía una reunión en línea de todo el gabinete, apenas unas horas después de que la Knesset hubiera pospuesto su discusión, ante la dudosa legalidad de un procedimiento que viola la intimidad de los ciudadanos.
Miembros de la oposición en el parlamento, incluidos representantes del Kajol Lavan de Gantz, así como organizaciones de derechos civiles, criticaron de inmediato la utilización de personal y métodos de inteligencia destinados a la seguridad, “para rastrear a los ciudadanos como si fueran terroristas”. El Shin Bet se defendió alegando que se limitaría a transferir la información a la policía y al ministerio de Sanidad, y que todos los registros serían borrados en cuanto la situación sanitaria estuviera bajo control.
Pero la excepcionalidad de las circunstancias empezó a obrar en favor de Netanyahu. Debido a las restricciones preventivas, muy oportunamente el ministerio de Justicia paró todas las actividades judiciales justo dos días antes de que se iniciara el juicio en su contra, que provisionalmente quedó aplazado hasta mayo, cuando se revalorarán las circunstancias. Eso le da margen de tiempo a Bibi, que sólo podría ser inhabilitado de su cargo si finalmente es hallado culpable.
Pero la maniobra mayor todavía estaría por venir. Al reinaugurarse el Parlamento tras las elecciones, su presidente Yuli Edelstein, miembro del Likud y aliado de Netnayahu, decidió no convocar el Pleno ni permitir la formación del Comité de Preparativos que lo pone en marcha, amparándose en la restricción sanitaria que impide reunir físicamente a los parlamentarios y en una normativa que, en principio, exige primero formar gobierno.
Su omisión llevó a un encontronazo con la Corte Suprema de Justicia, que le ordenó poner en marcha los trabajos de la Knesset y proceder a la votación de un nuevo presidente, lo cual Edelstein desacató. Ello desató una agria discusión sobre la intromisión de poderes, que llevó al espectro político israelí a hablar de un parlamento secuestrado e inclusive de un resquebrajamiento de las instituciones democráticas del país.
Finalmente el miércoles 26, en lugar de llamar a la votación –que muy probablemente perdería– Edelstein optó por presentar su renuncia. De momento se creó un espacio de incertidumbre, pero el jueves, sorpresivamente, Benny Gantz fue elegido como nuevo presidente de la Knesset con el apoyo mayoritario del Likud y los partidos de la derecha, mientras su formación, Kajol Lavan, votaba en contra y se disolvía.
Quedaba claro que Bibi y Benny habían llegado a un acuerdo para la formación de un gobierno de unidad, en el que el primero se mantendría como primer ministro y el segundo lo sustituiría hasta septiembre de 2021. Gantz, mientras, ocuparía alguno de los ministerios más importantes, probablemente el de Exteriores o el de Defensa. Netanyahu se salió con la suya.