En exclusiva para Proceso y el semanario francés L’Express, Nicolas Sarkozy revela pormenores del caso Cassez y de su enfrentamiento de cinco años con Felipe Calderón. Es la primera vez que el exjefe de Estado galo acepta tocar el tema y habla también de la detención en Estados Unidos del exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, responsable de la puesta en escena del arresto de Florence y de Israel Vallarta ante las cámaras de Televisa y TV Azteca.
PARÍS (apro).- Nicolas Sarkozy se endereza en el sofá donde está sentado cuando se le pregunta si se sorprendió al enterarse de la detención de Genaro García Luna por el FBI y de las acusaciones de complicidad con el narcotráfico que pesan contra ese personaje en Estados Unidos.
Su respuesta estalla tajante:
–No me asombró en absoluto. No sabía cuándo ni cómo iba a ocurrir, pero desde hace tiempo sabía que iba a ocurrir.
Y sin dar oportunidad de profundizar sobre el tema agrega, más tajante aún:
–Nunca me alegra asistir a la caída de alguien, independientemente de lo que haya hecho. Me porté suficientemente severo con ese personaje cuando se encontraba en la cúspide del poder y de la gloria… Ahora que está detrás de las rejas no pronunciaré una sola palabra en su contra. Es una cuestión de principios.
Sarkozy atiende a los reporteros en su elegante oficina de la rue de Miromesnil –a escasos minutos a pie del Palacio del Elíseo– que el Estado francés puso a su disposición desde que dejó la Presidencia, en 2012.
A punto de cumplir 65 años, el expresidente despliega múltiples actividades. Recorre el mundo dictando conferencias y señala, entre otras, la que dio hace dos años a solicitud de Carlos Slim ante la crema y nata del mundo empresarial mexicano.
También escribe libros:
Passions, su autobiografía publicada el pasado 24 de junio, estableció récord con más de 220 mil ejemplares vendidos en menos de medio año.
Cada vez más cercano a Emmanuel Macron, que lo consulta a menudo, Nicolas Sarkozy representa al presidente galo en actos internacionales, como la coronación del emperador de Japón en octubre de 2019 o el sepelio del sultán Qabus, de Omán, el pasado domingo 12.
Abogado de profesión, Sarkozy enfrenta también con una energía inagotable varios procesos judiciales que tiene en su contra desde hace más de una década.
El expresidente asegura que ya no tiene ambiciones políticas.
NOTAS RELACIONADAS:
Es la primera vez, desde la liberación de la reclusa de la cárcel de Tepepan, que Sarkozy acepta volver sobre el
affaire Cassez, que desató violentas polémicas en México y Francia y amenazó las relaciones diplomáticas entre los dos países a lo largo de su quinquenio y del sexenio de Felipe Calderón. Le pareció importante dirigirse simultáneamente a los lectores mexicanos de
Proceso y franceses del semanario
L’Express.
–Florence Cassez y sus abogados analizan la posibilidad de lanzar nuevas iniciativas judiciales en México. ¿Está de acuerdo en que lo hagan?
–Por supuesto. Los derechos de esa ciudadana francesa han sido pisoteados. Su vida ha sido destrozada durante siete años. Un estado de derecho como el de México tiene la obligación de asumir sus responsabilidades. Dicho eso, sólo la víctima puede tomar esa decisión. A mí no me corresponde darle consejos. Pero yo comprendería muy bien que dé la lucha para lavar su honor, no sólo mediante un procedimiento judicial sobre el fondo de su caso, sino también para exigir una indemnización por los siete años que le fueron robados.
–¿Recuerda en qué momento preciso se enteró del caso de Florence Cassez?
–Me acuerdo muy bien. Fue el diputado Thierry Lazaro, de la región norte de Francia, quien vino a explicarme la situación en 2007. Yo llevaba muy poco tiempo en la Presidencia y Florence Cassez estaba encarcelada desde hacía dos años. Por supuesto yo había oído hablar de su historia, pero no en forma detallada. En realidad sólo sabía que esa mujer de escasos 33 años se encontraba en una cárcel muy dura en México. Yo sabía además que el contexto político y social era sumamente difícil, porque en ese entonces se perpetraban un promedio de 8 mil secuestros al año en México y que muchos de ellos acababan en asesinatos. Thierry Lazaro me pidió que recibiera a los padres de Florence Cassez y a su abogado, el licenciado Frank Berton.
–¿Cómo fue ese primer encuentro?
–Los atendí en el Salón Verde, en el primer piso del Palacio del Elíseo (sólo se recibe a visitantes de alto rango en ese lujoso salón contiguo a la oficina presidencial
). Me impresionó de inmediato la dignidad de la pareja. Me pareció gente admirable, muy bien educada, que se expresaba con gran moderación. Controlaban cada palabra, a pesar de que el cielo se les había caído encima.
“Recuerdo los ojos azules del padre y la actitud reservada de la madre. Tenía frente a mí a padres dignos, nada llorosos pero angustiados al extremo. ¡No era para menos! Su hija acababa de ser condenada a 96 años de cárcel. Me dijeron simplemente: ‘Ayúdenos. Estamos desamparados. Conocemos a nuestra hija. No es una criminal. No es una secuestradora. Somos una familia honesta’. De inmediato tomé la decisión de ayudarlos, pero de todos modos mi deber era hacerlo”.
–¿Es decir?
–Cuando un compatriota está encarcelado donde sea en el mundo, yo considero que el deber de un presidente de la República Francesa es estar a su lado. No para que escape de sus responsabilidades, sino porque el jefe de Estado tiene que proteger los derechos de los franceses, incluyendo los de quienes cometieron faltas. Es una cuestión de principios.
“No defendí solamente a Florence Cassez. Presté la misma atención y actué con la misma determinación en los casos de Ingrid Betancourt (ciudadana franco-colombiana, rehén de las FARC durante seis años, de 2002 a 2008), de Gilad Shalit (soldado israelí que cuenta también con la nacionalidad francesa, secuestrado por un grupo extremista palestino en 2005 y liberado seis años después, luego de complejas negociaciones entre el gobierno de Israel y Hamas) y de Michaël Blanc (joven francés encarcelado 15 años en Indonesia por tráfico de drogas, delito del que siempre se declaró inocente).
–¿En qué momento llegó usted a la convicción de que Florence Cassez era inocente?
–Pedí a mis colaboradores que juntaran todos los elementos posibles para entender ese expediente… Y no tardamos en percatarnos de incoherencias patentes, empezando por la extravagante puesta en escena,
a posteriori, de la detención de Florence Cassez y de Israel Vallarta ante las cámaras de televisión… No se necesitaba ser Sherlock Holmes para entender que se trataba de un montaje alucinante. Para mí resultaba inaceptable que semejante situación se diese en una democracia como México, que es un país que siempre admiré y que sigo admirando. ¡En realidad era mucho más difícil creer en la culpabilidad de Florence Cassez que en su inocencia!
–En 2008 Florence Cassez fue condenada a 96 años de cárcel. Un año más tarde su sentencia fue “reducida” a 60 años. Eso ocurrió en vísperas de su viaje oficial a México, en marzo de 2009, y en el momento en que ambos países ya habían iniciado los intensos preparativos del Año Francia-México, a celebrarse en 2011.
–Fue precisamente ese contexto lo que agudizó mi obligación de prestar asistencia a Florence Cassez. Antes de mi viaje a México y en el marco de contactos previos a él, había invocado la Convención de Estrasburgo, firmada por Francia y México, que permite que un sentenciado extranjero cumpla la condena en su país de origen. Por lo tanto le pedí al presidente Calderón que me devolviera a mi compatriota. No se trataba de liberar a Florence Cassez, sino de proceder a su traslado a Francia para que pudiera cumplir su pena de cárcel en su tierra –donde su familia podría visitarla–, en lugar de hacerlo a nueve mil kilómetros de su casa.
–El 6 de febrero de 2009, un mes antes de ese viaje oficial a México, usted recibe una carta del presidente Calderón…
–Exacto. Es una carta conciliadora que abre la puerta a un traslado de Florence Cassez a Francia. Sin embargo, un mes después, cuando llego a México, la actitud del presidente Calderón es radicalmente distinta. Ya no se habla en absoluto de apertura.
“El 8 de marzo de 2009 tenemos una comida privada con el presidente mexicano y nuestras esposas en la hacienda de Tlacatecpan. Todo empieza muy bien. El presidente y su esposa son muy simpáticos y muy acogedores… hasta el momento en el que no puedo ceder en el
affaire Cassez. Fui muy claro. Le dije que entendía hasta qué punto el tema de los secuestros era sensible en México, pero insistí en que Florence Cassez tenía que ser trasladada a Francia, conforme a los convenios internacionales”.
Sarkozy interrumpe brevemente su relato, mueve varias veces la cabeza. En voz más baja y con tono confidencial agrega:
–A partir de ahí todo cambió. El presidente Calderón se puso muy rígido y luego se enfadó. Subió el tono entre nosotros dos. Nos enfrentamos… Fue brutal. Y de repente él exclamó: “¡Jamás!”
–¿Jamás?
–Jamás habrá traslado, porque el clima político no lo permite. El bloqueo era total. Un océano nos separaba.
–¿Qué sintió ante un cambio de actitud tan drástico y repentino? ¿Llegó a pensar que tal vez el presidente Calderón era objeto de presión?
–Me lo pregunté…
Silencio.
–¿Y qué pasó después?
– Como el ambiente de la comida había sido “medianamente bueno”, digamos, toda la diplomacia francesa me aconsejó no tratar el tema de Florence Cassez durante el resto de mi visita. Ciertamente los diplomáticos tenían el derecho –quizás inclusive el deber– de aconsejarme eso, pero yo tengo otra concepción de las cosas.
“Considero que México es una democracia, que los mexicanos son los herederos de una civilización inmensa y que respetarlos implica exponerles claramente los problemas. Para mí era claro que yo no debía eludir estos problemas pronunciando un discurso vacío en el Senado de la República de México, un discurso como tantos otros, de los que no queda nada. Retrospectivamente, 10 años después de los hechos, creo poder afirmar que nadie olvidó mi discurso.
–Causó revuelo, efectivamente…
–Me porté cortésmente. No pronuncié el nombre de Florence Cassez en el Senado. Pero todo el mundo percibió el sentido de lo que decía. En términos amistosos, pero sin rodeos, recordé que en una democracia hay cosas que simplemente no son posibles. Casi toda la prensa mexicana me cayó encima, presentándome como defensor de los criminales. Todo eso tomó proporciones terribles…
–En 2011 subió aún más la presión cuando dedicó usted el Año de México en Francia a Florence Cassez. ¿Fue una provocación?
–Óigame, tenemos a una joven mujer francesa condenada a 60 años de cárcel y yo tengo la convicción de que se trata de una injusticia; peor aún, de una infamia. Dedicarle el Año de México en Francia era mi manera de decirle al presidente Calderón: “No se equivoque. No voy a ceder”.
–Resultado: México replicó cancelando su participación en el año franco-mexicano
. Una reacción más que previsible…
–El presidente Calderón hizo lo que consideró que debía hacer. Pero para mí las cosas siempre fueron claras: no celebré el Año de México en Francia con una de mis compatriotas encarcelada a raíz de un complot político nauseabundo.
Sarkozy mira en silencio a los reporteros, con expresión grave y sin esperar pregunta afirma:
–Pero ahora que la verdad está en la mesa, cada uno puede juzgar lo que pasó. Recuerdo que mi firmeza desencadenó una ola increíble de críticas en Francia, en particular entre mis enemigos políticos.
–En México las críticas fueron aun peores. ¿Francia y México estaban al borde de la ruptura diplomática?
–Entre los dos países, no. Entre los dos presidentes, sí.
–¿Qué “palanca” podía accionar para tratar de desbloquear la situación?
Nicolas Sarkozy se acomoda mejor en el sofá. Brilla una leve chispa de malicia en su mirada. Dice:
–Tenía que buscar la manera de volcar a la opinión pública mexicana, que estaba manipulada no solamente por el gobierno sino también por los medios de comunicación… salvo raras excepciones. Ante la histeria que provocaba el caso Cassez y que volvía inaudible cualquier argumento razonable, sentí que era importante acceder a los mexicanos que creen en los derechos humanos y en el estado de derecho. Pensé entonces en el papel determinante que juega la Iglesia en México y me dirigí al papa Benedicto XVI, que me inspiraba una gran admiración.
–¿Cómo fue la entrevista?
–Al final de nuestra conversación, estábamos solos los dos en la oficina del papa, le dije: “Santo Padre, quisiera hablarle de una protegida mía, una mujer joven condenada a 60 años de cárcel de manera injusta”. El papa juntó las manos así.
Sarkozy imita el gesto del papa, junta las manos y prosigue:
–Exclamó: “¡Oh! ¡Qué desafortunada! ¡Qué desafortunada!...” Luego me dijo: “Explíqueme’.
“Le expliqué que, desde mi punto de vista, Florence Cassez era víctima de una terrible injusticia, de un complot, y que yo creía en su inocencia. Inclusive precisé que el único crimen del que eventualmente se le podía acusar era de haberse enamorado de un mal tipo y que eso no merecía 60 años de cárcel. Le dije que estaba consciente del rol fundamental que juega la Iglesia en la sociedad mexicana y que confiaba en que nuestra conversación pudiera llevar a la Iglesia de México a echar una mirada nueva sobre el caso de Florence Cassez, una mirada sin prejuicios que le permitiría tomar la medida de las incoherencias de ese asunto sórdido. Fue lo que pasó y así empezó un cierta evolución en la opinión pública.
Nicolas Sarkozy cambia de nuevo de posición y confía:
–Tuve una larga conversación telefónica con Florence Cassez, que alcanzó a llamarme desde la cárcel. Estalló en lágrimas. Yo sabía de sobra que nuestras comunicaciones estaban intervenidas. Eso me convenía, en realidad, porque así podía enviar el mensaje de que no quitaba el dedo del renglón. Le conté todo en forma muy detallada para tranquilizarla, por supuesto, pero también para hacer llegar la información al más alto nivel. A partir de ahí empezaron a oírse voces a su favor en la Iglesia y luego en otros ámbitos. El 23 de enero de 2013 la Suprema Corte reconoció por fin las incongruencias de todo el expediente y ordenó la liberación de Florence Cassez.
–¿Qué balance saca de ese caso, que duró todo su quinquenio?
–Tengo una certeza: uno nunca se equivoca cuando defiende principios.
–¿Qué contesta a quienes lo acusan de haber politizado el caso Cassez
?
–Nada. Que digan lo que quieran los observadores políticos y los medios de comunicación. Eso me deja totalmente indiferente. Es más, en el caso del
affaire Cassez, el argumento de la explotación política es francamente ridículo. Cuando se analiza retrospectivamente mi empeño en exigir que se ofreciera justicia a Florence Cassez, uno se da cuenta de que eso me causó más problemas que otra cosa. Basta recordar los comentarios de la prensa francesa sobre mi viaje oficial a México en 2009. Fue presentado como un fracaso rotundo. Casi todo el mundo habló de agravio. Se dijo que yo había sido humillado.
–Cuando Florence Cassez llegó a Francia, después de su liberación, usted no fue a recibirla al aeropuerto de Roissy Charles de Gaulle.
–Mi sucesor no me invitó… Florence Cassez, sin embargo, manifestó el deseo de visitarme. Lo hizo después de la conferencia de prensa que dio en Roissy y antes de ir al Palacio del Elíseo. Mi esposa y yo comimos con ella y fue emocionante volverla a ver libre.