Mario Almada: asesino de su mito*
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Al actor Mario Almada, de 87 años de edad (esta conversación se realizó en 2009), se le olvidó que había acordado ofrecer una entrevista: le ganó el sueño.
El retumbar de la campana ubicada afuera del portón de su casa parece que no alcanza los oídos de la estrella de cine. Me veo obligado a llamarle por teléfono. Sorprendido, el sonorense reconoce el descuido, ofrece ducharse de inmediato y termina bruscamente la conversación. Segundos después lanza un grito, “Pasen muchachos, siéntense, allá hay sillas”.
Desde el patio de su residencia se escucha el vigor de la presión de la regadera. El rojizo pavimento del garaje está desgastado.
Helechos y enredaderas cubren la pared de ladrillo de la casa, ubicada en Cuernavaca, Morelos, donde vive con dos de sus hijos. Tiene una propiedad más en el Distrito Federal, habitada por su mujer, alérgica a los olores de la vida campirana. Ambos conviven a la hora de la comida. “Don Mario” viaja eventualmente a su natal Sonora, sólo con el pretexto de cumplir algún compromiso social de su abundante parentela.
El día anterior había llegado a las 5 de la madrugada a su casa, después de casi diez horas de filmación. Participa en la serie de acción “El Pantera”, interpretando el papel de “Don Almagro”. Los días previos terminó de filmar la película Mar Muerto, programada a estrenarse en noviembre. Tal vez ese ajetreado tren explicaría su desmañanada.
– ¿Cuál es el secreto de su longevidad?
– Ser un buen padre, ser un buen amigo, ser derecho, claro, transparente, sin vicios, una vida derecha y ser un buen hombre, buen ciudadano, respetar las leyes y ser un ejemplo para los compañeros, que no hay mala edad para trabajar y que hay que sentir lo que hace uno.
“Don Mario” cumple su palabra: la ducha fue exprés. Baja por una escalera de madera con ritmo adolescente. Medirá más de 1.90 metros. Mientras me levanto, con torpeza, de la silla de plástico desde donde lo esperaba, el también productor ya está frente a mí. Saluda con un abrazo que envuelve mi espalda. Hace lo mismo con el fotógrafo Alejandro Saldivar.
¿Dónde quieren que sea la entrevista, estoy a sus órdenes?, pregunta. Alejandro echa un vistazo alrededor. Detiene la mirada en una alberca. Más tarde se arrepentiría de la locación, cuando el entrevistado nos invite a conocer su recámara, donde guarda la pistola, aún cargada, de su taquillera película “Todo por Nada”.
Mario Almada se deja caer, ligero, en una desgastada silla de plástico, ubicada junto a una mesa redonda color blanco, debajo de una sombrilla de sol, al lado de la alberca. ¿Podría hacerse un poco a su derecha?, pide el fotógrafo. El actor apenas levanta sus caderas y, casi sin separarse del piso, se recorre.
Trato de sacar plática. El célebre personaje popular me interrumpe: “Espérame tantito”. Se acomoda los amplificadores de sonido que le permiten sostener una conversación. No se queja de su sordera. Tampoco de la debilidad de su vista, que le impide leer prácticamente cualquier tipografía; mucho menos de su vejez.
Es lunes 6 de julio, pasadas de las 10 de la mañana. Se suelta a hablar del triunfo del panista Guillermo Padrés en Sonora. Está alegre porque su hijo apoyó abiertamente al único de los seis candidatos a gobernador postulados por Acción Nacional que ganó. Incluso se dejó fotografiar con el pulgar derecho al frente, en apoyo a su paisano. En sus palabras no hay un análisis político de la elección del día previo. Evita hacer mofa del candidato vencido, el priista Alfonso Elías. Parece que sólo menciona el tema por las buenas noticias que significan para su hijo.
Su timbre de voz es nítido, aunque se asoma un ligero silbido propio de la vejez. Conserva el acento norteño, del que se quiso despojar en los setenta, para parecer un actor más universal. Mientras charla, mueve con insistencia su pierna derecha, sobre la que descansa, cruzada, la izquierda.
Viste una chamarra color arena con ligeras manchas de leche o alguna bebida propia del desayuno. Usa un delgado cinturón de piel un poco despintado. Sus zapatos de goma parece que no han sido lustrados hace semanas.
“Nunca me niego a dar un autógrafo, hay compañeros que piden 150 pesos autógrafo y 200 por foto, ¡qué mal agradecidos! No digo nombres ni nada, pero hay compañeros que no deben hacerlo, el público es el que lo levanta a uno, lo sostiene, pero también lo tumba.
“Tengo 87 años, y es un ejemplo para los jóvenes que todavía un hombre de 87 años siga trabajando”.
Contrario a la imagen de su personaje, un pistolero que no conoce la cobardía, cruel, siempre ligado al tráfico de cocaína, mariguana o armas, “Don Mario” aborrece la delincuencia, la pornografía, las groserías, la deshonestidad, la vulgaridad…
“Aconsejaría a los narcotraficantes que se retiraran, porque el que mal empieza mal acaba”, suelta.
– ¿Qué diferencias existen en los criminales actuales y los que usted interpretó?
– Creo que eran más generosos los del pasado, ahora son más crueles, porque ahora hay mucha violencia, matan, violan, tuercen la cabeza a la gente, hacen muy mal.
Detesta los desnudos en el cine, arte que considera debe ser únicamente dedicado a entretener a las familias.
“Han complicado muchos los argumentos, son muy escabrosos, dos tipos besándose (Tu Mamá También) eso no puede levantar al cine mexicano, el cine es entretenimiento, no violencia, sexo, cosas que no pueden ver los niños, que no puede ver la gente, fue una de las causas también por las que el cine mexicano se vino abajo, la pornografía.
“Desnudos completos, salió un señor de un cine de los Ángeles y me dice señor Almada es una vergüenza haber traído a mi familia a este cine, desnudos totales, malas palabras, ya no vengo al cine mexicano me dijo y se acabó el cine mexicano, desterraron a las familias”.
El actor más representativo del llamado “cine de narcos” no se niega a responder pregunta alguna, pero en ocasiones, a cuestionamientos puntuales, responde con anécdotas de su niñez, de cuando arrojaba piedras a botellas de vidrio en el campo, de las tardes enteras que dedicaba a lanzar un machete a la ranura de corcholatas de refresco en el rancho de su padre.
Tenía varios primos “matones” en Sonora: Gustavo Otero y “Los Toledo”. De todos ellos tomó facciones y expresiones para parecer un verdadero capo en la pantalla grande… Comienza a hacer memoria, pero él mismo se desvía del tema:
“Siempre he tenido carácter, siempre me he impuesto en mis hijos, sin groserías ni nada, con carácter: o te portas bien o te vas de aquí. Así y pues he sido cariñoso con mis hijos con mi esposa, con mi madre con mi padre, con todos mis hermanos que ya se empieza a desgranar la mazorca, éramos seis ahora quedamos tres”.
[caption id="attachment_457553" align="alignnone" width="702"] El actor Mario Almada en una fotografía tomada en 2009. Foto: Alejandro Saldívar[/caption]
– ¿A quién extraña más?
– A los tres: una hermana tuvo poliomielitis toda su vida. Fue el sufrimiento de mi madre, Horacio, mi hermano, y el mayor, Ricardo que acaba de morir, un gran deportista, yo nunca lo vi perder una carrera.
“A los 87 años uno quiere paz y tranquilidad. Yo nunca busqué un pleito pero me buscaban y me encontraban, y tuve fama allá en Huatabampo (donde nació), bueno para los trancazos, me pelee muchas veces y nunca perdí, nunca me tocaron la cara”.
Al concluir la entrevista, pregunto por cortesía a “Don Mario” si quisiera agregar un comentario más. “Todo lo que me preguntaste está muy bien”, respalda antes de ser interrumpido por Alejandro: “¿Podemos hacer unas fotos?”. El actor accede con un norteñísimo: “¡Amos, pues!”.
Nos guía de la alberca a su recámara, donde cuelga algunos reconocimientos a su trayectoria, entre ellos, el récord Guiness al actor con más películas protagonizadas, con más de 300, casi duplicando al célebre icono del western John Wayne.
¿Tiene una pistola?, pregunta Alejandro. Con agilidad, el cineasta saca de su armario un revólver 38 súper, el mismo que utilizó en la película “Todo por Nada”, que, por un accidente (no había quien interpretara el papel de antagonista) lo catapultó a la pantalla grande, relegando su papel de productor.
El octogenario intenta colocar el arma alrededor de su funda, pero su cansada vista le impide dar en el blanco. Me ofrezco a ayudarlo, aunque en una torpeza la pistola cae al piso. Menos mal que no se disparó, dice, aliviado, Mario Almada. ¿Está cargada?, pregunto entre asombrado y miedoso. “Siempre”, responde el artista.
“Don Mario” posa como le pide el fotógrafo, sin pero alguno: con la pistola a cuestas, con la mirada en el horizonte, los ojos a la cámara, con sombrero, sin chamarra…
Terminada la sesión, a capricho del fotorreportero, el actor pregunta: “¿Les falta algo, les ayudo en algo más?”. Niego con la cabeza. “Don Mario” respira con alivio, sólo hasta concluida la entrevista, confiesa que tenía una cita a las once de la mañana; es decir, va retrasado casi media hora.
El actor nos acompaña a la entrada de su casa. No alcanzo a escuchar la broma que le comenta a su ama de casa, aunque ambos sueltan carcajadas. Se despide con un abrazo intenso, mucho más vigoroso que el de bienvenida, un gesto paternal, fraterno. Recuerdo entonces su respuesta cuando le pregunté ¿cómo quería ser recordado? “Como un hombre de bien, trabajador, de familia”.
*Esta entrevista se realizó en septiembre de 2009