México, DF, 7 de febrero (apro) - Acaba de aparecer el 9º volumen de las Obras Completas de Ricardo Garibay que han venido publicando Océano (en su colección Al Día Siguiente), con el Conaculta nacional y estatal de Hidalgo y el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, entidad donde nació el narrador y periodista
Además de guionista y dramaturgo, según anuncia el nuevo libro, pues contiene, en teatro, varias obras agrupadas en “Mujeres en un acto”, de 1978: Juegos de odio, La guerra, Crema chantilly, La prisionera, y Gap: y en “Lindas maestras”, de 1987: Lindas maestras, ¿Cómo está tu examante?, ¿Ay, déjame que le quite su galán!, y Chippendale
En cuanto a cine, se ofrecen los siguientes guiones: Agustín Lara (1958), El siete de copas (1958), Los hermanos de hierro (1959), Chicogrande (1974-1977), México norte (1977) y La casa que arde de noche (1961-1985)
Al final, se enlista la “Filmografía mínima de Ricardo Garibay”
Los tomos anteriores han recogido sus cuentos, novelas, crónicas, memoria, varia y hasta inéditos En el volumen que nos ocupa, hay un ensayo particular de Víctor Ugalde, y la introducción general realizada por Vicente Leñero para las obras todas, donde disecciona en un texto sin desperdicio la figura contradictoria del escritor y el hombre, sus altibajos, su pleito con el mundo y consigo mismo, pero sobre todo su búsqueda rabiosa por encontrar un tono personal que en ocasiones consigue magistralmente
Se reproducen en primer término fragmentos de la introducción de Leñero y del ensayo de Ugalde
Garibay, periodista y memorioso
Así como Joaquín Diez Canedo y Rogelio Carvajal fueron editores fieles del Ricardo Garibay narrador, así Julio Scherer García, en Excélsior y en el semanario Proceso --en complicidad con Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Pedro Álvarez del Villar y Froilán López Narváez-- incluyó a Garibay como periodista proveniente de sus publicaciones
El de Tulancingo no fue desde luego un reportero de planta, sujeto a rutinas redaccionales, pero sí articulista y comentarista de las páginas editoriales, colaborador de los suplementos de cultura, y reportero y cronista de asuntos exclusivos
Literaria y políticamente hablando, sus artículos sobre la actualidad, sus análisis sobre el acontecer y sus juicios sobre los funcionarios en turno, no son lo mejor de su obra periodística Garibay era Ricardo Garibay cuando se volvía cronista de giras presidenciales o de acontecimientos del momento, cuando se lanzaba a realizar reportajes sobre la miseria o sobre “lo que ve el que vive”, cuando entrevistaba o semblanteaba –en páginas formidables— a personajes sonoros: María Félix, Agustín Lara, el boxeador Rubén Olivares, su maestro Erasmo Castellanos Quinto, su psicoanalista Abraham Fortes, su amigo Emilio Uranga…
La maestría para entender la crónica, el reportaje o la semblanza como género literario lo hizo sobresalir en su trabajo coyuntural Le permitió, además, volverse amigo y rival de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, políticos a granel Desde Díaz Ordaz hasta Alfonso Martínez Domínguez; desde Luis Echeverría o José López Portillo hasta Rubén Figueroa o Mario Moya Palencia
Cuando Echeverría llegó a la Presidencia, Ricardo Garibay le pidió como amigo –él mismo lo contó— recorrer el país y contemplar la realidad “desde el hombro del presidente” Son notables como textos literarios, verdaderos cuentos a veces, las crónicas que escribió para Excélsior y compiló luego en ese libro, ¡Lo que ve el que vive! (1976), cuyo título deriva de la expresión de un “paisano” hecha a Atahualpa Yupanqui De entre ellas, releídas al azar, sobresale un cuentecillo escrito cuando viajaba como invitado de una gira de Echeverría por India Ahí, en un populoso mercado de Nueva Delhi, un brumoso anticuario termina retorciéndose y vendiéndole una pequeña jícara de bronce que luego, al ser frotado por el reportero Aladino, emite para él sonidos maravillosos La mentirosa anécdota podría resultar baladí, pero la prosa de Garibay la convierte en un relato mágico digno de las Mil y Una Noches
Es en el fragor de la urgencia periodística donde Garibay parece ir descubriendo, gracias a su privilegiado oído que hasta sus más severos críticos le reconocen, el ritmo y la fonética del habla coloquial Se le vuelve obsesión, tarea inaplazable No se trata ya de inventar ni de hacer sentir sólo la verosimilitud del verbo ajeno Se trata de reproducir fonéticamente los giros, la jerga, las contracciones y deformaciones del habla de todas las clases sociales Lo mismo la de un personaje campesino o marginado, o lumpen, que la de una mujer emperifollada o la de un cura intelectual La captación de estas deformaciones verbales, su trascripción puntual, lleva al excesivo Garibay a excesos fatigosos, por momentos insoportables, que impiden cualquier posible traducción de tales textos a un idioma extranjero Es imposible traducir a este Garibay, y a Garibay no le importa El Garibay de esta época parece vivir más que nunca, de espaldas a todo afán por ser conocido y leído en otras lenguas Absurdo buscar equivalencias idiomáticas a un parloteo donde la verdad de las palabras descompuestas –que no la simple verosimilitud— se vuelve tema esencial de lo que se está contando Ni una grabadora reporteril conseguiría captar, como Garibay lo hace, el brillo de ese lenguaje hablado y llevado al papel con la precisión de un técnico lingüista pero también, sobre todo, con el aliento de un poeta Resulta sorprendente ver cómo consigue extraer temblores líricos de la reproducción de un discurso oral signado por los balbuceos, los tropiezos, la importancia del que “no sabe hablar”
Su libro Las glorias del gran Púas, resultado de una inmensa conversación y una larga convivencia con el boxeador tepiteño Rubén Olivares –que le valió pleitos y forcejeos de derechos autorales--, es la cumbre de este alarde garibayesco en torno al lenguaje En realidad es un texto periodístico, pero bien podría calificarse como una novela non-fiction
Después de su alarde con el Púas, Garibay siguió aplicando su procedimiento fonético en la mayoría de los parlamentos que aparecían en sus escritos, sobre todo los periodísticos Desde luego nunca utilizó ni por asomo una grabadora: su oído, su memoria, su pulso, lo convirtieron en una grabadora andante, parlante, escribiente
Ímproba tarea la de rescatar todo lo que Garibay escribió gracias al periodismo Además de Las glorias del gran Púas y de Acapulco –una semblanza totalizadora del Acapulco vivo, tan formidable como miserable--, denunció en doscientas páginas los polos de la riqueza y la pobreza, De lujo y hambre (1981); y en Diálogos mexicanos (1975) retrató entre la ficción y la realidad los prototipos más patéticos de los que viven entre nosotros
Garibay mismo antologó en dos libros lo más destacado de sus crónicas breves y de sus escritos memoriosos publicados en la prensa Ése de ¡Lo que ve el que vive! Y Tejadón mixto (1989) Ahí está entero, nunca completo, el Garibay periodista
Material para el olvido
Ironía de la vida, Garibay se inició en la escritura de argumentos y guiones cinematográficos a mediados de la década de los cincuenta para ser “rico y famoso” Treinta y seis años después, cuando su edad alcanzaba los sesenta y seis, se alejó del cine de manera definitiva; cuando constató por enésima ocasión que el dinero, por mucho que cobrara, siempre sería poco, y la fama de escritor de guiones de cine, nula Se retiró sabiendo que todo lo que escribió para las imágenes en movimiento resultaba “material para el olvido”
Citar el nombre de Ricardo Garibay es convocar a la memoria su oficio literario Pocos saben que su vida giró fuertemente en torno a su oscuro oficio de escritor de guiones y argumentos cinematográficos El anonimato tan temido en su juventud resultó “la única esperanza de sobrevivencia a los treinta años” Desde el comienzo de su nueva actividad “se llenó de vergüenza, misma que nunca dejó” Mientras hizo cine, a su decir “le faltó buscar algo digno… Usted no tiene idea del rencor que se acumula al escribir para esa industria miserable que lo único que ha hecho es envenenar a la pobre gente y llenarse de dinero”
En su paso por la cinematografía nacional escribió más de sesenta guiones y argumentos, de los cuales treinta y seis se convirtieron en “películas mexicanas”, herencia cultural de la que pocos, muy pocos mexicanos, se enteraron pero que millones de habitantes disfrutaron
En el cine, el guionista es todo y es nada, sin él no hay drama pero de él nadie se acuerda al término de la proyección de la película ¿Qué puede ofrecer un escritor al público analfabeta que saturó las salas de cine mexicanas en los años de talacha fílmica garibayesca? En el mejor de los casos, diversión pura a través de la risa y el llanto, emociones producidas por su oficio, en el manejo del alma a través de los personajes surgidos por la pluma fuente de Ricardo Cómo olvidar la entereza seca de Reinaldo en Los hermanos del hierro, la tragedia de Valerio en El siete de copas, a la sensual Serena en La mujer de seis litros, los abusos de Eleazar, padrote de burdel fronterizo, contra la bella Sara, amor de su primera adolescencia, en La casa que arde de noche y los sinsabores de la vida de Tránsito en El Milusos
¿Qué pudo ofrecer el cine a un escritor joven y ambicioso con una paternidad de cinco hijos? Dinero para la subsistencia y nada más Poco hizo para obtener su ansiada fama, un crédito que lució por escasos segundos en la pantalla cinematográfica y apareció de forma pequeña en los carteles de los jacalones de pueblo y de las salas populares con espectadores analfabetas Cine abandonado y despreciado por décadas por la clase media mexicana a raíz del congelamiento del precio de entrada en cuatro pesos en 1954; situación que duró más de veinte años, mientras estuvieron al frente los gobiernos de la Revolución, para mantener este arte del siglo XX al alcance y disfrute de los desposeídos Diversión que dejó de ser arte de consumo popular a partir de los gobiernos tecnócratas, convirtiéndolo en un divertimiento para la clase media…