Rola mexiquense al 'Rockdrigo” por 34 años del sismo
CIUDAD DE MÉXICO (apro).– Sucedió la noche del pasado 24 en el Foro Senart del Sindicato Rupestre, cerca de la estación Metro Ermita en la colonia Portales, al concluir la tocada de Lety Servín, Rafa Mendoza, Alfonso Manzo, Beto González con su hija Julia González Larson, y el autor de estas líneas:
Un chavo más bien maduro y serio se me acercó para entregarme un CD plateado marca Verbatim, grabado por él, donde leí simplemente las frases en plumón negro: Rodrigo, arriba del plato láser, y abajo su nombre: J. Manuel M. Olvera.
“Es una canción que le compuse al Rockdrigo”, me dijo sin perder la gravedad de su actitud. Inmediatamente recordé que el 19 de septiembre se cumplirá otro año desde la muerte del Profeta del Nopal, acaecida en los sismos de 1985, y le respondí que qué buena onda, bobamente pregunté que si era suya la rola, y para probármelo, me entregó un fólder amarillo con papeles donde venía el certificado de la canción de su autoría ante el Registro Público del Derecho de Autor, emitido el 15 de agosto del año en curso por Francisco Erasmo de los Santos Cordero, jefe del departamento de inscripción de obras, el título de la rama musical con letra “Rodrigo”, con el nombre completo del autor: Jesús Manuel Medellín Olvera.
Me saltó ese curioso “Medellín”, el cual desde mi infancia temprana conocía no sólo por haber vivido en el edificio número 327 de la calle con igual nombre en la colonia Roma Sur, entre Tehuantepec y Bajío, sino además porque había sido la ciudad colombiana donde pereció entre llamas Carlitos Gardel, El mudo, El zorzal criollo, El troesma…
Intrigado, se me ocurrió nuevamente otra bobera al ver las cuatro hojas blancas con letras negras que comenzaban con aquella donde había una clave de Sol, un curioso pentagrama de tres líneas, y la presentación: J. Manuel Olvera. Facebook: Compositor Mexiquense. E mail: composimex@gmail.com. Teléfono 55 4538 45 83…
–¿Y qué quieres? ¿Difundir la rola, que la role, la cante yo o qué te gustaría…?
No me dejó terminar. Señalando la letra con las armonías sobre los cuartetos “A” y “A1” del texto (Re, Mi menor, Sol, La), dijo:
–Lo que sea –respondió–. Es mi homenaje a Rockdrigo.
Entonces leí las primeras estrofas de la pieza en voz alta:
Naciste en el invierno, frente a las costas del norte
Ante nubes y montañas, de un melancólico horizonte
Callejero y alegre, bajo el cielo azul o gris
Entre la brisa y navíos, volaba un gorrión feliz
Seguiste el asfalto y te sedujo la ciudad
Te convertiste en Rodrigo, buscando una identidad,
Siempre en contra del sistema, enfrentándote al destino
A veces un poco triste o riéndote de ti mismo.
Hasta allí, me sorprendió que Medellín Olvera hubiese intentado rimar sus versos y careciese de faltas de ortografía. Entré de vuelta leyendo en voz alta lo que supuse sería el coro, por contener otro orden de acordes (Mi menor, Si menor; Sol, La, Re; Sol, La Si menor; Re, La, Re):
Mi buen amigo Rodrigo, ¡cómo extraño estar contigo!
Pues a pesar de los años, aún se siente el vacío
De las charlas sobre sueños, esperanzas y deseos,
Compartiendo emociones, escuchando tus canciones.
Nada mal, me dije, el chavo serio tenía lo suyo. ¿Se habrían conocido? No, esta vez evitaría cuestionamientos tontos; di la vuelta a la hoja y continué con la parte de las estrofas en dupla o “cuartetas B”, en el argot del tema:
Llegaste a descubrir la urbe con sus mil historias
De egocéntricos anhelos y raquíticas victorias,
De la gente sin descanso y su agitada rutina
Sin espacio y sin tiempo ni para cambiar su vida.
Me enseñaste el buen gusto por las guitarras de palo
Y que al salir es conveniente no soltarse de la mano
Porque a veces el amor, sin querer puede perderse
En una estación del metro, entre pasillos y andenes.
Era obvio que el cuate gustaba de las rolas del Rockdrigo, había alusiones claras de ello; pero en particular las últimas cuatro líneas de la sección “B1” me resonaron, si no hondo, con nostalgia personal, íntima, como esa onda de fraternidad universal de que no hay que soltarse las manos entre hermanos, papás, hijos, chavitas, porque nos roban, nos separan, nos traicionan… Y mi soliloquio llegó al inevitable coro final, con un Do añadido:
Mi buen amigo Rodrigo, ¡cómo extraño estar contigo!
Pues a pesar de los años, aún se siente el vacío
De las charlas sobre sueños, esperanzas y deseos
Compartiendo emociones, escuchando tus canciones,
Escuchando tus canciones, escuchando tus canciones…
Una vez en la oficina de Proceso, me puse a escuchar ya críticamente la rola. Y como suele suceder (desde que llevaba el Taller de Rolas y Roleros en el Museo Universitario del Chopo de la UNAM que me legó a coordinar Roberto González en 1983, con músicos como El Pato Montes de La Maldita, entre otros asistentes), hallé algunas pifias. No muchas, cierto, pero dos son un defecto que siempre me salta e inconscientemente busco: acentos prosódicos (o mal acentuados) y una semejanza con el coro de esta rola tan parecido a la melodía de Rockdrigo “Vieja ciudad de hierro”. Pero por supuesto, donde hay descuidos debemos resaltar los aciertos, y uno de ellos es que, como en la vieja escuela de los compositores populares, existía un coro o ritornello, cosa que jala el corazón o la memoria para recordar una canción, en este México sin tiempo y desgarrado por tragedias como las de 1985.
Una vez más, me pregunté quién carajos se cree uno en el periodismo musical para juzgar con flamígero dedo el arte de los demás, sobre todo cuando quien escribe una rola lo hace con el amor a un artista como el Rockdrigo González, Profeta del nopal que de muchos modos dio forma al rock urbano rupestre, finisecular, hecho en el Rancho Electrónico y llamado antiguamente Distrito Federal. Así, pues, gracias por compartirnos esta rola, José Manuel Medellín Olvera, compositor mexiquense. Como dijera “el cristiano Chucho”, en parodia igual de respetuosa al Rockdrigo (o Sigmund Freud, no me acuerdo en qué lado, acaso… ¿en la estación del Metro Balderas?): “Quien esté libre de culpa, que lance la primera piedra”.
Además, vale recordar aquí en “Silencios. Alteraciones” que pocos de los integrantes del Movimiento del Rock Rupestre y demás cantantes independientes le han dedicado rolas al Rockdrigo. No es obligación, vaya, ni siquiera error. Sólo una mera omisión, esa rara pariente del olvido. Roberto González y Guillermo Briseño fueron los primeros con “Ánimas” y “Un aplauso al corazón”, respectivamente.