La historia secreta sobre el asesinato de Kennedy?
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Charles Thomas y su esposa, Cynthia, habían llegado a amar a la ciudad de México, donde Charles fue asignado en abril de 1964 como representante político en la embajada de Estados Unidos. “Nos sentíamos como las personas más afortunadas del mundo”, recordaría Cynthia, entonces de 27 años de edad, sobre el tiempo en que la pareja de recién casados llegó a México. Se habían casado dos meses antes, después de un tórrido romance que comenzó al conocerse por casualidad en una fiesta organizada por un amigo mutuo, un diseñador de vestuario de Broadway, en Nueva York; Cynthia había estado trabajando en Manhattan como investigadora para la revista Time e intentando arrancar una carrera como actriz. Después de la boda, sus adinerados padres organizaron una recepción para la pareja a la luz de las velas en el Hotel Plaza en Nueva York. Su primera hija, Zelda, llamada así en honor de la difunta madre de Charles, nació en México en 1965.
Los diplomáticos estadounidenses de mediados de la década de 1960 consideraban que la ciudad de México era un nombramiento importante y agradable. La ciudad en aquel entonces tenía una población relativamente manejable de aproximadamente cuatro millones de personas, una cifra que explotaría en las décadas siguientes. Los Thomas encontraron una elegante y espaciosa hacienda de techos altos cerca de la embajada. Mediante una amiga, Guadalupe Rivera, hija del famoso pintor Diego Rivera, contrataron a uno de los mejo- res cocineros de la ciudad. “Nuestros invitados sabían que servíamos la comida mexicana más exquisita de la ciudad”, recordaría Cynthia. El embajador Fulton Freeman consideraba a Thomas uno de sus delegados más talentosos y Freeman frecuentemente asistía a fiestas en casa de los Thomas. El embajador estaba encantado con Cynthia: “Además de ser una actriz extraordinariamente atractiva y consumada, es una excelente anfitriona” que había “abierto las puertas de la embajada a grupos intelectuales, culturales e histriónicos de jóvenes mexicanos con los que habíamos tenido poco o ningún contacto”.
La pareja hizo buenos amigos en la embajada, aunque Cynthia a veces se descubría a sí misma siendo “un poco precavida” en sus encuentros con Win Scott; era bien sabido entre las familias de los diplomáticos que Scott era “el hombre de la CIA” en la embajada, que operaba encubierto como un representante político del Departamento de Estado. Scott podía ser encantador y frecuentemente elogiaba a Charles frente a su esposa. “Charles en realidad debería estar en París y podría hacer un muy buen trabajo con su extraordinario conocimiento del francés”, le dijo a ella en una fiesta. Pero a ella le resultaba inquietante que Scott le preguntara si le podía ayudar a reunir inteligencia mediante sus contactos con mexicanos prominentes. Sentía como si la estuviera reclutando para trabajar para la agencia. “Me parecía muy incómodo”, recordaría ella.
Los Thomas eran muy apreciados entre la comunidad de escritores y artistas plásticos. “Charles era un hombre extraordinario”, recordaría Elena Poniatowska, escritora mexicana de libros de ficción y no ficción que se convertiría en una de las más celebradas periodistas de investigación de su país. “Era un intelectual. Podía hablar sobre cualquier tema.” Los Thomas se volvieron particularmente cercanos a otra talentosa escritora mexicana: Elena Garro. Cynthia recordaba a Garro como una “mujer inteligente, encantadora y cortés. Llena de vida”.
Fue en una fiesta, en diciembre de 1965, cuando Garro habló con Charles Thomas para contarle la sorprendente historia sobre Oswald y la “fiesta de twist”. Ella explicó cómo había compartido la historia un año antes con la embajada estadounidense y no había vuelto a escuchar nada desde entonces. Le ofreció a Thomas otro pequeño pedazo de información sorprendente que no le había dicho a la embajada; era sobre su prima Silvia Durán. Garro le dijo que había existido una relación de tipo sexual entre Oswald y Durán, y que otros en la ciudad de México estaban al tanto de eso. Ella había sido la “amante” del asesino.
Thomas se preguntaba si aquello sería cierto. Sabía que Garro era excepcionalmente inteligente y bien informada, pero ¿qué significaba que el hombre que mató a Kennedy hubiera tenido una aventura, apenas algunas semanas antes del asesinato, con una empleada del gobierno de Castro, en un momento en que Oswald supuestamente estaba bajo la estricta vigilancia de la CIA en México? Thomas registró el relato de Garro en un memorándum con fecha del 10 de diciembre de 1965, que se le presentó a Scott y a otros en la embajada. “Ella estaba muy renuente a discutir el asunto, pero finalmente contó” la historia, escribió Thomas. En el memo, Thomas también narró la extraña historia de lo que le había sucedido a Garro los días posteriores al asesinato. Después de descubrir el arresto de Oswald, dijo ella, inmediatamente supuso que Cuba estaba involucrada, dado lo que ella sabía sobre los contactos de Oswald en la embajada cubana. Escandalizada, Garro y su hija condujeron hasta la embajada aquel sábado, el día después del asesinato del presidente y se paró afuera del complejo y gritó: “Asesinos”, a los cubanos que estaban en el interior. Más tarde, ese mismo día, ella y su hija recibieron una visita de un amigo que era un oficial de la Secretaría de Gobernación de México. El amigo, Manuel Calvillo, les dio las noticias cobre el arresto de Silvia Durán —no se había anunciado públicamente— y les advirtió que estaban en peligro debido a los “comunistas”. Calvillo les dijo que debían ocultarse. “Él tenía órdenes de llevarlas a un pequeño hotel desconocido en el centro de la ciudad”, escribió Thomas.
Garro intentó protestar. “Le dijo a Calvillo que quería ir a la embajada estadounidense para explicar lo que sabía sobre las conexiones de Oswald con los comunistas mexicanos y los cubanos aquí”, reportó Thomas. Pero Calvillo advirtió que la embajada “estaba llena de espías comunistas”. Asustada de que no podía confiar ni siquiera en la embajada estadounidense, Garro y su hija aceptaron ocultarse y no decir nada. Las escoltaron hasta a un pequeño y anodino hotel, donde permanecieron durante ocho días.
Después de leer el informe de Thomas, Win Scott inmediatamente comenzó a crear un rastro de documentos en la embajada que se burlara de Elena Garro y descartara su historia. Scott quería que se estableciera —en el registro oficial— que estaba acusando a Garro de haberlo inventado todo.
“¡Qué imaginación tiene!”, escribió sobre el memorándum de Thomas.
Scott correría un riesgo al ignorar el memo por completo, dada la sugerencia —una vez más— de que a la CIA podría habérsele escapado mucha información sobre los contactos de Oswald en México. Invitó a Thomas a una reunión en su oficina junto con Nathan Ferris, el nuevo agregado jurídico del FBI. Scott y Ferris “hicieron énfasis en que había habido muchísimos rumores sobre Oswald cuando sucedió el asesinato, que algunos de ellos no se habían podido verificar y que otros habían resultado ser falsos”, escribió Thomas después. “Sin embargo, me pidieron que intentara conseguir un recuento más detallado de la historia de la señora Garro.”
En una reunión el día de Navidad, Thomas habló nuevamente con Garro y le dio seguimiento con un detallado memorándum de cinco páginas —escrito a máquina aquel mismo día— para sus colegas de la embajada. En la nueva conversación, Garro habló de lo frustrante que había sido para ella intentar contar su historia en la embajada el año anterior.“Los oficiales de la embajada no hicieron mucho caso a nada de lo que ellas les contaron”, lo cual explicaba por qué Garro “no se había molestado en ofrecer una historia muy completa”, escribió Thomas.
Garro intentó recordar más detalles sobre el pequeño hotel en el que se había ocultado. No podía acordarse del nombre, pero recordaba en términos generales por dónde se encontraba. Llevó a Thomas en un recorrido en automóvil hasta que lo encontraron: el Hotel Vermont,* en la delegación Benito Juárez. Garro también explicó por qué su hermana, Deva, nunca había aparecido para con- firmar el avistamiento de Oswald en aquella fiesta. De acuerdo con Elena, Deva recibió la visita de dos “comunistas” después del asesinato, quienes la amenazaron y le advirtieron que nunca revelara que había visto a Oswald.
El memorándum de Thomas enviado en Navidad llegó a Scott y a Ferris; la información no les pareció especialmente reveladora. Ferris envió un memo al embajador Freeman el 27 de diciembre, en el cual decía que no tenía ninguna intención de reabrir la investigación. “En vista del hecho de que las afirmaciones de la señora Garro de Paz ya han sido verificadas con anterioridad, sin encontrar en ellas fundamento, no se tomará ninguna otra acción en lo que respecta a su reciente reiteración de esas afirmaciones.” Scott envió un cable por separado a Langley para reportar la decisión del buró de no dar seguimiento a la historia de Garro. Uno de sus subalternos, Allen White, adjuntó una nota a dicho cable. Él cuestionaba si la embajada le había dado suficiente seguimiento a las afirmaciones de Elena Garro: “No sé qué hizo el FBI en noviembre de 1964, pero las Garro han estado hablando de esto durante mucho tiempo y se dice de Elena que es una mujer en extremo brillante”, escribió White.
“También está ‘chiflada’”, escribió Win Scott como respuesta.
(*) Philip Shenon, es autor de The Commission: The Uncensored History of the 9/11 Investigation, fue reportero del New York Times por más de 25 años. Como corresponsal del Times en Washington, D.C., cubrió la información sobre el Pentágono, el Departamento de Justicia y el Departamento de Estado. Vive y escribe en Washington, D.C.