El Congo, bajo señales de alerta por brote de ébola
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Docenas de combatientes del grupo Mai-Mai atacaron la población de Butembo, en el este de la República Democrática del Congo (RDC), el pasado jueves 9. Este sería uno más de los incidentes de costumbre en esa región, y desaparecería entre tantas noticias, si no fuera porque el objetivo fue un centro de tratamiento de la enfermedad del virus del ébola, una de las más temidas en la actualidad por la violencia con la que mata a sus víctimas y por su alta capacidad infecciosa.
Se trata del brote de ébola más importante desde 2013, que afectó a tres países de África Occidental –Sierra Leona, Liberia y Guinea-- y tardó tres años en ser eliminado, con un saldo de 28 mil 600 casos y 11 mil 300 muertes en extremo dolor.
Aunque el fenómeno de estos días todavía no alcanza dimensiones semejantes, con mil 218 muertes hasta el lunes 20, las organizaciones de ayuda humanitaria están enviando señales de alerta porque amenaza con salirse de control: hace un lustro, los equipos médicos enfrentaron un alto riesgo de contagio –muchos médicos y enfermeras murieron--, pero pudieron realizar su labor en un contexto de relativa paz, mientras que ahora se trata de uno de los puntos calientes del planeta, que padece un conflicto armado sumamente caótico, con distintas fuerzas rivales, desde hace 22 años.
“Es improbable que el virus pueda seguir siendo contenido con éxito”, advirtió la Organización Mundial de la Salud (una entidad de Naciones Unidas), en un comunicado difundido el viernes 17.
Las provincias congoleñas de Kivu Norte e Ituri, donde está el foco de la epidemia, tienen fronteras con República Centroafricana, Sudán del Sur, Uganda, Ruanda y Burundi: la expansión del virus podría generar una crisis regional con impactos globales, por la dificultad de controlar el movimiento de personas a otros continentes. Kivu e Ituri están mal comunicadas con el exterior, pero los aeropuertos internacionales de Kampala y Kigali, por ejemplo, tienen comunicación directa con las grandes ciudades de todo África, y con capitales de Oriente Medio y Europa.
Violenta fiebre hemorrágica
Cuando uno cree haber estado expuesto de alguna forma al virus del ébola, no es fácil confirmar si se produjo el contagio: los síntomas pueden aparecer dos o tres días después, o tres semanas más tarde. Es una fiebre hemorrágica: primero sube la temperatura corporal y duelen la garganta, la cabeza y los músculos.
A eso sigue una crisis general con fuertes náuseas, vómitos intensos, diarrea incontrolable y el colapso del riñón y el hígado; ataca el sistema inmune, fallan las células de coagulación y se producen fuertes hemorragias, y acaba con las vidas de dos de cada tres infectados, lo que la ubica entre las enfermedades más letales de la historia.
El virus se mantiene en animales selváticos, como monos y murciélagos, que lo transmiten a los seres humanos. Ya que se contagia a través de fluidos corporales –como saliva, sangre y semen– o tejido orgánico, las personas que cuidan a los pacientes –desde familiares hasta médicos-- tienen un alto riesgo de contraer la enfermedad. Pero cualquier persona portadora del virus, aunque no haya presentado síntomas, representa una amenaza para quienes están alrededor, aunque no alcancen a tocarla. Lo mismo ocurre con personas o animales que han muerto por esta causa.
La enfermedad fue identificada por primera vez en 1976, al aparecer simultáneamente en partes del Congo, cerca de un río llamado Ébola, y de Sudán. Esto ocurrió en zonas muy aisladas, por lo que fue posible contener su dispersión durante décadas. En este siglo, el desarrollo de los sistemas de transporte ha favorecido que aparezca en zonas más pobladas y mejor comunicadas, por lo que su impacto está creciendo.
En 37 años, hasta 2013, sólo se habían registrado mil 716 casos. La crisis de ese año en África Occidental –a donde no había llegado el virus-- hizo saltar las estadísticas, y a partir de ahí, merced a los viajes de personas infectadas, hubo algunos casos en Nigeria (19 infectados y ocho fallecidos), España (primer evento fuera de África), Italia, Malí, Senegal, Reino Unido y Estados Unidos (primero en América).
Escepticismo y violencia
El gobierno congoleño apenas tiene presencia en esta parte del país: se encuentra a cuatro horas de vuelo, y en Kivu e Ituri prácticamente no hay carreteras, escuelas, electricidad ni infraestructura de salud.
Desde que inició el brote actual, en agosto de 2018, las organizaciones internacionales han tratado de improvisar una respuesta veloz. Más de 116 mil personas han sido inoculadas con una vacuna que no ha recibido aprobación final, pero que se considera eficaz en un 97%. De todas formas, el número de infectados, hasta el viernes 17, ya era de mil 739, con 121 nuevos sólo en la semana previa. Además, las precauciones no han logrado evitar el contagio de 102 trabajadores de salud.
Esta movilización, no obstante, enfrenta de inicio la desconfianza de los pobladores, que en su mayoría han sido ignorados por décadas, a pesar de que es una de las regiones del mundo más afectadas por la guerra y las enfermedades, y que ahora observan la inusual actividad de agencias internacionales. Algunos creen que hay objetivos ocultos y sospechan, incluso, que la enfermedad fue introducida artificialmente. La malaria mata muchísimas más personas cada año sin que se perciba un gran esfuerzo por eliminarla.
El escepticismo se expresa en que hay familias que prefieren no llevar a sus pacientes a que sean atendidos, e incluso en agresiones contra personal médico y centros de salud.
La mayor parte de la violencia, en cualquier caso, corre a cargo de las numerosas milicias armadas que compiten por el control de los abundantes recursos naturales de la zona, desde coltan, oro y diamantes hasta carbón vegetal.
Entre enero y la primera quincena de mayo, la OMS registró 130 ataques contra instalaciones sanitarias, con saldo de cuatro muertos y 38 heridos. En abril, por ejemplo, hombres bien armados tomaron un hospital en Butembo, el foco de infección más grande, y asesinaron al doctor camerunés Richard Mouzoko. En febrero, Médicos Sin Fronteras anunció la suspensión de sus operaciones en el área a raíz de que dos de sus centros fueron incendiados.
Las organizaciones hacen lo que pueden para recuperarse y sostener sus actividades, pero los entorpecimientos inevitablemente tienen consecuencias, advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en un mensaje difundido por Twitter el viernes 10.
Las interrupciones en la atención y el “retraso en los análisis de laboratorio se expresan en un incremento en el número de casos reportados”. Se trata de personas que pudieron salvarse, pero ahora caerán víctimas de este severo virus: “La tragedia es que tenemos los medios técnicos para detener el ébola”, continuó Ghebreyesus, “pero hasta que todos los bandos detengan sus ataques, será muy difícil terminar con este brote”.
A través de su director, Jeremy Farrar, la organización Wellcome Trust pidió un alto al fuego de seis a nueve meses, sostenido con la intermediación de la ONU o de la Cruz Roja. “Ninguno de nosotros sabe si llegará a la escala de (lo que pasó en) África Occidental, pero esto es masivo en comparación con cualquier otro brote de Ébola y se sigue expandiendo. Es extraordinario que no se haya difundido más, geográficamente, pero los números son escalofriantes y el hecho de que sigan aumentando es aterrador”.