El dilema de los vecinos de Rusia: Putin u Occidente
KIEV (apro).- La segunda planta del Museo Nacional de Historia de Ucrania está llena de banderas de batallones militares y uniformes de guerra. Pero no pertenecen a antiguos cosacos o a oficiales zaristas: son los usados por el gobierno ucraniano en la actual guerra del Donbás, en contra de las milicias pro-rusas que se alzaron en esta región oriental del país ya hace cuatro años.
Los carteles que acompañan estos objetos militares alertan de los “invasores rusos” y del “peligro” que supone Moscú para la “libertad y la independencia” de Ucrania. Una retórica que varios de los estados vecinos de Rusia están adoptando frente al país gobernado por Vladimir Putin, acusándolo de “expansionismo” y, a la vez, acercándose a la OTAN y a la Unión Europea, a pesar de los vínculos que buena parte de sus poblaciones mantienen con la cultura rusa.
El caso más significativo es el de Ucrania. En 2014, sucedieron tres hechos de gran relevancia: el presidente Víktor Yanukóvich -cercano a Rusia- fue expulsado del poder por una revolución armada, estalló el conflicto separatista del Donbás y Rusia anexionó la península de Crimea. Desde entonces, el nuevo gobierno ucraniano se ha posicionado claramente contra Moscú y a favor del bloque occidental.
A lo largo de las calles de Kiev esto puede apreciarse con facilidad: en todos los edificios gubernamentales ondea la bandera nacional y también la de la Unión Europea, a pesar de que Ucrania no forma parte de este conjunto de estados.
En la famosa plaza Maidán de Kiev -donde se iniciaron las protestas que expulsaron al presidente Yanukóvich- hay grandes fotografías en las que aparecen manifestantes pro-europeos armados con cócteles molotov y proliferan las paradas de souvenirs en las que se vende papel de baño con la cara de Putin estampada.
La influencia rusa
Esta percepción negativa de Rusia no está extendida de manera homogénea por toda Ucrania. Si uno pasea por las calles de Odesa (ciudad al sur del país, junto al Mar Negro) o de Járkov (la segunda ciudad más importante de Ucrania, en la zona oriental) apenas se ven banderas ucranianas y la mayoría de la población habla ruso.
En cambio, en la ciudad de Lviv -cercana a la frontera occidental, junto a Polonia- la mayoría habla ucraniano y es profundamente anti-rusa. De muchas ventanas cuelga la bandera roja y negra del Ejército Insurgente Ucraniano, una guerrilla nacionalista que luchó contra soviéticos y nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Según una encuesta de 2017 elaborada por Gallup, 39% de los ucranianos de la zona occidental del país apostaría por romper relaciones definitivamente con Rusia, una medida que sólo 10 % del resto de ucranianos aprueba. A escala nacional, 43% de los ucranianos defiende que su gobierno debería tener una “posición fuerte” frente a Moscú, mientras que 25% cree que se deberían conseguir buenas relaciones con Rusia “como sea posible”.
“La gente de Ucrania tiene miedo a Rusia. Por suerte, Lviv es uno de los lugares más seguros donde vivir. Uno puede sentirse ucraniano sin miedo a represalias. Antes de la anexión de Crimea, solía ver a Rusia como un país amigo. Ahora estoy realmente asustado y no tengo ninguna duda de su disposición a invadirnos militarmente, con muertos si es preciso”, afirma Ivan, ingeniero de sistemas de origen crimeo que lleva viviendo en Lviv casi cuatro años.
El miedo a un expansionismo militar de Putin preocupa a buena parte de los ciudadanos ucranianos y de otros países europeos vecinos con Rusia, como Estonia, Letonia o Lituania. Pero para algunos expertos como Martin Kragh, jefe del Programa sobre Rusia y Eurasia del Instituto de Asuntos Internacionales de Suecia, el uso de la fuerza militar rusa sólo se ha dado en casos excepcionales, como en Ucrania en 2014 o en Georgia en 2008.
“En el mundo de hoy, el territorio físico tiene un valor mucho más limitado que en el pasado. Para el Kremlin lo importante es mantener una 'esfera de influencia' que incluya los antiguos estados soviéticos, donde los líderes políticos rusos puedan afianzarse políticamente, económicamente y militarmente. Para ello tienen muchas herramientas no militares, como el sector energético, las finanzas o la compra de las élites políticas”, afirma Kragh.
Para Javier Morales, profesor de la Universidad Europea de Madrid, Moscú no tiene ni la fuerza ni la intención de expandirse hacia Europa Oriental: “El objetivo de Rusia es mantenerse como una potencia influyente en su vecindario, pero eso no significa que pretenda reconquistar sus antiguos territorios. Rusia sabe que su influencia en la región no ha dejado de retroceder desde el fin de la URSS. Ya no puede aspirar a ser la potencia hegemónica”.
El avance de la Unión Europea y la OTAN
Pese al miedo a Rusia de algunos ucranianos y a las posiciones pro-europeas del gobierno, en Ucrania no hay una opinión nacional unánime que apoye un giro hacia Occidente. Según una encuesta de la Fundación de Iniciativas Democráticas –una organización ucraniana pro-europea y pro-OTAN- sólo 38% de los ucranianos se consideran europeos, mientras que 55% no creen ser parte de Europa.
Según esta encuesta de 2017, 57% de los ucranianos apoyaría unirse a la Unión Europea, pero sólo 43% estarían a favor de formar parte de la OTAN.
Y es que, para una parte importante de los ucranianos, la revolución y los cambios políticos acaecidos desde 2014 no han supuesto un giro positivo para el país. “La economía está mucho peor y la vida es más cara. Sacar al presidente (Yanukóvich) fue algo inconstitucional, fue una revolución militar. Los nuevos cargos en el gobierno tienen un perfil mucho menos profesional. La gente cree que entraremos en la Unión Europea, pero lo veo muy improbable” asegura Dimitri, comercial digital residente en Kiev.
Este dilema entre alinearse con la Unión Europea o con Rusia se ha intensificado en los últimos años, forzando a la mayoría de países a dejar posiciones neutrales y a escoger un bando. “Lo que estamos presenciando estos últimos años es un choque de intereses entre la expansión comercial hacia el Este de la Unión Europea y el intento por parte de la Federación Rusa de mostrar que es de nuevo una potencia global”, asegura Ruth Ferrero, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.
Pese a todo, el avance de la Unión Europea no es el que más preocupa a Moscú. Ya desde los años 90, la expansión militar de la OTAN ha sido un proceso que ha creado controversias entre los líderes rusos y los occidentales. Una vez caída la Unión Soviética, y con una Rusia débil, Estados Unidos aprovechó para extender la alianza militar a varios países de Europa del Este.
“En 1990, Estados Unidos dio a entender a Gorbachov que la OTAN no se expandiría si, a cambio, Moscú aceptaba pacíficamente la reunificación de Alemania. Sin embargo, tras el hundimiento de la URSS, Washington consideró que una Rusia sumida en una grave crisis económica sería incapaz de impedir esa ampliación, por lo que decidió iniciarla a pesar de las objeciones rusas”, explica Javier Morales.
“Territorios de frontera”
La posición geográfica de países como Ucrania, Bielorrusia y los estados bálticos, localizados entre Rusia y Europa Central, no sólo les ha supuesto un problema en la actualidad. Durante los últimos siglos -antes de que Washington y Bruselas disputaran su influencia a Moscú- también se vieron condicionados por su localización como “territorios de frontera”.
En los siglos XVII y XVIII, Rusia y la Mancomunidad de Polonia y Lituania se enfrentaron en estos territorios para ampliar sus dominios y poder en Europa Oriental, algo que finalmente consiguió el Imperio zarista.
Posteriormente, el choque entre la Alemania nazi y la Rusia soviética durante la Segunda Guerra Mundial fue el que más destrucción dejó en estos “países fronterizos”. Uno de cada seis ucranianos murió durante el conflicto. En Bielorrusia, uno de cada cuatro. La visión del ejército soviético como “invasores” o “liberadores” todavía divide a las poblaciones de estos países de Europa Oriental.
Aunque, probablemente, el no tan lejano dominio soviético es el que crea más recelo entre los países que formaban parte de la URSS, y que ahora son repúblicas independientes. Un caso claro son los países bálticos -Estonia, Letonia y Lituania-, todos ellos miembros de la OTAN y de la Unión Europea. Estos tres países consiguieron la independencia durante la Primera Guerra Mundial, hasta ser anexionados por la Unión Soviética a inicios de los años 40.
Según una encuesta Gallup publicada en 2016, 58% de los estonios veía a Rusia como el país más peligroso. En el caso de los lituanos y letones, el recelo hacia Moscú se elevaba a 46% y a 42% de la población, respectivamente.
Para Martin Kragh, esta desconfianza se ha acrecentado por las acciones militares que Rusia ha llevado a cabo en Ucrania, que han elevado la tensión en toda la región: “Moscú puede estar muy descontento con la presencia de la OTAN en los países bálticos, pero la presencia de esta alianza occidental era mínima antes de la anexión rusa de Crimea”.
Varios analistas y políticos han apuntado a los países bálticos como el siguiente objetivo del “expansionismo” de Putin. Utilizando la excusa de las minorías rusas que viven allí, afirman, Putin podría intentar invadirlos, como hizo en Crimea -en el caso estonio, por ejemplo, un cuarto de la población es étnicamente rusa-.
Javier Morales disiente de esta visión: “Sería impensable que Rusia decidiera atacar a países que ya pertenecen tanto a la OTAN como a la Unión Europea. Moscú no ganaría nada en un enfrentamiento armado directo con Occidente, en el que además estaría en clara inferioridad.”
Morales considera que el objetivo principal de Rusia es que los países de Europa Oriental que no han entrado en la OTAN se mantengan “neutrales”, actuando de barrera entre Moscú y la Alianza Atlántica.
Entre estos estados “neutrales”, el caso ucraniano es el que más temores genera a Putin, por el giro de acontecimientos que dio la revolución de 2014. Ucrania es el país -junto a Bielorrusia- que más vínculos históricos y culturales tiene con Rusia: ambos surgieron del estado eslavo del Rus de Kiev, nacido en el siglo IX. Ucrania nunca fue un país independiente hasta 1991, con la caída de la URSS.
A buena parte de las élites rusas les costó aceptar que Ucrania ya no formaba parte de su país. La anexión de Crimea y la actual guerra en el Donbás son expresiones militares de la influencia que Moscú quiere seguir teniendo en sus países vecinos. Estas acciones han sido especialmente populares en Rusia, aunado a Putin en las encuestas.
Por otro lado, el sentimiento anti-ruso que promueven los gobiernos nacionalistas de algunos países vecinos, como en el caso ucraniano, ha beneficiado a la Unión Europea, que quiere aprovechar la ocasión para ampliar su mercado e influencia hacia el Este.
La posición geográfica de estas naciones “fronterizas” seguirá marcando en buena parte su destino, dependiente de las relaciones entre Rusia y Occidente, que ahora mismo se encuentran en un momento tenso y estancado.