El Papa Francisco aprueba la canonización del obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero
ROMA (apro).- El Papa Francisco aprobó este miércoles la canonización del pontífice Pablo IV y del obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, dos personajes vinculados al ala progresista de la Iglesia católica.
Así lo dio a conocer en un comunicado la oficina de prensa del Vaticano, y también informó que el Papa argentino recibió al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos de El Vaticano.
Con el anuncio, Francisco pone fin al largo camino de Romero para, primero, ser proclamado beato, y ahora –24 años después de su muerte– santo. Un recorrido que estuvo por décadas congelado en El Vaticano, en particular en los años del pontificado de Juan Pablo II (1978-2005).
Francisco optó en esta segunda fase por obviar la habitual solicitud del “milagro por intercesión” y en su lugar consideró que Romero puede ser declarado santo, ya que su martirio ha sido reconocido como in odium fidei, es decir que fue asesinado por “odio a la fe”.
Se trata de un gesto simbólico para el sacerdote salvadoreño, conocido como el “Santo de América”, después de que en 1980 fue asesinado por un sicario pagado por la extrema derecha de su país. Romero fue baleado mientras oficiaba misa en el hospital Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Aquel año empezó oficialmente una devastadora guerra en su país que enfrentó a diversos gobiernos –apoyados por Estados Unidos– y rebeldes izquierdistas. La guerra duró hasta 1992.
Con su aprobación para canonizarlo, el Papa recupera la figura de Romero, antaño considerada demasiado política. Francisco ha querido revalorizarla, en particular por el perfil de defensor de los pobres y marginados, asunto al que el prelado dedicó en vida varias de sus intervenciones públicas, así como ahora lo hace Jorge Mario Bergoglio.
También constituye un nuevo guiño del papa argentino a los seguidores de la llamada Teología de la Liberación, a la que Romero era cercano y con la que Francisco ha decidido restablecer el diálogo después de años de polarización en el clero entre quienes apoyaban y los que se oponían a esta corriente de la Iglesia católica.
Testigo de esto han sido, en años recientes, los encuentros y mensajes de Francisco a representantes de esa corriente, entre ellos al teólogo suizo Hans Küng, con quien se reunió en 2016.
“Había muchos en Roma, incluso algunos cardenales, que no querían que (Romero) fuese declarado santo. Estos decían que había sido asesinado por motivos políticos, no religiosos”, recordó recientemente monseñor Vincenzo Paglia, el postulador de la causa de Romero.
“La canonización de Óscar Romero es un inmenso paso hacia adelante para la Iglesia y una gran injusticia que finalmente ha sido arreglada”, opinó James Martin, jesuita estadunidense y editor de la revista católica América, tras conocerse la noticia de la santificación del cura salvadoreño.
De igual manera, el gobierno del país centroamericano, actualmente liderado por el exguerrillero Salvador Sánchez Cerén, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), festejó el anuncio con un mensaje transmitido a través de la cancillería de su país.
Romero es “recordado por su invaluable legado, su compromiso y labor pastoral a favor de los más necesitados”, precisó el gobierno de El Salvador, una nación aún plagada de grandes problemas socioeconómicos y violaciones de derechos humanos.
“El pueblo y el gobierno salvadoreño agradecen al Papa Francisco la aprobación de este decreto, el cual reconoce la histórica entrega y sacrificio del beato Romero”, añadió.
De manera inesperada, la embajadora de Estados Unidos en El Salvador, Jean Manes, consideró que la santificación de Romero es “una nota de esperanza y alegría para este país”.
Una incógnita, sin embargo, es si la noticia podrá acelerar el proceso penal reabierto en mayo de 2017 contra un capitán del Ejército, Álvaro Rafael Saravia, único acusado formalmente por asesinato y de quien se desconoce su paradero.
Un informe de la Comisión de la Verdad de la ONU de 1993 dictaminó que el exmayor del Ejército y creador del partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), Roberto D'Aubuisson, dio la orden de matar al religioso.
En todo caso, la decisión de Francisco se sitúa en línea con la otra canonización que autorizó este miércoles 7 y que ya había anunciado: la de Pablo IV, un Papa muy atento a América Latina y autor de la encíclica Populorum Progressio de marzo de 1967.
Dicho documento anticipó la celebración de la Conferencia de los obispos latinoamericanos en Medellín, Colombia, en 1968, que concluyó con el objetivo de, entre otros, implementar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y reafirmó la “opción preferencial para los pobres” como parte integrante de la misión del clero en el continente americano.
De hecho, el obispo Romero se inspiró precisamente en este concilio a la hora de denunciar las injusticias que sufrían los pobres en El Salvador. Pablo IV apoyó al sacerdote salvadoreño por el “difícil trabajo” que desempeñaba, una labor que podía con facilidad ser malinterpretada y obstaculizada.
Y eso fue precisamente lo que ocurrió. Incluso después de la muerte de Romero, en Roma su proceso de beatificación, abierto en 1997, fue congelado hasta la llegada de Francisco.
El proceso de santificación de Romero podría durar un año, y el Vaticano aún no precisa la fecha exacta del evento en que se formalizará el nombramiento. Y se barajan tres sitios para que ello ocurra: El Salvador, Panamá –país al que acudirá el Papa para oficiar las Jornadas Mundiales de la Juventud en enero de 2019– o el propio Vaticano.
Además de compartir el perfil con el salvadoreño, Francisco también tiene en común el haber vivido de cerca un régimen represor y haber estudiado de la mano de personajes cercanos a la Teología de la Liberación. Este es el caso de teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, fundador de la Filosofía de la liberación y de la Teología del pueblo (corriente autónoma de Argentina de la Teología de la liberación), del que el Papa recibió sus enseñanzas.