Egipto: El segundo acto de Al Sisi
EL CAIRO (apro).- Dentro de una de las escuelas que esta semana se han convertido en centros de votación para acoger las elecciones presidenciales de Egipto, una mujer mayor se apoya cansada sobre los márgenes de una silla mientras observa la calle.
Como si se tratara de mundos distintos, el bullicio de los grupos de animación distribuidos enfrente de algunos colegios para levantar los ánimos del electorado contrasta con la calma retraída que impera en el interior del recinto, donde ni un alma se aparece en un buen rato.
Puesto que la victoria del exjefe del ejército y actual presidente, Abdel Fatah Al Sisi, se daba por descontada debido a la falta total de competencia, así como al desapego y a la apatía de la mayoría de los votantes, el único enigma de los comicios era cuánta gente acudiría a votar.
Finalmente, la cifra esperada ronda el 40%, hasta siete puntos menos que el ya tímido 47.5% registrado en las elecciones de 2014, en las que Al Sisi cosechó 97% de los sufragios, por el 90% de ahora. Una participación irrisoria que merma la legitimidad del rais, no sólo para mantenerse en el trono sino, sobre todo, para seguir aplicando medidas impopulares que a su parecer son necesarias para resolver los grandes desafíos del país.
Retos
A finales de 2016, con el objetivo manifiesto de enderezar la economía egipcia y subsanar algunas de sus carencias sistémicas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) concedió a El Cairo un préstamo por valor de 12 mil millones de dólares a cambio de implementar un riguroso programa de reformas estructurales.
Desde entonces, algunas cifras en el plano macroeconómico muestran señales en la buena dirección. Así, a principios del presente curso, el gobierno revisó al alza la tasa de crecimiento prevista para el período 2017-2018 del 4.8% inicial al 5.5%, mientras el desempleo sigue bajando tímidamente respecto de los picos alcanzados hace unos años.
Sin embargo, la incapacidad de que las anteriores cifras se traduzcan en una mejora de las condiciones de vida de los egipcios provoca que las políticas liberalizadoras aplicadas por el ejecutivo estén causando estragos entre las clases medias y bajas. En este sentido, la inflación galopante registrada en 2017 (más de 30%), la subida de impuestos y el recorte en los subsidios han disparado el porcentaje de población que vive por debajo del umbral de la pobreza, que algunos investigadores sitúan ya en torno al 35%.
Lejos de preverse un plan de choque para intentar paliar estas consecuencias, está previsto que El Cairo siga cumpliendo a rajatabla con los dictados del FMI. “Se producirá un nuevo recorte de los subsidios y un nuevo incremento de los impuestos a la electricidad y otros bienes y servicios que ahora están subvencionados”, augura a Apro Alia El Mahdi, profesora de Economía en la Universidad de El Cairo, y añade: “(Todo esto) traerá un nuevo aumento de los precios. Vamos a seguir yendo en la misma dirección”.
El segundo gran reto para el régimen de Al Sisi que pronostican los expertos será su capacidad para mantener la seguridad en el país, especialmente frente a la amenaza terrorista. Durante su primer mandato, el exjefe del ejército aseguró de forma efectiva las zonas del Canal de Suez y la del valle y el delta del río Nilo, donde se concentra el 95% de los egipcios, pero por otro lado se ha mostrado incapaz de proteger zonas remotas como el norte de la inestable península del Sinaí o el desierto occidental.
Además, bajo su tutela el promedio de muertos mensuales en ataques terroristas se ha disparado, en gran medida a causa de atentados dantescos como el que cobró más de 300 vidas en el Sinaí a finales de noviembre pasado, revelando notables carencias.
“Parece que el gobierno egipcio ha roto buena parte de las diversas redes militantes y terroristas dirigidas contra los egipcios”, comenta a Apro H.A. Hellyer, investigador en el Atlantic Council, quien pese a ello, alerta: “Pero también parece que lo hizo aplicando una definición bastante amplia de lo que realmente podría significar terrorista”.
En esta línea, los críticos con la política antiterrorista de Al Sisi alegan que su devoción por el manu militari sólo contribuye a generar una espiral de violencia en la que cada atentado terrorista conduce a nuevas medidas de seguridad aún más severas, y no siempre acertadas.
“La lucha contra los militantes (terroristas) ha sido más una campaña militar que una campaña antiterrorista”, señala Hellyer, “(y aunque) hay indicios de que esto está cambiando un poco, todavía es demasiado pronto para ser algo concluyente”.
“Autoritarismo legal”
Otra de las grandes incógnitas de la reciente pantomima electoral celebrada en Egipto era si se trataría de la última que contaría con Al Sisi como uno de sus contendientes, ya que, según establece la Constitución egipcia, un ciudadano sólo puede ostentar la presidencia durante dos mandatos. Para muchos, no obstante, el rais no cederá el paso tan fácilmente.
Prueba de ello es que durante los últimos cuatro años el mariscal ha llevado a cabo un proceso de centralización del poder alrededor de su figura y la de su círculo de confianza, que ha roto el débil sistema constitucional de equilibrios de poder.
Así, por ejemplo, Al Sisi goza ahora de la autoridad para designar a los jefes de algunos de los más importantes cuerpos judiciales del Estado y ha colocado a dedo a todos los gobernadores provinciales, siempre con el beneplácito de un Parlamento obediente con sus designios.
“Egipto tiene un (sistema de) ‘autoritarismo legal’ en el que se aprueban leyes para autorizar prácticas autoritarias”, explica a Apro Timothy Kaldas, investigador del Instituto Tahrir para la Política de Oriente Medio (TIMEP). “A veces han violado sus propias leyes”, puntualiza, “pero quieren excusar la represión recurriendo a esta idea de ley y orden y sin tener en cuenta si ello es o no proporcional, honesto, razonable y respetuoso con los derechos que se supone que (brinda) la Constitución”.
Para Kaldas, la balanza de poder en un estado despótico como el egipcio habrá que buscarla entre los entresijos de su régimen: “Existe un tipo diferente de controles y equilibrios que funciona internamente (y que se refleja en) la cantidad de poder que un sector tiene respecto de los otros sectores dentro del régimen. Presidencia, militares, inteligencia, policía, jueces, empresarios… todos ellos tienen diferente poder”.
Continúa el investigador: “A menudo trabajan juntos porque tienen un interés mutuo, (pero) a veces retroceden porque no tienen suficiente poder como para ganar”.
Por estos motivos, pocos creen que, cumplidos sus dos mandatos constitucionales, Al Sisi abandone el palacio presidencial de Ittihadiya.
“Probablemente intentará enmendar la Constitución para quitar el límite de mandatos y para hacer estos mandatos más largos y así no tener que repetir este proceso muy a menudo”, especula Kaldas.
Lejos de los que sugieren que los egipcios acatarán acríticamente todas las decisiones de su líder, el investigador del TIMEP pide enterrar el “mito” de la obediencia que se les achaca: “Esta idea de que (los egipcios) son sumisos al líder no es verdad. Lo cierto es que el liderazgo político de Egipto ha sido muchas veces violentamente represivo, lo que obliga a esta crítica que siempre ha existido a estar en la sombra. Pero siempre está ahí”.
En este sentido, el rápido retorno al autoritarismo que ha vivido Egipto tras la ventana de oportunidad abierta por la Revolución de 2011 contra el régimen de Hosni Mubarak, sólo ha sido posible gracias al puño de hierro ejercido por el régimen de Al Sisi desde entonces.
Para Hussein Baoumi, investigador de Egipto en Amnistía Internacional (AI), la oleada represiva vivida durante los últimos años sólo hará que en el futuro se endurezca. “Aunque intenten introducir algún cambio, (la situación de los derechos humanos) definitivamente empeorará a largo plazo porque no tienen otra alternativa. La magnitud de su fracaso y de los crímenes que han cometido es tal que el actual gobierno teme que si abren un cierto espacio de libertad de expresión o asamblea la gente se levantará contra ellos”.
Un ferviente seguidor del rais, en cambio, confía en la palabra del presidente. “Al Sisi es un buen musulmán y juró por Dios que respetaría la Constitución y no estaría más de ocho años en el poder”, señala este vecino del barrio cairota de Giza.
Efectivamente, durante el discurso ulterior al derrocamiento en 2013 de Mohamed Morsi, único presidente egipcio elegido democráticamente, Sisi trató de dar cobertura religiosa a su ofensiva política recurriendo a un verso del Corán que dice: “Oh Alá dueño de la soberanía, tú le das soberanía a quien quieres, y tú le quitas la soberanía a quien quieres”.
Sin embargo, de acuerdo con un medio local, desde que el exjefe del ejército asumió el poder en el país de los faraones, parece habérsele olvidado la mitad del versículo cuando lo cita, que una vez adaptado a sus nuevas necesidades, reza, delatándole, de la siguiente manera: “(Oh Alá, dueño de la soberanía), tú le das la soberanía a quien quieres”.