El 'show” de Al Sisi
EL CAIRO (apro).- En las elecciones para renovar la Presidencia de Egipto, convocadas para el lunes 26 y el miércoles 28, sólo podrán contender el actual presidente Abdel Fatah Al Sisi y un candidato de paja, Musa Mustafá Musa, quien en varias ocasiones se ha manifestado a favor de su contrincante.
Por su parte, la poca oposición que aún queda de pie en el país se ha visto obligada a adaptar su estrategia a los constantes desafíos que les ha ocasionado el puño de hierro mostrado por el régimen durante el corto plazo adjudicado para formalizar candidaturas electorales. Ante la imposibilidad de vertebrar una sola alternativa que actúe como válvula de escape para sus pretensiones, optó por llamar al boicot, un fantasma que el régimen de Al Sisi parece querer combatir como a un adversario más.
El primer gran nombre en abandonar la carrera hacia la presidencia fue Ahmed Shafik. Apuntalado como primer ministro durante los últimos días de Hosni Mubarak y aspirante en unas presidenciales de 2012, que perdió por un estrecho margen ante Mohamed Morsi, Shafik era considerado el principal conteniente de Al Sisi, y su intención de participar en los comicios revelaba las primeras divisiones internas del régimen egipcio.
Sin embargo, al poco tiempo de anunciar su candidatura, Shafik fue deportado desde los Emiratos Árabes Unidos --donde residía desde su derrota en 2012-- y retenido bajo arresto domiciliario en un hotel de lujo de El Cairo. Al cabo de dos días emitió un nuevo comunicado en el que renunciaba a sus aspiraciones, lo que fue interpretado como el primer gran golpe sobre la mesa de Al Sisi contra sus rivales.
Peor suerte que la de Shafik fue la que corrió el jefe de las Fuerzas Armadas entre 2005 y 2012, Sami Anán, una de las figuras clave dentro de las filas castrenses durante la transición que siguió al derrocamiento de Mubarak, en 2011. En el lanzamiento de su candidatura, Anán tuvo la osadía de cuestionar el rol del todopoderoso ejército y rodearse de figuras civiles, como Hesham Geneina, símbolo de la lucha anticorrupción.
Tres días después de lanzarse a la arena, Anán se vio obligado a retirar su candidatura tras ser detenido y acusado de presentarse a los comicios siendo aún miembro del ejército, incitar contra esta institución y falsificar algunos de los documentos requeridos a los presidenciables, cargos rechazados tajantemente por su equipo de campaña.
De esta manera Anán se sumaba a otros dos contendientes que también se vieron forzados a renunciar a su sueño presidencial. Es el caso del desconocido coronel Ahmed Konsowa, condenado en diciembre a seis años de prisión por haber violado las leyes militares al expresar juicios políticos y anunciar su intención de concurrir a las presidenciales, siendo aún miembro del ejército. El otro es el sobrino del presidente asesinado en 1981, Anwar Sadat, quien decidió claudicar por el clima político.
La caída en desgracia de Anán, a su vez, dividió al entorno del único candidato que se mantenía aún en pie, el abogado de derechos humanos y único aspirante de la izquierda, Khaled Ali. Para un sector de su base, la contundencia exhibida por el régimen contra aquellos que se habían arriesgado a desafiarlo obligaba a Ali a dar un paso atrás, mientras que otros consideraban que el destino de Shafik y Anán, a quienes vinculan en mayor o menor medida con el régimen, no era un factor que tuviese que alterar sus planes.
Finalmente, Ali decidió tirar la toalla, dejando solo a Al Sisi a dos meses de las elecciones y obligándolo a buscar a marchas forzadas un candidato ficticio que le evitara el ridículo de ser el único contendiente. El rival elegido fue Mustafá Musa, quien consiguió acreditarse para la cita electoral unos minutos antes de cerrarse el plazo.
Para Hassan Nafaa, profesor de ciencias políticas de la Universidad de El Cairo, la actitud del régimen ante los potenciales candidatos debe interpretarse como una primera señal de debilidad.
“La legitimidad de Al Sisi se está erosionando mucho, y lo que ha venido ocurriendo antes de las elecciones demuestra que tiene cierto miedo y que cumplirá con su próximo mandato no porque el pueblo egipcio esté dispuesto a mantenerlo en el puesto, sino porque se ha impuesto a él mismo y a su contrincante”, dice Nafaa a Apro.
Boicot
A medio camino entre el hastío y el estupor, el Movimiento Civil Democrático, una alianza formada por ocho partidos liberales y de izquierda y más de un centenar de figuras de la sociedad civil, hizo un llamado a finales de enero a boicotear los comicios, en un intento de acabar quitándoles la poca legitimidad que a su parecer les quedaba.
“No hay garantías, no hay candidatos y no hay libertad. Por lo tanto, no hay elecciones”, adujo durante la conferencia de prensa de lanzamiento de la campaña.
“Durante los últimos años todo el espectro político se ha encogido enormemente, por lo que no existen condiciones para una vida política real, orgánica y operativa. No tendría ningún sentido participar en algo que se parece más a una farsa que a unas elecciones verdaderas”, dice a Apro Samer Tamy, portavoz del Partido Socialdemócrata Egipcio y miembro del Movimiento Civil Democrático.
Un día después de pedir a los electores que no acudieran a las urnas, Al Sisi deslizó, durante la inauguración de una planta de gas en el Mediterráneo, un enigmático y amenazante discurso que parecía dirigido a los grupos opositores: “Tengan cuidado. Lo que ocurrió hace siete años [la Primavera Árabe de 2011] no volverá a suceder en Egipto jamás”. Y advirtió que no conseguirán ahora “lo que fracasaron en hacer entonces. Parece que no me conocen de verdad”, desafió.
Haciéndose eco de las palabras de Al Sisi, el fiscal general de Egipto, Nabil Sadiq, también se lanzó a la ofensiva para perseguir legalmente tanto la campaña al boicot como a sus líderes. Así, ordenó investigar dos casos presentados por un abogado independiente contra los líderes del Movimiento Civil Democrático, a quienes acusa de incitar contra el Estado, socavar la seguridad nacional e intentar derrocar al régimen.
Para Khaled Dawoud, líder del partido liberal Al-Dostour (La Constitución), “los cargos no tienen ninguna relación con la realidad” y son sólo “el reflejo de la atmósfera general de las elecciones”. “Se trata de otro intento de intimidarnos por expresar nuestra opinión”, apunta a este medio, dado que –añade-- “sentir todo el tiempo que puedes ser procesado o que puedes ir a la cárcel implica mucha presión.”
Pasando de las amenazas a los hechos consumados, el líder del Masr Al Qaweya (Egipto Fuerte) y una de las figuras más prominentes de la oposición al régimen, Abdel Moneim Aboul Fotouh, fue arrestado a mediados de febrero por sus supuestos vínculos con los Hermanos Musulmanes, una organización islamista considerada terrorista por El Cairo. Poco después fue incorporado también a la lista de terroristas.
Aboul Fotouh, quien ganó 17% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2012, se había sumado a la llamada a boicotear los próximos comicios y fue detenido tras regresar de Londres, donde había concedido una entrevista a la televisora qatarí Al Jazeera, en la que arremetió contra Al Sisi y sus políticas.
Ignorando la mano de hierro exhibida por el régimen contra cualquiera que se haya aventurado a desafiarlo abiertamente, partidos de buena parte del espectro político, como el histórico partido nacionalista liberal Al Wafd (La Delegación), el socialista Tagammu (Unionista) o el salafista Al Nour (La Luz), han secundado a Al Sisi desde el principio.
“Tras la revolución [de 2011] Egipto no era un país sólido y en estos últimos cuatro años se ha convertido en un país fuerte económica y políticamente”, se justifica Hossam El-Kholy, vicepresidente del partido Al Wafd, que desliza: “Pedir a los egipcios que no voten es muy peligroso, porque entonces no irán a votar tampoco en futuras elecciones”.
Nabil Zaki, miembro de Tagammu, también dice a Apro que su partido “está totalmente contra el boicot, porque ello significa no hacer nada y quedarse en casa pasivamente”, una actitud que rechaza. “Queremos ir a votar y a la vez presentar nuestras demandas al candidato Al Sisi”, comenta, ignorando por completo al segundo aspirante.
Resignación
“Al Sisi es consciente de que el pueblo egipcio no lo apoya, por eso no quiere competencia real”, comenta un ciudadano de El Cairo que prefiere el anonimato por miedo a las represalias. “Han preparado un juego para juguetear con nosotros”, continúa, “pero vemos el lado oscuro de este sistema”, al que él mismo bautiza como “el show de Al Sisi”.
Tradicionalmente el electorado egipcio se ha mostrado reacio a participar cuando se le ha llamado a las urnas, sabiéndose de antemano los resultados. En este sentido, incluso en la segunda vuelta de las disputadas elecciones presidenciales de 2012, celebradas un año después de la Revolución y consideradas los primeros (y últimos) comicios democráticos de la historia del país, el porcentaje de participación apenas superó 50%.
Asimismo, Nafaa augura que sólo el gran empuje del gobierno hacia el electorado puede salvarlos de un porcentaje de participación extremadamente bajo. “Si se dejara a la gente hacer lo que quiere, no esperaría una participación superior a 10%”, asegura el profesor, aunque advierte que “el gobierno está haciendo todo lo que puede para fomentar que la gente acuda a las urnas, lo que supone un verdadero reto”.
“Al Sisi teme que nadie vaya a votar”, insiste, de modo que “si el gobierno consigue movilizar 30% del electorado ya supondría un gran éxito.”
En esta línea, otro cairota, quien también prefiere no ser identificado, admite haber perdido la esperanza en la política con el fracaso del proceso revolucionario (2011- 2013), por lo que tampoco acudirá a su cita con las urnas.
“La Revolución nos dio la oportunidad de construir una democracia justa y real, pero fracasamos. En mi opinión, la democracia murió en Egipto en 2013”, comenta el joven, en referencia al asalto de Al Sisi al poder. “Todos sabemos quién ganará las elecciones”, asegura, y concluye: “Es el hombre actual. El poder militar siempre gana.”