Los Monos, en el banquillo
En la ciudad de Rosario tiene lugar en estos días el juicio a Los Monos. En Argentina es la primera vez que una banda de narcomenudistas es llevada ante la justicia, y lo que para la sociedad argentina es una sorpresa es lo más común en otras naciones: el grupo criminal operó siempre en contubernio con la policía. El proceso judicial, sin embargo, se centra en algunos casos de homicidio: no parece haber interés en abordar el blanqueo de capitales ni el mercado negro de la materia prima de los “cocineros” de la cocaína ni el paso de esa droga hacia Europa.
ROSARIO, Argentina (Proceso).- “Ni Argentina es México ni los cárteles mexicanos tienen contacto alguno con Los Monos. Sin embargo, hay una matriz común. El negocio capitalista del narcotráfico es paraestatal y multinacional, siempre de arriba hacia abajo, en un juego que necesita el reciclaje permanente de los jugadores”, dice a Proceso el periodista Carlos del Frade, uno de los principales investigadores argentinos en la materia.
El juicio contra Los Monos, que se lleva a cabo en Rosario, es el primero de este país contra una gran banda de narcomenudeo. De los 25 acusados, 13 son expolicías.
El tribunal que los juzga busca determinar su vínculo con esa organización delictiva y probar su eventual participación en cinco casos de homicidio. Se espera que dicte sentencia este mes.
La investigación no involucra la estructura de lavado de dinero utilizada por Los Monos. Tampoco el modo en que se proveían de la pasta base y de los precursores químicos para las “cocinas” artesanales de producción de cocaína y de su residuo, el “paco”, destinado a los consumidores más humildes. Mucho menos se hurgará en el paso por Rosario de la cocaína en tránsito hacia Europa, del que participan otros actores.
Los Monos es una banda narcopolicial surgida en el marginal barrio La Granada, del sur rosarino. Ariel Cantero la dirigió a partir de 2003 junto con su mujer, Celestina Contreras. Luego delegó en sus hijos Claudio (Pájaro) el comando de la banda, en Guille el manejo de los sicarios y en Ramón Machuca (Monchi) el trato con la policía.
Los Monos cobraron fama por su capacidad para expandir el negocio bajo el paraguas protector de la policía de la provincia de Santa Fe y de sectores de la política y de la justicia, en una ciudad que un siglo antes había sabido convertirse en polo obrero e industrial y ganarse el apodo de la “Chicago argentina”.
“El juicio a Los Monos es histórico desde distintos puntos de vista”, sostiene Del Frade. “Desde lo político, porque marca hasta dónde el narcotráfico se ha metido en la vida cotidiana de los rosarinos, en particular, y de los argentinos en líneas generales. Y desde lo judicial, por la complicidad de la justicia, lo que se ve en el hecho de que la banda narcocriminal más importante de Argentina no es juzgada por la justicia federal, sino por la de la provincia”, explica el especialista.
Rosario dispone de un centro tradicional y moderno, kilómetros de costera frente a un Paraná brillante y vivo, una periferia postergada, áspera, nutrida por la migración pobre del norte argentino. La década neoliberal de los noventa multiplicó el desempleo y la deserción escolar.
En la década siguiente, la exportación de soya y sus derivados, que en 80% sale de los puertos rosarinos, impulsó un formidable boom inmobiliario. Después de la crisis terminal de 2001, en mayo de 2003 la tasa de pobreza alcanzó en el Gran Rosario un pico de 61%, retrocediendo hasta alcanzar 26.3% en 2017, con un núcleo duro estructural irreductible. Allí donde el Estado no llega, el narco comenzó a ofrecer una identidad a los adolescentes excluidos del sistema.
“Cocinas” y “búnkers”
Discretamente, a partir de 2007, Los Monos se convirtieron en un gobierno de facto en la zona sur de Rosario. Proliferaron las “cocinas” en las que se producía cocaína y se estiraba para la venta. La ciudad pasó a ser noticia por sus cientos de “búnkers”, cubículos de ladrillo, algo más grandes que una cabina telefónica, con una pequeña mirilla para concretar primero el pago y después la entrega.
Allí Los Monos y otras bandas encerraban durante 10 o 12 horas, con una botella de agua y otra para orinar, a un menor de 16 años, de modo que no fuera a la cárcel si es que lo detenían. La policía pactaba con las organizaciones criminales, cobrando por la protección frente a otras bandas que les disputaban el territorio. El poder político a su vez pactaba con la policía, que debía administrar la calma.
En la medida en que el negocio florecía, la situación se fue volviendo incontrolable. Los conflictos entre bandas y clanes se zanjaban mediante ajustes de cuentas que eran tolerados por la policía a fin de cotizar aún más cara la protección. En Rosario creció exponencialmente la presencia de armas y el uso de algunas de guerra para cometer delitos menores.
“Durante la última década en Rosario hubo un incremento de 45% de la participación de armas de fuego en el total de homicidios”, sostuvo la alcalde de la ciudad, Mónica Fein, en 2014. Las tasas de homicidios en Rosario en 2013, 2014 y 2015 cuadruplicaban la nacional. Entre 2012 y 2014 fueron asesinados a balazos varios líderes del narco, como Claudio Pájaro Cantero, Luis Medina o Martín Fantasma Paz.
En octubre de 2012 fue detenido el entonces jefe de la policía de la provincia de Santa Fe, Hugo Tognoli, acusado de connivencia con el narcotráfico.
“Ya desde los setenta hay cajas negras de la policía, en los grupos de tareas de la dictadura, que recaudaban a través del secuestro de personas y del botín robado”, explica Del Frade, quien además es diputado provincial por el Frente Social y Popular. “Ese botín de guerra hoy termina siendo la participación en el armado de las bandas narcopoliciales “, sostiene.
Las disputas territoriales, ajustes de cuentas y venganzas son los móviles de más de 50 asesinatos cometidos, a partir de 2012, por diferentes bandas y clanes. La caída en desgracia de Los Monos hizo posible el ascenso de otras familias, como los Funes y los Camino, que hoy se enfrentan con la misma saña.
Puertos blancos
Los puntos oscuros del juicio a Los Monos comienzan por las numerosas irregularidades que exhibió la instrucción de la causa. El foco se concentra en un solo eslabón de la cadena. No investiga la logística que se requiere para transportar la pasta base desde Perú y Bolivia ni tampoco el origen de los precursores químicos que permiten el funcionamiento de las “cocinas” artesanales.
Tampoco el lavado del dinero proveniente de un negocio que en Rosario llegó a recaudar, según declaraciones de uno de sus cabecillas, un equivalente a 2 millones de dólares mensuales. En esta ciudad portuaria, donde actividades lícitas, como la producción y exportación de soya, mueven millones de dólares, el dinero ilícito puede pasar inadvertido.
“Detrás del lavado están grandes empresarios, grandes abogados, grandes contadores y también, supongo, algunos nichos corruptos de la política”, dice Del Frade. “Es el capitalismo el que encuentra en el narcotráfico un flujo para lavar dinero. También creemos que el gran flujo que genera el negocio agroexportador hace que la geografía por donde sale ese dinero sea también adecuada para lavar dinero del narcotráfico”, sostiene.
El fenómeno vinculado con Los Monos ocupa desde hace años a la prensa argentina e internacional. El accionar violento de esta banda, enfocada en el consumo interno, invisibiliza al mismo tiempo un negocio menos estridente. Argentina es, junto a Paraguay, Brasil y Uruguay, parte de una red de corredores de la droga que va desde las zonas de producción hacia Europa. Las fronteras del país son vulnerables al ingreso de sustancias. El elevado tránsito de mercancías en sus puertos convierte a Argentina en un escenario favorable para los embarques clandestinos.
En Rosario y su zona de influencia se asienta una veintena de terminales portuarias.
En abril de 2018 se cumplirán 40 años del primer embarque de cocaína que llegó al puerto de Rosario escondida en un cargamento de 200 kilogramos de azúcar boliviana. En septiembre de 2015, en un depósito fiscal rosarino se encontró una carga de 40 kilos de cocaína, camuflados en arroz, listos para ser embarcados. Los actores que participan del contrabando de droga por vía marítima son en su mayoría empresarios, no provienen de una villa miseria ni tienen contacto con las bandas dedicadas al narcomenudeo.
–¿Los puertos privados del Gran Rosario siguen siendo “puertos blancos” por donde pasa parte del flujo de la droga rumbo a Europa? –se le pregunta a Del Frade.
–Estamos convencidos de que sí –dice el periodista–. Esto no cambia desde 1998, cuando por primera vez la DEA marcó como zona roja de ingreso y de egreso de la cocaína fundamentalmente a los puertos privados del departamento Rosario y del departamento San Lorenzo. Ni la aduana ni las fuerzas federales han participado nunca del control del Río Paraná, que deberían realizar.
A comienzos de febrero, el Ministerio de Defensa anunció la inmediata creación de una Fuerza de Despliegue Rápido, formada con efectivos de las tres fuerzas armadas, para brindar apoyo logístico al Ministerio de Seguridad en la lucha contra los narcotraficantes en las fronteras. Hoy las leyes de Defensa y de Seguridad Interior prohíben a los militares participar en estas operaciones dentro de Argentina, habida cuenta de lo actuado durante la última dictadura.
Se especula que el gobierno intentará modificar el marco legal para satisfacer este pedido del Comando Sur de Estados Unidos.
Este reportaje se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.