La invasión turca
Tropas, tanques y aviones de Turquía lanzaron una ofensiva contra Afrin, zona de Siria dominada por las milicias kurdas aliadas de Estados Unidos. Ankara las acusa de “terroristas” por sus vínculos con el PKK, que actúa en territorio turco, y pretende una campaña relámpago contra ellas. La intervención ha levantado críticas de sus aliados occidentales, pues amenaza causar nuevas oleadas de desplazados y complicar el ya de por sí enrevesado tablero de la guerra siria, que se encamina a su octavo año.
FRONTERA TURCO-SIRIA (Proceso).– Llueve. Una lluvia fina, incesante, que lo deja todo embarrado. Las nubes se prenden de las cimas e impiden la visibilidad; poco más allá, a unos cientos de metros, comienzan Siria y las líneas enemigas.
La artillería retumba a cortos intervalos. Los guerreros árabes no se inmutan. Parecen habituados. Pululan por el lodazal del campamento vistiendo uniformes de campaña entregados por Turquía, acarreando ametralladoras pesadas y fusiles de asalto de fabricación rusa. De pronto, de las lonas blancas, emerge una docena de combatientes cargando una alargada funda negra.
“Nunca pienses en aquellos que han caído en la causa de Dios como muertos. No. Están vivos junto al Señor. Y él los provee”, corean al unísono. Es un versículo de la tercera sura del Corán que los muyahidines reservan para quienes fallecen en combate por defender su fe.
No hay duda de que en esa bolsa negra que introducen en una ambulancia va el cadáver de alguien que murió en el frente luchando contra los kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG), a quienes ven como “pérfidos ateos”, por su inspiración socialista. Algunos combatientes fuman, lo que indica que no pertenecen a las facciones yihadistas más estrictas –que prohíben los cigarros–, pero sus barbas son evidencia de su adscripción islamista.
La enseña verdinegra de la oposición siria ondea sobre el campamento, pese a que se halla en territorio de Turquía y muchos portan el brazalete amarillo que los identifica como miembros del Ejército Libre Sirio (ELS, la milicia formada por desertores de las tropas gubernamentales y civiles armados), que hace siete años se levantó contra el régimen de Bashar Al-Asad. Y a punto estuvo de vencer, hasta que en 2015 Rusia intervino en la contienda en defensa de su aliado sirio.
Desde entonces el ELS ha perdido progresivamente terreno y el poco territorio que le queda en el noroeste de Siria –parte de la provincia de Idlib y la franja septentrional de Alepo– lo domina gracias al apuntalamiento de Escudo del Éufrates, una operación militar lanzada en 2016 que llevó a Turquía a estacionar un contingente de 2 mil soldados en esas zonas.
Esto ha provocado que el otrora orgulloso ELS se convirtiera en poco más que una marioneta de Ankara. Si bien existe un rencor persistente entre kurdos y árabes de Siria, las facciones rebeldes no tenían ninguna intención de desviar fuerzas para participar en la invasión de Afrin y dejar así debilitadas a sus tropas, que resisten los embates del régimen sirio en la provincia de Idlib. Pero no les ha quedado más remedio que seguir las órdenes del gobierno turco y contribuir con 25 mil hombres a la operación Rama de Olivo, como bautizó Turquía su ofensiva sobre Afrin.
Cuando este reportero se dispone a fotografiar a los combatientes en duelo, aparece un oficial turco. “Vete”, es la orden.
Los árabes forman el grueso de la infantería que lucha en Afrin y son quienes suman más bajas: 48 en los seis primeros días de campaña. Pero a los turcos no les interesa darles demasiada publicidad, pues la intervención ha sido presentada como una cuestión nacional.
Los titulares de la prensa turca no dejan entrever fisuras: “Lucha nacional” (Turkiye), “El esfuerzo es nuestro, la victoria nos la dará Dios” (Yeni Safak), “Turquía late con un solo corazón” (Hurriyet), “Puño de hierro contra el terrorismo” (Haberturk), “Hemos golpeado a los traidores” (Sozcu).
El patrioterismo se ha apoderado de la sociedad turca, mayoritariamente a favor de la ofensiva. Quienes han mostrado algún atisbo de crítica han sido detenidos: cerca de un centenar de periodistas, artistas, escritores y ciudadanos que expresaron en las redes sociales su disconformidad con la misión militar, se enfrentan a investigaciones y juicios por “difundir propaganda terrorista”.
“Siempre hemos estado del lado de nuestro Estado y nuestras fuerzas armadas y por ello apoyamos su operación en Afrin. Sabemos que nuestros soldados están allá para luchar por nuestra patria y limpiar Afrin de terroristas”, dice Yusuf, un joven de la ciudad fronteriza de Kilis, reproduciendo casi palabra por palabra el argumentario oficial.
No es extraño: los boletines de noticias están repletos de descripciones del heroico comportamiento y el valor en combate de los militares turcos. O de imágenes como la que muestra a soldados turcos escribiendo el nombre de los “mártires” caídos en combate en los proyectiles de un tanque, antes de dispararlos.
Por toda el área fronteriza la bandera roja con la media luna y la estrella se ve en los cofres de automóviles y camiones, en balcones y en manos de las decenas de aldeanos que surgen de sus casas para saludar el paso de los convoyes, especialmente si son las orugas de los tanques las que rasgan el asfalto e imprimen su huella en el barro. Pareciera que los soldados turcos no marchan a combatir al país vecino, sino a liberar a la patria de una ocupación extranjera.
Y en parte se ve así. “(Los integrantes de las YPG) son colaboracionistas, socios de los cruzados posmodernos”, acusa Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, ligando la actual guerra con las que en la Edad Media libraron los reinos musulmanes en Tierra Santa y Medio Oriente contra los europeos.
El objetivo de la operación Rama de Olivo, explica a Proceso un funcionario del gobierno turco que pide el anonimato, es, por un lado, devolver a sus “verdaderos dueños” kurdos y árabes la tierra de Afrin, actualmente “ocupada”, según Ankara, por “una organización terrorista”; y por el otro, establecer una zona tapón, llevando a los milicianos kurdos a 30 kilómetros de la frontera. “Turquía no puede tolerar la presencia de elementos terroristas en su frontera, pues ello amenaza nuestra seguridad nacional”, afirma el funcionario.
“Los turcos intentan amedrentar (a las YPG) para que se retiren. La prioridad es que no haya flujo (de armas) hacia las montañas Amanus”, explica una fuente de seguridad.
Las montañas Amanus, que hacen de frontera entre Turquía y Siria y dominan los valles de Hatay y Kilis, eran una vía de infiltración de los militantes de las YPG y el PKK en Turquía hasta que recientemente se culminó la construcción de un muro. “Los yanquis están armando a los kurdos hasta los dientes para fastidiar a los rusos y parece que los turcos han visto cosas que no les gustan en las montañas Amanus”, añade la fuente.
Mensaje a Estados Unidos
Las relaciones entre Turquía y Estados Unidos, antaño estrechos aliados, van de mal en peor. Erdogan está convencido de que Washington pretende derrocarlo y en Ankara están molestos porque la Casa Blanca hizo de las YPG su principal aliado en Siria, pese a los evidentes lazos entre esta organización y el PKK, incluido en la lista estadunidense de grupos terroristas y con el que Turquía tiene un conflicto armado desde los ochenta.
Así que el modo más simple de enviar un mensaje claro y contundente a Estados Unidos, sin llegar al enfrentamiento entre ambos países (los dos son miembros de la OTAN) es atacar a las YPG en Afrin, un cantón aislado del resto de territorio sirio, en manos kurdas y en el que no hay tropas estadunidenses.
Aun así, el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, expresó su “preocupación” por el ataque turco y pidió “contención”.
Para colmo, el suministro de las YPG en Siria depende de aviones estadunidenses que parten de la base de Incirlik en Turquía, donde aún hay varias cabezas de misiles nucleares, remanentes de la Guerra Fría.
Y Ankara combate a la misma organización con armas occidentales: los blindados de combate ACV-15 y los cazas F-16, de patente estadunidense, y los tanques alemanes Leopard.
En tierra se lucha casi cuerpo a cuerpo, en trincheras y túneles cavados en las montañas. Cimas como la del monte Bersaya, a unos 20 kilómetros de la capital de Afrin, han cambiado de manos varias veces durante los combates de los primeros días.
“Nos atacan por todos lados. Los bombardeos son constantes y los combates intensos en todo el cantón”, explica por teléfono el comandante Rojhat, de las YPG.
Turquía sostiene que ha causado más de 300 bajas a la milicia kurda, si bien el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos reduce esta cifra a 42. Dicha instancia también ha documentado la muerte de al menos 30 civiles, en su mayoría kurdos de Afrin que padecieron los bombardeos de la aviación turca, que también han causado más de 50 heridos.
“Vietnam turco”
Las YPG decretaron la movilización general en su territorio y llamaron a todos los kurdos de Siria a “tomar las armas” contra Turquía.
Sin embargo, el comandante consultado por Proceso sostiene que los refuerzos desde las demás áreas kurdas “no han podido alcanzar Afrin todavía”, dado el cerco prácticamente total al que someten al cantón las fuerzas turcas y sus aliados árabes.
Turquía ataca desde los flancos norte, este y oeste y, según el analista y exmilitar turco Abdullah Agar, ha logrado “importantes victorias” al establecer siete cabezas de puente en territorio kurdo. Con todo, lo máximo que ha logrado avanzar durante la primera semana de ofensiva han sido seis o siete kilómetros hacia el interior de Afrin.
Pese a la superioridad turca, algunos expertos sostienen que Afrin podría convertirse en “un Vietnam”, pues las montañas que sirven de frontera entre Turquía y Siria pueden ser utilizadas como fortaleza defensiva y las milicias kurdo-sirias han sido entrenadas durante años por el PKK en la guerra de guerrillas en las montañas.
Si la anterior intervención turca en Siria, Escudo del Éufrates, al este de Afrin, tardó siete meses en conquistar sus objetivos, “Rama de Olivo se prolongará como mínimo medio año; el terreno es mucho más duro”, cree un habitante de Yalankoz.
Algunos de los habitantes de esta aldea turca se dedicaban antes de la guerra al contrabando de productos como cigarros, té y azúcar; pero ahora, con la ofensiva y el muro, están de brazos cruzados. Encerrados en el café del pueblo, entre nubes de humo, tratan de ignorar el sonido de los obuses que caen apenas cinco kilómetros más allá.
Desde luego los kurdos no están escasos de armas tras siete años de guerra contra los yihadistas en Siria e Irak y tres de apoyo estadunidense. En su inventario hay desde ametralladoras pesadas a artillería ligera, e incluso se les ha visto utilizando sistemas portátiles de misiles que pueden derribar aparatos aéreos. “Resistiremos y venceremos”, sostiene desde el otro lado de las líneas del frente el comandante Rojhat.
El domingo 7, en la localidad de Reyhanli, apenas a una decena de kilómetros de la frontera, el anciano Mehmet disfrutaba su té de sobremesa cuando un estruendo lo sacó de sus cavilaciones. Caminó unos pasos hasta la calle principal, donde se había formado un revuelo. En el tejado de uno de los edificios era visible el boquete circular dejado por un cohete lanzado desde Siria. Los vidrios de los edificios colindantes habían reventado, dejando la calle llena de escombros.
“Afortunadamente era domingo y no había mucha gente por la calle. De haber ocurrido en día de labor, habría sido una masacre”, afirma.
Aquella tarde nueve proyectiles impactaron en el caso urbano de Reyhanli y otros dos en huertos del extrarradio. Pese a que la aviación turca trató de “neutralizar” los puestos de tiro desde los cuales los milicianos kurdos hostigan las poblaciones turcas, durante los siguientes días continuaron lloviendo morteros y cohetes: Kilis, Kalatepe, de nuevo Reyhanli, de nuevo Kilis. Al menos cuatro civiles han muerto en Turquía bajo fuego kurdo y ha habido más de 60 heridos.
Gurler es uno de ellos. “Hablaba por teléfono cuando cayó la primera bomba, luego escuché la segunda. La metralla golpeó mi tienda. Había llamas, porque el proyectil impactó en un vehículo. Salí de entre las llamas, pero la metralla me había alcanzado en las piernas, en la cabeza y en los brazos”, relata aún cubierto de vendas y heridas, pero henchido de fervor patriótico: “Aún así... ¡viva nuestro Estado y nuestra patria! Esa gente quiere enfrentarnos entre nosotros y no lo conseguirá. Incluso con estas heridas iría a hacer la guerra por mi patria, por mi Turquía”, afirma.
La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios expresó el miércoles 24 su temor de que la intervención turca aumente el número de desplazados y las muertes de civiles en la ya de por sí castigada Siria.
En Afrin, hasta ahora uno de los pocos rincones en paz del país, se han refugiado desde el inicio de la guerra más de 125 mil personas procedentes de otras provincias sirias. Por lo menos 5 mil de ellas son desplazadas por la ofensiva turca dentro del mismo cantón de Afrin, según la agencia de la ONU, pero las que han intentado huir más allá se han encontrado con la carretera cortada, pues las autoridades kurdas “impiden las salidas”, lo que ha llevado al gobierno de Ankara a acusar a las YPG de utilizar a los civiles como “escudos humanos” para incrementar la cifra de civiles muertos en los bombardeos.
Este reportaje se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.