Israel: La ocupación olvidada
En 1967, al finalizar la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó la parte siria de los Altos del Golán, un lugar, dicen, “precioso, con una historia triste”. Y más de medio siglo después la ocupación sigue. De los asentamientos originales de la zona sólo quedan cinco pueblos, rodeados de colonias israelíes: se vive en tensión pero en paz… y como la sangre no corre, el mundo ya olvidó esa invasión que tiene a los habitantes originales, los drusos, en el limbo: ya no son sirios y nunca serán israelíes.
ALTOS DEL GOLÁN (Proceso).- A las afueras del pueblo de Majdal Shams hay un pequeño promontorio al que todos llaman “Colina de los Gritos”.
A un lado de la línea divisoria entre la parte siria de los Altos del Golán y la zona ocupada por Israel, esta loma ha permitido a las familias separadas desde 1967 por la Guerra de los Seis Días, verse y hablarse con ayuda de altavoces.
Aún hoy –en la era de internet y los celulares– hay personas que se siguen dando cita en esta colina en fechas señaladas, como una boda, para que las familias tengan la ilusión de estar reunidas para la celebración.
Hace 50 años Israel ocupó dos tercios de los Altos del Golán –la parte de Siria– y desde entonces ambos países oficialmente están en guerra.
En 1967, 130 mil habitantes de esta zona, poblada por drusos –una comunidad escindida del Islam–, se vieron obligados a dejar sus casas y decenas de aldeas y centenares de granjas fueron demolidas. Sólo quedaron cinco pueblos autóctonos que conviven ahora con 34 asentamientos israelíes, donde residen cerca de 26 mil colonos.
La comunidad internacional no ha reconocido la ocupación y posterior anexión de los Altos del Golán por parte de Israel y los 25 mil drusos de la zona mantienen intactos su identidad y un fuerte sentimiento de pertenencia a Siria.
Pero el Golán está ausente desde hace años de las páginas de la prensa y de los debates de la comunidad internacional.
“Nos oponemos a la ocupación con medios pacíficos y a la gente le gustan los guiones con sangre. No queremos usar balas en nuestra resistencia y los israelíes tampoco utilizan violencia contra nosotros, por eso no somos famosos”, dice, medio en broma, medio en serio, Salman Fakherldeen, representante de Al Marsad, el Centro Árabe para los Derechos Humanos en los Altos del Golán.
Nada recuerda la ocupación en la carretera que va de Jerusalén o Tel Aviv a Majdal Shams, uno de los cinco pueblos drusos del Golán. No hay retenes militares ni presencia del ejército, a diferencia de lo que ocurre en los territorios palestinos, donde los controles y la violencia forman parte de la vida diaria.
Sin embargo, la apariencia de los asentamientos del Golán sí recuerda a la de las colonias israelíes de Cisjordania: hileras de casas idénticas sobre colinas, accesos restringidos por impresionantes portones, cámaras de seguridad y verjas de protección.
Nada hace pensar tampoco en la ocupación cuando se come en los restaurantes de Majdal Shams y se camina por sus senderos. Centenares de israelíes acuden cada fin de semana al Golán a respirar aire puro y descansar, lejos del ruido de la ciudad. El número de visitantes supera los 2 millones al año y ha hecho surgir nuevos hoteles y atracciones para visitantes.
“Los israelíes se sienten seguros aquí y nosotros también nos sentimos seguros. Pero no se puede olvidar que los israelíes siguen ocupando el Golán y usando nuestros recursos naturales. No podemos olvidar a los miles de desplazados que dejaron sus casas y vieron sus pueblos arrasados”, recuerda Fakherldeen.
Ciudadanos de segunda
Basta ahondar un poco en esta aparente normalidad, en este paisaje bucólico y esta sensación de vida apacible, para descubrir una sociedad unida y fuerte, con una frustración acumulada durante décadas.
“El Golán es un lugar precioso con una historia triste”, repiten sus habitantes.
“Soy sirio, nací sirio y moriré sirio. Vivir bajo ocupación israelí no me ha cambiado y la guerra en Siria, tampoco. Pertenezco a esa nación. Soy una persona razonable y busco la paz, pero ocupación y paz no son compatibles. No se pueden cambiar las fronteras por la fuerza ni tampoco se puede privar a la gente de sus derechos civiles. No creo que los israelíes quieran mantener esta situación para siempre. Se tienen que retirar de aquí y será bueno para ambos pueblos”, confía Fakherldeen.
Su identidad como pueblo se mantiene, pero la ocupación sumió a los drusos del Golán en un limbo legal.
Salma nació en Majdal Shams. Sus padres son sirios que se quedaron en el territorio ocupado tras la guerra de 1967. Sus raíces se encuentran profundamente ancladas en esta tierra, pero su único documento de identidad es una tarjeta que la califica como residente temporal de Israel. Cuando desea viajar al extranjero recibe un salvoconducto en el que se lee que su nacionalidad es “indefinida”.
“Para un país extranjero soy una apátrida, una persona sin Estado. Y cuesta mucho obtener una visa cuando no se tiene nacionalidad”, explica esta profesora de 38 años.
“Recuerdo la primera vez que salí al extranjero. Fui a París y la policía del control de pasaportes me preguntó de dónde era. No supe muy bien cómo responderle. Soy siria, vivo en el Golán ocupado, tengo un documento de identidad israelí pero nunca seré israelí. Soy residente provisional en una tierra que es mía”, agrega.
Israel propuso a los habitantes del Golán la nacionalidad israelí, pero muy pocos la aceptaron. “Sería como aceptar la ocupación, caer totalmente en el síndrome de Estocolmo”, dice lacónico Fakherldeen. “Por eso sigo con mi documento de residencia temporal en Israel, aunque no me siento temporal; lo que es temporal es la ocupación”, agrega.
Con o sin pasaporte israelí los habitantes del Golán parecieran estar muy bien integrados a Israel, hablan hebreo perfectamente, estudian en universidades de Haifa o Tel Aviv y nadie se acuerda del último incidente entre la comunidad y soldados israelíes.
“Entendemos muy bien a los israelíes. Desde fuera puede parecer que nos hemos ‘israelizado’, aunque la realidad es muy diferente. No nos mezclamos mucho con ellos, aunque tampoco somos violentos. Odio la ocupación, pero eso no se puede traducir en un odio a los israelíes. Ellos no son de un solo color, también hay israelíes que resisten la ocupación y saben que a largo plazo supondrá la autodestrucción de Israel”, explica Ata Shaker, dueño de un restaurante en Majdal Shams.
Los drusos, escindidos en el siglo XI de la corriente chiita del Islam, son conocidos por su espíritu de superación y capacidad de sobrevivir en contextos complicados. Es una comunidad cerrada, única, algo misteriosa y rodeada de un cierto esoterismo, con un culto que ellos se complacen en conservar y alimentar.
En este momento en el Golán, un druso puede hacer negocios con colonos israelíes y apoyar al mismo tiempo, discretamente, al gobierno sirio de Bashar Al-Asad, que recibe ayuda de Irán y del movimiento chiita libanés Hezbolá, enemigos jurados de Israel.
“Forma parte del espíritu druso. Somos pocos y nuestra resistencia es no violenta. No podría ser de otra manera. Tenemos que buscar otras estrategias para lograr nuestro objetivo, que es preservar la tierra, nuestra tierra, y nuestra cultura. Por eso optamos por crear una sociedad fuerte, educar a nuestros hijos y cultivar hasta el último centímetro de tierra. Creo que el Golán druso está más desarrollado que cualquier zona de Israel”, estima Tayseer Maray, ingeniero druso que dirigió durante décadas una cooperativa agrícola.
La lucha por el agua
Este hombre de 56 años conoce bien la lucha de los drusos del Golán para preservar el 5% de la tierra que les quedó tras la guerra de 1967, además de los recursos naturales, fundamentalmente el agua, que Israel controla totalmente.
“Recibimos 4 millones de metros cúbicos de agua al año y los colonos reciben 34 millones. También el costo del agua es diferente. Nosotros pagamos un dólar por metro cúbico y ellos, 30 centavos”, explica.
Estima que la comunidad drusa necesitaría aproximadamente 16 millones de metros cúbicos de agua en este momento.
En los ochenta, cuando los drusos recibían aun menos agua que ahora para el cultivo de sus célebres manzanas y cerezas, se comenzaron a construir tanques para recoger el agua pluvial. Instalaron 650, ante el visible enfado de los israelíes, que decidieron exigirles múltiples permisos para colocar esos depósitos, pese a que la cantidad de lluvia recogida seguía siendo insignificante respecto a las necesidades de estos agricultores.
“Israel incluso quiso poner contadores en los tanques para saber cuántos litros de agua se recogían y hacernos pagar por ella, pues según ellos el agua de lluvia que cae sobre el Golán ocupado también les pertenecía”, recuerda Maray, con una sonrisa amarga.
La escasez de agua hace que la producción agrícola de los drusos disminuya cada año.
Mientras los colonos israelíes producen seis toneladas de manzanas por dunam (décima parte de una hectárea), los drusos producen 2.5 toneladas por dunam, porque sólo mantienen productiva una parte de los terrenos a fin de mantener la calidad de la fruta.
Estas circunstancias han hecho que la proporción de población activa drusa que se dedica a la agricultura sea actualmente de 30%, frente al 70% de los ochenta.
“Hemos tenido que encontrar alternativas a la agricultura, porque ya no es rentable. El turismo es una de ellas. Pero lo último que haremos será abandonar el 5% de la tierra que nos quedó hace 50 años. La hemos protegido desde 1967. La gente aquí no vende tierra a los israelíes. Nos las vendemos entre nosotros”, asegura Maray.
La patria en guerra
Desde hace años la guerra en Siria ha cambiado la vida de los habitantes de los pueblos drusos del Golán, ha dividido familias y ha multiplicado la presencia militar y la aparición de sofisticadas bases castrenses en esta triple frontera entre Israel, Siria y Líbano.
La guerra está a tres kilómetros de Majdal Shams. Las explosiones, los intercambios de disparos y el estruendo de los morteros se han convertido en la banda sonora de estos pueblos.
“Allá están las posiciones de Al-Asad y aquel pueblo que se ve a la derecha, Hader, está controlado por grupos yihadistas cercanos a Al Nusra”, explica con tono casi aburrido Jalaa, guía turístico del Golán.
Los incidentes en esta frontera son también frecuentes. Israel no ha querido involucrarse en la guerra en Siria, pero sí ha respondido a los proyectiles que entran en su territorio y ha bombardeado algún objetivo concreto del régimen de Damasco o depósitos de armas vinculados con Hezbolá. En noviembre, el premier Benjamin Netanyahu se comprometió, en una declaración sin precedente, a proteger a las comunidades drusas en ambos lados de la frontera siria, después de un ataque con coche-bomba perpetrado por yihadistas en el pueblo de Hader.
Para los habitantes del Golán, la declaración fue casi propagandística y tenía por fin tranquilizar a la población drusa del Golán ocupado.
Además, desde el inicio de la guerra siria el número de colonos israelíes en el Golán aumentó significativamente, según Al Marsad: eran 19 mil 600 en 2010 y actualmente son casi 26 mil.
“El gobierno israelí hace planes y gasta dinero en pensar cómo incrementar el número de colonos en el Golán, pero los habitantes de los asentamientos de esta zona no están movidos por una ideología, como ocurre en el territorio palestino. Y además aquí estamos muy lejos de todo, sobre todo de Tel Aviv, y eso hace que muchos colonos se desistan de instalarse aquí”, estima Fakherldeen.
A diferencia de la batalla por crear su propio Estado, que los palestinos libran desde hace décadas, los drusos del Golán aspiran a reintegrarse al suyo: Siria.
“Tenemos un país que se llama Siria y Damasco, independientemente de quién esté en el poder, es responsable de llevar el tema del Golán al ámbito internacional, lograr la devolución de esta tierra y hacernos recobrar nuestros derechos”, estima Maray.
“Mientras tanto, los israelíes parecen estar estancados en su mentalidad de poder; no se dan cuenta de que es más importante y seguro para ellos tener buenas relaciones con sus vecinos que con Estados Unidos. Tarde o temprano esa actitud puede destrozarlos”, suspira.
Este reportaje se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.