El reparto de Siria
Ante la errática política de Washington en Siria, Rusia se ha convertido en la potencia que decidirá el futuro de este país. Moscú no sólo evitó la caída de Bashar al-Asad, sino que lo encamina a la victoria militar. Sin embargo, nada indica que el régimen sirio podrá controlar toda la nación. Así, los actores del conflicto –el ejército de al-Asad, las milicias kurdas y las distintas facciones de los rebeldes– se apresuran a consolidar sus enclaves, al tiempo que las potencias que los auspician –Rusia, Irán, Turquía– se ponen de acuerdo para repartirse las “áreas de influencia” territorial.
ESTAMBUL (Proceso).- Cuando el Estado Islámico (EI) está prácticamente derrotado en Siria, las principales potencias implicadas en la guerra civil de ese país refuerzan el control de sus áreas de influencia.
“Esto es una carrera por el territorio: la lucha ya no es por toda Siria, sino por dónde se dibujarán las líneas divisorias”, escribió en noviembre pasado Alexander Bick, director del Centro de Estudios Globales Henry Kissinger de la Universidad Johns Hopkins.
El pasado octubre, fuerzas kurdas con apoyo estadunidense despojaron al EI de su bastión en Raqa, capital del califato yihadista proclamado en 2014. A partir de entonces la presencia del grupo ha quedado circunscrita a pequeñas bolsas de resistencia.
Al mismo tiempo, el ejército leal al presidente Bashar al-Asad consolidó su dominio en la franja costera y en las principales ciudades del país: Damasco, Alepo, Hama y Homs, con lo que muchos dan por descontada su victoria en la contienda, que el próximo marzo cumplirá siete años, echando por tierra las esperanzas de la oposición que en 2011 se levantó contra un régimen que desde 1963 ha dominado el país con mano de hierro.
Pero declarar la victoria militar no implica el regreso a la normalidad. Más de 5.5 millones de habitantes se fueron del país y otros 6.1 millones están desplazados dentro del mismo; es decir que desde 2011 más de la mitad de los sirios se han visto obligados a huir de sus hogares. Y una simple mirada a un mapa de la Siria actual muestra retazos de territorios controlados por diversas milicias, con sus respectivos amos exteriores e intereses dispares.
Por ejemplo, el norte del país está ampliamente en manos de milicias kurdas que exigen una constitución federal para la Siria de posguerra.
Pero, fuera de los kurdos, la inmensa mayoría de los ciudadanos sirios se oponen a un sistema federal “por miedo a la partición”, según reveló hace dos años una encuesta de la organización siria The Day After.
Tampoco las potencias involucradas en el conflicto –Rusia, Estados Unidos, Turquía, Irán– desean una división de Siria, pero sus políticas de apoyo a un grupo étnico o religioso en concreto están llevando a esa partición de facto.
Los ciudadanos sirios cuentan cada vez menos en las mesas en las que se decide el futuro de su país. Una anécdota referida en la cadena de televisión Al Jazeera por Assaad al-Achi, director de la ONG Baytna Syria, ejemplifica bien esta situación: en las invitaciones a la Conferencia para el Diálogo Nacional Sirio se pedía a los participantes que confirmaran su asistencia en inglés o ruso, y no en árabe o kurdo, las dos principales lenguas de Siria.
“Esto difícilmente da la impresión de que los sirios controlan el modo en que se da forma al futuro de su país”, lamenta Al-Achi.
Rusia, nuevo árbitro
Dicha conferencia tuvo lugar en la ciudad rusa de Sochi los pasados 29 y 30 de enero. Como se temía y como ha venido ocurriendo con otras rondas de negociaciones, el encuentro fue un fiasco, si bien se pactó la creación de un comité de 150 representantes para la redacción de una nueva constitución.
“Estados Unidos aceptó que Rusia sea la que trabaje en el sistema legal de posguerra, pero no está claro lo que quiere Rusia. El año pasado se filtró un borrador constitucional en el que se planteaban grandes cuotas de autogobierno para varios territorios, pero ahora en un nuevo borrador todo eso ha desaparecido”, explica en entrevista Bader Mulla, analista de la Fundación Omran.
Los partidos políticos kurdos se negaron a asistir a Sochi en protesta por el ataque militar de Turquía contra el cantón kurdo de Afrin. Y Ankara tuvo que representar a parte de la oposición que se negó a participar en la reunión. Otros delegados opositores se fueron de regreso tras aterrizar en el aeropuerto de la ciudad rusa y verlo decorado con emblemas del gobierno sirio, contra el que luchan.
“Rusia no puede ser aceptada como un mediador neutral pues sigue siendo el principal apoyo militar del régimen sirio. Y mientras Sochi puede vanagloriarse de sus lujosos resorts, muchos sirios no pueden sentir sino escalofríos por negociar allí el futuro de su país mientras el régimen de Al-Asad continúa masacrándolos”, critica Al-Achi.
El desplante de la oposición es comprensible, pues incluso durante la propia cumbre el ejército de Al-Asad y sus aliados iraníes no dejaron de bombardear posiciones de los grupos rebeldes e instalaciones civiles en la provincia de Idlib, incluido un hospital gestionado por Médicos Sin Fronteras. En las últimas semanas esos ataques han obligado a más de 200 mil civiles a huir de los bombardeos.
Pero, por mucho que haya fracasado el “Diálogo Nacional” impulsado por Moscú, este hecho no esconde que Rusia ha puesto con firmeza su pie en Medio Oriente. Ante la errática política de Estados Unidos (apoyar a los rebeldes sirios pero no lo suficiente como para que ganaran la guerra, según denuncia el opositor marxista Yassin al Hajj Saleh), la entrada rusa en la contienda en el otoño de 2015 lo ha convertido en árbitro de la situación.
El Kremlin ha logrado que las negociaciones auspiciadas por la ONU en Ginebra queden diluidas por las reuniones en Astana (Kazajistán) donde Rusia, Irán y Turquía, cada país valedor de diferentes facciones, pactaron “zonas de disminución de hostilidades” en varias provincias. Pero, sobre todo, se han repartido sus áreas de influencia.
No de otra forma se puede entender la reciente ofensiva contra el cantón kurdo de Afrin, donde la aviación turca bombardea las posiciones de las milicias de la Unidad de Protección Popular (YPG) utilizando el espacio aéreo sirio.
Rusia, verdadero dueño y señor de los cielos de ese país con sus cazas Sukhoi y sus misiles tierra-aire S-300 y S-400, dio luz verde a la intervención militar de Turquía, como confirmó el presidente de este país, Recep Tayyip Erdogan: “Hemos hablado con nuestros amigos rusos. Tenemos un acuerdo”.
A cambio, Turquía parece haber renunciado a parte de Idlib. De acuerdo con lo pactado en Astana, esta provincia quedará dividida en tres áreas de influencia: una bajo control del régimen, otra de interposición dominada por los rusos y una última en manos de Turquía. De ahí que los protegidos del gobierno de Ankara, del Ejército Libre Sirio y varias milicias islamistas –entre ellas Hay’at Tahrir al Sham (HTS), vinculada con Al Qaeda– se batan en retirada ante el avance de las fuerzas regulares y las milicias chiitas apoyadas por Irán en el este y sur de Idlib.
Precisamente en Idlib, el sábado 3 fue derribado un Sukhoi-25 ruso que participaba en la ofensiva y cuyo único ocupante fue asesinado tras eyectarse del aparato y caer en manos de los alzados, en un ataque que reivindicó HTS.
En las mismas fechas una columna de un centenar de tanques y blindados del ejército turco, que se había internado en Idlib, fue atacada por el régimen, al parecer desoyendo las instrucciones de Moscú, añadiendo más tensión a la situación.
Irán es otra de las potencias regionales que más se ha beneficiado del conflicto. En una confirmación de las peores pesadillas de sus adversarios regionales –Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto–, la influencia persa se ha extendido desde Teherán hasta el Mediterráneo a través de Irak, Siria y Líbano, y reclama parte del pastel de la posguerra.
Rusia tiene la mano ganadora pues su apoyo aéreo y armamentístico ha sido indispensable para sostener al régimen que en 2015 parecía caminar hacia su derrota, pero Irán ha puesto más vidas: ha muerto en combate al menos 10% de sus fuerzas, compuestas por 20 mil efectivos de la Guardia Revolucionaria Iraní y de la legión extranjera de afganos y paquistaníes chiitas reclutados por Teherán a cambio de asilo para sus familias, de grupos chiitas iraquíes y del partido-milicia libanés Hezbolá.
Pero entre Moscú y Teherán también hay diferencias. Irán quiere un país dominado por la minoría alauita, más cercana a los musulmanes chiitas que a los sunitas, mientras a los rusos lo único que les importa es tener en Damasco un gobierno aliado, del color que sea.
También sobre la permanencia o no de Al-Asad hay divergencias. “Rusia tiene un servicio exterior muy profesional y creemos que está cambiando su postura respecto a la oposición (que quiere ver fuera a Al-Asad). Al menos está forzando a Palacio a negociar”, confiesa a Proceso una fuente diplomática europea implicada en las negociaciones: “Pero, por otro lado, no creemos que sea posible que Al-Asad se vaya en el corto plazo. ¿Por qué iba Rusia a dejarlo caer si está ganando militarmente?”.
Otra fuente, en este caso involucrada en misiones humanitarias en territorio rebelde, asegura que parte de la población civil que huyó podría regresar a las áreas reconquistadas por el régimen, “pues lo único que quieren es estabilidad para poder seguir con sus vidas y cultivar sus tierras”.
Pero otros lo ven imposible, pues Damasco considera “terrorista” a todo aquel que haya colaborado mínimamente en el funcionamiento del territorio rebelde, incluidos los médicos.
Turquía, principal sostén de los alzados, también parece resignarse a la continuidad de Al-Asad –pese a que hasta hace un año pedía su derrocamiento–, siempre y cuando le permitan controlar algunos pedazos de territorio sirio donde albergar a la oposición.
“Little Turkey”
Los Estados del Golfo, como Qatar y Arabia Saudita, que financiaban a las milicias rebeldes (especialmente las más radicales) ya se desentendieron de la guerra en Siria, enzarzados como están en sus propios conflictos.
Así que Turquía, decidida a defender sus intereses, tomó el toro por los cuernos. En 2016 intervino militarmente en el norte de la provincia de Alepo (Siria septentrional) y ocupó 2 mil kilómetros cuadrados de territorio anteriormente controlado por el EI y evitó así que los kurdos enlazaran todos los cantones que controlan en el norte.
Luego, en octubre pasado, estacionó 500 militares en la provincia de Idlib (en el oeste) para apuntalar a una oposición en retirada. Y el pasado 20 de enero inició un ataque contra el cantón kurdo de Afrin, en la montañosa esquina noroccidental de Siria.
El objetivo parece ser crear una zona tapón que evite la infiltración de “terroristas” desde territorio sirio. Pero las imágenes que trascienden de la zona ocupada por Ankara dan cuenta de lo que parece una pequeña extensión de Turquía en Siria: se han reconstruido hospitales y escuelas –donde las clases son en árabe y turco–, los anuncios de los comercios están en turco, se han abierto varias sucursales de la empresa pública de correos turca PTT e, incluso, carteles con el rostro del presidente Erdogan decoran los edificios públicos.
El gobierno turco presume que 75 mil refugiados sirios residentes en Turquía han regresado a esas zonas “pacificadas” que ahora patrullan 5 mil 631 policías sirios formados por Ankara, que también les paga el salario, y defiende las tropas del Ejército Libre Sirio (ELS), rebautizado como Ejército Nacional Sirio.
Erdogan advirtió que, tras la conquista de Afrin, el ejército turco y sus aliados del ELS tomarán Manbij (en el norte), actualmente en manos de YPG, lo que hace temer a algunos sobre la voluntad del mandatario turco para anexar territorio sirio.
A principios de enero Erdogan volvió a hablar de revisar las fronteras de su país, alegando que territorios del actual norte de Siria e Irak estaban incluidos dentro de los límites del “Pacto Nacional” alcanzado por el último Parlamento del Imperio Otomano en 1920 y reivindicados por los turcos que se alzaron en armas contra la ocupación de las potencias europeas y el reparto de Medio Oriente tras la Primera Guerra Mundial.
Washington, sin estrategia
Es cierto, afirma la fuente humanitaria antes citada, que algunas tribus árabes de Manbij “están hartas de ser gobernadas por los kurdos” y probablemente darían la bienvenida a una ocupación turca en su lugar.
Con la excusa de la lucha contra el EI y gracias al apoyo de Estados Unidos, las YPG han expandido su control territorial mucho más allá de los lugares donde su etnia era mayoritaria. Si bien se ha intentado reducir la suspicacia de las poblaciones ocupadas creando las Fuerzas Democráticas Sirias, que incluyen facciones árabes y de otros grupos étnicos, a nadie escapa que son los kurdos quienes llevan la voz cantante en dicha coalición.
Las YPG han llamado a resistir contra la “agresión” turca, sea en Afrin o Manbij, pero todo dependerá de lo que decidan los estadunidenses. Algunas fuentes consultadas creen que Washington sacrificará Manbij para satisfacer a Turquía. Otros, como Yassin Swehat, periodista del diario opositor sirio Al Jumhuriya, consideran que, además, en los próximos meses las YPG se irán replegando para devolver al régimen algunas de las localidades conquistadas, por ejemplo Raqa.
A Estados Unidos parece importarle más que sus aliados kurdos se dirijan hacia los desiertos del oriente de Siria, donde quedan las últimas bolsas de resistencia yihadista. En la misma dirección avanzan las tropas del régimen bajo cobertura de la aviación rusa en una carrera por hacerse con los pozos petroleros de la zona y el paso fronterizo de Abu Kamal, que une a Siria con Irak.
En los últimos meses se ha producido un cambio de planes en Washington respecto a los de la administración de Obama: conservar militares estadunidenses en suelo sirio hasta la derrota del EI. Ahora, según expresó el secretario de Estado, Rex Tillerson, Estados Unidos “mantendrá su presencia en Siria” con los objetivos de evitar el resurgir yihadista, impedir la extensión de la “influencia iraní” y presionar por la salida de Al-Asad.
Sólo que Washington “tiene grandes planes para Siria, pero carece de estrategia real”, aseguró el analista Charles Lister en un reciente artículo publicado en Político. Washington mantiene entre mil 500 y 2 mil militares estacionados en el noreste de Siria, fuera de las grandes ciudades, y ligados a unas milicias kurdas que despiertan recelo en el resto del país.
El futuro de Siria se presenta oscuro. “La victoria militar sobre el terreno es de Rusia, no del régimen. Porque allí donde el régimen pelea solo, no consigue nada. Y dudo que en el corto o en el mediano plazo vayamos a ver la reunificación de todos los territorios, porque reconquistar territorios en manos de la oposición –como Ghuta Oriental o Idlib– no va a ser fácil para el régimen”, sostiene Swehat: “También para que haya una reconciliación nacional pasará tiempo, muchos años quizás. No hay interlocutores que puedan sentarse, no hay la más mínima base común para negociar”.
Este reportaje se publicó el 11 de febrero de 2018 en la edición 2154 de la revista Proceso.