Turquía: "Nosotros o el caos"
Este domingo 16 los turcos realizarán un referéndum crucial para el futuro de la región de Medio Oriente: decidirán si convierten su sistema parlamentario en una república presidencialista en la que el jefe de Estado, el islamista Recep Tayyip Erdogan, no sólo concentrará todo el Poder Ejecutivo sino que obtendrá además competencias legislativas y una enorme influencia sobre el aparato judicial. La oposición, diezmada por las purgas emprendidas desde el pasado año por el gobierno, denuncia que es el primer paso para la instauración de una dictadura en toda regla.
ESTAMBUL (Proceso).- “Permanece firme, no te doblegues”, “La nación no cederá”, “Turquía es invencible”.
Pancartas, carteles, vallas publicitarias reproducen a cientos estos eslóganes nacionalistas por toda la geografía de Turquía. Pareciera que el país, más que dirigirse a un plebiscito, se enfrenta a una guerra y el gobierno debe mantener alta la moral ciudadana.
De hecho así lo creen algunos. “No se trata de una cuestión de política interna, sino de una lucha histórica contra aquellos que quieren hundir nuestro país. Una lucha por convertir este país y este Estado en una fuerza global y para liberarnos de los vestigios del colonialismo del siglo XX”, escribe Ibrahim Karagül en Yeni Safak, un diario que reproduce prácticamente punto por punto la visión del gobierno turco.
Para Karagül estas fuerzas que intentan impedir el resurgimiento de una nueva Turquía son “los nuevos cruzados” contra el Islam, personificados en los países de la Unión Europea (UE), Estados Unidos y sus aliados en el propio territorio turco: los peligrosos “enemigos internos”.
Para los simpatizantes del polémico presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no hay diferencia entre quienes impulsaron el fracasado golpe de Estado del año pasado o los que cometen atentados en nombre del Estado Islámico o el grupo kurdo PKK, los que obstaculizan la intervención militar turca en la vecina Siria o los que se oponen a la reforma constitucional que se someterá a consulta. Todos conspiran de forma conjunta, siguiendo los planes de una “mente maestra” que busca destruir Turquía y repartir sus despojos entre las grandes potencias, como ocurriera con el Imperio Otomano al término de la Primera Guerra Mundial.
Esta narrativa responde a una manía persecutoria del propio Erdogan –en los regímenes autoritarios las neurosis personales del gobernante se convierten en psicosis colectiva–, que se empezó a manifestar a partir de 2013, cuando una gran revuelta popular puso en jaque su gobierno y una investigación judicial estuvo a punto de juzgar a su entorno más cercano bajo acusaciones de corrupción, y se reforzó aún más con la asonada militar del año pasado.
La solución, en lugar de entablar diálogo con la oposición para resolver los problemas del país, ha sido concentrar más y más poder en sus manos para evitar que ninguna institución del Estado actúe fuera de su control. De ahí la importancia de la reforma constitucional que, de aprobarse, lo convertirá en todopoderoso presidente.
No siempre fue así. Hubo un tiempo, al inicio de su mandato en 2002, en el que Erdogan encabezaba un gobierno liberal, dispuesto a ampliar los derechos individuales y colectivos a fin de ser admitido como miembro en la UE; en el que se erigía como garante de los derechos de la minoría kurda y no en un adalid del nacionalismo turco; en el que sus relaciones con todos los países vecinos caminaban en pos de la concordia y no se involucraba en aventuras militares de incierto resultado…
Pero todos esos bandazos y cambios ideológicos no parecen importar demasiado a sus fieles seguidores, aproximadamente la mitad del país, que lo adoran y se refieren a él con los grandilocuentes epítetos de Reis (capitán), Büyük Usta (Gran Maestro) o simplemente Tayyip Baba (Papá Tayyip).
El “amor al líder”
En el norte del país, entre verdes montañas cubiertas de plantaciones de té y arroyos que arrastran las nieves derretidas, se encuentra una humilde aldea llamada Dumankaya. En ella nació, hace más de un siglo, el padre de Erdogan y allí viven aún algunos de sus parientes. El rostro del presidente, con gesto firme y mirada hacia el futuro, adorna balcones y muros. Aquí la veneración por él se transforma en reverencia.
“Miro el panorama político y me pregunto, ¿junto a quién podemos andar este camino? Y no hay otro como él. No tiene rival. Desde los sesenta en este país se ha conspirado contra nosotros, pero él ya no lo permite. Nos ha dado estabilidad. Por eso el pueblo está con él”, explica el anciano Vahdettin Delibalta.
Tras décadas en que el poder en Turquía se lo repartieron las elites urbanas y laicas, las clases populares y los sectores más religiosos ven en Erdogan al líder que ha compartido con ellos un pedazo del pastel. ¿Por qué votan por él? “Porque ha incrementado las ayudas y ha mejorado los servicios sociales”, responden muchos de sus votantes.
No cabe duda que la economía ha experimentado un boom en los casi tres lustros en que el político islamista ha estado al frente del país: la renta per cápita se ha disparado desde los 3 mil 500 dólares en 2002 a más de 11 mil actualmente (si bien en los últimos años la cifra se ha estancado a causa de los conflictos internos y regionales).
Pero hay más razones. Las aporta Sevda Günes Incesu, directora del diario regional Pusula, cuya sede se encuentra en Erzurum, una de las provincias más conservadoras del país:
“Aquí se vota por el AKP (el partido islamista en el gobierno) por su líder, incluso en las elecciones municipales. Y se vota por él pues da buen servicio, sí, pero aún más porque Erdogan representa ciertos valores que en esta zona son importantes. Uno de ellos: es un político religioso y lo muestra con orgullo, reza ante las cámaras y apoya que las mujeres con velo puedan acceder a la universidad y a la administración (antaño lo tenían prohibido). Y además es un líder fuerte, un valor que aquí se aprecia mucho”.
“Antes íbamos a las cumbres mundiales a mendigar ayuda arrodillándonos ante Estados Unidos o los países europeos. Ahora hablamos con los líderes mundiales de igual a igual”, sostiene Arslan Kucukbar, otro anciano de la aldea de la que proviene la familia Erdogan: “Tengo 75 años, pero si tuviese la oportunidad me tiraría ante un tanque para detenerlo y defender a nuestro presidente. Sería un mártir de la patria”.
Las purgas
“El referéndum constitucional tiene implicaciones trascendentales”, opina Hugh Williamson, director de Human Rights Watch para Europa y Asia Central. Esta organización considera que la aprobación de dicha reforma afectará negativamente los derechos humanos al reducir el sistema de equilibrios y control entre los diferentes poderes del Estado:
“Si las enmiendas constitucionales son aceptadas, tras las elecciones de noviembre de 2019 y la completa entrada en vigor del nuevo sistema presidencial, el Parlamento perderá su autoridad de supervisión del Poder Ejecutivo. (…) Perderá su poder de introducir mociones de censura sobre el gobierno y sus ministros.”
También la Comisión de Venecia, un órgano del Consejo de Europa especializado en derecho constitucional, ha expresado su preocupación porque, dice, la reforma “llevará a una excesiva concentración de poder” en manos del presidente y no garantiza la necesaria separación entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, la base de los sistemas democráticos desde la Revolución Francesa.
Dado lo complicado del contenido de la enmienda constitucional (18 artículos que transformarán no sólo el sistema de gobierno sino también el modo en que se elegirán los miembros del órgano rector del sistema judicial), el gobierno turco ha tratado de centrar el debate en la figura de Erdogan y en que la aprobación de los cambios es una “cuestión nacional”.
No en vano el presidente turco ha comparado a los partidarios del “no” con “terroristas” y “golpistas”. Es una estrategia peligrosa puesto que, si bien queda claro que la mitad del país adora a Erdogan, la otra mitad lo odia profundamente, y en una consulta con tan sólo dos opciones, un ligero corrimiento del voto podría dar la victoria a la oposición.
Del lado del “sí”, además del gubernamental AKP, se encuentra el cuarto partido de la asamblea, el ultranacionalista y conservador MHP, cuyo líder se ha entregado a Erdogan a cambio de que éste le ayude a acabar con la oposición interna de su formación. Resta saber qué hará la base del partido, pues las encuestas indican que parte de sus votantes se inclinan por el “no” y rechazan la postura de la cúpula del MHP. La campaña del “no” la encabezan las otras dos formaciones con representación en el hemiciclo, el socialdemócrata CHP y el prokurdo HDP, a los que se han unido formaciones nacionalistas e islamistas más pequeñas.
“Nuestros sondeos internos nos hacen sentir optimistas. No hay posibilidad de que gane el ‘no’. Vencerá el ‘sí’ con un apoyo del 60 %”, se muestra convencido Mustafa Sentop, diputado oficialista y presidente de la Comisión Constitucional del Parlamento.
Con todo, las encuestas publicadas en las dos últimas semanas de marzo han dado mayoritariamente un estrecho margen de ventaja a la opción del “no”.
“Nadie en la calle te dice cómo votará porque tiene miedo. Incluso gente que sabes bien que se opone al AKP te dice que quizás vote a favor del ‘sí’. No es cierto. Simplemente temen expresar lo que opinan. Y esto es algo terrible”, denuncia Medeni Aygül, miembro de la organización de derechos humanos IHD.
El recelo de los ciudadanos es comprensible. El estado de emergencia rige la vida de Turquía desde el pasado verano y la presencia de las fuerzas de seguridad se ha multiplicado en la calle, con algunos agentes fuertemente armados y otros de paisano y vigilantes.
Desde el intento del golpe de Estado, 47 mil personas han sido encarceladas, supuestamente por estar relacionadas con la sublevación militar; pero entre los arrestados no hay sólo uniformados, sino también miles de profesores, jueces y unos 150 periodistas. También 13 diputados de la formación prokurda HDP y más de 5 mil funcionarios locales permanecen entre rejas. Además, otros 103 mil funcionarios han sido despedidos fulminantemente y otros 40 mil fueron suspendidos temporalmente de sus empleos.
“Si sumamos todas las víctimas de las purgas y a sus familiares, parte de los cuales son inocentes, tenemos a un importante sector de la sociedad en contra del gobierno, y eso puede hacer peligrar el resultado del referéndum”, reconoce Erol Aksakal, representante provincial del sindicato Hak-Is, cercano al gobierno.
“Esto no es democracia. Pero no pensemos que sólo Turquía lo ve. El mundo nos está mirando. El mundo sabe que en Turquía vivimos prácticamente en una prisión a cielo abierto”, dijo el líder de la oposición socialdemócrata, Kemal Kilicdaroglu, en un acto electoral el pasado lunes 3.
Debido a las dificultades que enfrenta, la diezmada oposición ha optado por una campaña pequeña, centrada en actos de aforo reducido y visitas casa por casa. Le ha intentado imprimir además connotaciones positivas en imitación a la campaña de la Concertación durante el plebiscito de 1988 en Chile que, contra todo pronóstico, logró acabar con el poder de Augusto Pinochet.
“Se nos ha vetado la calle, lo que da idea de cuál es la situación en Turquía. Pero soy optimista, creo que el ‘no’ puede ganar porque he encontrado a votantes del partido gobernante que se oponen a la reforma”, asegura Eren Erdem, diputado del CHP.
La campaña previa a la consulta del domingo 16 no puede ser más desequilibrada. La mayoría de las calles del país están empapeladas con propaganda a favor del “sí”, inmensas pancartas cubren edificios enteros con la efigie del primer ministro y del presidente apoyando la reforma (pese a que la Constitución turca exige que el jefe de Estado se mantenga imparcial) y sólo en los municipios gobernados por la oposición son visibles algunos carteles de apoyo al “no”.
Según un recuento de un medio opositor, hasta 185 actos electorales de la campaña del “no” han sido reventados por ataques de furibundos erdoganistas o por la propia policía, al tiempo que el gobierno turco se quejaba de la represión a sus partidarios y la prohibición de que sus ministros participen en actos electorales en varios países europeos.
“En algunas provincias han prohibido nuestros actos y varios de nuestros militantes han sido detenidos cuando repartían propaganda contra el sistema presidencial porque, nos dicen, sólo los partidos políticos pueden llevar a cabo campañas políticas”, se queja el copresidente de la Confederación de Sindicatos de Empleados Públicos, Lami Ozgen.
Más desequilibrada es la situación de los medios de comunicación. Al menos 160 de los que se identifican como opositores fueron clausurados por órdenes del gobierno. Y de acuerdo con un estudio de la plataforma Unidad por la Democracia, de todas las informaciones relacionadas con el referéndum emitidas entre el 1 y el 20 de marzo por 17 de los principales canales televisivos de noticias, 91.4 % del tiempo se dedicó a los partidarios del “sí”.
Una periodista que perdió su trabajo tras ser cerrado el canal en el que trabajaba y que prefiere ocultar su nombre, se queja de que los medios se han convertido en meros transmisores de la voluntad del gobierno y han impuesto un verdadero culto a la personalidad de Erdogan: “Se ve claramente incluso en que muchos ministros que antes se afeitaban, se han dejado el mismo bigote que Erdogan. El culto al líder y su imitación es el principio del fascismo”.
Sea cual sea el resultado, los problemas de Turquía no acabarán el domingo 16. De ganar el “sí”, arguyen sus partidarios, se garantizará la ausencia de coaliciones y se facilitará la labor del gobierno y la estabilidad, lo que redundará en un mayor crecimiento de la economía y el bienestar ciudadano.
Olvidan, sin embargo, que Turquía seguirá siendo un país tremendamente polarizado por la figura de Erdogan, del que los jóvenes más preparados y los académicos que temen ser expulsados de sus cátedras huyen a la mínima oportunidad.
Si gana el “no”, por mucho que ello pueda insuflar moral a una oposición actualmente muy débil, Erdogan buscará probablemente nuevos subterfugios para imponer el sistema que desea.
Ya lo ha dicho a sus asesores en repetidas ocasiones: “O nosotros o el caos”.
Este reportaje se publicó en la edición 2110 de la revista Proceso del 9 de abril de 2017.