En el corazón de Jerusalén, una disputa casa por casa (I)
El sector oriental de Jerusalén es escenario de una lucha, sorda pero despiadada, por el dominio de predios e inmuebles. Familias palestinas son desalojadas de sus casas por colonos judíos radicales, especialmente los que se cobijan en la ONG Israel Land Fund, dirigida por Arieh King. El caso más reciente y sonado, el desahucio de la familia Shamasneh, evidencia la táctica de esos colonos, apoyados por las leyes israelíes: reclamar y ocupar –incluso violentamente– residencias que habían sido de judíos incluso antes del nacimiento del Estado de Israel, en 1948, aunque estuvieran habitadas por musulmanes desde hace medio siglo o más. King y los Shamasneh son dos caras de un conflicto al que no se le ve solución. Ambos actores del conflicto desgranan para Proceso sus vicisitudes, sus posiciones, sus argumentos... A continuación el testimonio de King.
JERUSALÉN (Proceso).- A Arieh King no le gustan los periodistas y su evidente gesto de fastidio, sumado a una actitud de persona tremendamente ocupada, convierten en un momento incómodo el inicio de esta conversación, que tiene lugar en su terreno: su oficina de concejal en el ayuntamiento de Jerusalén.
El nombre y la fotografía de Arieh King llevan días apareciendo en la prensa israelí y palestina, asociados al desalojo de los ocho miembros de la familia Shamasneh de su casa en Jerusalén Oriental. Este hombre difícil de definir –es político, colono, activista y director de una ONG– quiere dejar claro de entrada que algunas de las informaciones publicadas no corresponden a la realidad.
“Yo no compré la casa de los Shamasneh”, dice, fríamente, a modo de presentación.
“Mi organización estuvo en contacto con la familia que vivió ahí antes de 1948, que nos ofreció la propiedad y actuamos como intermediarios para que otra familia judía comprara la casa. Ellos son los actuales propietarios. Los Shamasneh llevaban años sin pagar la renta, la orden de expulsión de la justicia israelí data de 2013 y hubo muchas prórrogas por razones humanitarias. Creo que ya había llegado la hora”, estima.
King es fundador y director de Israel Land Fund, una organización privada financiada por donaciones, en gran parte estadunidenses, que tiene como objetivo adquirir propiedades e instalar judíos en barrios del este de Jerusalén, es decir la parte de la ciudad que según la comunidad internacional es palestina.
“Nuestro objetivo es devolver la propiedad judía a manos judías”, resume King, ajeno totalmente a las resoluciones internacionales.
Para ello necesita dinero y poder. Y King se jacta de tener ambos. “Contamos con donantes, gente que dentro y fuera de Israel piensa que estamos haciendo lo correcto”. Y durante toda la entrevista no dará más detalles sobre la financiación de la entidad.
Su puesto de concejal independiente –sin respaldo de ningún partido político– en el ayuntamiento de Jerusalén también forma parte de su estrategia para aumentar la presencia judía en el este de la ciudad, objetivo al que este hombre de 43 años consagra su vida.
“Mis padres llegaron de Inglaterra en 1968. Dejaron la vida cómoda que tenían en Londres y se instalaron en un kibutz (comuna agrícola) en el sur de Israel. Eran una pareja de judíos jóvenes y querían retomar la tierra. Yo nací en ese kibutz cercano a la Franja de Gaza, me inculcaron la necesidad de mejorar la vida de los demás y de las futuras generaciones”, recuerda King.
Y así fue como este israelí cambió el apacible kibutz de Alumim por una casa en el este de Jerusalén, en el barrio palestino de Ras el Amud, en el Monte de los Olivos. Su motivación, explica, al mudarse a un lugar donde en aquel momento no vivían judíos, fue idéntica a la que impulsó a sus padres a dejar su vida en Londres.
“Parto de dos principios: Jerusalén es nuestra capital y cada generación debe dar un paso adelante. Mi paso fue instalarme en un sitio donde no había judíos, como mis padres hicieron en su época. Espero que dentro de 50 años para mis hijos y nietos el desafío sea otro”, explica.
Discurso radical
King estuvo presente en el desalojo de los Shamasneh, decidió la instalación de un grupo de jóvenes colonos de su organización en esa casa del barrio de Sheij Jarrah y también ha dado la cara frente a los manifestantes que protestaron varios días contra el desahucio de la familia palestina.
“¿Por qué no hay manifestaciones pidiendo que se eche a la familia de árabes que vive aquí al lado? ¿Por qué nadie protesta ante su puerta?”, lanza, señalando una calle del oeste de Jerusalén cercana al ayuntamiento.
“Porque los árabes tienen más derechos que nosotros. Ellos van a todas partes y yo no puedo ir a donde quiero porque soy judío. Ellos construyen legal o ilegalmente y yo no puedo construir todo lo que quiero. Tampoco puedo recobrar propiedades judías en Belén o en Hebrón. Allá donde voy, soy considerado casi por todos un enemigo”, responde a su propia pregunta.
Su oficina está forrada con banderas israelíes, diplomas, mensajes de agradecimiento de diversas organizaciones judías, mapas de Jerusalén y Cisjordania y fotografías de lugares emblemáticos de la ciudad, como una imagen del Muro de las Lamentaciones, lugar santo para el judaísmo. King señala también varias banderolas con mensajes de apoyo en hebreo al presidente estadunidense Donald Trump.
“Con él todo va a ser mucho más fácil. (Hillary) Clinton y (Barack) Obama interferían en todos nuestros planes”, afirma, sin rodeos.
Y el gobierno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, también provoca en King una mueca de desprecio debido a su “falta de coraje” para autorizar nuevas casas para israelíes en las zonas palestinas de la ciudad mientras “centenares de árabes viven en el centro de Jerusalén”.
“Netanyahu está contra nosotros, no nos da la libertad que necesitamos. Su gestión me cierra las puertas de ciertos barrios de Jerusalén, por ejemplo”, dice hoscamente.
Hay un gran secretismo que impregna la conversación, muchas respuestas vagas, frecuentes cambios de tema brutales cuando la pregunta le disgusta y llamadas de teléfono que atiende sin reparo, dejando sentir que su tiempo está contado y el encuentro debe terminar cuanto antes. Pero a King también le gusta hablar, con una mal escondida vanidad, de su vida y de sus ambiciones.
King se autodefine como “judío ortodoxo moderno”. Respeta escrupulosamente los preceptos del judaísmo aunque intenta adaptarlos a los tiempos actuales. Usa una kipá (solideo usado por los judíos practicantes) hecha a mano y de colores azules y amarillos, y su barba bien recortada le da un cierto aire bonachón, que se esfuma en cuanto retoma su discurso claro, radical y sin concesiones.
Israel Land Fund cuenta con diferentes proyectos en marcha en barrios palestinos del este de Jerusalén, como Beit Hanina, Beit Safafa o el Monte de los Olivos, donde hay familias sobre las que pesan órdenes de expulsión emitidas por la justicia en casos muy similares al de los Shamasneh.
Y King tiene planes muy ambiciosos para la próxima década, comenzando por “transformar” el barrio palestino de Sheij Jarrah e instalar en él a entre 400 y 500 familias judías, concretamente en las áreas de Shimon Hatzadik y Nahalat Shimon, donde ya ha comenzado a haber presencia judía. En esta área se halla la casa de la familia Shamasneh.
Israel Land Fund no es la única entidad que promueve la instalación de judíos en estos barrios del este de Jerusalén. En la Ciudad Vieja, concretamente en torno al Muro de las Lamentaciones, grupos como Elad o Ateret Cohanim, financiados igualmente por donantes israelíes y extranjeros, sobre todo estadunidenses, realizan acciones muy similares.
La organización de King interviene activamente en todos los procesos de desalojo y dirige las acciones judiciales encaminadas a la expulsión de una familia palestina, al mismo tiempo que reúne fondos y encuentra a colonos dispuestos a instalarse en zonas donde por ahora viven atrincherados, rodeados de miles de palestinos.
Posea o no los títulos de propiedad de las viviendas en las que interviene, su forma de hablar no deja lugar a dudas: “Tenemos una casa aquí, otra aquí. Vamos lentamente, pero vamos”, piensa en voz alta, señalando un mapa de Jerusalén.
Además de usar la ley que permite a los judíos recuperar propiedades anteriores a 1948 en zonas actualmente palestinas, King también compra tierra privada a palestinos. “Sí, claro que compro casas a los árabes”, dice, evitando una vez más la palabra “palestinos” en sus respuestas.
“Ellos argumentan después que no sabían que la estaban vendiendo a un judío, para quedar bien ante su comunidad, pero, ¡claro que lo sabían! Su casa vale dos y la venden por cinco. Sólo un judío puede pagar cinco”, afirma, estallando en una carcajada.
Según datos de la ONG israelí antiocupación Ir Amim, cerca de mil judíos, la mayoría de ellos activistas, residen actualmente en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Su presencia se adivina por las enormes banderas israelíes colgadas de ventanas y tejados, y por los dispositivos de seguridad instalados ante las puertas de estas casas, normalmente cerradas a cal y canto.
Su presencia comenzó a sentirse después de que en los ochenta el entonces ministro israelí de Vivienda, Ariel Sharon, compró una casa en pleno barrio musulmán de la Ciudad Vieja.
“Esta presencia de colonos en la Ciudad Vieja tiene efectos religiosos y étnicos, afecta al desarrollo de la zona, debilita la presencia palestina en la ciudad y daña su conexión histórica con Jerusalén”, según los investigadores de Ir Amim.
[caption id="attachment_513526" align="aligncenter" width="1200"] El Muro de las Lamentaciones. El lugar del Tercer Templo. Foto: Alejandro Saldívar[/caption]
“Nunca habrá paz”
King es padre de seis hijos. Su casa en el barrio palestino de Ras el Amud se sitúa en un complejo, exclusivamente judío, de seis edificios que ofrece parques, supermercados y otros servicios para que los habitantes no tengan que exponerse a ningún riesgo para disfrutar de un momento de ocio. “No tengo que preocuparme por dónde está mi hijo, aunque en este momento creo que podría ir a cualquier calle de mi barrio”, asegura.
Huidizo, provocador e irónico, se jacta de haber nadado en las playas de Gaza siendo un adolescente, cuando iba con su familia a la Franja desde el kibutz donde vivían, de haber estudiado el Islam durante ocho años y de conocer a los musulmanes mejor que cualquier judío.
“Por eso puedo decir que el Corán no es un libro de paz, porque los conozco (a los musulmanes). Ellos piensan que tienen que conquistar todo. Mire el caso de Israel: somos una minoría y ellos piensan que tenemos que desaparecer. Nunca habrá paz aquí y nosotros, los judíos, tenemos que pensar en lo que es bueno para nosotros, porque estamos rodeados”, estima.
Su visión del futuro de Jerusalén, Israel y los palestinos es estremecedora, pero King no se esconde detrás de falsos pudores. Para él, el conflicto es religioso y su solución también. No tiene nada que ver con la pugna por la tierra, la ocupación israelí de Jerusalén Oriental y Cisjordania desde 1967 y la proliferación de colonias desde entonces. “No hay conexión entre paz y tierra”, repite insistentemente.
La pregunta obligada en este momento de la conversación es saber si cuando King compra una casa en un barrio palestino de Jerusalén lo hace, por tanto, por razones religiosas.
El comentario provoca un largo y tenso silencio. “No. No exactamente. Es nuestra manera de proteger Jerusalén y de evitar que se vea dividida de nuevo”, responde.
“Si de verdad queremos paz, sólo hay una manera: el Templo de Jerusalén debe ser reconstruido. Todas las naciones verán que es algo muy bueno no sólo para los judíos, sino para el mundo entero, y en ese momento entenderán todo el tiempo que hemos perdido”, prosigue King.
El primer Templo de Jerusalén o Templo de Salomón fue destruido por Nabucodonosor en el año 586 antes de nuestra era. El segundo fue destruido por los romanos en el año 70; sólo se salvó el muro occidental, lo que hoy es el Muro de las Lamentaciones. King se refiere a la construcción del tercer Templo de Jerusalén. Muchos judíos consideran que sólo podría reedificarse en la “era del mesías”; otros, minoritarios, creen que debe reconstruirse lo antes posible.
El Muro de las Lamentaciones, el lugar donde se alzaría este tercer templo, se sitúa justo debajo de la Explanada de las Mezquitas, donde están la Cúpula de la Roca y la mezquita Al Aqsa, tercer lugar santo para el Islam. Los judíos llaman a este lugar Monte del Templo.
“No puedo entrar en el Monte del Templo; es algo que me llena de tristeza. No quiero que las cosas sigan así”, lamenta King.
Actualmente, los judíos pueden visitar la Explanada de las Mezquitas con autorización y custodiados por las fuerzas del orden israelíes, pero en ningún caso se les permite rezar.
King no responde qué pasaría con Al Aqsa en el supuesto de que el templo de los judíos fuera reconstruido. También evade la pregunta sobre qué destino aguarda a los palestinos si avanzan sus planes de construcción y desalojo de casas en el este de Jerusalén.
“Si quieren quedarse aquí y aceptar nuestra autoridad, pueden quedarse. Tenemos que animarlos a irse si no les gusta, darles incentivos económicos, por ejemplo. Creo en un futuro en el que los judíos serán mayoría en la ciudad y habrá grupúsculos de musulmanes y cristianos”, dice a modo de adiós.
Este reportaje se publicó el 26 de noviembre de 2017 en la edición 2143 de la revista Proceso.